“No todos somos tan precavidos. John Schellnhuber, director fundador del Instituto Potsdam
para la Investigación sobre los Impactos
del Clima, es probablemente el científico del clima más influyente que podáis conocer. Entre otras
cosas, Schellnhuber fue el que
propuso la barrera de 2 grados
centígrados que fue inicialmente adoptada por el Gobierno alemán y la Unión
Europea y finalmente plasmado en el Acuerdo sobre el Clima de París. En 2011, Schellnhuber fue ponente invitado
en la conferencia en Melbourne ¿Cuatro
grados o más? Australia en un
mundo caliente. Su respuesta
a la retórica pregunta “¿Cuál es la
diferencia entre un mundo con 2 grados de calentamiento y uno con 4
grados?" fue tan brutal como breve: “La civilización humana”
En realidad nosotros, los científicos del clima, somos un grupo raro. Como el
resto de la profesión científica, nos levantamos cada mañana y vamos a nuestras
oficinas, laboratorios o campos de estudio. Recogemos y analizados nuestros
datos y escribimos nuestros trabajos para publicaciones científicas. Pero aquí
es donde nos salimos del guion: somos los únicos miembros de la profesión científica que cada
día esperan estar equivocados.
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ECOLOGÍA
SOCIAL.
CUANDO
LA CATÁSTROFE PLANETARIA ES TU TRABAJO DIARIO.
*****
Lesley Hughes.
The Monthly.
Rebelión
martes 10 de julio del 2018.
Los científicos del clima se están esforzando para mantener vigente el
apocalipsis
La mujer
sonriente se acerca a mí, con la mano extendida para estrechar la mía. “Solo
quería decirle lo mucho que he disfrutado de su charla”, me dice entusiasmada.
Se lo agradezco en el alma, estoy tan agradecida por sus cumplidos como podría
estarlo cualquiera. Pero mi corazón se encoge. He fallado otra vez. La charla
“interesante” que acabo de dar era sobre el cambio climático y sus impactos,
ahora y en el futuro –una catástrofe planetaria en una presentación de
PowerPoint de 40 minutos-. Ahora el público se está marchando, con ganas de
tomarse un café o algo más fuerte, pensando ya en donde coger un taxi, qué
cenar o en cualquier otra cosa menos en preparar una revolución para salvar el
planeta.
Doy muchas
de estas charlas –a estudiantes universitarios, grupos de negocios,
organizaciones comunitarias, cualquiera que me escuche-. Me esfuerzo mucho en
ser interesante, utilizando poco texto y pocas gráficas complejas, añadiendo
muchas fotografías y analogías, anécdotas personales e incluso algún que otro chiste.
Y en eso está mi problema. Como científica, siento la necesidad de mostrar los
hechos tal y como los entendemos actualmente. Pero demasiado catastrofismo es
paralizante. La fatiga apocalíptica puede hacer que la gente se esconda bajo
una manta, metafóricamente hablando.
¿Cómo se
encuentra el equilibrio entre la motivación y la desesperación? Algunas veces
parece como que hay el mismo número de gente dando consejos sobre cómo
presentar el cambio climático que de gente recogiendo información sobre el tema.
Volver a encuadrar el problema, nos dicen. Hablar sobre niños y salud, no sobre
osos polares y desastres. Hablar de seguros y de oportunidades, de cómo ser más
listo, más sano y más feliz. Hablar del presente, no de décadas futuras. Hablar
local, no global, etcétera.
Al mismo
tiempo, otros nos dicen que no estamos asustando lo suficiente. Ian Dunlop es
el anterior presidente de la Asociación Australiana del carbón, que después de
haber regresado del lado oscuro con ganas, ahora está denunciando los debates
“orwellianos” sobre política climática y a los políticos que evitan su
responsabilidad moral. En What Lies Beneath: The Scientific
Understatement of Climate Risks (Lo que yace en el fondo: La
subestimación de los riesgos climáticos), Dunlop va incluso más allá: Él
y su coautor, David Spratt, retaron a los científicos por ser demasiado
precavidos en ausencia de datos perfectos y demasiado reticentes a contar las
cosas tal y como son.
No todos
somos tan precavidos. John Schellnhuber, director fundador del Instituto
Potsdam para la Investigación sobre los Impactos del Clima, es probablemente el
científico del clima más influyente que podáis conocer. Entre otras cosas,
Schellnhuber fue el que propuso la barrera de 2 grados centígrados que fue
inicialmente adoptada por el Gobierno alemán y la Unión Europea y finalmente
plasmado en el Acuerdo sobre el Clima de París. En 2011, Schellnhuber fue
ponente invitado en la conferencia en Melbourne ¿Cuatro grados o más?
Australia en un mundo caliente. Su respuesta a la retórica pregunta “¿Cuál
es la diferencia entre un mundo con 2 grados de calentamiento y uno con 4
grados?" fue tan brutal como breve: “La civilización humana”
En realidad
nosotros, los científicos del clima, somos un grupo raro. Como el resto de la
profesión científica, nos levantamos cada mañana y vamos a nuestras oficinas,
laboratorios o campos de estudio. Recogemos y analizados nuestros datos y
escribimos nuestros trabajos para publicaciones científicas. Pero aquí es donde
nos salimos del guion: somos los únicos miembros de la profesión científica que
cada día esperan estar equivocados.
Esperamos
estar equivocados sobre cómo el ritmo de subida del nivel del mar se está
acelerando tanto que las viviendas de quizá miles de millones de personas
podrían quedar inundadas para finales de siglo. Esperamos estar equivocados
sobre la muerte de nuestro icono natural más preciado, la antaño magnífica Gran
Barrera de Coral. Esperamos estar equivocados sobre cómo el ritmo de deshielo
de glaciares en los Andes y el Altiplano Tibetano amenaza el suministro de agua
dulce de más de una sexta parte de la población mundial. Esperamos estar
equivocados sobre cómo el desplazamiento de personas por todo el planeta,
debido a los crecientes desastres relacionados con el clima, podría hacer que
la actual crisis de refugiados parezca insignificante. Esperamos, esperamos,
esperamos…
El marxista
italiano de principios del siglo XX Antonio Gramsci lo reflejó de la forma más
elegante cuando escribió sobre la tensión entre el “pesimismo del intelecto y
el optimismo de la voluntad”. Él, desde luego, no se estaba refiriendo al
cambio climático, pero bien podía haber estado haciéndolo.
La ración
diaria de historias relacionadas con el cambio climático en mi correo refleja
esta tensión. Está repleta de ejemplos de nuevas granjas solares, interesantes
avances tecnológicos en almacenamiento en baterías, del aumento de desinversión
en combustibles fósiles por parte de empresas e incluso gobiernos. Pero
dispersos entre estas historias para sentirse bien hay momentos de puro terror
paralizante que no deja dormir por la noche: aceleración de la pérdida de hielo
en el Antártico, debilitamiento de la corriente del Golfo, temperaturas del
Ártico que el febrero pasado llegaron a superar en 25 grados centígrados las
temperaturas normales. (¡Si, 25! No es una errata)
Se supone
que los científicos deben ser objetivos, sopesando calmadamente las pruebas
como doña Justicia con los ojos vendados, en vez de ser seres humanos con
defectos y asustados, metidos dentro de un tiovivo emocional que diariamente
oscila entre la esperanza y la desesperación.
La salud
emocional de los científicos del cambio climático ha atraído la atención
científica en sí misma. Un estudio realizado por Lesley Head y Theresa Harada,
publicado el año pasado en Emotion, Space and Society, basado en
entrevistas con 13 científicos australianos con la intención de describir el
“trabajo emocional” que implicainvestigar sobre cambio climático. Citando a
científicos bajo seudónimos, el estudio exploraba la frustración y la ansiedad
que sienten algunos científicos del clima que como mínimo saben que están
sujetos a unos estándares de infalibilidad más exigentes que otros científicos,
y en circunstancias más extremas se han enfrentado a correos de odio e incluso
a amenazas de muerte. Los mecanismos para poder hacerle frente van desde el
humor negro, evitar mencionar el trabajo en ocasiones sociales a leer novelas
superficiales para desconectar.
La psique de
los científicos del clima has sido incluso explorada a través del arte. En
2014, un estudiante de posgrado de la ANU, Joe Duggan, comenzó a pedir a los
científicos del clima que le enviasen una carta corta, escrita a mano sobre
cómo se sentían acerca del cambio climático. La exhibición de las cartas que
resultó de ello, ¿Es así como te sientes?,reveló desaliento,
ansiedad, frustración, miedo, depresión, furia, desánimo y tristeza, pero
también esperanza, optimismo y su determinación de no abandonar.
A veces me
gustaría dejarlo. En algún momento del pasado yo fui una bióloga. Lo echo de
menos. Pero después de perseguir hormigas por el bush australiano
durante cuatro años a finales de los 80 para conseguir el doctorado en ecología
del comportamiento, estaba lista para un cambio. “El cambio climático puede ser
una opción” (o algo parecido), me dijo mi supervisor del doctorado. En ese
momento me pareció una buena idea y mucho más útil para prepararme para un
trabajo que pagase más que las hormigas. En los más de 20 años que han pasado
desde entonces he descubierto que la ciencia del cambio climático es el
"Hotel California" de la investigación, puedes dejarlo cuando
quieras, pero el reto moral (citando a un antiguo primer ministro) que viene
con ello significa que dejarlo no es ni siquiera una opción.
En mis días
más oscuros miro a las investigaciones a mí alrededor y me pregunto. ¿Cuál es
el sentido, por ejemplo, de secuenciar el genoma de esta criatura o esta otra,
si esa criatura puede que tenga un tiempo tan limitado en este planeta que todo
ese conocimiento será para nada? Al mismo tiempo envidio a aquellos colegas
para los que el peor problema de su vida académica es perder una subvención o
que un trabajo sea rechazado. Qué simple parece esa vida.
No todo es
negro, por supuesto. Paris en diciembre de 2015 fue un momento glorioso y
esperanzador. Cuando el entonces ministro de exteriores francés Laurent Fabius
anunció la llegada de un Acuerdo sobre el clima en aquella habitación de Le
Bourget hubo abrazos y besos y lágrimas de alivio. Y el tsunami de inversión a
nivel mundial en energía renovable desde entonces continúa aumentando,
superando ahora a la inversión en combustibles fósiles por un margen que sigue
creciendo. Pero incluso estas luces brillantes no son suficientes. El último
informe de las Naciones Unidas sobre el margen de emisiones dice que con las
tendencias actuales se puede conseguir solo un tercio de la reducción de uso de
energía necesaria para mantenernos bajo el objetivo de los 2 grados
centígrados.
Mientras
tanto, aquí en casa, el desastre que es la política sobre el clima australiana
renquea gracias a algunos diputados tan fosilizados como su combustible
favorito. Desafiando las tendencias mundiales, el Gobierno ha reculado en el Objetivo
para Energías Renovables y seguimos siendo el único país desarrollado que ha
derogado el precio al carbono. Las emisiones australianas continúan aumentando
y en 2015 la organización independiente Climate Action Tracker (Rastreadores de
acción climática) nos consideró el país con la mayor diferencia relativa entre
nuestra trayectoria de emisiones y nuestras promesas en París.
A un nivel
personal, el maravilloso Desmond Tutu nos aporta algo de consuelo. Su
llamamiento a “Hacer tu poquito de bien donde te encuentres; esos poquitos de
bien juntos son los que embargan al mundo” está escrito en un pósit encima de
mi ordenador. Cada
día cuando me levanto, voy a mi oficina a escribir mis trabajos y preparar mis
diapositivas, intentando hacer mi poquito de bien con esperanza.
*****
LESLEY
HUGHES es una ecologista, profesora de biología en la Universidad Macquarie que
investiga los impactos del cambio climático en especies y ecosistemas. Es
consejera en el organismo público, Consejo del Clima
de Australia.
Traducido por Eva Calleja.
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