La historia contemporánea de América Latina está ligada a importantes procesos
de lucha, no solo de movimientos
sociales cuyos protagonistas fueron obreros y campesinos, sino también a
las reivindicaciones y reformas exigidas por el movimiento estudiantil en el campo educativo. El
caso de la conocida “Reforma de Córdoba “─que tuvo lugar hace cien años en Argentina (1918) ─,
es un ejemplo de cómo los estudiantes se plantearon una acción movilizadora para influir definitivamente en la educación y en la
sociedad, como un movimiento de reivindicación
política y pedagógica. Exigencia de reformas concretas como la participación
estudiantil, la democratización en las decisiones, la gratuidad de la
enseñanza, la creación de nuevas facultades de estudios y carreras, y el
desafío al control del Estado y el gobierno sobre la universidad, fueron
claves en este fenómeno estudiantil que luego originara grandes cambios en nuestro continente.
Aquella reforma fue impulsada por un
rebelión estudiantil iniciada en la Universidad Nacional de Córdoba, cuyo
documento base fue el Manifiesto Luminar,
sentando las bases del actual sistema
universitario. Principios tales como la autonomía universitaria, el cogobierno, la extensión universitaria, la
libertad de cátedra, expandieron a partir de entonces
su influencia al resto de América Latina.
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CELEBRACIÓN DEL CENTENARIO DEL GRITO DE CÓRDOBA.
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Nicolás Lynch
Otra Mirada lunes 2 de julio del 2018.
Si algún hecho en nuestra América en
el último siglo encarnó la palabra reforma, éste fue el grito de Córdoba, que hace
referencia a la publicación del Manifiesto
Liminar el 21 de junio de 1918, por la Federación
Universitaria de la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina. Este
manifiesto da inicio al movimiento continental por la Reforma Universitaria, que llega al Perú al año siguiente 1919,
en el que los estudiantes de San Marcos
darían comienzo a un movimiento que alcanza hasta nuestros días.
Lo que nos corresponde a los universitarios, así como a los diversos
sectores democráticos del Perú es la celebración de este centenario virtuoso,
porque lo que define a la universidad
pública, como espacio democrático productor de conocimientos, tiene
como punto de partida aquel manifiesto levantado por los estudiantes de Córdoba
hace un siglo.
El
movimiento reformista
pone el acento en dos cuestiones fundamentales: la democracia y la calidad de la
enseñanza, pero ambas juntas conjugándose para definirse mutuamente. Democracia
para el acceso y el gobierno de la universidad, así como para el
pluralismo en la enseñanza; calidad para concebir a la universidad como un espacio productor de conocimientos pertinentes
para el desarrollo nacional y el bienestar de la población. Todo ello en un
ambiente de autonomía del poder de
turno, ayer oligárquico y hoy neoliberal, para poder llevar adelante estos objetivos
programáticos.
Esto es especialmente importante de
recordar en el Perú, en un momento
en el que vivimos en el ámbito universitario un contrarreforma privatizadora,
que se quiere hacer pasar como “reforma
universitaria”, violando todos y cada uno de los principios de Córdoba, de la democracia a la calidad y en especial
la indispensable autonomía que define a los anteriores.
La
reforma universitaria en el Perú,
sin embargo, ha sido un largo proceso de avances y retrocesos que ha ido casi
paralelo a la democratización del país
y las respectivas reacciones autoritarias en estos cien años. Se han dado ocho
normas, la mayor parte leyes, que han asumido en mayor o menor medida el
espíritu reformista. Empero, el énfasis del movimiento universitario ha estado puesto en el aspecto democrático
más que en la calidad producto de las sucesivas agresiones sufridas por
la universidad, especialmente por la pública.
Las agresiones han ido de
la represión abierta —enseño en una universidad
que en mi tiempo de vida, específicamente durante la dictadura de Fujimori y Montesinos, fue ocupada por
el Ejército Peruano e intervenida directamente por el Poder Ejecutivo— al
abandono del Estado, principalmente económico y a la contrarreforma
privatizadora, actualmente en curso.
Las agresiones han tenido
respuesta en la rebeldía,
principalmente estudiantil, lo que llevó en los últimos cuarenta
años a una importante radicalización de este estamento. La radicalización, sin
embargo, ha sido moderada con la vuelta de la democracia pero ha dejado la
semilla de la desconfianza contra el poder de turno. Uno de los productos
internos de esta rebeldía universitaria ha sido la mediocridad, especialmente docente,
que ha significado que durante varias décadas lleguen a la cátedra personas
cuyo mérito ha sido ser clientela política de los líderes estudiantiles, sin
mérito alguno para ello.
Las
agresiones externas y la mediocridad
han impedido que pasemos de la universidad oligárquica a la universidad
reformada, dejándonos en el pantano incierto de las promesas
incumplidas. Este lastre se arrastra hasta el presente y es uno de los
problemas principales para llevar adelante la reforma.
Este bloqueo de la reforma
universitaria es el marco de la situación actual. Hoy vivimos el
momento de la contrarreforma privatizadora. Esta contrarreforma tiene dos
hitos, uno el DL 882 de 1997, que
permite la creación de universidades con fines de lucro y manejo empresarial, y
otro con la creación de la SUNEDU,
por la ley 30220, como instancia
reguladora desde afuera del sistema universitario. Con esto se persiguen dos
objetivos, poner a las universidades en el ámbito del mercado e introducir en
las universidades públicas una racionalidad tecnocrática, de enseñanza e
investigación, de acuerdo también al mercado y a la empresa privada.
Lo interesante es que la contrarreforma privatizadora se da hoy
en los marcos de una ley universitaria que se ha convertido en si misma en un
terreno de lucha. Fruto del reclamo reformista, la ley tiene algunos aspectos
positivos de gobierno y estructura académica, y otros perversos, como es el
caso de la SUNEDU.
Lo que cabe entonces, en
este ánimo celebra torio de los cien
años del grito de Córdoba, es levantar las banderas de democracia y calidad académica para derrotar a
tecnócratas y mediocres y finalmente extirpar el tumor maligno que es la SUNEDU, para salir del pantano y avanzar en el logro de
una Universidad
democrática y reformada.
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