El fin es el mensaje.
"Hemos dicho “principios” pero quizás deberíamos
haber dicho “medios”. Y ahora tal vez tendríamos que repetir lo de “principios”
pero para significar “fines”. Porque esa “nueva política” tiene que definir con
claridad no solo sus formas y maneras, sino lo que se pretende alcanzar con
ellas. Si el porqué de la “nueva política” nace de las
características del “nuevo sujeto de cambio”, el para qué de la “nueva
política” tendrá que venir caracterizado por el tipo de cambio que se propone.
La “nueva política” también tiene que decirnos qué “vieja sociedad” no quiere y
qué “nueva sociedad” propugna. Y en esta tesitura convendría no embarrar el
terreno, sino delimitar bien los términos de la cuestión. No se trata de que se
defienda la toma para mañana por la tarde del palacio de invierno, tampoco de
que se pretenda que los nada de hoy pasado mañana por la noche todo lo han de
ser, ni siquiera de que se crea en la posibilidad de una sociedad perfecta en
un más lejano futuro; se trata de responder a preguntas tales como":
"¿Es injusto de forma intrínseca el capitalismo?,
¿es sostenible ecológica y humanamente el modo de producción capitalista?,
¿cabe la vuelta, tras la reciente crisis, a un capitalismo de rostro humano?,
¿es posible la libertad, la igualdad y la fraternidad dentro de un régimen
capitalista?, ¿se debe tener como aspiración o fin último acabar con el sistema
capitalista?, ¿existe alguna alternativa, más justa y que sea factible, al
capitalismo?, de existir ¿cuál es y cómo se realiza?, de no existir ¿estamos abocados
a la explotación permanente o podemos organizar mecanismos de defensa que
palien la barbarie?...En una
palabra: ¿qué hacemos aquí y ahora con esa cosa llamada capitalismo?
/////
SOBRE LA NUEVA POLÍTICA Y EL NUEVO SUJETO
DE CAMBIO.
*****
Marisa del Campo Larramendi.
Rebelión viernes 1 de febrero del 2019.
Las palabras no son etiquetas neutras,
denominaciones sin origen, voces heredadas de un lenguaje adánico. Las palabras
–y sobre todo algunas palabras– son por el contrario espacios semánticos
conflictivos, terrenos de significados en pugna, campos de batalla ideológica.
Llamar a las cosas por su nombre no es tanto una reivindicación de un
hipotético sentido primordial de un término, cuanto un poner en claro lo que
realmente cada uno quiere decir con dicho nombre, esto es, un hacer bien
explícita nuestra concepción de la cosa. Ese “llamar al pan, pan; y al vino,
vino” consiste en exigir que se enuncie con todas y cada una de las letras, no
ya solo lo que se quiere significar con lo dicho, sino también por qué y para
qué se ha sido dicho lo afirmado.
A esto se le
llama Higiene Semántica Social y es un aspecto fundamental de la lucha
ideológica y política para la consecución de la hegemonía.
Ahora bien, para que esta higiene en el hablar de
las “cosas” tenga razón de ser es necesario pensar: primero, que tales cosas existen
fuera de nuestras cabezas; segundo, que nos condicionan independientemente de
nuestros deseos; y tercero, que de alguna manera podemos conocerlas y
nombrarlas.
Y es esta concepción del mundo, el realismo
crítico, la que está puesta en solfa en estos tiempos de gaitas y eufemismos,
de neolenguas y neopijos, de significantes vacíos y significados vaciados, y de
“ni esto, ni lo otro, sino todo lo contrario y a ti te encontré en la calle
mareando una perdiz a orillas del Pisuerga que pasa por Valladolid”.
Al pan, pan; y al vino, vino.
Liémonos el realismo crítico a la cabeza y
ensayemos un poco de Higiene Semántica Social. Analicemos, pues, ese “al pan,
pan y al vino, vino” más de cerca. Con tal objeto, supongamos que el “pan” es
la atractiva pareja de palabras “nueva política”; y el “vino” el lujurioso trio
de voces “nuevo sujeto de cambio”. Empecemos por el “vino”:
Creo que existen pocas dudas de que el hipotético
sujeto de cambio en las sociedades capitalistas más avanzadas es muy diferente
del proletariado “sepulturero” de la burguesía de los tiempos del Manifiesto
Comunista o de la clase obrera fordista, fundamento del estado de bienestar
posterior a la segunda guerra mundial. Este presunto sujeto de cambio actual se
caracterizaría por su gran estratificación, fragmentación, dispersión,
precarización y feminización. Más allá del estado objetivo que le constituye
como posible sujeto de cambio –ser explotado y dominado–, habría en su seno un
amplio abanico de situaciones, una gran diversidad de intereses y unos muy
diferentes niveles de conciencia política. Situaciones, intereses y niveles,
contradictorios, en ocasiones conflictivos, e incluso contrarios, y siempre
difíciles de compaginar. Estamos, pues, ante un sujeto de cambio en extremo
frágil y tendente a la disgregación. Un sujeto de cambio además – y esto se
olvida con excesiva frecuencia – muy colonizado ideológicamente por la clase
dominante: sociedad de consumo, individualismo posesivo, ascenso social,
competitividad, meritocracia y pragmatismo.
Es de este
“vino” del “nuevo sujeto de cambio” del que nace – o debería
nacer – la necesidad del “pan” de una “nueva política”, y no como a
veces parece que se quiere dar a entender de un repentino descenso del espíritu
santo desde el mundo de las ideas a las desconcertadas cabezas de los apóstoles
de aquí abajo y de los de abajo, gracias al cual, de forma milagrosa y
definitiva, los “nuevos” predicadores se verían conferidos del don de lenguas
del conocimiento de las sociedades postmodernas y preparados para extender por
el mundo la “nueva” buena nueva de la transformación social.
Dar gato por liebre.
Pero, como ya advertíamos, en el saco de las
palabras caben muchas acepciones, desde las corteses y valientes a las villanas
y traidoras. Y como ahora avisamos, el viejo adagio de que “todo es bueno para el convento” nos puede conducir a meter al
ladrón en casa, a que nos den gato por liebre o a caer en la ilusión de que la
totalidad del monte es orégano. Convendría entonces precisar bien el
significado de la expresión “nueva
política”, no solo para saber a ciencia cierta qué es lo que realmente se
quiere decir con ella, sino también, y una vez bien aquilatado el modismo, para
comprobar si se lleva o no a la práctica lo que se supone que esa locución
predica, es decir, si esa “nueva política” es
de verdad nueva, o si en realidad es “pan viejo” para hoy y hambre para mañana.
Entonces, si hemos caracterizado al “nuevo sujeto de
cambio” como profundamente estratificado, fragmentado, disperso,
precarizado y feminizado, parece evidente que la “nueva política” ha de ser una
teoría y una praxis que lidie con estas características.
Reglas tales como la búsqueda de acuerdos a través
del diálogo permanente y la negociación respetuosa; las concesiones mutuas,
primando siempre lo que une frente a lo que separa; la renuncia a la posesión
de la verdad y a dogmas de catecismo; el rechazo a los cainismos, las capillas
y las luchas tribales; la defensa del debate riguroso y en igualdad de
condiciones; la resolución democrática de las diferencias; el respeto a las
minorías; el fomento de la participación y de las iniciativas de individuos y
colectivos; la asunción de la heterogeneidad no solo como mal inevitable sino
como potencial riqueza; la lealtad y la confianza entre los representantes y
seguidores de las diferentes corrientes y opiniones… parecerían ser los
principios más adecuados para tratar de construir un “nuevo sujeto de cambio”
en cuyo seno, como ya dijimos más arriba, y a pesar del estado común de sufrir
explotación y dominio, cohabitarían distintas situaciones, una gran diversidad
de intereses y unos muy diferentes niveles de conciencia política. Situaciones,
intereses y niveles, repitamos, contradictorios, conflictivos, incluso
contrarios y siempre difíciles de compaginar.
El fin es el mensaje.
Hemos dicho “principios” pero quizás deberíamos
haber dicho “medios”. Y ahora tal vez tendríamos que repetir lo de “principios”
pero para significar “fines”. Porque esa “nueva política” tiene que definir con
claridad no solo sus formas y maneras, sino lo que se pretende alcanzar con
ellas.
Si el porqué de la “nueva política” nace de las
características del “nuevo sujeto de cambio”, el para qué de la “nueva
política” tendrá que venir caracterizado por el tipo de cambio que se propone.
La “nueva política” también tiene que decirnos qué “vieja sociedad” no quiere y
qué “nueva sociedad” propugna. Y en esta tesitura convendría no embarrar el
terreno, sino delimitar bien los términos de la cuestión. No se trata de que se
defienda la toma para mañana por la tarde del palacio de invierno, tampoco de
que se pretenda que los nada de hoy pasado mañana por la noche todo lo han de
ser, ni siquiera de que se crea en la posibilidad de una sociedad perfecta en
un más lejano futuro; se trata de responder a preguntas tales como:
¿Es injusto de forma intrínseca el capitalismo?,
¿es sostenible ecológica y humanamente el modo de producción capitalista?,
¿cabe la vuelta, tras la reciente crisis, a un capitalismo de rostro humano?,
¿es posible la libertad, la igualdad y la fraternidad dentro de un régimen
capitalista?, ¿se debe tener como aspiración o fin último acabar con el sistema
capitalista?, ¿existe alguna alternativa, más justa y que sea factible, al
capitalismo?, de existir ¿cuál es y cómo se realiza?, de no existir ¿estamos abocados
a la explotación permanente o podemos organizar mecanismos de defensa que
palien la barbarie?...
En una
palabra: ¿qué hacemos aquí y ahora con esa cosa llamada capitalismo?
¿La cuadratura del círculo?.
Si la nueva política quieres ser algo más que una
frase publicitaria, ha de construir una praxeología crítica, abierta, arraigada
molecularmente en los de abajo, tan pedagógica como atenta a aprender, tan
alejada de los grandes diseños estratégicos como del pragmatismo táctico y
oportunista, fundamentada en el conocimiento científico y en el análisis
riguroso y realista, guiada por una ética pública y ciudadana, fortalecida por
el optimismo de la voluntad y atemperada por el pesimismo de la inteligencia,
capaz de trabajar en las instituciones, pero sin institucionalizarse, creadora
de espacios de debate, gestión y decisión horizontales y de base, no
desnaturalizada en sus fines, ni descafeinada en sus medios…
En
definitiva una práctica política racional y amable entre los de abajo, con los
de abajo y de los de abajo.
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