"Nuestro tiempo sería imposible de concebir sin la revolución humanista. Valores
como la libertad, la diversidad, la igualdad, la democracia, los derechos
humanos y la conciencia humana como motor de progreso moral, ahora son casi
paradigmas. Hoy casi todas las religiones aceptan estos valores como
fundamentales. Sin embargo, creo que es necesario observar que ninguno de esos
valores fue resultado de la lucha de ninguna religión dominante sino todo lo
contrario: esos nuevos valores encontraron enardecidas y brutales resistencias
de las fuerzas más conservadoras, generalmente apoyadas por las iglesias
oficiales de turno. La libertad fue maldecida por religiosos como Santa Teresa,
quien consideraba que la obediencia y el reconocimiento de la jerarquía
masculina era decisión de Dios. Hasta en el siglo XX, la democracia fue maldita
en algunos países y en para algunas tradiciones religiosas era obra del Demonio
que buscaba destruir las sanas jerarquías del mundo predicando desobediencia y
libertad. La diversidad, hasta no hace mucho, fue vista siempre como una
inmoralidad. La posibilidad de que diferentes religiones puedan tener partes de
verdad, fue siempre motivo de persecuciones, torturas y guerras sangrientas.
Incluso en la Europa renacentista, el antisemitismo y cualquier otro tipo de
discriminación y persecución racial era considerado una obligación ética,
cuando no las guerras santas, que hasta hoy sufrimos.
Es,
en este sentido, que alguna vez he dicho que el humanismo es la última gran utopía de
Occidente. Porque es en sus principios, como el valor de la humanidad como una
totalidad y de los individuos como una diversidad positiva, donde radica la
esperanza de un mundo que todavía sufre de canibalismo. Dudo que haya alguna
religión particular que pueda unir a la Humanidad y mitigar así sus trágicos
conflictos. No dudo tanto de que son los valores humanistas los únicos capaces
de unir la enorme heterogeneidad de la humanidad que, como una orquesta sinfónica, sea capaz de
tocar una misma sinfonía, armónica, gracias a la diversidad de sus
instrumentos".
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POR QUÉ EL ACTUAL ATAQUE CONTRA EL HUMANISMO ES UNA
CATÁSTROFE GLOBAL.
*****
Jorge Majfud.
ALAI. América Latina en
Movimiento.
Viernes 18 de enero del 2019.
Más allá de las variaciones, de las
ambigüedades y contradicciones que podemos observar en lo que llamamos
“humanismo”, como en cualquier fenómeno histórico y, sobre todo, humano, creo
que también podemos entender con una relativa claridad el Humanismo,
básicamente desde dos puntos de vista, uno diacrónico y otro sincrónico.
El
primero, por referirse a la historia,
es más “objetivo”, es decir, es más fácilmente contrastable con la literatura y el mar de documentos que
nos han llegado. El segundo, se
refiere más a una concepción filosófica
de lo que es.
Empecemos
por el segundo:
Sincrónico.
Cada vez que en alguna clase
menciono algún fenómeno social o algunos valores individuales como relativos al
humanismo, mis estudiantes casi automáticamente piensan que estoy recurriendo a
una explicación atea. Para algunos, humanismo y marxismo serían casi la misma
cosa. Este error conceptual no es casualidad, ya que es el mismo que se asume
en los medios y en muchos libros, incluso en algunos libros académicos de las
últimas décadas. Para mí decir que el humanismo es una concepción atea es tan
erróneo como decir que Dios y religión
son la misma cosa. Hoy en día, sobre todo entre los grupos más conservadores,
la sola idea de que alguien pueda prescindir de una religión para tener alguna
idea o creencia de Dios es por lo menos inconcebible. El rechazo espontáneo es
similar al que debió experimentar D. F.
Sarmiento al anarquismo de los gauchos. Al mismo tiempo que estos grupos
insisten en definirse como apolíticos, en negar que la muerte de Jesús fue (además) un hecho
radicalmente político, se empeñan en mezclar política con religión.
Si tuviese que destilar o abstraer
al máximo el primer rasgo “necesario”
que define el pensamiento humanista
diría que radica en la libertad del individuo. No me refiero a ese fetiche
político del cual se ha abusado en los dos últimos siglos y, sobre todo, en las
últimas décadas. Me refiero a un grado relativo, probablemente mínimo, de
libertad concreta en un individuo concreto. Libertad de pensamiento y libertad de acción.
El
marxismo más radical
(a juzgar por los artículos que publicó durante diez años en The New York Daily Tribune, Karl Marx
no era un típico marxista) no podía ser un humanismo porque consideraba que las
ideas (y todo aquello perteneciente a la superestructura) era una consecuencia
directa de la base, de las condiciones económicas, productivas, etc. Este
aporte intelectual del marxismo es de una importancia histórica inconmensurable
(de hecho explica el largo fracaso de algunos humanistas, laicos y religiosos,
que por siglos lucharon contra la esclavitud y debieron esperar hasta la Revolución industrial, a las nuevas
condiciones de producción y explotación para que sus valores morales se
impusieran). Pero la verdad, como siempre, no se termina allí y, con
frecuencia, resiste y destruye cualquier confortable convicción. En este
sentido el marxismo más radical y panfletario era (o es) “anti-humanista” por lo que tenía de determinista. En oposición (no
sin cierto grado de paradoja) estaría el intento de Jean Paul Sarte de reconciliar el existencialismo con el marxismo.
Las corrientes existencialistas han sido básicamente corrientes humanistas,
desde el existencialismo religioso de Soren
Kierkegaard hasta el existencialismo ateo de Jean Paul Sartre, por el rol
decisivo, central, que tenía el concepto de libertad individual (con sus
implicaciones emocionales, antes que racionales).
Lo mismo podemos observar en ciertas
corrientes religiosas, protestantes o
islámicas, que tienen una concepción fatalista del destino del individuo y
de la humanidad: el destino está escrito, decidido de antemano; no hay nada que
un individuo pueda hacer para salvarse o perderse, etc. Todas estas son concepciones anti-humanistas porque no reconocen la
libertad, el libre albedrío, como facultades definitorias del ser humano.
Lo
mismo el capitalismo:
cada vez que, como ideología, la
libertad se reduce a una libertad de mercado pero en su extremo todo se
reduce a la ley de oferta y demanda,
a “la mano invisible del mercado”, entonces el destino humano estaría regido
por una fatalidad meta-humana, divina o material, y, por lo tanto, no es un
humanismo.
Ahora,
¿dónde radica a capacidad de libertad de un individuo? Por supuesto que lo primero que uno
piensa es en la libertad física y los ejemplos de personas encarceladas o
esclavizadas por sus problemas económicos surgen casi de forma automática. Esto
es una parte importante del problema, pero no es toda, ya que es parte de la condición humana estar limitados por
barreras materiales, unas que permiten mucho espacio y otras que son capaces de
aplastar a un ser humano, como lo es
la tortura física y psicológica, la violencia física y moral.
Pero creo que en su sentido más profundo la libertad
se basa y se define en la capacidad
creadora del individuo, más allá de las condiciones favorables o desfavorables
en las que se encuentra.
Es decir, si bien es cierto que casi
todas nuestras ideas proceden de
algún lado, son heredadas o producto de unas condiciones económicas, sociales y culturales dadas, también es
cierto que hay un espacio, aunque sea mínimo, para la creatividad, para lograr
que la combinación de dos elementos genere un tercer elemento nuevo, diferente.
De otra forma, la historia siempre se repetiría mecánicamente, y si bien creo
que en lo más profundo nuestra condición
humana no ha cambiado mucho en los últimos milenios, que repetimos de forma
inadvertida historias similares a la de nuestros abuelos y antepasados, también entiendo que la libertad está
en cada variación y en cada decisión de ser o de hacer algo diferente a lo que
podría indicar la rutina y el sentido común.
Cada vez que elegimos no seguir al primer instinto, el primer impulso, la
mecanicidad de un acto rutinario, cada vez que elegimos cambiar con algún
propósito y no sólo somos conscientes de
nuestras condiciones dadas sino que además dirigimos nuestras acciones por
caminos nuevos, estamos ejercitando
cierto grado de creatividad, es decir, cierto
grado de libertad. Es decir, es en ese preciso momento en que estamos
siendo humanos. Y cuando lo reconocemos y lo reivindicamos, además de humanos somos
humanistas.
Ahora
veamos el problema según su maduración histórica.
Diacrónico.
El
humanismo moderno
fue uno de los principales motores de la dramática revolución que marcó el fin
de la Edad Media y el surgimiento del
Renacimiento, dos nombres discutibles, ya que reflejan un punto de vista
particular, que es el del Iluminismo y
la Ilustración. De hecho, el Iluminismo del siglo XVIII es hijo del humanismo, como lo es el Renacimiento de los siglos XV y XVI.
Si tuviese que hacer un breve resumen,
muy sintético, de los cientos de volúmenes que he ido estudiando sobre el tema
a lo largo de los años, creo que podríamos hacer una lista de esos valores que desde el siglo de Dante, Petrarca y
Averroes, sino antes, significaron una lentísima, casi imperceptible pero radical revolución que se prolonga hasta
nuestros días:
1)
El humanismo puso
el acento en la libertad del individuo. Por definición y concepción, toda doctrina fatalista o filosofía determinista
es anti-humanista.
2)
Consideró que el arte y la literatura
enseñan a ser seres humanos. Este es un descubrimiento de la antigua Grecia.
3)
Consideró que la historia
no es necesariamente un proceso de
corrupción y degradación, como durante milenios lo ilustró la metáfora de
las edades según los metales, que comenzaba en la Edad de Oro (el Edén) y
terminaban en la Edad de Hierro.
Esta concepción del tiempo y de la historia fue dominante en muchas culturas de
la Antigüedad y, sobre todo, en la tradición judeocristiana.
4)
Si la historia puede progresar,
entonces los valores morales (por lo menos algunos) pueden cambiar según los
contextos; no son inamovibles ni han sido definidos para siempre por una sola
Revelación.
5)
Leer es interpretar.
Como consecuencia, es posible que aquí se haya comenzado a destruir la idea de
que el autor es la autoridad. Esta concepción (derivada de la idea de que el
Autor de la Biblia y del Corán es Dios, que leer es tratar de descubrir la
intención del autor, y que por tratarse de Dios sólo podría haber una verdad
única) progresivamente se fue degradando, sobre todo referido a textos no
religiosos.
6)
Por lo tanto, si es posible que un signo irradie varios significados posibles (no
cualquier significado, de lo contrario dejaría de ser un signo), la diversidad
no es un atributo del demonio sino algo meramente humano.
7)
La popularización de la cultura a través de la imprenta, que los mismos humanistas
provocaron, es una “vulgarización”
(el conocimiento al vulgo) positiva desde un punto de vista democrático.
8)
Consecuentemente, surge
un interés por las culturas populares,
los romances, los refranes, y las lenguas
vernáculas.
9)
Surge la extraña idea
de que a través de la educación de los niños se podría definir un cambio
social.
10)
En literatura, se
produce un redescubrimiento de los géneros del diálogo y la epístola.
11)
El comercio no es algo maldito.
Es sólo otra actividad típicamente humana que beneficia el bienestar material y
la expansión de la cultura.
12)
Se reconoce el valor de la multiplicidad de puntos de vista y, en consecuencia, el eclecticismo
y la tolerancia.
13)
El Estado y las religiones
deben estar separados. El primero debe garantizar la libertad de cultos. (Siglo
XIV).
Muchos
humanistas, generalmente académicos, profesores de letras procedentes de Grecia y Turquía no eran religiosos. Sin embargo, los siglos XIV, XV y XVI abundarán en humanistas religiosos, como los poetas italianos, los ensayistas
españoles o la gran figura holandesa, Erasmo de Róterdam. En este sentido, es
probable que la crítica de los católicos humanistas a la autoridad excesiva de
la iglesia (aparte de sus críticas a la corrupción eclesiástica de la época) y
su concepción del valor de la lectura y la relectura des-institucionalizada,
hayan preparado el camino al protestantismo. Lo cual será una nueva paradoja
histórica, porque de aquí surgirán las doctrinas más fatalistas y
anti-humanistas de la Era Moderna.
También podríamos considerar a Miguel de Cervantes y un siglo antes a Bartolomé de las Casas como otro humanista católico, probablemente
converso, quien en las primeras décadas de la conquista española de América se opuso a la esclavitud de los
indígenas por motivos humanitarios (por entonces, una elite de intelectuales
apoyaba la idea de un “derecho natural” universal, algo muy parecido a lo que
hoy son los “derechos humanos”), resistiendo a teólogos como Ginés de Sepúlveda
que intentó justificar la esclavitud de las razas inferiores usando la Biblia.
Fue necesario que pasaran cuatro siglos para que su prédica se materializara,
fundamentalmente gracias a las nuevas condiciones de producción creadas por la
Revolución Industrial.
Nuestro tiempo sería imposible de concebir sin la revolución humanista. Valores
como la libertad, la diversidad, la igualdad, la democracia, los derechos
humanos y la conciencia humana como motor de progreso moral, ahora son casi
paradigmas. Hoy casi todas las religiones aceptan estos valores como
fundamentales. Sin embargo, creo que es necesario observar que ninguno de esos
valores fue resultado de la lucha de ninguna religión dominante sino todo lo
contrario: esos nuevos valores encontraron enardecidas y brutales resistencias
de las fuerzas más conservadoras, generalmente apoyadas por las iglesias
oficiales de turno. La libertad fue maldecida por religiosos como Santa Teresa,
quien consideraba que la obediencia y el reconocimiento de la jerarquía
masculina era decisión de Dios. Hasta en el siglo XX, la democracia fue maldita
en algunos países y en para algunas tradiciones religiosas era obra del Demonio
que buscaba destruir las sanas jerarquías del mundo predicando desobediencia y
libertad. La diversidad, hasta no hace mucho, fue vista siempre como una
inmoralidad. La posibilidad de que diferentes religiones puedan tener partes de
verdad, fue siempre motivo de persecuciones, torturas y guerras sangrientas.
Incluso en la Europa renacentista, el antisemitismo y cualquier otro tipo de
discriminación y persecución racial era considerado una obligación ética,
cuando no las guerras santas, que hasta hoy sufrimos.
Es,
en este sentido, que alguna vez he dicho que el humanismo es la última gran utopía de
Occidente. Porque es en sus principios, como el valor de la humanidad como una
totalidad y de los individuos como una diversidad positiva, donde radica la
esperanza de un mundo que todavía sufre de canibalismo. Dudo que haya alguna
religión particular que pueda unir a la Humanidad y mitigar así sus trágicos
conflictos. No dudo tanto de que son los valores humanistas los únicos capaces
de unir la enorme heterogeneidad de la humanidad que, como una orquesta sinfónica, sea capaz de
tocar una misma sinfonía, armónica, gracias a la diversidad de sus
instrumentos.
- Jorge
Majfud es escritor uruguayo estadounidense, autor
de Crisis y otras novelas.
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