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Los señalamientos precedentes hablan con elocuencia
de la virulencia de la contraofensiva norteamericana pero, al mismo tiempo y
dialécticamente, de la fortaleza de las resistencias sociales que se oponen a
sus designios. Nada sería más pernicioso
en la coyuntura actual que la aceptación de una cierta opinión que concibe
a los Estados Unidos como una
potencia inexpugnable e invencible. Si bien su poderío sigue siendo formidable
no es menos cierto que, como se señalara más arriba, varias de sus iniciativas
fueron frustradas por la tenaz
resistencia que opusieron los pueblos de la región. Sus aventuras golpistas en Venezuela
fueron desbaratadas, al igual que sus planes sediciosos en Bolivia y Ecuador. Tampoco pudo
impedir la realización de ejercicios navales conjuntos entre las armadas de Rusia y Venezuela en el Mar
Caribe, que muchos estrategas de Estados Unidos conciben como un lago o un
mar “interior”. Esto era impensable hace apenas diez años, pero hoy es una
realidad. El
rechazo al ALCA, impulsado por una multitudinaria movilización continental, se inscribe en esta misma línea, así como la
creciente inoperancia de las “cumbres”
de las Américas lanzadas en 1994 cuando otro era el clima que imperaba y Bill Clinton ponía en marcha el
dispositivo que supuestamente culminaría con la aprobación del ALCA, culminando así el proceso de
anexión económica y política de América latina y el Caribe al imperio. Una tras otra las cumbres terminaron en un
revés para Washington: la de Trinidad-Tobago,
en 2009, reincorporando a Cuba al sistema interamericano pese al veto
estadounidense. Y la más reciente, en Cartagena,
con 32 jefes de Estado declarando que era la última reunión que se haría sin Cuba y
exigiendo el fin del criminal bloqueo que el imperio impuso a la isla rebelde.
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ATILIO BORON:
“El imperio no pudo impedir la UNASUR”.
Adelanto de su último libro.
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Según el politólogo, a pesar
de la virulencia de la contraofensiva norteamericana, la fortaleza de las
resistencias sociales frustran sus designios, ya que EE.UU. no es más una
potencia invencible.
Atilio Boron *
Página /12 sábado 11 de mayo
del 2013.
El golpe en esa nación
centroamericana (Honduras) puso fin a las ilusiones, acunadas por muchos, que
sostenían que el imperialismo había cambiado y que la rapiña desenfrenada de
los recursos naturales y los métodos brutales de dominación eran cosa del
pasado. Quienes así piensan se olvidan del activo papel que Washington jugó en
el golpe militar venezolano de abril de 2002, y del no menos protagónico papel
desempeñado en el lockout petrolero de finales de ese mismo año; o subestiman
(o ignoran) lo que hicieron –¡y siguen haciendo!– diversas agencias del
gobierno norteamericano cono la Usaid y la NED, junto con ONG de ese país, supuestamente
independientes, para desestabilizar la Revolución Bolivariana, o el gobierno de
Evo Morales y provocar la secesión de la Media Luna Oriental; o desconocen el
modo en que se está fomentando el renacimiento del separatismo del Guayas, en
Ecuador, y el apoyo a la intentona golpista del 2010, para ni hablar de la
incesante campaña mundial de mentiras y calumnias lanzada en contra de los
líderes populares de la región. Se olvidan también de la desorbitada expansión
de las bases militares que rodean con un cinturón de hierro toda la región; de
la imposición –ante gobiernos que resignan soberanía– de una legislación
“antiterrorista” diseñada para reprimir y desactivar la protesta social; de la
tremenda ofensiva mediática internacional, concertada hasta en sus mínimos
detalles y que convirtió a los grandes medios de la región en los “estados
mayores” de una derecha política cada vez menos gravitante sin la ayuda de
aquéllos.
Los señalamientos precedentes
hablan con elocuencia de la virulencia de la contraofensiva norteamericana
pero, al mismo tiempo y dialécticamente, de la fortaleza de las resistencias
sociales que se oponen a sus designios. Nada sería más pernicioso en la
coyuntura actual que la aceptación de una cierta opinión que concibe a los
Estados Unidos como una potencia inexpugnable e invencible. Si bien su poderío
sigue siendo formidable no es menos cierto que, como se señalara más arriba,
varias de sus iniciativas fueron frustradas por la tenaz resistencia que
opusieron los pueblos de la región. Sus aventuras golpistas en Venezuela fueron
desbaratadas, al igual que sus planes sediciosos en Bolivia y Ecuador. Tampoco
pudo impedir la realización de ejercicios navales conjuntos entre las armadas
de Rusia y Venezuela en el Mar Caribe, que muchos estrategas de Estados Unidos
conciben como un lago o un mar “interior”. Esto era impensable hace apenas diez
años, pero hoy es una realidad. El rechazo al ALCA, impulsado por una
multitudinaria movilización continental, se inscribe en esta misma línea, así
como la creciente inoperancia de las “cumbres” de las Américas lanzadas en 1994
cuando otro era el clima que imperaba y Bill Clinton ponía en marcha el
dispositivo que supuestamente culminaría con la aprobación del ALCA, culminando
así el proceso de anexión económica y política de América latina y el Caribe al
imperio. Una tras otra las cumbres terminaron en un revés para Washington: la
de Trinidad-Tobago, en 2009, reincorporando a Cuba al sistema interamericano
pese al veto estadounidense. Y la más reciente, en Cartagena, con 32 jefes de
Estado declarando que era la última reunión que se haría sin Cuba y exigiendo
el fin del criminal bloqueo que el imperio impuso a la isla rebelde.
Adicionalmente habría que agregar otra derrota, que no por haberse producido en
el seno de una institución moribunda como la OEA deja de tener importancia. En
el 2005 y en contra de la militante preferencia de Estados Unidos los países de
la región eligieron como nuevo secretario general a José Miguel Insulza, quien
había sido prominente funcionario del gobierno de Salvador Allende, y que se
convirtió en el primero en ser elegido contrariando la voluntad de Washington.
En otro orden de cosas, Estados Unidos no pudo impedir el cierre de la Base de
Manta, en Ecuador; frustrar la política de liberación de rehenes de las FARC en
Colombia y escarmentar a Evo Morales por haber expulsado de Bolivia al
embajador norteamericano (y consuetudinario golpista y secesionista, “inventor”
de Kosovo en los Balcanes) Philip Goldberg. Tampoco pudo impedir la creación de
la Unasur y su Consejo Sudamericano de Defensa y la formación, en febrero del
2010 de la Celac, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, cuya
primera cumbre se celebraría en Caracas en diciembre del 2011. En suma: la
resistencia de los pueblos ha sido formidable, y cosechado no pocos éxitos.
Algunos logros, ya referidos en este libro, se dieron en la esfera económica
frustrando la aplicación de políticas neoliberales como las privatizaciones.
Otros, como los que acabamos de mencionar, erigiendo obstáculos insalvables a
la política de dominación del imperio.
Palabras finales.
Llegó la hora de poner punto
final a este escrito. De su lectura se infiere que la época por la que
atravesamos hará que la lucha de nuestros pueblos por la autodeterminación
nacional y la construcción de una genuina democracia sea ardua y prolongada.
Pero, tal como lo recordara el comandante Fidel Castro en su reunión con los
intelectuales el 10 de febrero del 2012, “aunque nos dijeran que al mundo le
quedan pocas semanas de vida nuestro deber sería luchar, seguir luchando hasta
el fin”. Sabemos que los imperialistas no se darán por vencidos muy fácilmente
pues su derrota no sólo será política sino que afectará decisivamente un modo
de vida basado en el derroche y el despilfarro, y en la agresión a la
naturaleza, que es insostenible en el mediano plazo. Se defenderán con uñas y
dientes, y nada los detendrá; cualquier crimen, atrocidad o acto de barbarie
será justificado apelando a los pretextos y racionalizaciones tradicionales: la
defensa de la libertad, la democracia, la justicia. Y América latina, región
absolutamente prioritaria, será el área donde librarán sus primeros combates y
también el último, final y decisivo. Los primeros, porque los imperialistas
pueden resignarse a perder África, Asia, inclusive a Europa, pero jamás América
latina, y en estas tierras descargarán todo su infernal aparato militar sobre
quienes sean percibidos como planteando los más elementales cuestionamientos a
su opresión. El último combate porque, destruidas sus bases de sustentación en
otras regiones del mundo, buscarán refugio en nuestros países, haciéndose
fuertes en la insularidad americana que, supuestamente, pondría al imperio a
salvo de cualquier incursión terrestre de fuerzas enemigas extra-continentales.
Por eso, la lucha debe continuar sin pausa alguna. La “batalla de ideas” es uno
de los escenarios de esa lucha. No es el único, pero es terriblemente
importante. Este libro pretendió ser una modesta contribución a esta empresa.
* Extracto del libro América
Latina en la Geopolítica del Imperialismo, que será presentado mañana a las
15.30, en la
sala Adolfo Bioy Casares de la Feria del Libro, con comentarios del autor, de
Jorge Taiana y Telma Luzzani.
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