SALVADOR ALLENDE. EL VALOR DE LA PALABRA EN LA HISTORIA. 45 AÑOS Y
SIEMPRE ESTARÁ JUNTO AL PUEBLO.
. “Algún
día América tendrá una voz de
continente, una voz de pueblo unido. Una voz que será respetada y oída; porque
será la voz de pueblos dueños de su propio destino”. “Sepan que se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el
hombre libre, para construir una sociedad mejor”-
“Mis palabras no tienen
amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han
traicionado su juramento… Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida
la lealtad al pueblo. Seguramente radio Magallanes será acallada y el metal
tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo.
Siempre estaré junto a ustedes”
Salvador
Allende, último mensaje, 11 de septiembre de 1973
AUNQUE DISFRUTABA EL DEBATE POLÍTICO Y LA SÓLIDA ARGUMENTACIÓN, creía mucho más en la unidad de los
sectores progresistas y de izquierda que en los sectarismos brillantes. “Cuando yo era joven, a mí me expulsaron de
un grupo universitario que se llamaba Avance”, contaba el mismo en sus
intervenciones públicas, “porque decían
que no era suficientemente revolucionario. Ellos, los que me expulsaron, se
hicieron latifundistas, los expropiamos con la reforma agraria, eran dueños de
acciones en la bolsa, también se las nacionalizamos, y a mí los trabajadores de
mi patria me llaman el compañero Presidente”.
SU SENTIDO DEL HONOR DE LA PALABRA EMPEÑADA ERA EXTREMO, CASI
CABALLERESCO MEDIEVAL.
En más de una ocasión, desafió a duelo a quienes lo ofendían, ninguno se
atrevió a aceptar el desafío. En 1959, el CHE GUEVARA le obsequió en La Habana el segundo
ejemplar de su libro “Guerra de guerrillas” (el primero fue para FIDEL). El Che, que era del mismo carácter que ALLENDE,
médico también, y que sabía bien a Allende empeñado en la vía revolucionaria
electoral para Chile, mientras él buscaba la armada, le dijo: “yo sé bien quién es usted, hablemos con
confianza”. Con la capacidad que el Che
tenía para calificar a las personas, en la dedicatoria de su libro le escribió:
“A Salvador Allende, que por otros medios, tratar de obtener lo mismo”.
ESA PALABRA EMPEÑADA CON EL GUERRILLERO HEROICO LO LLEVÓ AÑOS
DESPUÉS, EN 1968, tras
la muerte del CHE, y siendo
congresista y Presidente del Senado de Chile, a trasladar personalmente en
avión a los sobrevivientes de la guerrilla boliviana a lugar seguro, para
elevar con su propia persona el costo político de un atentado que según se
decía haría la CIA norteamericana contra los guerrilleros. Los compañeros del Che agregaron sus saludos agradecidos al lado del de
su comandante en aquel mismo libro obsequiado años antes. Y esa
palabra empeñada fue también parte de las debilidades de ese proceso.
Por ella, hizo concesiones, tal vez demasiadas, a una democracia formal que
había jurado respetar mientras otros no la rompieran, y así lo cumplió. Como lo
había comprometido, no tomó medidas para armar al pueblo mientras la democracia
se mantuvo formalmente, y eso facilitó objetivamente el zarpazo imperial y de
sus lacayos.
PERO FUE EL PRIMERO EN TOMAR LAS ARMAS y dar su vida en la defensa de esa
democracia y esa revolución cuando los golpistas la aplastaron. Tenía 65 años de edad y no era soldado sino
médico y Presidente. “Ustedes harán lo que tanto han vociferado, yo tengo
muy claro lo que me toca hacer”, respondió a “líderes” izquierdistas conocidos por sus discursos radicales que
llegaban espantados de miedo a preguntarle qué hacer ante el golpe. A los
militares vende patrias que se presentaron a ofrecerle rendición con exilio
dorado y argumentos de realismo político, les respondió secamente: “¡EL PRESIDENTE DE
CHILE NO SE RINDE, MIERDAS!”
EN SUS ÚLTIMAS PALABRAS PROFETIZÓ QUE SU VOZ NO SERÍA ACALLADA y que lo seguiríamos oyendo, y
continúa cumpliéndonos con su palabra. “Algún día América tendrá una voz de
continente, una voz de pueblo unido. Una voz que será respetada y oída;
porque será la voz de pueblos dueños de su propio destino”. “Estas
son mis últimas palabras y tengo
la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que por lo
menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la
traición”. “Sepan que se abrirán de nuevo las grandes
alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
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“Algún día América tendrá una voz de
continente, una voz de pueblo unido. Una voz que será respetada y oída; porque
será la voz de pueblos dueños de su propio destino”.
“Sepan que se abrirán de
nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una
sociedad mejor”. Dr. Salvador Allende- Presidente Constitucional. República Chile. 11 de setiembre de 1973.
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SALVADOR ALLENDE.
EL VALOR DE LA PALABRA EN LA
HISTORIA.
45 AÑOS Y SIEMPRE ESTARÁ JUNTO AL PUEBLO.
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“Algún
día América tendrá una voz de continente, una voz de pueblo unido. Una voz que
será respetada y oída; porque será la voz de pueblos dueños de su propio
destino”.
“Sepan que se abrirán
de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir
una sociedad mejor”.
Ricardo
Jiménez A.
ALAI. América latina en Movimiento.
Martes
11 de setiembre del 2018.
“Mis palabras no tienen
amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han
traicionado su juramento… Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida
la lealtad al pueblo. Seguramente radio Magallanes será acallada y el metal
tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo.
Siempre estaré junto a ustedes”
Salvador
Allende, último mensaje, 11 de septiembre de 1973
Era
un intelectual acabado pero que prefería el activismo político, gustaba de la vida y los placeres
mundanos, le decían el ‘pije’
cariñosamente porque gustaba de vestir muy bien, pero su abnegación por los
sectores más pobres y su sentido de justicia era de una militancia sin límites
que le gustaba vivir en los hechos, sencillamente, sin arrogancias ni
vanidades.
Aunque disfrutaba el debate político
y la sólida argumentación, creía mucho más en la unidad de los sectores progresistas y de izquierda que en los
sectarismos brillantes.
“Cuando yo era joven,
a mí me expulsaron de un grupo universitario que se llamaba Avance”, contaba el
mismo en sus intervenciones públicas, “porque decían que no era suficientemente
revolucionario. Ellos, los que me expulsaron, se hicieron latifundistas, los expropiamos con la reforma agraria, eran dueños
de acciones en la bolsa, también se las nacionalizamos, y a mí los trabajadores de mi patria me llaman el compañero
Presidente”.
Su sentido del honor de la palabra
empeñada era extremo, casi caballeresco medieval. En más de una ocasión,
desafió a duelo a quienes lo ofendían, ninguno se atrevió a aceptar el desafío.
En 1959, el Che
Guevara le obsequió en La
Habana el segundo ejemplar de su libro “Guerra
de guerrillas” (el primero fue para Fidel). El
Che, que era del mismo carácter que Allende,
médico también, y que sabía bien a Allende
empeñado en la vía revolucionaria electoral para Chile, mientras él buscaba la
armada, le dijo: “yo sé bien quién es usted, hablemos con confianza”. Con la
capacidad que el Che tenía para
calificar a las personas, en la dedicatoria de su libro le escribió: “A
Salvador Allende, que por otros medios, tratar de obtener lo mismo”.
Esa palabra empeñada con el guerrillero heroico lo llevó años
después, en 1968, tras la muerte del
Che,
y siendo congresista y Presidente del Senado de Chile, a trasladar
personalmente en avión a los sobrevivientes de la guerrilla boliviana a
lugar seguro, para elevar con su propia persona el costo político de un
atentado que según se decía haría la CIA norteamericana contra los guerrilleros.
Los compañeros del Che agregaron sus
saludos agradecidos al lado del de su comandante en aquel mismo libro
obsequiado años antes.
Esa
palabra empeñada le valió ser el factor más potente de unidad histórica de la
izquierda y los
sectores progresistas chilenos, lo que popular y cariñosamente se llamaba “la muñeca” de Allende. Unidad Popular
que gestó ese proceso revolucionario para el cual él había reclamado carácter inédito, creador, siguiendo a Bolívar, al que admiraba públicamente a pesar de ser marxista y para molestia de muchos
de sus compañeros más ortodoxos. “La vía chilena al socialismo, con empanadas
y vino tinto” era la frase con que había logrado prácticamente patentar
esa revolución por vías democráticas burguesas, electorales, para la cual el
pueblo chileno había tardado casi un siglo en formar y acumular los miles de
cuadros y organizaciones que le dinamizaban.
Y
esa palabra empeñada
fue también parte de las debilidades de ese proceso.
Por ella, hizo
concesiones, tal vez demasiadas, a una democracia formal que había jurado respetar
mientras otros no la rompieran, y así lo cumplió. Como lo había comprometido, no tomó medidas para armar al pueblo
mientras la democracia se mantuvo
formalmente, y eso facilitó objetivamente el zarpazo imperial y de sus lacayos.
Pero fue el primero en
tomar las armas y dar su vida en la defensa de esa democracia
y esa revolución cuando los golpistas la
aplastaron. Tenía 65 años de edad y no era soldado sino médico y Presidente.
“Ustedes
harán lo que tanto han vociferado, yo tengo muy claro lo que me toca hacer”,
respondió a “líderes” izquierdistas
conocidos por sus discursos radicales que llegaban espantados de miedo a
preguntarle qué hacer ante el golpe. A los militares vende patrias que se
presentaron a ofrecerle rendición con exilio dorado y argumentos de realismo
político, les respondió secamente: “¡El
Presidente de Chile no se rinde, mierdas!”
Con su ya legendario Grupo de Amigos
Personales – GAP de seguridad, una
veintena de muchachos resueltos armados de decoro y ametralladoras, detuvo a
fuerzas blindadas, de infantería y aéreas por casi 5 horas. “Porque el hombre
de la paz era una fortaleza”, explicó el poeta uruguayo universal Mario Benedetti.
En medio de los combates, con el
aire ya casi irrespirable y la casa de
gobierno destruida y en llamas, su médico
personal logra encontrarlo disparando por una ventana y lo toma por los
pies para llevarlo a lugar más seguro.
“Suéltame, conchatumadre”, le grita
el Presidente, creyendo que se trataba de soldados golpistas que habían
logrado ingresar a la Moneda. Cuando
le reconoce, le dice con total serenidad: “No
ves, Luchito, que esto era más grave de lo que creías esta mañana”.
Ya sin parque para las
ametralladoras, Allende
se
despide de sus compañeros sobrevivientes y les ordena entregarse para no morir quemados en las ruinas del
edificio, señalándoles que han cumplido con creces su juramento a la Patria.
Él
guarda los últimos tiros para suicidarse y no caer en
manos de los militares felones, a los que desprecia, entre ellos Pinochet,
quien sólo hace algunas semanas le juró lealtad y por quién Allende, sin saberlo entre los
golpistas, muestra preocupación y dolor creyéndolo entre los caídos por el
golpe. La grandeza de uno es la
medida de la bajeza del otro. El que traiciona
a su pueblo para defender los intereses de los poderosos. Y el que regala a
su Patria la luz profética de su palabra
empeñada.
En sus últimas palabras profetizó que su voz no sería acallada y que
lo seguiríamos oyendo, y continúa cumpliéndonos con su palabra.
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