Argentina, el Fondo Monetario Internacional
y el stand-by.
La cesión de soberanía adquiere una nueva dimensión e implica que el
gobierno de Macri consultará
cualquier decisión de política económica con el Fondo.
La economía macrista llega al acuerdo con el FMI luego de fallar recurrentemente en todas sus políticas y
previsiones.
Combina lo peor de las
políticas económicas de la década del ochenta
con ingredientes muy nocivos del programa económico de los noventa.
Ahora le agregó cesiones
inéditas de autonomía en el manejo de la
política económica.
Con el crédito
del Fondo, la deuda pública se ubicará en niveles cercanos al 80 por ciento del
PIB.
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ARGENTINA: LA PRESIDENTA LAGARDE.
El acuerdo stand-by con el FMI. Pérdida de soberanía económica y política.
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La cesión de soberanía con el crédito stand-by adquiere una nueva dimensión
e implica que el gobierno de Macri consultará cualquier decisión de política
económica con el Fondo Monetario. El acuerdo combina lo peor de las políticas
económicas de la década del ochenta con ingredientes muy nocivos del programa
económico de los noventa. Y ahora le agregó cesiones inéditas de autonomía en
el manejo de la política económica.
Pablo J López.
Página/12 domingo 1 de julio del 2018.
A fines de 1984, Argentina firmó un acuerdo stand-by con el
Fondo Monetario Internacional, FMI ante la imposibilidad de generar los dólares para pagar la
deuda externa que la dictadura cívico–militar se había encargado de
sextuplicar. El acuerdo contenía cuatro condiciones básicas: incremento de
tarifas, aumento del tipo de cambio, ajuste fiscal y contracción monetaria, con
la consiguiente alza de la tasa de interés. A cambio, el país recibiría los
montos acordados con el FMI en
módicas cuotas, sujeto al cumplimiento de estrictas metas. Como documenta la
investigadora Noemí Brenta, en
febrero de 1985 el Fondo ya consideraba incumplidas las metas porque las
políticas no habían sido lo suficientemente restrictivas, por lo que el acuerdo
debió ser renegociado. Este proceso se repitió una y otra vez y la
suerte de la economía argentina durante la década del ochenta, al igual que el
resto de las economías de la región, quedó signada por las condicionalidades y
renegociaciones permanentes con el FMI.
Así, cualquier intento de realizar políticas expansivas, favorables a la
reactivación productiva o de recomposición del salario real, quedaron
sepultadas antes de entrar en vigencia.
Luego de algunos intentos del gobierno de Alfonsín de imponer una
dura negociación con los acreedores externos, éstos se abroquelaron detrás del FMI y los grados de autonomía se redujeron
notablemente para las economías latinoamericanas. No sólo el Fondo, sino que bancos privados internacionales y otros
organismos multilaterales no habilitaron ningún tipo de negociación ni
desembolso que no fuera acordado por el FMI.
En la visión
del organismo financiero internacional, la disciplina fiscal y la elevación de
la tasa de interés local generarían entrada de capitales, que combinadas con
caídas del salario y aumentos del tipo de cambio permitirían atraer las divisas
necesarias para corregir el déficit externo y, sobre todo, pagar la deuda. Sin
embargo, nada de esto ocurrió.
La historia
de nuestro país durante la década del ochenta es una historia de estancamiento
(con una caída del PIB del 9 por
ciento acumulado), aumento de la tasa de desempleo (fundamentalmente en el
sector industrial), caída del salario
real acumulada de más de 20 puntos porcentuales, tasas de inflación
descontroladas e incapacidad para generar divisas ante un problema de deuda que
no encontraba solución.
La reducción
del gasto no produjo el ajuste fiscal esperado, sino que le quitó uno de los
motores fundamentales de dinamismo a la demanda agregada. Por su parte, los
aumentos del tipo de cambio y de tarifas, además de estancar el consumo,
no corrigieron los desequilibrios externos, sino que avivaron la inflación que
retroalimentó a la dinámica del tipo de cambio y en, última instancia, se
volvió un espiral imparable con efectos desastrosos sobre la actividad
económica. En ese contexto, la inversión no tuvo incentivos a responder.
Deuda.
A diferencia
de lo ocurrido en la década del ochenta, el Gobierno de Macri no tuvo que
lidiar con un nivel de deuda insostenible al inicio de su mandato. Sin embargo,
se expuso a un esquema de incremento de deuda y apertura financiera
descontrolada que hicieron tambalear la economía al primer sacudón
internacional.
La deuda pública bruta pasó de un
nivel cercano al 40 por ciento del PIB a fines de 2015, al 57 por ciento hacia
el cierre de 2017. Considerando la reciente devaluación (que reduce el PIB
en dólares, pero no la deuda que en su mayor parte está nominada en moneda
extranjera) y los 15.000 millones de dólares desembolsados por el FMI, la deuda
se ubicará probablemente en niveles cercanos al 80 por ciento del PIB.
Vale
recordar que para los países en desarrollo, el propio FMI recomienda mantener
los niveles de deuda por debajo del 60 por ciento del PIB como condición de su
sostenibilidad. Este no es un dato menor: Argentina ya está entre los países
más endeudados de la región compitiendo cabeza a cabeza con Brasil.
Paralelamente
al vertiginoso aumento de la deuda, el Gobierno fue desarmando los controles a
los movimientos de capitales y generó un esquema de tasa de interés doméstica y
tipo de cambio que garantizó una alta rentabilidad en dólares a los capitales
especulativos de corto plazo durante 2016 y 2017.
A capacidad
de desestabilización de este tipo de esquemas quedó evidenciada en los últimos
meses, cuando ciertas señales del mercado externo revirtieron el flujo.
Exigencias.
Para
desmitificar cualquier relato oficial, la letra de la Carta de Intención
firmada con el FMI muestra que no sólo sigue primando en el organismo la misma
lógica que aquellos de la década del ochenta, y que fueron la regla desde
entonces, sino que algunos elementos agravan aún más la cesión de márgenes de
libertad por parte del Gobierno.
Vale repasar los principales puntos:
El acuerdo ratifica el rumbo en materia tarifaria, con el
compromiso de futuras reducciones en los subsidios a los servicios públicos y
la declaración que ello se reflejará en los precios que pagan los
consumidores.
El ajuste fiscal constituye el corazón del
programa, junto con la flexibilidad en el tipo de cambio.
Las supuestas salvaguardas al gasto social no son
tales, sino simplemente el sostenimiento de ciertos programas que no se
ampliarán más allá de lo existente, ni podrán crearse nuevos.
Se sigue exigiendo una fuerte restricción monetaria con un
condimento adicional: se reclama el cambio en la Carta Orgánica del Banco
Central, legislada por el Congreso de la Nación, para prohibir el
financiamiento al Tesoro Nacional y centrar el objetivo de la institución
exclusivamente en el combate a la inflación.
Una vez más, se supone que la disciplina fiscal (alcanzada
únicamente a fuerza de reducción del gasto) atraerá inversiones privadas
locales y externas, que junto con el aumento del tipo de cambio constituirán
los motores del crecimiento económico. Y una vez más se soslayan los efectos
inflacionarios del alza del tipo de cambio y la dependencia del resultado
fiscal de la actividad económica por más reducción del gasto que se
ensaye.
Pobreza y degeneración política. Ni la corbata puede ponerse libre y personalmente. La Sra Lagarde la Presidenta - y "propietaria" del FMI - acomoda y pone la Corbata al "pobre" señor MACRI. Vergüenza política en extremos de sometimiento a los designios políticos del FMI.
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Soberanía.
La cesión de
soberanía adquiere una nueva dimensión e implica que el Gobierno consultará
cualquier decisión de política económica con el Fondo. El Banco Central no
podrá revisar su programa de metas de inflación, ni bajar las tasas de interés
ni modificar su política cambiaria sino lo aprueba el organismo financiero
internacional. La independencia que se le exige a la autoridad monetaria es
respecto de las necesidades del desarrollo nacional, a cambio de una fuerte
dependencia del organismo.
Como si todo
esto fuera poco, la vocación privatizadora del FMI se expresa en el programa
pactado, escondiéndose detrás de la intención de liquidar los activos del Fondo
de Garantía de Sustentabilidad de la Anses. Esto implicará no solo la
descapitalización del Fondo de Jubilaciones y Pensiones (y del Estado), sino
también le quitará herramientas al Estado para generar dinámicas virtuosas con
el sector privado.
De esta
manera, este acuerdo con el FMI al que el gobierno llega luego de fallar
recurrentemente en todas sus políticas y previsiones, combina lo peor de las
políticas económicas de la década del ochenta, con ingredientes muy nocivos del
programa económico de los noventa, agregándole cesiones inéditas de autonomía en el manejo de la
política económica.
* Economista, Unpaz/UBA.
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