“Reforma o Revolución es la primera gran obra política de Rosa Luxemburgo en la que se sostiene los
principios de la lucha revolucionaria del proletariado y la defensa de
las conclusiones de Marx acerca
de la agravación de las contradicciones del capitalismo y la inevitabilidad de
la revolución socialista. Rosa
Luxemburgo demostró que eran erróneas las afirmaciones de Bernstein sobre la estabilidad de la
pequeña producción, destacó el carácter
de clase del Estado burgués, combatió las ideas sobre la transformación pacífica del
capitalismo en socialismo”.
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POPULISMOS Y VISIONES LIBERTARIAS.
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Capi Vidal.
TopoExpress.
Jueves 17 de enero del 2019.
Nota Edición: uno de los términos más usados, en el mundo
político y mediático, es el del “populismo”. Ha
perdido su significado original, más profundo y transformador, y se usa ahora
como apelativo de carácter peyorativo aplicado a ciertas fuerzas políticas.
El sentido
histórico del vocablo ‘populismo’, como amplia corriente de pensamiento emancipador
iniciada en Rusia en el siglo XIX,
tiene hoy una intención muy diferente; así, se trata de un término empleado con
carácter peyorativo, habitualmente para acusar a otras fuerzas políticas dentro
de la democracia electiva, pero que esconde el carácter elitista de todas y
cada una de ellas, en abierta oposición a su significado original.
La sociedad
posmoderna, sin demasiados asideros, nos depara unas cuantas
sorpresas sobre el uso del lenguaje. Quizá el más significativo es el
(irritante) neologismo conocido como
‘posverdad’, del que nos ocuparemos en otra ocasión, ya que resulta
tremendamente significativo para el análisis que nos ocupa. Uno de los
términos más usados, en el mundo político y mediático, es el del ‘populismo’,
que parece haber perdido su significado original, más profundo y transformador,
y ser ahora un apelativo de carácter peyorativo aplicado a ciertos
fuerzas políticas a uno y otro lado del espectro ideológico. Vendría a ser algo
similar a ‘demagogia’, es decir, la
seducción constante de las personas (el electorado) mediante un discurso que
aparentemente las favorezca, pero que al parecer sería irrealizable, una mera
idealización. Ojo, estoy hablando del sentido despectivo que parecen darle
ciertos ‘sesudos’ partidarios de un (supuesto) pragmatismo político, y que
parece recoger de forma somera la RAE en su segunda acepción. En la primera, el
diccionario alude sin más a cierta tendencia general a lo ‘popular’ en los diferentes ámbitos de la vida. No es
casualidad, desde ambas acepciones (nada concretas y tendentes a la
hipocresía), que la derecha española, en una indefinición ideológica incapaz de
superar ciertas formas de fascismo, se acabara denominando Partido Popular.
Volvamos al
aspecto demagógico del populismo, que se quiere ver concretado solo en algunas fuerzas
políticas, pero que consideramos rasgo de cualquiera de ellas que pretenda la
conquista del poder. No hay que profundizar mucho para comprender que la democracia representativa se basa, en
gran medida, en esa seducción permanente de las masas (un término igualmente peyorativo, pero para el caso que nos ocupa
apropiado, ya que se pretende observar a las personas como un todo con poca o
nada individualidad).
Es decir, el sistema al completo estriba en la demagogia, en el
populismo, en la seducción de las personas mediante promesas vanas, que quedan
en agua de borrajas una vez conquistado el poder(matices
aparte, que poco o nada influyen sobre el estado de la cosas). Según las diferentes sensibilidades de cada
uno, por supuesto, uno será captado por un discurso u otro; desde promesas
generales de trabajo para todos,
hasta formas concretas de gasto social
para impartir justicia o, en el otro
extremo, bajadas de impuestos y
estimulación de la iniciativa
individual, de todo ello nada sabremos en el futuro, ya que todos los partidos actúan de forma bastante
parecida una vez alcanzado el poder. Todo se promete, en forma de nuevas o viejas
vías de seducción, para que todo siga más o menos igual en la sociedad de
clases.
Sin embargo, dijimos antes que el término ‘populista’ tenían en origen un sentido revolucionario,
socialista, incluso cercano a lo libertario en algunos aspectos, muy
diferente. De hecho, resulta imprescindible conocer este movimiento para
comprender lo que fue el anarquismo en
la Rusia prerrevolucionaria, con el que se mostró en cierta simbiosis. El
aspecto negativo hoy en día del vocablo no debe inducirnos a error, cuando hablamos
de una corriente, llamada naródniki en
ruso, de gran complejidad, que puede ser visto más como un pensamiento
(plural, no un movimiento cohesionado) y al que podemos vincular nombres como Herzen, Chernisheviski, Mijáilovski o
Lávrov.
Por acotar, y de modo demasiado amplio, hablamos de un conjunto de
iniciativas que tuvieron su punto de partida segunda mitad del siglo XIX en Rusia, con el objetivo del cambio
social en el mundo del campesinado y, en general, de carácter socialista. Por supuesto, y al igual que ocurre con el anarquismo, la historiografía oficial (marxista o liberal) aporta distorsión, si no obvia, ciertos hechos.
Así, en el caso soviético, cuando estos eran los triunfadores, hicieron una
distinción entre populistas buenos y
respetables, aquellos que acabaron alineándose con la Revolución de 1917, y otros que no
lo fueron tanto.
No incidiremos, aquí, en detalles históricos, para lo
cual remitimos a la estupenda obra de Carlos
Taibo, editado este año del centenario, Anarquismo y revolución en Rusia. 1917-1921. Para el caso
que nos ocupa, un breve apunte sobre el populismo histórico, mencionaremos su intención
como corriente de acabar con el capitalismo,
en algunos aspectos con un carácter abiertamente antiautoritario, con una crítica a las élites y primando la
actuación de las clases populares, y
atento a las especiales características de las realidad rusa, lo cual suponía
cierto alejamiento del socialismo de
Occidente.
En definitiva, y a pesar de la complejidad de la corriente, y su
ambivalencia en algunos casos (por ejemplo, la excesiva idealización de los campesinos,
que tenían a la fuerza cierto vínculo con la reacción), los populistas
abogaban claramente por la iniciativa del propio pueblo para que fuera el
protagonista de su propia emancipación. Si observamos esos
esfuerzos del populismo por propiciar la autogestión, por conciliar la libertad
individual con el colectivismo, por no perder la perspectiva ética en las
decisiones políticas o por la igualdad de sexos, no debe costar trabajo comprender
su confusión con el propio anarquismo.
No es posible despreciar
el populismo, como movimiento o, de forma más compleja, como pensamiento plural emancipador, ni su
simbiosis con el anarquismo (o, si
se quiera observar de forma más amplia, con “lo libertario”), algo tan
despreciado por los soviéticos, cuya
revolución tomó un rumbo autoritario opuesto, y por la historiografía liberal
triunfante hoy. Hoy, como apuntamos a principio de este, el significado que se
le da al populismo, no es que sea muy diferente, es que es el opuesto.
Así, la fuerzas políticas que acusan a otras de populistas
pertenecen igualmente a una élite, defensora de grupos privilegiados y
partidarias de la vía estatal-burocrática en sus diferentes versiones (más
liberal a día de hoy, pero que mantiene igualmente la sociedad jerarquizada de clases, estatal y capitalistas). Es decir,
con sus diferencias de matiz, hablamos de lo opuesto a lo que defendía al populismo histórico: una minoría
experta que pretende decidir lo que resulta mejor para las personas.
Se emplee o no el vocablo
‘populismo’, o se haga de forma peyorativa,
las apelaciones a lo que es lo mejor para esa abstracción o idealización
conocido como ‘pueblo’ son habituales
(recordemos que la etimología es la misma).
Sin embargo, el pueblo no es ninguna masa abstracta, no es un todo homogéneo que
manipular, son individuos con deseos y aspiraciones muy concretos, que
deberían decidir sobre sus asuntos.
Es posible que el populismo
histórico ruso, como parte del anarquismo,
hiciera en algunos aspectos también una excesiva
idealización sobre el ‘pueblo’,
portador de cierta cultura que podría llevar a su definitiva emancipación. En
cualquier caso, hoy en el mundo libertario no existe, o no
debería existir, esa visión y nuestro análisis debería ser muy diferente. Lo
que, desgraciadamente sí existe en la actual sociedad posmoderna es esa
permanente manipulación sustentada en el lenguaje. Las nuevas tecnologías, con la frivolidad de las redes sociales y
su fortalecimiento de la sociedad del
espectáculo, no ayudan para una profundización en las cuestiones sociales. Un escenario en el
que se da una demagogia permanente del sistema electivo, que permite la
ascensión de viejas o nuevas élite para conquistar el poder.
Texto publicado
originalmente en el blog del autor Reflexiones desde Anarres.
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