"El capitalismo quizás pueda
satisfacer el deseo natural de muchos de enriquecerse a sí mismos, pero nadie
puede querer que este sistema de creencias domine a la sociedad. El
capitalismo recompensa a narcisistas decididos y, a menudo, también a estafadores
sin empatía e incapaces de arrepentirse. Recompensa a aquellas personas
enfocadas exclusivamente a obtener ganancias personales y
auto-engrandecimiento. Estos capitalistas de pro a menudo carecen de la
capacidad de formar vínculos significativos, y solo ven a los demás como
herramientas para la mercantilización y la explotación. Una
vez que la clase capitalista logra el control completo, como lo ha hecho en
Estados Unidos, desmantela las estructuras que hacen posibles los lazos
sociales, viendo en ellos un impedimento para obtener
ganancias. Cuanto
más concentrada está la riqueza, como ocurre con el sistema capitalista,
mayor es el daño que se inflige a la sociedad, enviando los puestos de trabajo
a talleres clandestinos del extranjero y dejando a los trabajadores
estadounidenses subempleados o desempleados".
"Karl Marx vio la alienación como una fuerza positiva, una que
distanciaba a los trabajadores de los medios de producción y los impulsaba a
cuestionar las estructuras de poder,
a educarse acerca de su explotación y su
rebelión. Pero para Durkheim,
esta alienación o anomia es
debilitante. Es, escribió, “una
astenia colectiva” que nos drena la energía y la voluntad. Se
manifiesta en odio a uno mismo. De hecho, podemos entender lo que está
sucediendo a nuestro alrededor, argumentó Durkheim,
pero carecemos de la capacidad de liberarnos de la desesperación, la
frustración y la ira que paralizan nuestras vidas".
“Nuestras acciones requieren de un
objeto externo”, escribió Durkheim. “No es porque necesitemos mantener la
ilusión de una inmortalidad imposible: es porque está implícito en nuestro ser
moral y no puede perderse, ni siquiera parcialmente, sin que ese ser moral
pierda su razón de ser. No hay necesidad de demostrar que en tal estado de
colapso, la más mínima causa de depresión puede dar lugar con cierta facilidad
a actos desesperados. Cuando no merece la pena vivir, todo se convierte en
un pretexto para librarnos de ella”. “Las personas están demasiado
engranadas en la sociedad como para no sufrir si la sociedad misma se
deteriora”, agregó Durkheim. “El sufrimiento de esta inevitablemente se
convierte en el propio de cada uno”.
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Se hundirá producto de sus propias contradicciones. El suicidio político es su camino, mirando hacia el futuro, que por derecho le pertenece?.
***
LA ANOMIA AMERICANA.
Los demagogos surgen
de las democracias fallidas plagadas de falta de reglas y anomia.
Trump “su suicidio político” y el fascismo caminante.
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El Captor miércoles 26 de setiembre
del 2018.
El sociólogo francés Emile Durkheim, en
su libro clásico “Sobre el suicidio”, examinó la desintegración de los
vínculos sociales que lleva a los individuos y las sociedades a
actos personales y colectivos de autodestrucción. Descubrió que cuando los
vínculos sociales son fuertes, las personas logran un equilibrio saludable
entre la iniciativa individual y la solidaridad comunitaria, al que llamó un
“equilibrio sustentador de la vida”. Estas personas y comunidades tienen las
tasas más bajas de suicidio. Los individuos y las sociedades más susceptibles
a la autodestrucción, escribió, son aquellas para quienes estos vínculos, este
equilibrio, se ha roto.
Las
sociedades se mantienen unidas por una red de vínculos sociales que les da a las personas la
sensación de ser parte de un colectivo y participar en un proyecto más grande
que uno mismo. Este colectivo se expresa a través de rituales, como las
elecciones y la participación democrática o un llamamiento al patriotismo y las
creencias nacionales compartidas. Estos vínculos construyen un significado,
sentido de propósito, status y dignidad. Ofrecen protección psicológica
contra la mortalidad inminente y la sensación de “sinsentido” que embarga
cuando se está aislado y solo. La ruptura de estos vínculos sumerge
a los individuos en una angustia psicológica profunda que conduce finalmente a
actos de autoaniquilación. Durkheim llamó a este estado de desesperanza y
desesperación “anomia”, que definió como “ausencia de reglas”.
La ausencia de reglas significa que
las normas que gobiernan a una sociedad y crean un sentido de solidaridad
orgánica ya no funcionan. La creencia, por ejemplo, de que si trabajamos duro, obedecemos la
ley y obtenemos una buena educación, podemos lograr un empleo estable,
estatus social y movilidad además de seguridad financiera se
convierten en una mentira. Las viejas reglas, imperfectas
y a menudo falsas para los pobres de color, sin embargo no eran una ficción
completa en los Estados Unidos. Ofrecieron a algunos estadounidenses
-especialmente a los de clase trabajadora y clase media- un modesto avance
social y económico.
Pero la captura del poder político
y de la economía como concepto por
parte de las élites empresariales, junto con la redirección de todas las
instituciones hacia una mayor consolidación de su poder y riqueza, ha roto los
lazos sociales que mantenían unida a la sociedad estadounidense. Esta
ruptura ha desencadenado un malestar generalizado que Durkheim habría
reconocido.
“Cuando la sociedad está fuertemente
integrada”, escribió, “mantiene a las personas en un estado de dependencia,
dirigiéndolas a su servicio y, en consecuencia, no les permite disponer de sí
mismas como podrían desear”. La sociedad se opone así a que escapen de sus
obligaciones a través de la muerte. … El vínculo que los une a su
propósito común los une a la vida; y, en cualquier caso, el objetivo
supremo hacia el que dirigen sus miradas alivia el sufrimiento que sienten por
los problemas de la vida. Finalmente, en una comunidad
coherente y vital, hay un intercambio continuo de ideas y sentimientos de todos
para cada uno y de cada uno para todos, que es como un apoyo moral mutuo,
de modo que el individuo, en lugar de verse reducido a sus recursos únicamente,
participe en la energía colectiva y recurre a ella cuando la suya está
exhausta”.
La reconfiguración de la sociedad
estadounidense en una oligarquía y el colapso de nuestras instituciones
democráticas han dejado a la mayoría de la población sin poder. Las élites,
depredadoras por naturaleza, han descartado toda restricción. “El estado
de desorganización, o anomia, se ve reforzado por el hecho de que las pasiones
son menos disciplinadas en el momento en que necesitan una disciplina más
fuerte”, señaló Durkheim sobre la avaricia de los ricos.
Presidentes de Rusia, Estados Unidos y China. Putin, Trump y Xi Jinping. Quién apoya a quién. Como se va al "suicidio político" producto de sus propios errores, contradicciones. El Nuevo Orden Mundial. tendrá como protagonistas centrales a dos de ellos y uno se hundirá como también hundirá a su país producto de su intolerancia, radicalismo y falta total de RESPETO POLÍTICO.
***
“No en vano tantas religiones han
celebrado los beneficios y el valor moral de la pobreza”, escribió
Durkheim. “Esto se debe a que, de todas las escuelas, es la que mejor le enseña al hombre a contenerse. Al
obligarnos a ejercer una disciplina constante sobre nosotros mismos, nos
prepara para aceptar la disciplina colectiva con docilidad, mientras que la
riqueza, exaltando al individuo, constantemente corre el riesgo de despertar el
espíritu de rebelión que es la fuente misma de la inmortalidad”.
El sistema político,
como lo subraya la investigación de los profesores Martin
Gilens y Benjamin I. Page, ya no promueve los intereses del ciudadano
medio. Ha convertido el consentimiento de los gobernados en una broma
cruel. “El punto central que surge de nuestra investigación es que las
élites económicas y los grupos organizados que representan intereses
comerciales tienen un impacto sustancial en la política del gobierno de los EE.
UU., mientras que los grupos de interés basados en
masas y los ciudadanos promedio tienen poca o ninguna influencia”. Esta
panorámica de la dinámica democrática destruye uno de los principales vínculos
sociales en un estado democrático y anula la creencia vital compartida de que los ciudadanos tienen el poder
de gobernarse a sí mismos, que el gobierno existe para promover y proteger sus
derechos e intereses.
Las estructuras económicas, como las
estructuras políticas, se han reconfigurado para burlarse de la fe en la
meritocracia y en que el trabajo duro conduce a un papel productivo y valioso
en la sociedad. La productividad estadounidense, como señaló The New
York Times, ha aumentado un 77% desde 1973, pero el salario por hora ha crecido
solo 12%. Si el salario mínimo federal estuviera vinculado
a la productividad, escribió el periódico, estaría en 20 dólares a la hora, no
en 7,25. Aproximadamente 41,7 millones de trabajadores, un tercio de la
fuerza de trabajo, ganan menos de 12 dólares por hora, y la mayoría de ellos no
tienen acceso a un seguro de salud financiado por el empresario. Una
década después del colapso financiero de 2008, escribió el Times, el patrimonio
neto de una familia de clase media es inferior en más de 40.000 dólares al
promedio de 2007. La cifra para las familias negras ha bajado un 40%, y para
las latinas un 46%.
La disparidad económica y la
disfunción política se han visto exacerbadas por el colapso del sistema
judicial, como escribe Matt Taibbi en su libro.”La división: la injusticia
estadounidense en la era de la brecha de riqueza”. Existe una
criminalización agresiva de los pobres, mientras que las élites gobernantes
están protegidas por abogados caros y la no aplicación o reescritura de las
leyes. En medio de una aplicación selectiva de las leyes
en una sociedad sin reglas, los derrochadores de Wall Street y otros enclaves
financieros no son procesados por poseer e ingerir drogas
ilegales, pero los pobres son encarcelados y deben perder todas sus propiedades
por ser atrapados con pequeñas
cantidades de las mismas drogas. HSBC,
el séptimo banco más grande del mundo por activos totales, tras admitir el lavado de 800 millones de dólares para los carteles de drogas de
Centroamérica y Sudamérica, fue sancionado con multas en gran
parte simbólicas y un acuerdo de enjuiciamiento diferido, que es el equivalente
legal de una tarjeta de salida de la cárcel. Los pobres, mientras tanto,
son perseguidos, arrestados y multados por actividades absurdamente
criminalizadas como no cortar el césped, merodear, vender cigarrillos sueltos,
llevar botellas abiertas de alcohol o “obstruir el tránsito de peatones”, lo
que significa pararse en una acera. Estas multas se utilizan para cubrir
las deficiencias presupuestarias del estado que resultan de eliminar las leyes
que harían pagar a las corporaciones y a los ricos impuestos significativos, o,
simplemente, impuestos. Este boicot fiscal de los ricos ha roto otro vínculo social más, la idea
de que todos contribuimos con una parte importante de nuestros ingresos para que
la sociedad funcione.
Las élites, que sacrifican “cero”
por la sociedad y resultan liberadas de sus comportamientos criminales,
viven en lo que Taibbi llama un “archipiélago sin estado”. Están facultados
para saquear la nación, acumular una riqueza obscena y ejercer un control
político y legal sin supervisión alguna. El resultado ha sido la
eliminación de los vínculos sociales primarios que, por muy sesgados que
estuvieran a favor de la mayoría blanca, mantenían unida a la nación.
La ruptura de estos vínculos ha
dejado a decenas de millones de estadounidenses a la deriva. La sociedad,
escribió Durkheim, ya no es “lo suficientemente obvia para los individuos”. La
única posibilidad que resta de participar en la sociedad ya solamente es, como
escribió Durkheim, “a través de la tristeza”. Las patologías autodestructivas
que plagan a los Estados Unidos -adicción a los opiáceos, obesidad mórbida ,
los juegos de azar, el suicidio, el sadismo sexual, los grupos de odio y los
tiroteos masivos- emergen de esta anomia. En mi nuevo libro, “America: The Farewell Tour “,
examino estas patologías y la anomia que alimenta estos comportamientos
autodestructivos.
Durkheim señaló que los pobres
tienen tasas más bajas de suicidio. Los pobres saben que las reglas están
manipuladas en su contra. James Baldwin concluyó más o menos lo mismo
cuando escribió que los hombres afroamericanos son menos propensos a una crisis
de la mediana edad que los hombres blancos porque son menos susceptibles al
mito del sueño americano. La mayoría de los afroamericanos aprenden muy
temprano en la vida que hay dos tipos de reglas. Pero los estadounidenses
blancos, debido a la supremacía blanca, son más susceptibles al mito, y por lo
tanto se enfurecen más cuando ese mito se expone como una estafa. Sospecho
que esta es la razón por la cual casi todos los tiradores en masa y miembros de
grupos de odio de derecha, junto con la mayoría de los partidarios de Donald
Trump, son hombres blancos.
El capitalismo, escribió Durkheim,
es antitético para crear y mantener las relaciones que son vitales para los
vínculos sociales. El capitalismo recompensa a aquellos para quienes las
relaciones personales o profesionales son transaccionales y temporales. Las
relaciones bajo el capitalismo son mercenarias. Son parte
del plan para el autodesarrollo personal y requieren del engranaje que puedan
aportar “los otros”. Para avanzar en un sistema capitalista es necesario
construir, y acto seguido destruir, relaciones que en definitiva están
huecas. Estas relaciones vacías, y puedes verlas en cualquier reunión
comercial, contribuyen a la anomia colectiva y a la desintegración de los
vínculos sociales.
El capitalismo quizás pueda
satisfacer el deseo natural de muchos de enriquecerse a sí mismos, pero nadie
puede querer que este sistema de creencias domine a la sociedad. El
capitalismo recompensa a narcisistas decididos y, a menudo, también a estafadores
sin empatía e incapaces de arrepentirse. Recompensa a aquellas personas
enfocadas exclusivamente a obtener ganancias personales y
auto-engrandecimiento. Estos capitalistas de pro a menudo carecen de la
capacidad de formar vínculos significativos, y solo ven a los demás como
herramientas para la mercantilización y la explotación. Una
vez que la clase capitalista logra el control completo, como lo ha hecho en
Estados Unidos, desmantela las estructuras que hacen posibles los lazos
sociales, viendo en ellos un impedimento para obtener
ganancias. Cuanto más concentrada está la riqueza, como ocurre con el
sistema capitalista, mayor es el daño que se inflige a la sociedad, enviando
los puestos de trabajo a talleres clandestinos del extranjero y dejando a los
trabajadores estadounidenses subempleados o desempleados.
Karl Marx vio la alienación como una
fuerza positiva, una que distanciaba a los trabajadores de los medios de
producción y los impulsaba a cuestionar las estructuras de poder, a educarse
acerca de su explotación y su rebelión. Pero para Durkheim, esta
alienación o anomia es debilitante. Es, escribió, “una astenia colectiva”
que nos drena la energía y la voluntad. Se manifiesta en odio a uno
mismo. De hecho, podemos entender lo que está sucediendo a nuestro
alrededor, argumentó Durkheim, pero carecemos de la capacidad de liberarnos de
la desesperación, la frustración y la ira que paralizan nuestras vidas.
“Nuestras acciones requieren de un
objeto externo”, escribió Durkheim. “No es porque necesitemos mantener la
ilusión de una inmortalidad imposible: es porque está implícito en nuestro ser
moral y no puede perderse, ni siquiera parcialmente, sin que ese ser moral
pierda su razón de ser. No hay necesidad de demostrar que en tal estado de
colapso, la más mínima causa de depresión puede dar lugar con cierta facilidad
a actos desesperados. Cuando no merece la pena vivir, todo se convierte en
un pretexto para librarnos de ella”.
“Las personas están demasiado
engranadas en la sociedad como para no sufrir si la sociedad misma se
deteriora”, agregó Durkheim. “El sufrimiento de esta inevitablemente se
convierte en el propio de cada uno”.
El presidente Trump no es el
resultado del robo de los correos electrónicos de Podesta, James Comey o
el racismo -aunque él y muchos que lo apoyan son racistas- o bots rusos. Los
demagogos surgen de las democracias fallidas plagadas de falta de reglas y
anomia. Le dicen a la población enfurecida lo que quiere
escuchar y, crudamente, para el deleite de los traicionados, ridiculizan a las élites
que los vendieron.
Eliminar
a Trump de la
administración sin analizar la ausencia de equilibrio social y la anomia que
definen las vidas de decenas de millones de estadounidenses no serviría para
restaurar la democracia. De hecho, probablemente consolidaría el poder de
un fascismo cristianizado que se
cubre con una piedad empalagosa y una falsa moral. El vicepresidente Mike Pence, porque es una criatura de la derecha
cristiana y ha ingerido su ideología protofascista,
probablemente sería peor que Trump si ganara la presidencia.
La
izquierda, como la mayoría de los críticos de Trump, personaliza nuestra
decadencia. Se
enfoca miópicamente en Trump, que es
el síntoma, no la enfermedad. Se enreda con pensamientos como que los
rusos roban las elecciones al tiempo que se niega a examinar las profundas
heridas de la sociedad, heridas que se exacerbaron cuando el Partido
Demócrata de Bill Clinton vendió a la clase trabajadora Si no curamos
estas heridas, si no restauramos los lazos sociales destrozados por el capitalismo
corporativo más salvaje, cuando llegue la próxima crisis financiera -y llegará-
esta anomia colectiva explotará. Los demonios aterradores, cabalgando sobre
estas patologías oscuras y autodestructivas, surgirán de las profundidades del
pantano sin reglas.
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