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Esta situación ha generado un sistema representativo que es distante
de la opinión popular, siendo esta última, por lo general,
más progresista que las políticas públicas llevadas a cabo por la clase
política gobernante. La distancia entre
gobernantes y gobernados es enorme en España. La democracia en este sistema llamado representativo se limita a votar
cada cuatro años dentro de un contexto sesgado en el que el voto útil y las
leyes electorales reproducen un
bipartidismo que se considera por la población gobernada como insuficiente
y conservador, pues limita las posibilidades de participación en el proceso de
decisión. Este conservadurismo explica
el enorme retraso social de España (con uno de los gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15) y su inhabilidad de admitir que
el Estado
español es un Estado plurinacional. Estos grandes déficits democráticos se han acentuado con las crisis financieras y económicas actuales, donde
las enormes limitaciones de la democracia española aparecen con toda
intensidad. La
crisis de legitimidad del sistema político hoy existente en España es enorme.
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EN
ESPAÑA NO HAY DEMOCRACIA LO HA DICHO EL PP. Ya iba siendo hora, lo han dicho
por fin, no hay democracia en España. Lo viene a decir Rajoy, quizás no con
esas palabras, pero ponen en tela de juicio el sistema de justicia, tanto ella
como Cospedal y tantos otros del PP, está orquestada por el PP.
***
SOBRE LA CRISIS DE LA UNIÓN
EUROPEA: “Apuntes para una estrategia de Cambio”.
*****
Vicenc
Navarro.
Público.es
sábado 18 de mayo del 2013. Rebelión.
Como he indicado en varias
ocasiones, estamos viendo el final de la Primera Transición de la dictadura a
la democracia, Transición que se realizó con un enorme dominio de las fuerzas
conservadoras (en realidad, ultraconservadoras) que controlaban los aparatos
del Estado y la mayoría de los mayores medios de difusión y persuasión. Este
dominio quedó reflejado en el sistema político que se estableció durante aquel
proceso de Transición, el cual, aún cuando se define como democrático, se
caracteriza por su escasísima sensibilidad y calidad democrática. Varios
indicadores, entre otros muchos, reflejan tales limitaciones. Uno de ellos es
el diseño y composición del Estado y sus políticas públicas, en las cuales las
fuerzas conservadoras (de varios signos políticos) tienen gran protagonismo.
Otro indicador de la baja calidad democrática es la ley electoral, la cual está
profundamente sesgada en contra de amplios sectores de las izquierdas.
Esta situación ha generado
un sistema representativo que es distante de la opinión popular, siendo esta
última, por lo general, más progresista que las políticas públicas llevadas a
cabo por la clase política gobernante. La distancia entre gobernantes y
gobernados es enorme en España. La democracia en este sistema llamado
representativo se limita a votar cada cuatro años dentro de un contexto sesgado
en el que el voto útil y las leyes electorales reproducen un bipartidismo que
se considera por la población gobernada como insuficiente y conservador, pues
limita las posibilidades de participación en el proceso de decisión. Este
conservadurismo explica el enorme retraso social de España (con uno de los
gastos públicos sociales por habitante más bajos de la UE-15) y su inhabilidad
de admitir que el Estado español es un Estado plurinacional. Estos grandes
déficits democráticos se han acentuado con las crisis financieras y económicas
actuales, donde las enormes limitaciones de la democracia española aparecen con
toda intensidad. La crisis de legitimidad del sistema político hoy existente en
España es enorme.
¿Qué puede hacerse?
La mayor causa de esta
crisis de legitimidad es la amplia percepción de que el Estado español (sea
central o autonómico) no está realizando las políticas que la mayoría de la
ciudadanía desea. De ahí el amplio apoyo al eslogan del 15-M de que “no nos
representan”. ¿Qué puede hacerse ante esta realidad?
Una medida muy urgente es
romper con el fatalismo que parece haberse adueñado de amplios sectores de la
población de que no hay nada que pueda hacerse para cambiar tales políticas. El
abusivo control de los medios de mayor difusión del país (controlados por la
estructura del poder, y muy en especial del financiero) hace que el mensaje
procedente del establishment de que “no hay alternativas”, esté calando en la
percepción popular. A esta percepción está contribuyendo el mensaje extendido
en algunos sectores de las izquierdas radicales de que, a no ser que todo el
capitalismo desaparezca y se establezca el socialismo, no hay nada que hacer.
Todo lo demás es, como decía una de estas voces, “humanizar el capitalismo”. Y
puesto que no se ve que el capitalismo vaya a desaparecer pronto, el mensaje
que se transmite es que no hay nada que, mientras tanto, se pueda hacer.
Lo peor de tal postura,
sin embargo, es que no entiende como el cambio ocurre. Si el proyecto
transformador es ir hacia un proyecto en el que cada persona reciba los
recursos según su necesidad, y que éstos se financien según las habilidades y
posibilidades de cada persona (lo que solía llamarse socialismo), entonces hay
que darse cuenta de que el socialismo se construye y/o destruye cada día en el
seno de las sociedades capitalistas. Cuando se crea o refuerza un servicio
público de salud universal financiado progresivamente, por ejemplo, se está construyendo
el socialismo. Cuando se privatiza su financiación, se está destruyendo. Pues
bien, bajo este criterio, e independientemente de cómo se defina el proyecto,
hay un enorme potencial de movilización. En realidad, varias encuestas han
mostrado que la mayoría de la población
en España está de acuerdo con tal principio.
Madrid 14 de Noviembre del 2012. Una de las grandes concentraciones políticas de ciudadanos que luchan contra la terribles y salvajes consecuencias de la crisis. La masificación del desempleo y la destrucción como seres humanos de millones de jóvenes, hoy sin derecho al futuro. ¿La democracia tendrá la capacidad de asumir la gran responsabilidad de salir de la crisis Política?.
***
La necesidad de un
movimiento político
Hoy la sociedad civil está
enormemente agitada. Pero las derechas continúan fuertes, y las izquierdas
débiles. ¿Por qué? Una de las razones es la excesiva centralidad de la vida
política en la lucha parlamentaria dentro de las instituciones del Estado donde
dominan las fuerzas conservadoras. Se necesita que la riqueza de acciones
reivindicativas se traduzca en un movimiento político, que no tiene porqué
significar un nuevo partido político. En realidad, ya hay demasiados partidos
políticos de izquierda. Las izquierdas están atomizadas en España. Lo que se
necesita es una movilización de protesta y de promoción de propuestas factibles
y reales para cada uno de los problemas que la ciudadanía presenta. La PAH
(Plataforma de Afectados por la Hipoteca) es un ejemplo de ello. Hay que
cambiar el centro de la actividad política, sin sustituirla. Es necesario crear
la presión para que los partidos realicen lo que la ciudadanía desea, presión
que debe ser continua y no limitarse a la esfera legislativa. El movimiento
15-M es un buen ejemplo de ello. Ha tenido un enorme impacto en cambiar la
temática y narrativa política del país .
Este movimiento político
debería ser la coalición de fuerzas y movimientos sociales, incluyendo también
sindicatos e incluso miembros y simpatizantes de los partidos políticos (aún
cuando éstos, los partidos políticos, no deberían ni instrumentalizar ni
liderar tal movimiento político). Y la movilización debería crear un programa
real, factible (que, por definición, la estructura de poder definirá como
“utópico”, es decir, irrealizable), siendo responsabilidad de tal movimiento
documentar y mostrar que sí, que es realizable. Por ejemplo, tiene que
mostrarse que es factible, incluso hoy, en la situación actual, crear agencias
públicas de crédito que lo ofrezcan a bajos intereses a las pequeñas y medianas
empresas y a las familias, o que es factible garantizar la vivienda en un país
con cuatro millones de viviendas vacías, y así un largo etcétera.
Este movimiento debería
ser político, es decir, debería presionar para cambiar el sistema político
(desde los aparatos del Estado hasta los propios partidos políticos) para
hacerlo auténticamente democrático, con unas leyes electorales proporcionales,
con una representatividad mayor y no única, complementada y en ocasiones
sustituida por otras formas de democracia que incluyan desde referéndums
vinculantes a fórums asamblearios de decisión. Y con cambios de los sistemas de
información públicos y privados, condicionando la utilización de un recurso
público (las ondas radiotelevisivas en el aire) a su diversidad ideológica,
puesto que la escasez de tal diversidad es
uno de los mayores problemas que tiene la democracia española.
Ni que decir tiene que
existirá una enorme resistencia a estos cambios. Pero estos cambios son
posibles. Y la propia experiencia española así lo muestra. El problema de la
Primera Transición es que los partidos de izquierda abandonaron la movilización
popular (en realidad, la desmovilizaron), adaptándose rápidamente a las
instituciones del Estado dominadas por las fuerzas conservadoras. Pero hay que
ser conscientes de que lo que forzó el fin de la dictadura fueron las
movilizaciones populares, lideradas por el movimiento obrero. Y la estructura de
poder favoreció su desmovilización dando excesivo protagonismo a los partidos,
y dentro de ellos a las élites gobernantes de tales partidos. Esta Segunda
Transición no debería caer en el mismo problema. Los partidos políticos son
importantes y fundamentales en una democracia. Pero su función (muy acentuada
en los partidos auténticamente democráticos y progresistas) es la de transmitir
en el lenguaje legislativo lo que exija el movimiento político avalado por la
participación popular, en lugar de ser instrumentos de poderes fácticos (tanto
religiosos como financieros y económicos) que violan y corrompen el proceso
democrático.
Por ello sería aconsejable
que se establecieran asambleas en las que se denunciaran las enormes
limitaciones de la democracia existente en España y en sus CCAA, con
presentación de alternativas factibles y reales que, sin lugar a dudas, crearan
una enorme resistencia, hostilidad y represión, como está ocurriendo ya. Pero
los jóvenes de todas las edades tienen que ser conscientes de que son los
herederos de las movilizaciones de las generaciones anteriores que consiguieron
establecer y expandir los derechos políticos, sociales y laborales que ahora
nos están sustrayendo.
Este movimiento debería
ser muy amplio, abarcando un gran abanico de sensibilidades políticas y
sociales, que tuviera como objetivo realizar una segunda Transición que nos
llevara de una democracia tan incompleta y de un bienestar tan insuficiente
como existe hoy en España a una democracia más desarrollada, que tuviera componentes
de representatividad (basada en la proporcionalidad), así como componentes de
democracia directa, como referéndums vinculantes (incluyendo derechos a decidir
a nivel estatal central, autonómico y local), y formas asamblearias de
decisión, expuestas a un amplio abanico de medios de información abierto a
todas las sensibilidades. Tal democracia facilitaría la resolución de los
enormes problemas sociales y económicos que la mayoría de la población
experimenta, pues tales problemas –por difícil que parezca- son de fácil
solución científica, aunque de imposible resolución dentro de las estructuras
políticas hoy existentes. Así de claro.
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Vicenç Navarro.
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad Pompeu
Fabra
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras
fuentes.
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