Modelos
de violencia similares afectaron a Nicaragua y Honduras. La Contra hizo ostentación de su talento a la hora de destruir
familias en el primero de esos países, como el 3 de abril de 1984, cuando un millar de Contras asaltó el pueblo de Waslala. Allí, un padre,
desesperado por salvar a su mujer y a sus hijos, se refugió con ellos en una
acequia. Los Contras lo encontraron y lo sacaron de allí. Lo “ torturaron cortándole las yemas de los
dedos, después la mano derecha para finalmente matarle a bayonetazos”, y
luego lo decapitaron, relata Reed Brody.
Como gesto final de la pureza de su misión, los Contra hicieron una cruz a base
de cortes en la espalda del muerto. Brody
cuenta otra historia: En “El Achote,
una banda de Contras sacó a rastras de su casa a un
trabajador de la reforma agraria, y enfrente de su mujer y de sus hijos de once
meses y tres años, le despedazaron con sus bayonetas. Luego le dispararon a su
mujer, aunque vivió lo suficiente como para contemplar cómo le cortaban la cabeza a su bebé de once
meses”.
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Situación real de la Mujer en Haití. Además de extrema pobreza, miseria, falta de atención en salud, Educación de pésima calidad, para ellos y ellas NO existe el Bienestar Social. Pero hoy lo más terrible es el "poder" del crimen organizado la in seguridad ciudadana, el desempleo general, realidad que los obliga a mirar - "aún creen en el sueño de la vida americana", pero al final es simplemente la sepultura de todas sus ilusiones.
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DESCUBRIENDO EL SUFRIMIENTO DE CENTROAMÉRICA.
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Nick Alexandrov.
CounterPunch.
Rebelión
viernes 13 de julio
del 2018.
viernes 13 de julio
del 2018.
Traducido del Inglés para Rebelión por Sinfo
Fernández.
Parece ser que los expertos y políticos
estadounidenses acaban de descubrir que las decisiones de Washington hacen
mucho daño a las familias centroamericanas. Para el New York
Times, “separar a las familias… es algo nuevo y malicioso” que refleja la “falta de
corazón de Trump” y viola los “valores fundamentales estadounidenses”. “Por lo
visto, es como si se estuviera pervirtiendo la idea de EE. UU.”, añadía Alex Wagner (The Atlantic). Los
Angeles Times piensa que “el enfoque desalmado de la
administración respecto a la aplicación de la ley ha cruzado la línea hacia una
abyecta inhumanidad”, al abandonar –así se supone que tenemos que creerlo- las
prácticas anteriores.
Estas son acusaciones exactas a medias: la política de
Trump es maliciosa, cruel, desalmada. Pero no es nueva. Tanto en Centroamérica
como a lo largo de su frontera mexicana, Washington ha ayudado desde hace
décadas a separar a las familias, obligando a los niños a soportar un mundo sin
sus padres y a las madres a hacer frente al repugnante final de sus niños. La
inhumanidad abyecta, en otras palabras, es un sello distintivo de la política
exterior de EE. UU.
Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Honduras…, revisen
sus historias. Se verán aplastados por las evidencias que revelan cuáles son
los valores que conforman la conducta de Washington, qué normas gobiernan su
conducta en una región donde disfruta de una influencia inmensa. Y empezarán a
entender por qué tantas personas tuvieron que huir de esos países. Empiecen por
Guatemala: Ríos Montt, el dictador que EE. UU. financió, armó y alentó,
supervisando allí el genocidio maya. En un episodio, el 3 de
abril de 1982, el ejército guatemalteco invadió la aldea de Chel masacrando a
sus habitantes y dejando huérfano a Pedro Pacheco Bop, cuyos abuelos, padres y
cinco hermanos (de 2 a 14 años) fueron asesinados y su sangre acabó corriendo
por el río Chel, donde las tropas arrojaron a los muertos. Tomas Chávez Brito
tenía dos años cuando, siete meses después, el ejército cayó sobre su pueblo, Sajsibán, incendiando su hogar con su madre,
hermanas y otros familiares dentro. En las montañas, donde Tomás se escondió
durante el siguiente año alimentándose de plantas para sobrevivir, uno sólo
puede imaginar cómo la idea de la orfandad, su nueva realidad, se estableció en
su mente. La separación de su familia de Margarita Rivera Ceto de Guzmán fue
más rápida. Los soldados la acuchillaron en el vientre, matando a
su hijo nonato.
Egla Martínez Salazar, al abordar este
genocidio, explica que los asaltos a los hogares
mayas trasmitían “el mensaje de que los mayas no vivían en familias ‘reales’
sino en ‘modos de vida’ que constituían espacios de crianza para ‘el
adoctrinamiento comunista internacional’”. Erradicar estos espacios requería el “asesinato masivo de los
niños”, más “el traslado forzoso de los niños mayas supervivientes a familias
militares y paramilitares”, tácticas que también adoptaron las fuerzas
salvadoreñas en la década de 1980. Además de matar allí a la mayoría de los 75.000 asesinados
desde 1980 a 1992 –el tramo en el que Carter, Reagan y Bush I canalizaron 6.000 millones de dólares
hacia el país-, “los soldados [también] secuestraron niños en lo que un
tribunal internacional denominó ‘patrón sistemático de
desapariciones forzosas’”.
Modelos de violencia similares afectaron a Nicaragua y
Honduras. La Contra hizo ostentación de su talento a la hora de destruir
familias en el primero de esos países, como el 3 de abril de 1984, cuando un
millar de Contras asaltó el pueblo de Waslala. Allí, un padre, desesperado por
salvar a su mujer y a sus hijos, se refugió con ellos en una acequia. Los
Contras lo encontraron y lo sacaron de allí. Lo “torturaron cortándole las yemas de los
dedos, después la mano derecha para finalmente matarle a bayonetazos”, y luego
lo decapitaron, relata Reed Brody. Como gesto final de la pureza de su misión,
los Contra hicieron una cruz a base de cortes en la espalda del muerto. Brody
cuenta otra historia: En “El Achote, una banda de Contras sacó a rastras de su casa a un
trabajador de la reforma agraria, y enfrente de su mujer y de sus hijos de once
meses y tres años, le despedazaron con sus bayonetas. Luego le dispararon a su
mujer, aunque vivió lo suficiente como para contemplar cómo le cortaban la
cabeza a su bebé de once meses”.
Fue el batallón 316 el que se dedicó a atacar a las
familias hondureñas. El Baltimore Sun informaba que
la unidad, “entrenada y apoyada por la Agencia Central de Inteligencia”,
“secuestró, torturó y asesinó” a cientos de personas en la década de 1980. Un
ejemplo: Nelson Mackay Chavarría “tenía 37 años y cinco hijos” cuando el batallón
dio con él. Cuando descubrieron su cadáver, tenía “las manos y pies atados con
una cuerda” y “un líquido negro salía por su boca”: criolina, la
sustancia que se le aplica al ganado para acabar con garrapatas y ácaros”.
En décadas más recientes, el gobierno estadounidense
ha convertido la frontera mexicana en una zona donde destrozar familias. Por
ejemplo, la Operación Guardián del presidente Clinton “sólo sirvió para
dificultar que la gente cruzara la frontera por lugares relativamente seguros,
obligándoles a hacerlo por lugares más peligrosos, como el desierto de
Arizona", escribe Carolina Bank Muñoz. Subraya
que "la política separó a las familias, ya que muy pocas de ellas estaban
dispuestas a asumir tales riesgos cruzando juntos una frontera peligrosa".
Maggie Morgan y Deborak Anker, citando un trabajo de la ACLU, señalan que “el riesgo de morir
mientras cruzaban por Arizona era 17 veces mayor en 2009 que sólo una década
antes” y que la “tasa de mortalidad casi se duplicó” de 2009 a 2012 bajo la
vigilancia de Obama, “constituyendo los niños el 10% de las muertes de cada
año”. Todd Miller estima que esos “Campos de la muerte
del suroeste” han acabado con unas 21.000 vidas desde los primeros años de la
década de 1990.
No cabe duda de que las políticas de migración de
Trump justifican toda la indignación del mundo. Pero las suyas son sólo las últimas
del zarandeo de Washington –cuando no eliminación- de las vidas
centroamericanas. Si nos engañamos a nosotros mismos, si elegimos creer que sus
acciones se derivan de alguna norma moral, nos arriesgamos a quedarnos
satisfechos con cambios de política superficiales. Se necesita una revisión más profunda para
garantizar el cese del sufrimiento centroamericano.
Nick Alexandrov vive en Tulsa,
Oklahoma. Puede contactarse con él en: nicholas.alexandrov@gmail.com
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