UNA PRIMERA DIFERENCIA IDEOLÓGICO-POLÍTICA
ENTRE IZQUIERDA POLÍTICA Y PROGRESISMO DEMOCRÁTICO EN AMÉRICA LATINA.- Si continuamos con el “viejo argumento” político de la Izquierda
Histórica en Nuestra América la Patria Grande, de hecho encontraremos
profundas Diferencias Políticas, con los Gobiernos Progresistas de Izquierda –simplemente
con relación al Estado, al Partido Político, a las clases
y lucha de clases, en relación a la Clase Obrera
– incluso – caminando – más allá en relación a nuevos procesos de
acumulación del capital, etc. Pero la realidad del Tercer Milenio en América
latina, no es la de los 60’ o 70’ del siglo XX o los tiempos de la
dictaduras militares y la propia década pérdida de los 80’. El propio
capitalismo asume a nivel mundial nuevas características en tiempos de la Globalización
neoliberal – el fin del capital industrial y las nuevas formas del capital
financiero especulativo globalizado. Si tenemos una mirada continental en
el nuevo milenio, y los gobiernos progresistas, no encontramos la clase
obrera organizada, NO, estamos frente a nuevos sectores sociales, producto del
propio capitalismo: Pueblo, Comunidades, Pobres Maestros,
Juventud, Mujer, Desocupado, Migrante, CIUDADANO, básicamente son
los sectores sociales que asumen en la
práctica de las clases y la lucha de clases – la nueva
Sociedad Civil, Real, Emergente, Popular, Democrática – el Poder
Popular – que presenta una primera diferencia Política Central: La lucha de los
Gobiernos Progresistas de Izquierda se concentra en la LUCHA CONTRA LA POBREZA, la EXTREMA POBREZA – donde la
organización de la clase obrera, en gremios, sindicatos, partidos políticos no
es lo central, lo principal, como en los tiempos del capitalismo industrial:
el imperialismo. La Nueva Fase, el era del capital financiero
especulativo, tiempos de la globalización neoliberal y las formas como
ingresa, penetra en los países del “tercer mundo”, ahora países en
desarrollo, son diferentes por las condiciones como se impone el capital
corporativo global, arrasando con todos los derechos sociales, originando
nuevas formas de explotación y como emergen grandes “nichos de extrema pobreza”,
realidad salvaje e inhumana que se convierte en el centro de la lucha de los
gobiernos reformistas, democráticos de Izquierda . Seguiremos desarrollando las
grandes diferencias ideológico-políticas, que hoy
son básicas para enriquecer el inmenso campo del nuevo impulso de la Izquierda
en Nuestra América La Patria Grande.
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URUGUAY.
PAÍS SERIO, DE FRÁGIL
ECONOMÍA, ATRAPADO EN EL RÍO DE LA GLOBALIZACIÓN.
*****
Eduardo
Camín.
Rebelión
lunes 10 de setiembre del 2018.
Uruguay siempre ha
aceptado de buen grado la inversión extranjera directa, otorgando tratamiento
nacional o preferencial a las empresas extranjeras que se instalan en el país
sin ningún tipo de discriminación. Esta dinámica de inversiones va acompañada
por un marco de seguridad jurídica y
estabilidad política, además de un soporte innegable de nuevas tecnologías
e infraestructuras de todo tipo.
Durante la
última década, Uruguay ha tenido un crecimiento superior a la media del
continente, gracias a la inversión extranjera, especialmente europea y española
en particular, centrada en la banca, los servicios, y las fábricas de celulosa.
La cifra de inversión extranjera directa en el país respecto al PIB es del 5,3%. Y solo Chile estaría por delante, lo que ha generado una certeza cuasi
infalible e incluso dogmática del equipo económico liderado por el contador Danilo Astori.
En la
representación popular, la idea más generalizada del fenómeno es simple: Un país rico, un organismo internacional, o
unos fondos de inversión, nos presta capital. Con esos préstamos, generamos
infraestructuras, construimos una carretera, ampliamos nuestras fuentes de
energías y más comúnmente pagamos deudas viejas.
En una palabra, sin tales
préstamos no podríamos hacer frente a nuestras obligaciones, ni mejorar
nuestros servicios, ni producir más en los campos, ni crear nuevas empresas. Es
decir, no podríamos “desarrollarnos”.
Pero miremos un instante a nuestro alrededor y ordenemos los hechos, o es que
los orientales seguiremos mintiéndonos, tomando los deseos por realidades y
arropándonos con grandes y vacías palabras.
En un mundo en donde la economía esta globalizada y la política
fraccionada, el choque entre estos dos movimientos contrapuestos solo puede
conducir a las parálisis y al conflicto.
En tal marco cabría preguntarse qué sentido tiene
seguir discutiendo sobre las facetas, angulosidades y minucias del pensamiento
político de la “izquierda progresista”
cuando la puesta en práctica se ha hecho imposible porque los instrumentos
antiguamente capaces de llevarlo adelante por las organizaciones políticas
nacionales han quedado rehenes de la lógica instrumental de un
capitalismo transnacionalizado.
Se nos podrá decir que el tiempo transcurrido por el gobierno
del progresismo ha sido escaso, comparado en términos históricos para
que realicemos valoraciones que condenan, pero después de tres gestiones progresistas, ya no
son las señales gubernamentales los que nos preocupan y nos llevan a opinar,
sino los hechos, cuyos riesgos nos involucran a todos, y benefician a unos
pocos.
Cobra el hecho anotado más significación cuando se le
examina a la luz de otras realidades. Si una parte fundamental de la tradición de la izquierda
ha sido la crítica cultural, no deberíamos olvidar que son las
razones de la política sobre las de la economía,
la que llevó a la izquierda a las altas esferas del Estado.
Asumido este rol que ha sido por la expresión de la voluntad popular, el
desafío real esperado era la intervención pública para contrapesar el poder de
la minoría
propietaria de la riqueza. He ahí, sin la pueril pretensión de
pretender ser analistas infalibles, es que destacamos, sumaria y tal vez
arbitrariamente algunos aspectos principales, sobre los cuales los gobiernos
progresistas han hecho hincapié.
Modificación de
la estructura agraria, reforma de la enseñanza, planificación de la economía: Tres
directivas definidoras sobre las cuales el gobierno viene desarrollando sus
principales líneas de trabajo, más allá de que a unos le parecerá poco; a otros
mucho. Esto es inevitable. Pero estas tres
directivas que destacamos bastarían, si, juntamente con la concepción
general a que responden, sirvieran para lograr la coincidencia.
En primer término, la producción agropecuaria, para la
que estamos, por diversas razones –demográficas, climáticas, geográficas,
etc.– especialmente dotados, se cumple con ajuste a una estructura que es
insuficiente y que lo será cada día más, porque sus mejoras se han hecho en
términos de competitividad. Cambiarla no significa copiar lo ajeno, que
responde a otras necesidades y realidades, sino hacer que la estructura sea
productiva y eficiente.
Pero cambiar, no es, andar abrazado a las culebras, con el sombrero en mano, mendigando
préstamos del extranjero. De poco sirve proclamar el principio y defenderlo si
la fuerza a fin de cuentas hará lo que le venga en gana o lo que se ajuste a
las necesidades del mercado global.
En este sentido se está entregando soberanía y patrimonio, basta con mirar quiénes son los dueños del campo.
En segundo lugar, la reforma de la enseñanza se ha
transformado en un órgano consultivo, de integración numerosa, de recursos
moderados, mal distribuidos y en el cual confluyen intereses específicos y
diversos, pero que no será capaz de realizar esa obra urgente: recopilar, ordenar, analizar los hechos y
darles la solución adecuada. Tal cual está planteado este órgano, no ha
sido más que un cuerpo que solo parió divagaciones y proyectos. El alto índice de conflictividad y los
desencuentros cada vez más evidentes avalan esta situación.
Y en tercer lugar el plan económico tal vez (y sin tal
vez) de esta pequeña síntesis de discordancias ministeriales, aquí encuentre la
causa fundamental, del discurso
gatopardista. En efecto una política
financiera debe ser la expresión de
una política económica. Dicho de otra forma, la política financiera
es una de las formas de realización por el Estado, de una política económica.
Por lo tanto, debe ser una política de conjunto que abarque el proceso en su totalidad y
que ajuste a esa visión y a esa finalidad común, las distintas y escalonadas
soluciones parciales que los hechos reclamen.
Se nos dice el país tiene que producir, para producir tiene que trabajar e invertir.
Se nos dice que necesitamos capitales
extranjeros, asistencia técnica y
económica, una especie de panacea y verdad axiomática, pero pocos, muy
pocos se plantean el problema en términos exactos, pocos muy pocos, emiten
dudas sobre las ventajas del sistema, o se interrogan sobre las repercusiones
de éste, y ahora estamos en ese escenario
No toda
inversión por el simple hecho de serlo debe ser justificada. En ese sentido
no nos pareció adecuada en su momento la introducción
de parques industriales estilos la planta
de celulosa en Fray Bentos, o las zonas
francas, o condicionarnos al estallido
de una burbuja inmobiliaria en
nombre de las inversiones, el mercado, y la creación de fuentes de trabajo.
Más grave aún es que en la actual coyuntura, el proceso de
globalización ha supuesto una desarticulación
de las clases sociales. Las nuevas
formas de acumulación y poder pretenden dejar obsoletas
las interpretaciones donde el dominio y la explotación social son origen en una
estructura clasista. Ahora son elites independientes, sin conexión ni origen
clasista quienes determinan el proceso
de acumulación y reproducción del capital Por ello, se recomienda que los
análisis de clases deban ser superados en tanto son marginales.
Bajo este enunciado se intenta demostrar que las
relaciones sociales de producción no responden ya a la contradicción capital-trabajo. Se recrea el proceso de
concentración de la riqueza, y las formas de explotación de las
nuevas elites empresariales, políticas y financieras como si se tratase de un proceso de
descomposición del orden social determinado por la existencia de clases
sociales.
Discutir sobre
la organización política es una cosa diferente que señalar la existencia de un
orden social fundado en una estructura de clases
sociales antagónico y complementario.
Los conceptos de burguesía, proletariado
industrial o rural, así como de elites siguen constituyendo el
principio sobre el cual analizar el orden social
y político dependiente del proceso de
acumulación y reproducción del capital global.
De ahí que predominen en aquellos editorialistas y articulistas
de los nuevos tiempos, los conceptos genéricos como pueblo,
nación, población o consumidores y ciudadanos que en realidad
son entidades abstractas donde no se aprecian las diferencias difuminándose las
relaciones de clases –muchas veces negándola– en un
conjunto indeterminado de estratos sin vínculo alguno con la configuración de
un proyecto social de dominio y explotación como lo representa el capitalismo.
Los analistas clasistas no concluyen
en otorgar una posición política, revolucionaria o no, a la clase obrera en la lucha contra la
explotación, la democracia y la justicia social. Si bien durante los
años sesenta se produjo esta homologación, porque su lugar fue la arena política, en los talleres y en la
movilización, y no el simple debate en los pulcros salones de la burguesía
acerca de las formas en que se estructura la sociedad contemporánea.
Pero las certezas muchas veces se transforman en
dudas y estas se hacen realidad
cuando los hechos así lo determinan. Poco valió el dogmatismo de la conducción
económica pretendiendo estar blindado a las inclemencias de los mercados
internacionales, y las crisis de
nuestros vecinos Argentina y Brasil que desbordan y arrastran nuestras
frágiles economías como una rama en el río.
Tal vez si
empezamos por comprender el significado de José Artigas, más allá del umbral de su estatua y
recurrir a su enseñanza aquella que
nos recuerda, que es mejor tener alguna defensa a no tener ninguna
y es mejor morir
peleando que entregarse de antemano, con dulce resignación,
arrullados y anestesiados por el engaño del capitalismo globalizador.
Triste
papel el de aquella izquierda de soñadores -si ya lo sé, no
se puede hacer otra cosa-trasnochados.
EDUARDO CAMÍN. Periodista uruguayo, miembro de la
Asociación de Corresponsales de prensa de la ONU. Redactor Jefe Internacional
del Hebdolatino en Ginebra. Asociado al Centro Latinoamericano de Análisis
Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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