sábado, 2 de noviembre de 2019

ALGO HUELE A PODRIDO EN EL CAPITALISMO. COMENTARIOS SOBRE LO NUEVO DE THOMAS PIKETTY.

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"Estaba claro que la propiedad privada sería abolida, al menos en lo que respecta a los grandes medios industriales de producción que eran, además, pocos en Rusia. Pero, ¿cómo se organizaría nuevas relaciones de producción y de propiedad? ¿Qué se haría exactamente con las pequeñas unidades de producción y el comercio, transporte o agricultura? ¿A través de qué mecanismos se tomarían decisiones sobre la distribución de la riqueza a través del gigantesco aparato estatal de planificación? Por culpa de la falta de respuestas muy claras, rápidamente terminaremos en la hiperpersonalización del poder.

"Podría esperarse que el autor, para dar cuenta de cómo estas preguntas fueron respondidas o no, pase revista de los debates que economistas y juristas encararon sobre la propiedad y el derecho durante la sociedad de transición durante los primeros años de la Rusia soviética. O que dé cuenta de los planteos tan diversos sobre estos problemas que van desde Nikolai Bujarin (impulsor del “socialismo a paso de tortuga” durante la NEP) hasta Evgueni Preobrazhenski (que militó en la Oposición de Izquierda y escribió La Nueva Economía, libro en el que planteaba una “ley de la acumulación originaria socialista” y discutía justamente la relación entre la propiedad agraria pequeña, la propiedad industrial nacionalizada y los impuestos). Considerando estas ausencias, probablemente resulte mucho esperar que tuviera en cuenta la complejidad de los procesos de bonapartización y burocratización que dieron lugar al surgimiento de una casta en los marcos de la propiedad nacionalizada, la burocracia estalinista que dirigía todos los aspectos de la sociedad soviética, y que abrieron finalmente el paso a la restauración burguesa. 

Mucho menos de las batallas dadas por la Oposición liderada por León Trotsky, que es quien terminará planteando como perspectiva la necesidad de una revolución política para defender las bases de la propiedad nacionalizada derrocando a la burocracia, que basaba sus privilegios es usufructuar esa propiedad al mismo tiempo que contribuía a su decadencia sentando las bases para el restablecimiento de las relaciones de producción capitalistas. A pesar de que en la problemática en la que centra su estudio, la de la desigualdad, su investigación muestra cómo la Rusia soviética la redujo de la manera más pronunciada que en cualquier otro lugar del planeta –aunque la burocratización restableció privilegios y diferenciaciones–, Piketty descarta con estos argumentos rudimentarios que la liquidación de la propiedad privada de los medios de producción y del Estado que sustenta estas relaciones de propiedad sean una vía hacia la “propiedad justa” que pregona.

“La historia de cualquier sociedad hasta nuestros días no es más que la historia de la lucha de las ideologías y la búsqueda de justicia”, dice Piketty corrigiendo al Manifiesto comunista.



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ALGO HUELE A PODRIDO EN EL CAPITALISMO.
COMENTARIOS SOBRE LO NUEVO DE THOMAS PIKETTY.

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Esteban Mercatante.

La Izquierda diario sábado 2 de noviembre del 2019.


Con Capital e Ideología, Thomas Piketty, dobla la apuesta de su obra Magna El Capital del siglo XXI, elaborando sobre las dinámicas políticas e ideológicas, que produjeron en todo el planeta sociedades crecientemente desiguales.

En 2013, Thomas Piketty se convirtió en best seller con El capital en el siglo XXI, un libro de más de mil páginas que desmenuzaba la evolución de los patrimonios y de la desigualdad en las últimas dos décadas a nivel mundial. Pocas veces visto que un libro de economía se convirtiera en tamaño fenómeno editorial. El logro resultó doblemente llamativo porque se trataba además de un volumen bastante denso, a pesar de que el autor lo amenizara con abundantes citas de novelas de Jane Austen y Honoré de Balzac. Esto no solo por la cantidad de páginas, sino por la relativa aridez de la cuestión tratada.

La tesis central del libro estaba construida a partir de la relación entre dos variables (el crecimiento de la economía versus la retribución al capital) y presentaba numerosas series sobre la participación relativa en la riqueza de las naciones de los distintos sectores de la población, incluyendo también el tratamiento de la distribución del ingreso, los efectos del desarrollo tecnológico esta última, propuestas de modificación progresiva de los impuestos, y un largo etcétera. Pero, de manera impensada, se transformó en un catalizador para poner sobre el tapete la cuestión más incómoda en la economía que seguía atravesando los efectos de la crisis que produjo el desplome de la burbuja inmobiliaria en EE. UU. y la quiebra de Lehman Brothers: el pronunciado aumento de la desigualdad en las últimas décadas . Piketty le puso nombre y apellido a un malestar que se venía incubando, desde antes de la crisis, ya que se trata de una tendencia que se viene ahondando desde los años ‘80. No es un tema del que nadie hubiera hablado. 

Por el contrario, numerosos marxistas y también economistas heterodoxos habían tratado el tema en profundidad. Pero esta vez era un economista salido del propio mainstream el que proveía “una explicación del agravamiento de la desigualdad desde el mainstream neoclásico”, como señalaba a propósito del libro el poskeynesiano Thomas Palley. El enfant terrible de la academia francesa volvía contra sí misma las herramientas conceptuales de la economía ortodoxa, para mostrar que contrariando el mundo idílico de la vulgata económica en el cual los individuos maximizadores producen equilibrios generales de óptimo bienestar, la acumulación de riqueza se profundizaba y con ella la desigualdad volvía a ser en el siglo XXI igual que en los años de la Europa de la Belle Époque , guiada por la persecución de los rendimientos patrimoniales y favorecida por la concentración del ingreso en los estratos más altos.

Además de poner el dedo en esta dolorosa llaga para los defensores del capitalismo, lo había con una profusa base de datos de muchos países, desarrollada por el proyecto World Inequality Database que él coordina. De derecha a izquierda, nadie podía dejar de hablar sobre Piketty para alabarlo, destrozarlo o desmenuzar sus puntos fuertes y sus debilidades empíricas o conceptuales.

Seis años después, Piketty vuelve a la carga con un libro que podríamos decir que es todavía más ambicioso que el anterior, y que también da un paso más en la visión crítica del autor sobre el “hipercapitalismo” actual y cómo remediar las desigualdades que produce. En esta oportunidad, el autor plantea mucho más que aumentar pronunciadamente los impuestos a los ricos y sobre todo a la herencia, así como a las ganancias extraordinarias, que era uno de los planteos que más revuelo armaba de El capital en el siglo XXI. Ahora Piketty defiende la necesidad de un “socialismo participativo” y asegura que su trabajo permite establecer las formas de propiedad “justa”. Este nuevo replanteo por parte de un economista formado en la ortodoxia neoclásica es un síntoma de los malestares que aquejan al capitalismo mundial, y es quizás uno de los aspectos de mayor interés que deja esta nueva entrega del economista francés.

Historia universal de la desigualdad

Partiendo de lo ya elaborado, en Capital e ideología se propone estudiar cómo evolucionó la concentración patrimonial a través de la sucesión de configuraciones sociales que caracterizaron las últimas centurias, desde el final de la edad media, así como de las fundamentaciones ideológicas que en cada una de ellas justificaban las desigualdades.

“Cada era produce un conjunto de discursos e ideologías contradictorias diseñadas para legitimar la desigualdad tal como existe o como debería existir, y a describir las reglas económicas, sociales y políticas que la estructuran”, nos dice en la introducción.

¿Más es menos? Esa es una pregunta que este nuevo libro puede suscitar. Si algo distingue la nueva publicación de la obra magna de Piketty es que no está construido a través de un argumento de una sencillez engañosa como ocurría con El capital en el siglo XXI. Recordemos: el nudo central que lo articulaba era explicar por qué, exceptuando el período que va de 1930 a 1980, la desigualdad iba en aumento en toda la historia del capitalismo. La tesis central, muy debatida y criticada desde distintos ángulos, era que el factor explicativo principal de la desigualdad estaba en el hecho de que el rendimiento del capital (intereses, utilidades, etc.) era mayor al crecimiento de la economía. Siguiendo el razonamiento, esto significaba que la producción de nueva riqueza es menor a la valorización de la riqueza preexistente, y por tanto quienes son dueños de la misma (muy desigualmente repartidos en la sociedad) mejoraban su posición a lo largo del tiempo.

En esta oportunidad, Piketty no tiene una piedra de toque equivalente para recorrer las transformaciones sociales que se propone tratar. En las primeras tres partes del libro aborda la historia de las sociedades en los últimos siglos, desde una mirada no occidental, es decir, incluyendo a importantes sociedades como las de China e India, que a veces quedan relegadas. Para cada sociedad analizada ofrece un pantallazo de la evolución de la concentración patrimonial, ligada a alguna definición de los principales actores sociales y las formas de propiedad (desde los nobles y el clero en las “sociedades ternarias” hasta los grandes magnates en el “hipercapitalismo” actual, pasando por los miembros de la burocracia en los Estados obreros burocráticamente deformados, que forzadamente Piketty define como “comunistas”). Ligado a esto, analiza el sustento ideológico en el que se basaban, apelando para esto a diversas fuentes.

En el análisis del hipercapitalismo contemporáneo, Piketty agrega apartados destacados en los que se mete con el impacto ambiental y los efectos desiguales que tiene entre países y dentro de cada país según el estrato social.

La cuarta parte de Capital e ideología propone “repensar las dimensiones” del conflicto político. ¿Cuál es la novedad que pretende introducir Piketty en este análisis? Básicamente entrelaza el estudio patrimonial que viene siendo la base de sus trabajos, con los datos de posicionamiento político y preferencia electoral de estos distintos estratos sociales que permiten numerosas fuentes como las encuestas y otros métodos apoyados en el “big data”. Con estas herramientas se propone bucear algunas mutaciones políticas que vienen ocurriendo en tiempos recientes, a la luz de tendencias que vienen operando desde hace más tiempo.

La distancia entre ambiciones y resultados ha sido señalada aun en las reseñas más benevolentes. Branko Milanovic, especialista en temas de desigualdad que escribió una de las reseñas más elogiosas hasta ahora del nuevo volumen de Piketty, se declara “un tanto escéptico” nada menos que sobre las primeras tres partes del mismo (¡900 páginas de 1.300!). Milanovic señala que

… a pesar de su enorme erudición y sus habilidades como narrador, porque el éxito en la discusión de algo tan inmenso geográfica y temporalmente es difícil de alcanzar, incluso por las mentes mejor informadas que han estudiado diferentes sociedades durante la mayor parte de su carrera.

Otras lecturas son mucho menos benevolentes [ 1 ]. Michel Husson destaca que un libro supuestamente dedicado a analizar entre otras cosas la ideología que fundamenta la desigualdad, falla en hacerlo, por omisión, nada menos que en Inglaterra, la cuna del capitalismo.

 
 La “izquierda brahmán”

Uno de los aspectos que más repercusión ha tenido hasta el momento del nuevo libro de Piketty es el planteo que realiza sobre la conversión de la izquierda (tomada en un sentido amplio, que llega a incluir a las socialdemocracias europeas y los demócratas norteamericanos) en una fuerza política elitizada, que ha ganado mayor base en sectores de mayor nivel educativo e ingresos elevados (aunque siempre el voto a la izquierda es decreciente a mayor patrimonio). Esto es lo que llama izquierda brahmán, en referencia a la casta sacerdotal hindú. Las categorías populares

“se fueron sintiendo gradualmente abandonadas por los partidos de la izquierda, que a su vez se fueron orientando cada vez más hacia otras categorías sociales (particularmente las más diplomadas)”.

Las conclusiones a las que llega Piketty hace tiempo son reconocidas por numerosos autores. Los partidos socialdemócratas europeos hace rato que se han convertido en social-liberales, ampliando su base de representación en sectores medios y de la burguesía, en detrimento de la base más amplia de representación en sectores trabajadores y de ingresos bajos que tenían históricamente. El Partido Demócrata en EE. UU., cuya trayectoria sinuosa describe Piketty (partido esclavista en el siglo XIX, articulador del New Deal con Roosevelt) hace rato se convirtió en el mejor canal de expresión de los intereses de Wall Street, aunque sin por ello perder la habilidad para continuar siendo un “cementerio” de los movimientos sociales . La mirada que ofrece sobre el social-liberalismo Piketty contrasta con la trayectoria que vienen mostrando sectores de la izquierda neorreformista, como el DSA norteamericano, que impulsa una especie de “entrismo” al Partido Demócrata.

Piketty señala que la izquierda brahmán y la “derecha de mercado” pueden tener diferendos en materia de impuestos o volumen y destinos del gasto público, en particular del gasto social, pero que comparten una

“postura conservadora respecto del régimen inegualitario” configurado por el “hipercapitalismo” actual. Ambos “comparten un fuerte apego al sistema económico actual y la globalización tal como está organizada actualmente, y que básicamente beneficia a las élites intelectuales, así como las económicas y financieras”.

No nos está hablando de otra cosa que de lo que Tariq Ali caracterizó hace ya varios años como el “extremo centro” , los partidos de centroderecha y socialiberales que aseguraron durante las últimas décadas el avance de las políticas neoliberales, y que en los últimos tiempos vienen sufriendo embates por derecha, por el ascenso de la derecha soberanista, y también “por izquierda”, aunque las fuerzas neorreformistas que plantearon desafíos por este flanco tuvieron en algunos casos un rápida conversión al social-liberalismo, como fue el caso de Syriza , o una adaptación al régimen de partidos que decían combatir, como Podemos.

A modo de explicación de la crisis de este gran centro, Piketty nos presenta, partiendo del escenario político francés y luego generalizando a partir de allí, una división del arco político en “cuatro cuadrantes”, que en las elecciones de 2017 habrían alcanzado un nivel de voto parecido: el voto “igualitario-internancionalista” expresado a su modo de ver en Melenchón (que sin embargo coquetea cada vez más con el soberanismo “de izquierda) y el socialista Benoît Hamon (que es más “globalista” que internacionalista; el voto inegualitario-internacionalista, canalizado por Macron; el voto inegualitario-nativista a François Fillon; y finalmente el voto igualitario-nativista captado por Marine Le Pen y Nicolas Dupont-Aigman. Este último sería igualitario, a su entender, en el sentido de que las fuerzas soberanistas vienen movilizando en los últimos tiempos a sectores populares y de la clase trabajadora apuntando contra las desigualdades que produce la globalización neoliberal, alimentando contra esto una perspectiva nacionalista.

Piketty ofrece una caracterización descarnada sobre la izquierda social-liberal actual, pero las coordenadas de la perspectiva que él plantea no le permiten delinear ninguna alternativa. Veámoslo.




¿Regular al hipercapitalismo para alcanzar el “socialismo participativo”?

En estas páginas finales de Capital e ideología vemos el motivo de fondo para el recorrido realizado en las primeras partes del libro:

“sacar lecciones de la historia y comparar cuidadosamente las diferentes experiencias históricas para comprender mejor los contornos del régimen de propiedad ideal, así como del sistema fiscal o educativo ideales”.

Una de las guías de la idea de la perspectiva de socialismo que quiere discutir tiene que ver con alcanzar la “propiedad justa”. Y esto tiene que ver con el reemplazo de

“la noción de propiedad privada permanente por la de propiedad temporaria, a través de impuestos altamente progresivos sobre las propiedades para financiar una dotación de capital universal, y organizar así una circulación permanente de bienes y fortuna”.

Se introduce también en el tema de la democracia (que debe ser participativa) y las fronteras, para plantear

“cómo es posible repensar la organización actual de la economía mundial a favor de un sistema democrático transnacional basado en la justicia social, cambio fiscal y climático”.

En última instancia, lo que nos ofrece apunta, a grandes rasgos, a una recuperación de las políticas socialdemócratas europeas de la posguerra, superando lo que identifica como sus debilidades:

“la incapacidad de la coalición socialdemócrata para ir más allá del marco del Estado-nación y renovar su programa en un contexto marcado por la internacionalización del comercio y por la educación universitaria”. Por momentos parece que Piketty olvida lo que él mismo ya había señalado, como observa Paula Bach :

Solo grandes shocks como las dos guerras mundiales del siglo XX, la revolución rusa de 1917 y la crisis de los años ‘30 establecieron –como excepción histórica– un límite a la desigualdad que retomó su curso ascendente durante las últimas décadas, tendiendo a recuperar en el presente siglo los niveles paradigmáticos de la Belle Époque.

El abandono por parte de los partidos socialdemócratas europeos de los “compromisos” entre las clases que, después de estos shocks y hasta finales de los años ‘70 pusieron límites a la desigualdad, no se debió a las “incapacidades” que señala Piketty, sino simplemente a que son un pilar del orden social capitalista, que para revitalizarse exigía en ese entonces, agotado el boom económico de posguerra, una profunda ofensiva contra la clase trabajadora para restablecer la ganancia y aumentar la apropiación del excedente por los más ricos. Piketty reconoce el compromiso de los social-liberales con este régimen y sus crecientes desigualdades, al punto de definirlos como una “izquierda brahmán”, pero la apuesta pasa sin embargo por fortalecer el cuadrante “igualitario-internancionalista” del espectro político.
 
El motivo para descartar que la ruta para

“ir más allá del capitalismo y de la propiedad privada” pueda pasar por otro lado, el autor ya lo dio antes en este libro, cuando en la tercera parte de Capital e ideología analizó el “desastre comunista”. Tal vez este es uno de los capítulos del libro que más sorprende al dejar en evidencia una mirada superficial. Los bolcheviques “no tenían una teoría de la propiedad”, y esta sería, entre “múltiples razones”, la primera para explicar el fracaso soviético.

Estaba claro que la propiedad privada sería abolida, al menos en lo que respecta a los grandes medios industriales de producción que eran, además, pocos en Rusia. Pero, ¿cómo se organizaría nuevas relaciones de producción y de propiedad? ¿Qué se haría exactamente con las pequeñas unidades de producción y el comercio, transporte o agricultura? ¿A través de qué mecanismos se tomarían decisiones sobre la distribución de la riqueza a través del gigantesco aparato estatal de planificación? Por culpa de la falta de respuestas muy claras, rápidamente terminaremos en la hiperpersonalización del poder.

Podría esperarse que el autor, para dar cuenta de cómo estas preguntas fueron respondidas o no, pase revista de los debates que economistas y juristas encararon sobre la propiedad y el derecho durante la sociedad de transición durante los primeros años de la Rusia soviética. O que dé cuenta de los planteos tan diversos sobre estos problemas que van desde Nikolai Bujarin (impulsor del “socialismo a paso de tortuga” durante la NEP) hasta Evgueni Preobrazhenski (que militó en la Oposición de Izquierda y escribió La Nueva Economía, libro en el que planteaba una “ley de la acumulación originaria socialista” y discutía justamente la relación entre la propiedad agraria pequeña, la propiedad industrial nacionalizada y los impuestos). Considerando estas ausencias, probablemente resulte mucho esperar que tuviera en cuenta la complejidad de los procesos de bonapartización y burocratización que dieron lugar al surgimiento de una casta en los marcos de la propiedad nacionalizada, la burocracia estalinista que dirigía todos los aspectos de la sociedad soviética, y que abrieron finalmente el paso a la restauración burguesa. Mucho menos de las batallas dadas por la Oposición liderada por León Trotsky, que es quien terminará planteando como perspectiva la necesidad de una revolución política para defender las bases de la propiedad nacionalizada derrocando a la burocracia, que basaba sus privilegios es usufructuar esa propiedad al mismo tiempo que contribuía a su decadencia sentando las bases para el restablecimiento de las relaciones de producción capitalistas. A pesar de que en la problemática en la que centra su estudio, la de la desigualdad, su investigación muestra cómo la Rusia soviética la redujo de la manera más pronunciada que en cualquier otro lugar del planeta –aunque la burocratización restableció privilegios y diferenciaciones–, Piketty descarta con estos argumentos rudimentarios que la liquidación de la propiedad privada de los medios de producción y del Estado que sustenta estas relaciones de propiedad sean una vía hacia la “propiedad justa” que pregona.

“La historia de cualquier sociedad hasta nuestros días no es más que la historia de la lucha de las ideologías y la búsqueda de justicia”, dice Piketty corrigiendo al Manifiesto comunista.
 



Su libro busca aportar en esta lucha, sin ofrecer una hoja de ruta o un programa, sino más bien una interpelación sobre la necesidad de establecer nuevos equilibrios, favorables a una menor desigualdad, dentro del marco de una democracia “reformada”, con mayor vocación federalista internacional y algunas restricciones a la propiedad. Todo indica que a esto podríamos tender gradualmente, sin subvertir las instituciones contemporáneas, es decir, las mismas que vienen generando un agravamiento agudo de la desigualdad y la concentración de la riqueza como muestra toda su investigación. Más que una propuesta, el libro concluye en una apelación moral.

El hecho de que Piketty hable abiertamente de un horizonte de “socialismo participativo”, que es más que “solamente” aumentar los impuestos a los ricos y las grandes empresas, da cuenta de que algo huele muy a podrido en el capitalismo mundial. Por eso, sectores juveniles vuelven a discutir el socialismo como no lo hacían hace décadas, y son cosa del pasado los tiempos del triunfalismo de los ideólogos de la burguesía de que el orden capitalista quedaba establecido como orden insuperable después de la caída del Muro de Berlín. Tal como viene ocurriendo con otros otrora liberales complacientes como Paul Krugman, empiezan a desempolvar nociones archivadas en el arcón de los recuerdos como hablar de la propiedad estatal de algunos servicios.

Pero, al mismo tiempo que ahora Piketty señala la “superación del capitalismo” como horizonte, sus propuestas apuntan a regular desde el Estado algunos límites a la propiedad, por más “radicales” que estas se presenten. Se queda, entonces, preso de la misma maquinaria productora de desigualdad que denuncia, aspirando a alguna regeneración progresiva del ala “igualitaria” de los partidos que son parte de este mismo orden social.

Para salir de la encerrona es necesario retomar la perspectiva que Piketty descarta de un plumazo: arrebatar el poder del Estado a la clase capitalista, es decir, la revolución socialista para terminar con la propiedad privada de los medios de producción. Con los desarrollos actuales de la técnica, las posibilidades de la socialización de los medios de producción para mejorar las condiciones de vida de todos y al mismo tiempo reducir la carga del trabajo, son muy superiores que en los tiempos de la Revolución rusa. Esto podremos lograrlo si construimos partidos revolucionarios que peleen claramente por una perspectiva anticapitalista y socialista, y busquen desarrollar corrientes en los movimientos y organizaciones de masas y que apuesten al desarrollo de la autoorganización para confluir con los fenómenos de la lucha de clases, como los Chalecos Amarillos en Francia. Es decir, lo contrario a las fuerzas social-liberales que en el mejor de los casos apuestan a ser un ala un poco más “igualitaria” o “internacionalista” dentro del régimen, y en el peor se convierten en brazos ejecutores de los peores planes de ajuste neoliberal como Syriza. Como muestran las alternativas que reconoce el propio libro de Piketty, que considera que si no hay avances progresivos tenemos enfrente un panorama cada vez más ominoso en el que se entrecruzan el salto abismal de la desigualdad, los desastres ambientales y el nacionalismo y xenofobia en aumento, la alternativa es como nunca entre la revolución socialista o una caída aún más honda en la barbarie.

Nota:

[ 1 ] Ver por ejemplo las opiniones críticas de algunas investigadoras recogidas por Michel Husson

Esteban Mercatante. Nacido en Buenos Aires en 1980. Es economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Coedita la sección de Economía de La Izquierda Diario, es autor del libro La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (Ediciones IPS, 2015), y compilador junto a Juan R. González de Para entender la explotación capitalista (segunda edición Ediciones IPS, 2018). @EMercatante.

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