"El
sociólogo de Goldsmiths Will Davies considera que el
neoliberalismo, más que un proyecto político, es un movimiento antipolítico. Sus promotores consideran que el
público en ocasiones toma decisiones peligrosas. La solución es promover los “cálculos económicos” (precios,
eficiencia) para “desencantar la política
a través de la economía”. Esto tiene dos consecuencias fundamentales.
La primera
la estudió el mismo Davies. El vacío que provoca la invasión del mercado
aumenta el atractivo de visiones identitarias de la sociedad. Tanto el fundamentalismo religioso como el
nacionalismo asertivo pasan a ocupar el espacio de la movilización política. Esto es lo visto tanto con el Brexit como con Trump.
En segundo
lugar, y no por ello menos importante, la relegación del Estado a un
papel secundario provoca un cambio en la actitud de las élites gobernantes.
No es que ya no entiendan cómo funciona el mundo, es que ni les interesa. La mediocridad de May, Johnson o Davies
(o sus colegas en nuestro país y en Bruselas) yace en su creencia de que el
mercado puede sustituir a la deliberación democrática.
Enfrentados a un asunto eminentemente político (es decir, donde no existe un
punto de referencia “económico” o
“racional” externo), su voluntad se congela".
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LA DESASTROSA GESTIÓN DEL
BREXIT CONSTATA EL FRACASO DEL ESTADO NEOLIBERAL.
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Roy
William Cobby.
El
Salto.
Sábado 14 de Julio del 2018.
Todavía es incierto lo
que durará el gobierno actual, pero está claro que pasará a la Historia como
uno de los más incapaces en la Historia parlamentaria de Reino Unido.
El
viernes 6 de julio Theresa May finalmente hizo lo que
medio mundo (los británicos, Corbyn,
Juncker, Europa entera) estaba pidiendo: una posición clara sobre el Brexit. Encerrados en la bucólica casa
de campo gubernamental, Chequers, elcabinet o Consejo de Ministros
conservador acordó un principio de
propuesta para la salida de la UE.
Básicamente,
esta propuesta constata
la admisión de que el mejor resultado posible es algo similar a la situación noruega. Es decir: un área de libre
comercio que prolongue regulaciones ya existentes. El Reino Unido aceptaría pues la jurisprudencia de tribunales
europeos para lidiar con discrepancias comerciales. En teoría, el Parlamento Británico podría rechazar los
dictámenes, pero solo en casos restringidos. Incluso el ciudadano menos versado
en economía internacional reconoce que esto tiene poco que ver con “recuperar el control” (el famoso
eslogan de la campaña pro-Brexit).
El
resto de afirmaciones están, para el conservador Financial Times, en el terreno de las
improvisaciones . Por ejemplo, Reino Unido insistiría en
acceder al mercado en servicios como hasta ahora. Al mismo tiempo, solicitaría
poder limitar la entrada de migrantes. Pero en los tratados fundacionales de la
Unión se establece que la libertad de circulación de bienes, servicios,
capitales y personas son indivisibles. Por lo tanto, la probabilidad de que la UE acepte esta propuesta es nula. Mucho
menos para otras ideas, como la propuesta de acceder a la Política Pesquera
Común y al mismo tiempo limitar el acceso para pesqueros europeos.
LOS BREXITERS ABANDONAN
EL BARCO.
Las
dimisiones, que tan poco se estilan por estas tierras, son comunes en Reino Unido. La disciplina de partido
es más débil en Westminster y,
aunque no se promueve, se tolera el desacuerdo por motivos políticos. Más que
por corrupciones individuales, es habitual que ministros discrepantes abandonen
sus cargos. Lo que ha llamado la atención este lunes es la fuga coordinada de,
en primer lugar, el Ministro para
Abandonar la Unión Europea David Davis;
y de Boris Johnson, antiguo alcalde de Londres y Ministro de Exteriores.
Los equipos de ambos, algunos destacados conservadores, también han abandonado
sus puestos.
¿El motivo?
Sobre el papel, su negativa a aceptar lo que ven como una claudicación a Bruselas. Ambos surfearon la ola
euroescéptica justo antes y, sobre todo, después del referéndum en 2016. Para estos brexiters, la apertura hacia posibles concesiones respecto a
la legislación europea es una claudicación.
La carta de dimisión de Johnson habla
directamente del Reino Unido “avanzando
hacia un estatus colonial” respecto a la UE. Davis, más técnico y formal, argumenta que la
necesidad de aceptar “reglas del juego
comunes” para comerciar con la UE
supondrá de facto la continuación de la supervisión legislativa desde Bruselas.
Por
otro lado, los mentideros parlamentarios sugieren
que a Johnson le guía el oportunismo, más que los principios. Es bien conocido
por su ambivalente apoyo hacia Donald
Trump, y su visión neoimperialista de Gran Bretaña.
Desde su punto de vista, seguir a Davis le permite erigirse en representante de
la soberanía popular, rechazando el Brexit lightpropuesto por
el gobierno May. Esto le ayudaría en
una eventual campaña para convertirse en Primer Ministro.
Las
consecuencias para el gobierno aún no están claras. Recordemos que se trata de
un ejecutivo débil, apoyado por
parlamentarios rebeldes (como los dimitidos), y unionistas irlandeses. Enfrente, la oposición laborista goza de
creciente popularidad. Su incesante crítica a las políticas económicas del
gobierno ha hecho mella en valores antaño considerados sagrados. Por ejemplo, la
nacionalización de sectores
estratégicos como los ferrocarriles o las eléctricas son hoy en día medidas
extremadamente populares. Por supuesto Jeremy
Corbyn, fuera del gobierno, se permite criticar unas negociaciones que
serían complejas para cualquiera. Pero esto último no es una cuestión
circunstancial: se trata de un problema estructural heredado del giro
neoliberal del pasado siglo.
LA
DESPOLITIZACIÓN NEOLIBERAL Y LA CRISIS DEL ESTADO EN LA RAÍZ DEL BREXIT.
La figura de Thatcher
es representativa de la derecha neoliberal, no solo en Reino Unido, sino
también en medio mundo. Algo más desconocida, por otra parte, es la labor de
consolidación de su legado en sucesivos gobiernos.
Bajo
la doctrina de “el mercado siempre es mejor”, conservadores y laboristas se lanzaron a la aventura de privatizar,
externalizar y, sobre todo, recortar y recortar. Las reformas que posibilitaron a empresas privadas realizar
servicios públicos fueron obra de Tony
Blair y Gordon Brown, ambos “socialdemócratas”.
La
progresiva reducción del Estado (como entidad física y como idea
social) desembocó en la precarización de
servicios como la sanidad.
También se convirtió en un negocio para muchas empresas del “capitalismo
de amiguetes” paraestatal, como la fallida Carillion.
El sociólogo de
Goldsmiths Will Davies considera que el
neoliberalismo, más que un proyecto político, es un movimiento antipolítico. Sus promotores consideran que el
público en ocasiones toma decisiones peligrosas. La solución es promover los “cálculos económicos” (precios,
eficiencia) para “desencantar la política
a través de la economía”. Esto tiene dos consecuencias fundamentales.
La primera
la estudió el mismo Davies. El vacío que provoca la invasión del mercado
aumenta el atractivo de visiones identitarias de la sociedad. Tanto el fundamentalismo religioso como el
nacionalismo asertivo pasan a ocupar el espacio de la movilización política. Esto es lo visto tanto con el Brexit como con Trump.
En segundo
lugar, y no por ello menos importante, la relegación del Estado a un
papel secundario provoca un cambio en la actitud de las élites gobernantes.
No es que ya no entiendan cómo funciona el mundo, es que ni les interesa. La mediocridad de May, Johnson o Davies
(o sus colegas en nuestro país y en Bruselas) yace en su creencia de que el
mercado puede sustituir a la deliberación democrática.
Enfrentados a un asunto eminentemente político (es decir, donde no existe un
punto de referencia “económico” o
“racional” externo), su voluntad se congela.
Paradójicamente
pues, la energía invertida en erradicar la voluntad popular activó los sentimientos
nacionalistas que desembocaron en el resultado a favor de abandonar la UE. Igualmente, la falta de atención a
la gestión del Estado (entendida desde un punto de vista keynesiano clásico),
dejan a Reino Unido prácticamente
incapaz de gestionar una crisis constitucional de este calibre. Todavía es incierto
lo que durará el gobierno actual, pero está claro que pasará a la historia como
uno de los más incapaces en la historia parlamentaria de Reino Unido.
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