“Una ventaja estratégica. Las
corporaciones privadas militares y de seguridad tienen en común el recurso a
tecnologías de vanguardia, así como la creación de sistemas de vigilancia y
procesamiento de la información que les permiten tener una ventaja estratégica
sobre las empresas e instancias estatales que no pueden acceder a tales medios
de producción. Muchas de ellas han sido fundadas y emplean a
ex-militares con alta capacitación, lo que en principio ofrece tres
tipos de ventajas: 1. ahorros al no pagar la
formación de su personal de mayor preparación, mismo que puede transmitir
su saber-hacer a menores costos que las formaciones disponibles en el mercado;
2. el cumplimiento adecuado de las tareas
contratadas; 3. contar con relaciones en
las esferas militares y gubernamentales que permiten la expansión de sus
negocios; aunque el mercado es extenso, sin duda, los mayores contratos,
tanto en monto como en duración, son los asignados por los gobiernos. El auge del
autoritarismo y la adopción de políticas militaristas y securitarias han creado
un campo fértil para la expansión de las corporaciones militares y de
seguridad. Tanto para los movimientos contestatarios
como para el pensamiento crítico, el estudio de estos actores es de gran
importancia, puesto que no será posible hacer frente y eventualmente desmontar
los dispositivos de control social sin entender la fusión progresiva
entre actividades militares y actividades de seguridad,
así como el retiro paulatino del estado de tales tareas”.
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Las Corporaciones Militares y el gran negocio de la guerra.
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LAS CORPORACIONES MILITARES Y EL GRAN
NEGOCIO DE LA GUERRA.
*****
Raúl Ornelas.
ALAI. Viernes 8 de noviembre del 2019.
Es un lugar
común señalar que aun en el capitalismo decadente, la guerra impulsa la
acumulación de capital y produce enormes ganancias para
quienes participan en ella. Sin embargo, el tránsito desde las guerras
mundiales y los conflictos de la guerra fría hacia las llamadas guerras
asimétricas, introdujo cambios significativos en las relaciones entre las
corporaciones, los estados y las instituciones que participan en los conflictos
bélicos. Estos cambios pueden ordenarse en torno a dos ejes:
En primer
lugar, la guerra “desborda” sus antiguos límites marcados por conflictos
territoriales con enemigos identificados y generalmente organizados
bajo la forma de fuerzas armadas, para convertirse en una práctica de “espectro
completo” en la que los estrategas y comandantes militares no reconocen límites
territoriales ni distinguen entre combatientes y población civil.
En segundo
lugar, el estado y las instituciones ceden buena parte de sus actividades
bélicas a las corporaciones privadas: de manera similar a lo que sucede en otros
sectores de la actividad productiva, las tareas de defensa, y no solo la
producción de armamentos, pasan a manos de empresas privadas.
El
desplazamiento del estado como instancia del ejercicio legítimo de la violencia
representa una transformación crucial para la cohesión del capitalismo. El
que corporaciones privadas, independientes de los controles institucionales y
de las leyes del régimen liberal, realicen actividades de seguridad e incluso
de guerra, socava uno de los pilares de la legitimidad del capitalismo. La
privatización del ejercicio de la violencia produce cuantiosas ganancias,
al tiempo que refuerza las tendencias a la disgregación social y hace frágiles
los regímenes políticos al poner en cuestión la hegemonía cultural y política
del liberalismo y sus instituciones; todo esto estimula las tendencias más
autoritarias tanto del sistema como de grupos y sujetos sociales cada vez más
afectados por la violencia. El recurso generalizado a la represión,
al control social e incluso a las acciones militares, explica la
expansión de las corporaciones militares privadas, que en forma progresiva,
ganan terreno y juegan, cada vez más, un papel estratégico en las acciones
bélicas.
Relaciones empresa-estado
En los años
recientes, asistimos al surgimiento y a la consolidación de corporaciones dedicadas
a proveer servicios ligados a la seguridad y a las actividades militares.
Este tipo de corporación es el sujeto típico de las nuevas relaciones
empresa-estado: en su interior conjunta los intereses de militares, empresarios
y políticos, al tiempo que desarrolla y se apropia de las tecnologías bélicas
de punta, incluyendo tres de las más mortíferas: las armas autónomas, la
"inteligencia", y las operaciones especiales. Presentamos aquí
una caracterización de las corporaciones que realizan actividades de defensa y
de seguridad.
De acuerdo
con el Stockholm International Peace Research Institute, las ventas de las 100
mayores corporaciones productoras de armas pasaron de 201 a 398 mil millones de
dólares (mmd) entre 2002 y 2017, un crecimiento de 98%.
En este universo, las corporaciones con sede en Estados Unidos
concentran la mayor parte de las ventas: 128 mmd (64% del total) en
2002, y 226 mmd (57% del total) en 2017, un crecimiento de casi 77%
de las ventas en ese periodo. En 2017, solo las ventas de
corporaciones estadounidenses representan 13% del gasto militar mundial,
estimado en 1.7 billones de dólares por la misma fuente, proporción que
indica la importancia de las corporaciones en la actividad militar
global. Es preciso señalar que esta fuente no proporciona información
sobre las corporaciones militares con sede en China, a pesar de que
reporta el segundo gasto militar más alto del mundo en 2017, 228 mmd,
cifra equivalente a las ventas de armas de las corporaciones con sede en Estados
Unidos. El gasto en defensa de la potencia líder alcanzó 610 mmd.
Evasión de las leyes de guerra
En este
amplio mercado podemos distinguir 4 segmentos principales:
1)
Logística: se trata de empresas que realizan tareas de retaguardia como provisión
de alimentos, avituallamiento, construcción y mantenimiento de las
instalaciones militares, incluso en teatros de guerra (modelo Halliburton).
2)
Operaciones de combate, generalmente operaciones especiales y protección
de personas o posiciones estratégicas (modelo Blackwater).
3)
Capacidades de comunicación y de defensa, defensa y ataque de las
infraestructuras de comunicación, tareas de espionaje y de vigilancia que
permiten obtener información para la guerra y el control social (modelo Booz
Allen Hamilton).
4)
Seguridad fuera de los teatros de enfrentamiento físico, en dos
vertientes complementarias: la llamada lucha antiterrorista y el control
social in situ; es decir, control de multitudes, combate al crimen
organizado, pacificación de la contestación social, combate en megalópolis,
etcétera (modelo G4S).
Estas
actividades eran realizadas por instancias y personal ligados al estado, no
siempre de las fuerzas armadas, pero sí bajo el control estatal; tal es el caso
de las agencias de inteligencia que existen en muchos países. La
transformación en curso, por tanto, no sólo implica la complementariedad
entre el estado y las corporaciones privadas (que es la justificación de
gobernantes y estrategas militares para privatizar las actividades), sino la
cesión de tareas estratégicas a las instituciones privadas, que aúnan un alto
impacto en la trayectoria de los conflictos con la evasión de las leyes de
guerra y los controles gubernamentales e internacionales. A través de
esta cesión, los estados rompen con uno de los principios de la seguridad
nacional: el control de los aspectos estratégicos de la defensa nacional, que,
al ser controlados por entidades privadas, generan vulnerabilidades para los
gobiernos y las fuerzas armadas. La tríada Manning – Assange – Snowden
logró poner en evidencia tanto la extensión de las actividades de los
contratistas privados militares como la gravedad de los crímenes que cometen de
manera cotidiana y en total impunidad. No obstante, el nuevo sentido
común de gobernantes y militares habla de complementariedad y afirma que el
cometido esencial de las corporaciones privadas militares y de seguridad es la
realización del "trabajo sucio" que implican todos los
conflictos que enfrentan con la mayor eficiencia y el menor costo posibles.
Blackwater: el ejército del terror del Pentágono.
***
Para
ilustrar la importancia de estas corporaciones, ofrecemos dos botones de
muestra.
En
primer lugar, destaca el peso creciente de los contratistas
privados en las fuerzas estadounidenses de ocupación durante las invasiones en Afganistán
e Irak. De acuerdo con el Servicio parlamentario de investigación del
Congreso de Estados Unidos, en 2008, año en que se alcanzó el máximo
histórico de la participación de personal de corporaciones privadas, se
reportaron más de 188 mil elementos de las fuerzas armadas contra más de 201
mil contratistas, de los cuales 168 mil eran contratistas locales
y de países terceros, una proporción de uno a uno. Si
consideramos únicamente el personal destinado a Afganistán, esa
proporción se eleva a 1.8. En 2016, el personal de las
fuerzas armadas estadounidenses se redujo de manera significativa a 13 887
personas, en tanto que los contratistas fueron más de 28 mil
elementos, una proporción de 2 a 1. Por lo que toca al presupuesto
asignado para financiar las operaciones en esos países, se estima en 1.5 mil
millones de dólares durante el periodo de auge de las operaciones militares
en esos países, de 2001 a 2008. Estos datos parecen indicar que la
privatización de la guerra llegó para quedarse. Los contratistas
constituyen ejércitos privados con todo tipo de capacidades para hacer frente a
todo tipo de conflictos bélicos, y por esa vía, apuntalan la posición
hegemónica de Estados Unidos al crear grandes asimetrías militares.
En
segundo lugar, podemos mencionar el caso de las empresas de
seguridad. Entre las corporaciones más importantes de
esta actividad están: G4S (Reino Unido) que en 2018 tuvo ingresos de 9.5 mmd
resultado de sus operaciones en más de 90 países, con más de 546 mil empleados,
es uno de los principales empleadores del mundo; Securitas AB (Suecia) que
reportó ingresos por 10.5 mmd, más de 370 mil empleados y actividades en
58 países; y Allied (Estados Unidos), con ingresos de 5.8 mmd y 200
mil empleados. Estas corporaciones realizan tareas de vigilancia y
protección de instalaciones, de eventos públicos, transporte de dinero y de
personas e incluso acciones armadas y de administración de prisiones. Una
de sus actividades más controvertidas son las misiones de “mantenimiento de la
paz”, contratadas por organismos multilaterales como Naciones Unidas, y en
las que han cometido diversos crímenes y violaciones a las leyes de guerra
entre los que se cuentan: dos escándalos por tráfico de personas y
prostitución organizada cometidos por la empresa Dyncorp en Bosnia (1999) y
en Afganistán (2009); 6 empleados de CACI y Titan, que trabajaron como
interrogadores y traductores en la prisión de Abu Ghraib en 2003 fueron
acusados por actos de tortura contra prisioneros; la masacre cometida por
empleados de Blackwater contra civiles iraquíes, con un saldo de 17 muertos
y 20 heridos en septiembre de 2007; el mismo año, empleados de Triple
Canopy y Aegis fueron denunciados por disparar contra civiles en Irak,
acción que fue filmada por los mercenarios; Aegis fue acusada de emplear
a ex-niños soldados provenientes de Sierra Leona como una forma de
reducir sus costos de operación.
Una ventaja estratégica
Las
corporaciones privadas militares y de seguridad tienen en común el recurso a
tecnologías de vanguardia, así como la creación de sistemas de vigilancia y
procesamiento de la información que les permiten tener una ventaja estratégica
sobre las empresas e instancias estatales que no pueden acceder a tales medios
de producción. Muchas de ellas han sido fundadas y emplean a
ex-militares con alta capacitación, lo que en principio ofrece tres
tipos de ventajas: 1. ahorros al no pagar la formación de su personal de
mayor preparación, mismo que puede transmitir su saber-hacer a menores costos
que las formaciones disponibles en el mercado; 2. el cumplimiento adecuado
de las tareas contratadas; 3. contar con relaciones en las esferas
militares y gubernamentales que permiten la expansión de sus negocios;
aunque el mercado es extenso, sin duda, los mayores contratos, tanto en monto
como en duración, son los asignados por los gobiernos.
El auge del
autoritarismo y la adopción de políticas militaristas y securitarias han creado
un campo fértil para la expansión de las corporaciones militares y de
seguridad. Tanto para los movimientos contestatarios
como para el pensamiento crítico, el estudio de estos actores es de gran
importancia, puesto que no será posible hacer frente y eventualmente desmontar
los dispositivos de control social sin entender la fusión progresiva
entre actividades militares y actividades de seguridad,
así como el retiro paulatino del estado de tales tareas.
RAÚL
ORNELAS es Investigador Titular del Instituto de Investigaciones
Económicas de la UNAM e integrante del Observatorio Latinoamericano de
Geopolítica. Coordinador del Laboratorio de Empresas Transnacionales (LET)
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