El socialismo
produjo justicia, comenzó a borrar las asimetrías económico-sociales
pero, tal como lo apunta Yassel Padrón,
“compitió en el propio terreno” del
capitalismo. Es decir: se enfrentó especularmente. A cada misil estadounidense
se le oponía un misil soviético; a cada avance tecnológico capitalista se
buscaba uno similar con carácter “proletario y revolucionario”. Pero si de producir
riqueza se trata (entendiendo como tal la sumatoria de bienes y servicios), el
capitalismo definitivamente tiene la delantera. La tiene, al menos con ese
esquema, porque hace siglos que viene acumulando, y la riqueza producida lo es
a partir del trabajo alienado de la clase trabajadora. Es decir: el verdadero productor
no es dueño de lo producido sino que, plusvalía mediante, los propietarios de
los medios de producción embolsan esa riqueza. La acumulación alcanzada por los grandes capitales hoy día es fabulosa, sin
parangón. ¿Hay que generar algo igual desde el socialismo para poder beneficiar
a la totalidad de la población? Los planes quinquenales no consiguieron esa
abundancia. ¿Por qué?
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REFLEXIÓN SOBRE EL TRABAJO SOCIALISTA.
“El ojo del amo engorda el ganado”.
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Marcelo Colussi.
Rebelión viernes 4 de enero del 2018.
Que el hombre
sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario es una cosa interna y que
el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo voluntario por el ambiente es
otra. Las dos deben estar unidas. El
ambiente debe ayudar a que el hombre sienta la necesidad de hacer trabajo
voluntario, pero si es solamente el ambiente, las presiones morales las que
obliguen a hacer al hombre trabajo voluntario, entonces continúa aquello que
mal se llama la enajenación del hombre. Ernesto Guevara
El cubano Yassel Padrón afirma, observando los
socialismos reales surgidos como primeras experiencias de Estados
revolucionarios durante el siglo XX, que “El
principal error que se cometió en el socialismo real fue competir con la
producción capitalista en su propio terreno”. La consideración
es muy válida, y plantea interrogantes: ¿qué se esperaba de una sociedad regida
por la clase trabajadora, donde desaparecen los propietarios individuales de
los medios de producción?
Los interrogantes abiertos son múltiples: acerca del
carácter y naturaleza de esa nueva sociedad en formación, sobre la forma en que
se podrá terminar definitivamente con las injusticias conocidas en el capitalismo
y, quizá como cuestión clave, la posibilidad de construir el socialismo en un solo país. En
relación a esto último, la experiencia de esos primeros pasos (Unión Soviética, China, Cuba) muestra
que es posible a medias.
Construir y mantener un paraíso de igualdad en medio
del ataque furioso del mundo capitalista es sumamente difícil. Países
inconmensurablemente grandes y ricos en recursos, como Rusia o China, pudieron sostener, no sin dificultades, un proyecto
socialista, afianzarse y crecer en todo sentido, garantizando equidad para su
población. Pero la historia deja muchas preguntas: ¿por qué cayó la Unión Soviética?, ¿por qué la República
Popular China se abrió a mecanismos de mercado?
En países mucho menos ricos, con menos recursos (Cuba, Nicaragua, Norcorea, Vietnam),
la cuestión se acrecienta: ¿por qué allí se buscan salidas de capitalismo
controlado? ¿Acaso el socialismo no logra las cuotas de justicia que se esperaba?
Todo indica que sí: “En el mundo hay
200 millones de niños de la calle. Ninguno de ellos vive en Cuba”, pudo
decir con sano orgullo Fidel Castro. Sin ningún lugar a dudas, los
modelos socialistas llenaron las necesidades básicas de los pueblos infinitamente
más que los planteos capitalistas. Pero queda una duda: ¿por qué las
experiencias de socialismo no siguieron adelante con su esquema inicial sin
tropiezos, y por qué en muchos casos involucionan hacia formas de libre
mercado? ¿La población se cansó de la
escasez? ¿Quizá la producción planificada lleva inevitablemente a ese
aburrimiento?
La respuesta puede darse en dos vías: por un lado, porque parece imposible desarrollar
plenamente una experiencia socialista, antesala del comunismo, de la sociedad sin clases (“productores libres asociados” dirá
Marx) en el mar de países capitalistas que acechan. La caída de la Unión Soviética
es, seguramente, el ejemplo más evidente. Por otro lado, la cultura del
individualismo que lega el capitalismo está hondamente arraigada, y todo indica
que se necesitarán muchas, decididamente muchas generaciones para poder cambiar
eso, lo cual requiere harto tiempo. Y en eso queremos profundizar ahora.
El socialismo
produjo justicia, comenzó a borrar las asimetrías económico-sociales
pero, tal como lo apunta Yassel Padrón,
“compitió en el propio terreno” del
capitalismo. Es decir: se enfrentó especularmente. A cada misil estadounidense
se le oponía un misil soviético; a cada avance tecnológico capitalista se
buscaba uno similar con carácter “proletario y revolucionario”. Pero si de producir
riqueza se trata (entendiendo como tal la sumatoria de bienes y servicios), el
capitalismo definitivamente tiene la delantera. La tiene, al menos con ese
esquema, porque hace siglos que viene acumulando, y la riqueza producida lo es
a partir del trabajo alienado de la clase trabajadora. Es decir: el verdadero productor
no es dueño de lo producido sino que, plusvalía mediante, los propietarios de
los medios de producción embolsan esa riqueza. La acumulación alcanzada por los grandes capitales hoy día es fabulosa, sin
parangón. ¿Hay que generar algo igual desde el socialismo para poder beneficiar
a la totalidad de la población? Los planes quinquenales no consiguieron esa
abundancia. ¿Por qué?
Tema difícil,
espinoso: el
socialismo real pudo repartir equidad (¡no hay niños de la calle!), pero no sobra la riqueza. Y en un
mundo mayoritariamente capitalista, donde los oropeles y espejos de colores
siguen encegueciendo a las grandes mayorías, esas carencias se pagaron caro.
Eso fue, junto a otra suma de errores, lo que catapultó la caída de la URSS. Y lo que hizo que China (¿también Cuba, Vietnam y Norcorea?) buscara
mecanismos capitalistas para apurar ese crecimiento económico.
Sin dudas, China
lo está logrando. Con su difícilmente comprensible (para los occidentales) “socialismo de
mercado”, en 30 años
multiplicó por 17 su PIB por habitante, cosa que ningún país capitalista ha
conseguido jamás. Ahora ahí hay riqueza, abunda, florece por todo el país. Lo
cual abre inquietantes dudas: ¿no hay más
alternativas que la super explotación de la clase trabajadora para lograr eso?
Para llegar a la esperanzadora situación descrita por Marx en 1875,
en la Crítica al Programa de Gotha, que anuncia “De cada quien según sus capacidades, a cada quien según sus
necesidades”, debe transitarse aún por el socialismo (“primera fase de la
sociedad comunista”), donde la regla sería “De cada quien según sus capacidades, a cada quien según su trabajo”.
Esto es: se consume de acuerdo a lo que se produce, a lo que se aporta;
principio donde aún resuenan los aires capitalistas, donde prima el
individualismo.
¿Acaso no hay
otra forma de incentivar la producción que no sea a través del premio material,
premio al propio esfuerzo? En la Unión
Soviética, durante la era
estalinista de entreguerras, hubo un movimiento que intentó fomentar el aumento de la productividad: el stajanovismo (impulsado
por el minero Alekséi Stajánov),
consistente en el pago de bonos extras
por el aumento de la producción. “Bajo
el capitalismo, esto es una tortura, o un engaño”, dijo Lenin
refiriéndose a los premios que otorgaba a sus trabajadores la industria estadounidense. “Hay elementos de “tortura y engaño” en los récords soviéticos también”,
agregó León Sedov (hijo mayor de Trotsky), analizando el stajanovismo,
que no es sino una fórmula capitalista de fomento del individualismo, del
premio al voluntarismo personal.
¿Cuál es la clave para fomentar la productividad entonces, si entendemos que ese es el camino para el
aumento de la riqueza? ¿Estaremos
condenados a aquella máxima de “el ojo
del amo engorda el ganado”? La rígida planificación estatal se mostró
cuestionable. Los cambios introducidos por Mijaíl
Gorbachov con su intento de reestructuración (Perestroika) intentaban introducir incentivos personales de tipo
stajanovista. Los resultados ya son demasiado conocidos.
El actual “socialismo de mercado” chino logró un
aumento impresionante de la riqueza
nacional en unas pocas décadas. Todo pareciera indicar, entonces, que la competencia es fuente de desarrollo.
¿Qué decir ante todo esto? Si el
socialismo es posible a partir de una fenomenal riqueza generada por la
industria moderna, ¿no queda más alternativa que establecer lógicas de mercado,
(controladas por el Estado socialista en
todo caso, como se supone que es China), fomento del individualismo para acumular riquezas? Debate impostergable
que aquí solo se esboza, invitando a desarrollarlo exhaustivamente.
Por lo pronto, algunas conclusiones (quizá
preliminares), para ampliar esa discusión:
1) las únicas
experiencias socialistas reales no vinieron de países industrializados, sino
fundamentalmente agrarios.
2) tenemos muy
internalizada la idea que riqueza es hiper-consumo, acumulación de bienes;
quizá se trate de cambiar ese modelo (atentatorio de la dignidad humana y del
planeta).
3) la solidaridad
y el espíritu comunitario, producto de un milenario esquema individualista que
nos rige, exponencialmente
potenciado por el capitalismo, deben fomentarse (tarea del Estado socialista),
no nacen solos.
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