Pero, dicho todo esto: ¿significa que el régimen de Bolsonaro se abstendrá de
aplicar las brutales políticas
represivas que caracterizaron a los fascismos
europeos. ¡De ninguna manera! Lo dijimos antes, en la época de las dictaduras genocidas “cívico-militares”:
estos regímenes pueden ser –salvando el caso de la Shoa ejecutada por Hitler-
aún más atroces que los fascismos europeos. Los treinta mil detenidos-desaparecidos en la Argentina y la generalización de formas execrables de tortura y
ejecución de prisioneros ilustran la perversa malignidad que pueden adquirir
esos regímenes; la fenomenal tasa de detención por cien mil habitantes que
caracterizó a la dictadura uruguaya
no tiene parangón a nivel mundial; Gramsci sobrevivió once años en las mazmorras del fascismo italiano y en la Argentina hubiera sido arrojado al mar
como tantos otros días después de su detención. Por eso, la renuencia a
calificar al gobierno de Bolsonaro como
fascista no tiene la menor intención de edulcorar la imagen de un personaje
surgido de las cloacas de la política
brasileña; o de un gobierno que será
fuente de enormes sufrimientos para el pueblo brasileño y para toda América
Latina. Será un régimen parecido a las más
sanguinarias dictaduras militares conocidas en el pasado, pero no será fascista. Perseguirá, encarcelará y
asesinará sin merced a quienes resistan sus atropellos. Las libertades serán coartadas y la cultura sometida a una persecución sin precedentes para erradica “la ideología de género” y cualquier
variante de pensamiento crítico. Toda persona u organización que se le oponga
será blanco de su odio y su furia. Los Sin Tierra, los Sin Techo, los
movimientos de mujeres, los LGTBI, los sindicatos obreros, los movimientos
estudiantiles, las organizaciones de las favelas, todo será objeto de su
frenesí represivo.
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El Señor Jair Mesías Bolsonaro, juró ayer 1 de enero como nuevo Presidente de Brasil, como representante de la ultra-derecha. Lo simpático de su primera foto - está a su lado - nada menos que el Primer Ministro de Israel - otro de los fieles servidores del imperio yanqui - señor Benjamín Netanyahu.
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BOLSONARO Y EL FASCISMO.
“La ultraderecha en el Gobierno de Brasil”.
*****
Atilio A. Boron.
Rebelión miércoles 2 de enero del 2019.
Se ha vuelto un
lugar común caracterizar al nuevo gobierno de Jair Bolsonaro como “fascista”. Esto, a mi
juicio, constituye un grave error. El
fascismo no se deriva de las características de un líder político por más
que en los tests de personalidad –o en las actitudes de su vida cotidiana, como
en el caso de Bolsonaro- se
compruebe un aplastante predominio de actitudes reaccionarias, fanáticas,
sexistas, xenofóbicas y racistas. Esto era lo que medían los sociólogos y psicólogos sociales
estadounidenses a la salida de la Segunda Guerra Mundial con la famosa “Escala F”, donde la efe se refería al fascismo. Se pensaba en esos momentos, y algunos todavía alimentan
esa creencia, que el fascismo era la
cristalización en el plano del Estado y
la vida política de personalidades desquiciadas, portadoras de graves
psicopatologías, que por razones circunstanciales se habían encaramado al
poder. La intencionalidad política
de esta operación era obvia: para el pensamiento convencional y para las
ciencias sociales de la época la catástrofe del fascismo y el nazismo debían ser atribuidas al papel de algunos
individuos: la paranoia de Hitler o
los delirios de grandeza de Mussolini.
El sistema, es decir, el capitalismo
y sus contradicciones, era inocente y no tenía responsabilidad alguna ante el holocausto de la Segunda Guerra Mundial.
Descartada esa visión hay quienes insisten que la
presencia de movimientos o inclusive
partidos políticos de clara inspiración fascista inevitablemente teñirán de modo indeleble al gobierno de Bolsonaro. Otro error: tampoco son ellas las que definen la naturaleza
profunda de una forma estatal como el fascismo.
En el primer peronismo de los años
cuarenta así como en el varguismo
brasileño pululaban en los círculos cercanos al poder varias organizaciones
y personajes fascistas o fascistoides.
Pero ni el peronismo ni el varguismo construyeron un Estado fascista. El peronismo clásico
fue, usando la conceptualización gramsciana,
un caso de “Cesarismo progresivo” al
cual sólo observadores muy prejuiciados pudieron caracterizar como fascista debido a la presencia en
él de grupos y personas tributarios de esa ideología. Esos eran fascistas pero el gobierno de Perón no lo fue. Viniendo a nuestra época: Donald Trump es un fascista, hablando de su personalidad, pero el
gobierno de EEUU no lo es.
Desde la perspectiva del materialismo histórico al fascismo no lo definen personalidades ni
grupos. Es una forma excepcional del Estado capitalista, con
características absolutamente únicas e irrepetibles. Irrumpió cuando su modo ideal de dominación, la democracia burguesa, se enfrentó a una gravísima crisis en el período
transcurrido entre la Primera y la
Segunda Guerra mundiales. Por eso decimos que es una “categoría histórica” y que ya no
podrá reproducirse porque las condiciones que hicieron posible su surgimiento
han desaparecido para siempre.
¿Cuáles fueron
las condiciones tan especiales que demarcaron lo que podríamos llamar
“la era del fascismo”, ausentes en
el momento actual, En primer lugar el fascismo fue la fórmula política con la cual un bloque dominante
hegemonizado por una burguesía nacional
resolvió por la vía reaccionaria y
despótica una crisis de hegemonía
causada por la inédita movilización insurreccional de las clases subalternas
y la profundización del disenso al interior del bloque dominante a la salida de
la Primera Guerra Mundial. Para
colmo, esas burguesías en Alemania e
Italia bregaban por lograr un lugar
en el reparto del mundo colonial y las enfrentaba con las potencias
dominantes en el terreno internacional, principalmente el Reino Unido y Francia. El resultado: la
Segunda Guerra Mundial. Hoy, en la era de la transnacionalización y la financiarización del capital y el
predominio de mega-corporaciones que
operan a escala planetaria la burguesía nacional yace en el cementerio de
las viejas clases dominantes. Su lugar lo ocupa ahora una burguesía imperial
y multinacional, que ha subordinado fagocitado a sus congéneres
nacionales (incluyendo las de los países del capitalismo desarrollado) y actúa
en el tablero mundial con una unidad de mando que periódicamente se reúne en Davos
para trazar estrategias globales de
acumulación y dominación política. Y sin
burguesía nacional no hay régimen fascista por ausencia de su
principal protagonista.
Segundo, los regímenes fascistas fueron radicalmente
estatistas. No sólo descreían de las políticas
liberales sino que eran abiertamente antagónicos a ellas. Su política económica fue intervencionista,
expandiendo el rango de las empresas
públicas, protegiendo a las del sector
privado nacional y estableciendo un férreo proteccionismo en el comercio
exterior. Además, la reorganización de los aparatos estatales exigida
para enfrentar las amenazas de la insurgencia
popular y la discordia entre “los de
arriba” proyectó a un lugar de prominencia en el Estado a la policía
política, los servicios de inteligencia y las oficinas de propaganda. Imposible
que Bolsonaro intente algo de ese
tipo dadas la actual estructura y complejidad del Estado brasileño, máxime cuando su política económica reposará en
las manos de un Chicago “boy” y ha
proclamado a los cuatro vientos su intención de liberalizar la vida económica.
Tercero, los fascismos europeos fueron regímenes de
organización y movilización de masas, especialmente de capas medias. A la vez que perseguían y destruían las organizaciones sindicales del proletariado
encuadraban vastos movimientos de las amenazadas capas medias y, en el caso italiano, llevando estos esfuerzos al ámbito obrero y dando origen a un sindicalismo
vertical y subordinado a los mandatos del gobierno. O sea, la vida social fue “corporativizada” y
hecha obediente a las órdenes emanadas “desde arriba”. Bolsonaro, en cambio, acentuará la despolitización -infelizmente
iniciada cuando el gobierno de Lula cayó en la trampa tecnocrática y creyó que el
“ruido” de la política espantaría a
los mercados- y profundizará la disgregación y atomización de la sociedad
brasileña, la privatización de la vida
pública, la vuelta de mujeres y
hombres a sus casas, sus templos y
sus trabajos para cumplir sus roles tradicionales. Todo esto se sitúa en
las antípodas del fascismo.
Cuarto, los fascismos fueron Estados rabiosamente
nacionalistas. Pugnaban por redefinir a su favor el “reparto del mundo” lo que los enfrentó comercial y militarmente
con las potencias dominantes. El nacionalismo de Bolsonaro, en cambio, es retórica insustancial, pura verborrea sin
consecuencias prácticas. Su “proyecto
nacional” es convertir a Brasil
en el lacayo favorito de Washington en
América Latina y el Caribe, desplazando a Colombia del deshonroso lugar de la “Israel sudamericana”. Lejos de ser reafirmación del interés
nacional brasileño el bolsonarismo
es el nombre del intento, esperamos que infructuoso, de total sometimiento y
recolonización del Brasil bajo la égida de Estados Unidos..
Pero, dicho todo esto: ¿significa que el régimen de Bolsonaro se abstendrá de
aplicar las brutales políticas
represivas que caracterizaron a los fascismos
europeos. ¡De ninguna manera! Lo dijimos antes, en la época de las dictaduras genocidas “cívico-militares”:
estos regímenes pueden ser –salvando el caso de la Shoa ejecutada por Hitler-
aún más atroces que los fascismos europeos. Los treinta mil detenidos-desaparecidos en la Argentina y la generalización de formas execrables de tortura y
ejecución de prisioneros ilustran la perversa malignidad que pueden adquirir
esos regímenes; la fenomenal tasa de detención por cien mil habitantes que
caracterizó a la dictadura uruguaya
no tiene parangón a nivel mundial; Gramsci sobrevivió once años en las mazmorras del fascismo italiano y en la Argentina hubiera sido arrojado al mar
como tantos otros días después de su detención. Por eso, la renuencia a
calificar al gobierno de Bolsonaro como
fascista no tiene la menor intención de edulcorar la imagen de un personaje
surgido de las cloacas de la política
brasileña; o de un gobierno que será
fuente de enormes sufrimientos para el pueblo brasileño y para toda América
Latina. Será un régimen parecido a las más
sanguinarias dictaduras militares conocidas en el pasado, pero no será fascista. Perseguirá, encarcelará y
asesinará sin merced a quienes resistan sus atropellos. Las libertades serán coartadas y la cultura sometida a una persecución sin precedentes para erradica “la ideología de género” y cualquier
variante de pensamiento crítico. Toda persona u organización que se le oponga
será blanco de su odio y su furia. Los Sin Tierra, los Sin Techo, los
movimientos de mujeres, los LGTBI, los sindicatos obreros, los movimientos
estudiantiles, las organizaciones de las favelas, todo será objeto de su
frenesí represivo.
Pero Bolsonaro no las tiene todas consigo y tropezará con muchas
resistencias, si bien inorgánicas y desorganizadas al principio. Pero sus
contradicciones son muchas y muy graves: el empresariado –o la “burguesía autóctona”, que no nacional,
como decía el Che- se opondrá a la
apertura económica porque sería despedazado por la competencia china; los militares en actividad no quieren ni oír hablar de una incursión en
tierras venezolanas para ofrecer su
sangre a una invasión decidida por Donald
Trump en función de los intereses nacionales de Estados Unidos; y las fuerzas populares, aún en su dispersión
actual no se dejarán avasallar tan fácilmente. Además, comienzan a aparecer
graves denuncias de corrupción
contra este falso “outsider” de la política que estuvo durante veintiocho años como diputado en el
Congreso de Brasil, siendo testigo o partícipe de todas las componendas que se
urdieron durante esos años. Por lo tanto, sería bueno que recordara lo ocurrido
con otro Torquemada brasileño: Fernando Collor de Melo, que
como Bolsonaro llegó en los noventas
con el fervor de un cruzado de la restauración moral y terminó sus días como
presidente con un fugaz paso por el Palacio
del Planalto. Pronto podremos saber qué futuro le espera al nuevo gobierno,
pero el pronóstico no es muy favorable y la
inestabilidad y las turbulencias estarán a la orden del día en Brasil. Habrá que estar preparados, porque la
dinámica política puede adquirir una velocidad relampagueante y el campo
popular debe poder reaccionar a tiempo. Por eso el objetivo de esta reflexión no fue entretenerse en una
distinción académica en torno a las diversas formas de dominio despótico en el capitalismo sino contribuir a una
precisa caracterización del enemigo, sin lo cual jamás se lo podrá combatir
exitosamente. Y
es importantísimo derrotarlo antes de que haga demasiado daño.
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