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PARÍS. Pensar que
Mayo del 68 fue un movimiento social que se redujo al territorio de Francia es
un absurdo. "Fue una revuelta
planetaria. Si nos remontamos a los
finales de los años 60, se observan revueltas tanto al este como el oeste, al sur como al norte.
Prácticamente en todo el planeta estamos confrontados con revueltas,
ocupaciones de universidades, manifestaciones... No podemos entender el
significado de este fenómeno si lo reducimos a un solo país. La especificidad de Francia es que aquí la
revuelta fue la más intensa, porque contrariamente a lo que sucedió en
otros países, desembocó en una huelga general". Lo dice Daniel
Cohn-Bendit, una de las figuras de proa del movimiento, 40 años después. Tampoco
es acertado creer que el movimiento Mayo del 68 nació en París. Sus
orígenes están al otro lado del Atlántico, en Estados Unidos, donde la
contestación se forjó al calor de la oposición contra la guerra en Vietnam y la
discriminación racista hacia la población negra. Al comienzo del 68, el
movimiento de protesta contra el statu quo atravesó el océano para llegar
primero a Alemania, donde el sociólogo Rudi Dutschke y sus seguidores
despotricaban, tanto
contra la rigidez del capitalismo del oeste como contra el comunismo stalinista del este.
Inspirados por la avanzada alemana, los estudiantes de la Universidad de Nanterre
(vecina a París) decidieron sublevarse contra el régimen autoritario
y represivo que sufrían en su centro de estudios. "Hace 40 años en toda Francia los jóvenes
solo teníamos derecho a callarnos, la autoridad de los profesores era incuestionable,
las relaciones y la moral estaban sometidas a reglas rígidas y puritanas.
Imagínese que los chicos no podían visitar a las chicas en sus dormitorios de
las residencias universitarias", cuenta a El Comercio Philippe Leduc, quien entonces acababa de concluir
sus estudios de Química. El 22
de marzo, 142 estudiantes, entre los que estaba Daniel Cohn-Bendit,
ocuparon el pabellón administrativo de la Universidad de Nanterre para reclamar la liberación de unos
compañeros arrestados por haber destruido una vitrina del Banco American Express durante una manifestación contra la guerra de
Vietnam ocurrida dos días antes. Firmaron
un manifiesto que rezaba: "De la
crítica de la Universidad a la Universidad crítica". Unas semanas después, el 2 de mayo, el rector, ante los
constantes disturbios y la creciente agitación, decidió cerrar el centro
superior. La solidaridad de la parisina Universidad
La Sorbona fue inmediata. El 3 de mayo se organizó una
manifestación de apoyo que llevó a la policía a invadir el claustro
universitario. Entonces la chispa que
incendiaría el llano se prendió: "Para
nosotros resultaba inaceptable que las fuerzas del orden hubiesen ingresado a
La Sorbona, eso no estábamos dispuesto a tolerarlo", recuerda Leduc. En un abrir y cerrar de
ojos los estudiantes de las facultades conocidas como apolíticas, de las
escuelas superiores y hasta de los liceos (secundaria) de todo París se sumaron a las protestas y
tomaron las calles de la capital francesa.
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FRANCIA MAYO DEL 68: 45 AÑOS DESPUÉS.
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Luis Roca Jusmet.
Rebelión domingo 12 de mayo del 2013.
¿Cuándo
acabo el Mayo del 68?, le preguntaron a Daniel
Blanchard, agudo observador y participante en dichos acontecimientos. En
Junio del 68, afirmó. La respuesta tenía algo de broma, y algo de cierto: la
energía se perdió en gran parte en cuando acabó la movilización.
Sabemos que
fue el síntoma de una transformación a largo plazo. El primer aspecto que
reivindicaban era el fin de las instituciones jerárquicas. La sociedad era muy
autoritaria en todos los ámbitos de la vida cotidiana, desde la familia
(patriarcal) hasta política (el Presidente de Gaulle o su reverso, el PC francés) pasando, por supuesto por las
instituciones educativas. Podemos preguntarnos ahora si en estos cuarenta y
cinco años hemos ganado algo en este sentido. La respuesta es ambigua,
ambivalente.
Jacques Lacan decía que hemos pasado del Discurso del Amo al Discurso Universitario.
Ya no son poderes autoritarios, personalizados, patriarcales. Son poderes
tecnocráticos, de expertos y gestores, de evaluadores anónimos. Gilles Deleuze hablaba del paso de la
sociedad disciplinaria a la sociedad de control. Michael Foucault es quien lo
trabajó más, aunque murió a medio camino. Entendió que las sociedades
disciplinarias que había estudiado en su célebre texto Vigilar y castigar se
estaban transformando en formas de gobiernos que ejercían el poder
indirectamente. Nikolás Rose lo ha
desarrollado más en sus estudios sobre neoliberalismo social. Vargas Llosa, que
es un liberal conservador, decía que Mayo del 68 había provocado la crisis de
valores y autoridad que vivimos. Es cierto. El patriarcado ha caído y con él la
autoridad, tal como nos mostraba el psico-sociólogo Gerard Mendel en su excelente análisis histórico de la autoridad.
Cuando cae el patriarcado en la sociedad moderna la autoridad en todos los
ámbitos tambalea. La sociedad es hoy más liberal en todos los aspectos, esto es
lo que se ha ganado : derechos de la mujer, de los niños, de los homosexuales,
de las minorías raciales y étnicas...
El otro
aspecto que reivindicaban era la felicidad, la alegría. Contra las pasiones
tristes contra el malestar, contra la infelicidad. Aquellos jóvenes veían
(veíamos) que la forma de vida de nuestros padres, que la generación que
heredábamos no era una sociedad de personas felices. Y que el consumo como
expectativa solo generaba insatisfacción. La felicidad, ya lo sabemos, es una
cosa muy compleja y que solo puede medirse en términos subjetivos (objetivarla
es uno de los aspectos de la biopolítica, que también nos dice como ser
felices). Pero aquellas gentes no parecían muy felices y queríamos otra vida,
intentarlo de otra forma. Quizás tenía algo de ingenuidad porque como decía el
viejo y sabio Freud la civilización comporta represión y por tanto malestar y
nadie está dispuesto a negar las ventajas de un mundo civilizado. Pero aún
aceptando esto podemos aspirar a un grado de felicidad y no conformarnos con
ser víctimas de unas costumbres y una manera de vivir con la que no nos
identificábamos.
Podemos preguntarnos también si cuarenta y años después, en
las llamadas sociedades avanzadas, somos más felices. Y yo también diría que
no. La sociedad cada vez parece producir más infelicidad y la depresión tiene
características de plaga social, añadida a otras como al anorexia, las
adicciones... Parece cumplirse la fatal predicción de Nietzsche cuando decía
que lo que llegaría si no éramos capaces de transformar los valores, era el
nihilismo del último hombre. Aquí Nietzsche
señalaba una cuestión central que era que para vivir intensamente, para
querer vivir hay que aceptar el dolor y la muerte. Y no aceptamos ni una cosa
ni la otra, por lo cual nos convertimos cada vez más en individuos que lo único
que quieren es no sufrir y negar la propia finitud, la propia muerte. Y el
precio es vivir a mínimos y guiados por una sociedad que cada vez nos ofrece
más servicios para ser un rebaño que tiene la vida cada vez más reglamentada y
que va desde los objetos tecnológicos hasta el turismo de masas, que por otra
parte crean cada vez nuevas y mayores obligaciones para todos los que
componemos, mal que nos pese, este rebaño.
Podemos
pensar entonces que lo que vale la pena recoger de aquel movimiento es la lucha
por la autonomía y la lucha por la felicidad. Esto, mal que nos pese, no es
solo incompatible con el autoritarismo o las costumbres represivas ya que como
bien nos recuerda Zizek ahora el imperativo
es que hay que gozar. Con lo que es realmente incompatible es con el
capitalismo. Ya sé que no conocemos alternativas globales y las que se han
ensayado han fracasado pero hay que introducir una lógica diferente a él para
conseguir el máximo de felicidad colectiva y el máximo de autonomía personal.
Como ya vieron bien los jóvenes del Mayo del 68 con sus consignas
anticapitalistas lo que nos ofrece el sistema es un engaño: una satisfacción
aparente a través del consumo que no es felicidad y un individualismo que no es
autonomía real.
En todo caso
vale la pena no olvidarlo y buscar algo mejor que lo que tenemos. Estos valores
de los que hablo, no lo olvidemos, sí son muestras del Progreso, que nos es
otra cosa que lo que ganamos colectivamente en felicidad y en libertad. Es
incompatible con el capitalismo.
En estos
momentos de crisis intentemos recuperar algo de esta lucha por la autonomía y
la felicidad que no pase por querer recuperar el consumismo.
No olvidemos
tampoco que como planteaba Claude Lefort, también vinculado al movimiento, que
las dos salidas al vacío de poder de las sociedades tradicionales son la
democracia y el totalitarismo. Son las dos opciones que hoy podemos ver más
claras en la crisis que vivimos del Estado oligárquico liberal que nos ha
gestionado estos años.
No olvidemos
tampoco que el capitalismo ha sobrevivido perfectamente a esta crisis de
autoridad. Todo lo sólido se desvanece, decía Marx refiriéndose al capitalismo.
Se equivocaron los que decía que la crisis de la familia patriarcal autoritaria
sería el fin del capitalismo. El capitalismo sobrevive con parejas gay, con
mujeres emancipadas y mucho más. Es la lógica del aumento incesante del capital
y la mercantilización generalizada lo que lo define. Y se adapta muy bien a los cambios sociales. No
será esto lo que lo matará.
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