DEL NEOLIBERALISMO A LA DEMOCRACIA. NO HAY MAL QUE DURE 100 AÑOS… NI
PUEBLO QUE LO AGUANTE.
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Isamar
Witker.
SDO Columnas.
Domingo
10 de noviembre del 2019.
El
modelo económico neoliberal parece, por lo menos en Latinoamérica, haber
llevado a la población al hartazgo
DESCONTENTO
Durante
las últimas semanas, hemos sido testigos de una serie de convulsiones y estallidos sociales,
que han afectado a muchas zonas de América
Latina. Se trata de una serie de movilizaciones en Ecuador,
Colombia, Nicaragua, Brasil, Paraguay, Perú, Chile y más recientemente Haití.
Movilizaciones que
demuestran algún tipo de descontento,
ya sea por el modelo económico en general,
o contra alguna medida específica tomada por el gobierno de turno. Esto es muy
lejos de las imágenes que nos han llegado a través de los medios de
comunicación tradicionales, han estado destinadas a enfatizar en la violencia
CHILE
De
entre todas las manifestaciones de estallido social, las que más ha llamado la
atención han sido las de Chile.
Esto, porque durante mucho tiempo, décadas, se nos mostró a este país como
un modelo ejemplar de tránsito
de una dictadura militar a gobiernos civiles, así como se vendió
un aparente éxito que tuvo con la implementación del neoliberalismo.
Esto fue particularmente complicado, porque el relato consensuado pretendió
imponer que el gran sacrificio por las víctimas de la represión de una
dictadura cívico-militar chilena que duró 17 años (entre 1973 y 1990),
sin embargo, había tenido como “recompensa” un salto económico que había
permitido que dicho país creciera, generase más riqueza y, con ello, ayudase a
establecer un desarrollo y menos desigualdad.
Recordemos
que Chile, desde Pinochet, se
convirtió en el modelo del neoliberalismo; especialmente, fue
el laboratorio
en donde se instauró este sistema a través de la incrustación en el Estado de
los llamados “Chicago boys”
(aquellos que estudiaron con uno de los padres neoliberales, Milton Friedman, en Chicago,
Estados Unidos), a mediados de la década de los setenta.
LA GLOBALIZACIÓN
A
partir del retorno de gran parte de
Latinoamérica a la democracia a principios de los años noventa,
después de las dictaduras cívico-militares de los setentas y ochentas, y con el
fin de la Guerra Fría
(que enfrentó a Estados Unidos y
la ex Unión Soviética), se pretendió imponer en el mundo una
forma inusual de homogenización de la vida social, mundial y local,
caracterizada por la globalización en dos
sentidos conjuntos: el neoliberalismo como modelo económico dominante, y la democracia
liberal burguesa como único modelo de organización estatal.
Aunque la globalización
no es un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad (de hecho, encontramos formas
de globalización con las grandes corrientes migratorias ocurridas durante el
proceso de glaciación, entre 50 y 10 mil años atrás, pasando por la
extensión de los grandes imperios de la antigüedad, la etapa de los descubrimientos
de los siglos XV y XVI y la revolución industrial de los siglos XVIII y
XIX), lo cierto es que esta globalización, la económica neoliberal, tuvo por característica esencial “La ruptura del nexo fundamental Estado-nación-mercado, esto es, de la simetría entre el espacio político
configurado por el Estado nacional y el espacio económico determinado por el
mercado global, que ha provocado una pérdida
notable de la soberanía de los Estados en la determinación
de sus políticas económicas”.
Dicho
proceso tuvo como correlato que el Estado
más tolerable era el Estado más pequeño posible, con lo que la
estructura estatal y sus funciones, especialmente el Estado de bienestar o
de economía mixta comenzó a ser objeto de acciones que redujeron su
participación en el ámbito de la producción y la prestación de bienes y
servicios, y su capacidad reguladora. La
llamada desregulación se convirtió en un programa de los actores económicos
dominantes para desmontar el Estado de economía
mixta; se impuso al Estado la abstención de intervenir
como agente económico, y ello le llevó a transferir buena parte de sus activos
al ámbito de los particulares, y al empequeñecimiento de su aparato
administrativo.
DE LA AUSTERIDAD AL ESTALLIDO
Lejos
de los supuestos beneficios que parecía traer la globalización neoliberal, lo
cierto es que la pretendida uniformidad en el modo de pensar que se pretendió
con la globalización neoliberal se rompió primero con el recordado ataque a las Torres Gemelas de Estados Unidos
en septiembre de 2001, y más tarde con la crisis económica mundial de 2007
y la entrada hacia la austeridad en los gobiernos. El Informe Anual 2018 de
la ONG de derechos humanos Amnistía
Internacional indicaba que, para el 2021, se pronostica
que la austeridad golpeará a más de dos tercios de los países del mundo,
afectando a más de 6,000 millones de personas y destruyendo el 7% del
producto interior bruto mundial; se calcula que el coste humano se traduzca en
la pérdida de empleo para millones de personas, 2,4 millones de ellas en
países de bajos ingresos, con escasas perspectivas laborales alternativas.
Las
formas en que reacciona el pueblo, la gente, la ciudadanía (o como usted le
quiera llamar), cuando entiende ser perjudicado por el modelo neoliberal, puede
llegar al estallido social. En el caso señalado de Chile, se trata de
un estallido que se inicia y enfatiza durante el gobierno del derechista y
neoliberal Sebastián Piñera,
con serias fracturas sociales que se arrastraban desde la instauración del
modelo, especialmente la desigualdad, pues, según la CEPAL, el 1% más adinerado del país se quedó con el 26,5% de la riqueza
en 2017, mientras que el 50% de los hogares de menores
ingresos accedió solo al 2,1% de la riqueza neta del país. También
tenemos al sistema de pensiones, muy similar a nuestras AFORES, en donde el 80% de
las personas en Chile recibe pensiones que son menores al
sueldo mínimo; un sistema de salud en donde el 80% de las personas se
encuentran en el sistema público y un 20% en el sistema privado, pero
en donde el sistema público de salud, con los continuos recortes que el Estado
hace hacia ese sector, ha llevado a ausencia de hospitales y especialistas, la
atención primaria de salud para prevenir enfermedades y la necesidad de reducir
las listas de espera que, durante los últimos años, ha aumentado a casi
dos millones de personas (de una población de cerca de 17 millones de
habitantes); la privatización del agua, en donde los particulares (o privados)
puedan constituir sobre las aguas públicas derechos de
aprovechamiento de carácter perpetuo; también hay problemas en materia del
alto costo de la educación, inexistencia del derecho a la vivienda, entre
otros efectos. Este modelo neoliberal, además, se encuentra asociado al
Estado subsidiario (neoliberal) establecido en el país sudamericano en su
Constitución, impuesta fraudulentamente durante la dictadura de Pinochet.
Una
de las salidas, como dijimos, es a través del estallido
social. Pero, también puede darse, cuando
el modelo económico y político lo permite, mediante salidas electorales: como
ejemplo, lo ocurrido recientemente en la
Argentina, con el triunfo del centroizquierdista Alberto Fernández
frente al derechista y neoliberal Mauricio
Macri, o la victoria en nuestro país, el año pasado, de Andrés Manuel López Obrador.
El
modelo económico neoliberal parece, por lo menos en Latinoamérica, haber
llevado a la población al hartazgo. Esto, nos permite recordar aquel viejo,
pero acertado, dicho de que “no hay mal que dure 100 años… ni pueblo que lo aguante”.
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La globalización del Hartazgo, se puede comprender como la asfixia o "crisis final del neoliberalismo y su paso desde una Democracia Liberal (enferma, sorda, muda y ciega, novelada y mediática) es decir, que "No hay mal que dure 100 años ni países que lo aguanten"- O como la "rebelión" o el - estallido social, en el escenario de escenarios de las clases y la lucha de clases - de los Olvidados Históricos - de miles de millones -Hambrientos y pobres extremos, la Juventud Asalariada, como los nuevos esclavos sociales - sin derechos laborales -o los millones de Desempleados absolutos - eternos - o los millones de Mujeres - como el nuevo y más poderoso Sujeto Social de los grandes Cambios Sociales y Políticos, o los miles de millones de seres humanos, víctimas directos de la más cruel, salvaje e inhumana Desigualdad Económico-social. Pero también están en el escenario del "estallido social", de cientos de Pueblos Originarios, - y millones de sobrevivientes después de 500 años de colonialismo y neocolonialismo - víctimas también de como hoy el capitalismo salvaje destruye no solo la ser humano, como también la destrucción de la Madre Naturaleza.
Pero también el estallido social global - de Hong-Kong, Irak, Irán, pasando por Barcelona, y se centra en América Latina -. desde Haití, Nicaragua, Centro América en general (Costa Rica), Venezuela , Ecuador, Brasil, Ecuador, Argentina, Perú, Chile, Bolivia y hoy Colombia. Pero América latina es el nuevo escenario de los escenarios, hoy de la más poderosa - en millones, necesidades, Organizaciones, Derechos - de una Nueva Clase Media, producto de los 10 años de gran crecimiento macro-económico, - el ciclo de los altos precios de los Commodities en el mercado global - que hoy se declara en rebeldía - en la calle y plaza publica - como el "Nueva Ciudadanía" - el Soberano, el Pueblo, La Sociedad Civil, emergente, plural, democrática, que hoy exige la plena realización de sus Derechos Sociales, que por lo general sus Derechos han sido brutalmente eliminados, cercenados por el Poder de Poderes. Derechos que son de plena responsabilidad del Estado y hoy pelea y lucha por "Vivir Bien y Mejor".
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LA GLOBALIZACIÓN DEL HARTAZGO.
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Eduardo Febbro.
Página/12 viernes 22 de noviembre del 2019.
Recién
acabamos de entrar plenamente en el Siglo XXI. Las compuertas se fracturan. Estamos
ante la globalización del hartazgo, ante la desconstrucción colectiva de un
abuso colosal que funcionó como un espejismo que atrasó el ingreso al nuevo
milenio. La introducción se hizo a empujones. La primera fisura social
la inauguró Bolivia en 2003 con la revuelta por los hidrocarburos (78
muertos) que desembocó en la renuncia del presidente Sánchez de Lozada y se
prolongó hasta la elección del presidente Evo Morales en 2005 (54% de los
votos). La primavera árabe que estalló en 2010 en Sidi Bouzid
(Túnez) inició el segundo movimiento de emancipación del Siglo XXI. Aunque
fue derrotada por una contrarrevolución sangrienta, Egipto le siguió los
pasos con el derrocamiento del dictador Hosni Mubarak posterior a la
extensa ocupación de la Plaza Tahrir (2011). La consigna “Erhal” (Afuera)
fue la respuesta masiva a la pobreza, la corrupción y el nepotismo. Se la
llamó “la revolución Facebook” o “Twitter” por el papel que desempeñaron
las nuevas tecnologías de la información en aquellos alzamientos sociales. La
ilusión resultó pasajera. Las redes sociales no han sido aliadas de la
emancipación sino del engaño (Donald Trump, Brexit, Bolsonaro, etc, etc).
El anhelo de un cambio se extendió a Occidente entre principios y finales de
2011. La revuelta del Norte venía precedida por las manifestaciones que
estallaron en Gracia en 2010 como refutación de la “purga” de
austeridad impuesta por los organismos multilaterales de crédito. Las
sublevaciones civiles habían sido teorizadas a finales de 2010 por el ensayista
francés Stéphane Hessel. Su libro “Indígnense” planteó una insurrección
pacífica y así nació en España la plataforma Estado del Malestar que
conduciría al movimiento de los indignados y las
concentraciones en la Puerta del Sol. Este
oleaje se prolongó en grupos como Occupy Wall Street y muchos
similares. Luego, todo volvió al cauce sistémico: consenso, tecno consumo y
obediencia. Se entendía que aquellos apenas fue un susurro pasajero de
rebelión. Algunos años después, la Argentina irrumpió en 2017 en el
escenario con varias manifestaciones de oposición frontal a la expiación social
desplegada por el macrismo. Al año siguiente, el giro radical lo
protagonizó Francia cuando empujó hacia
el Siglo XXI con el movimiento de los chalecos amarillos. Esa
insurgencia de “los invisibles” de Occidente ubicados en las zonas
periféricas reinstaló en el centro la idea de una soberanía popular en contra
de la inoperancia y la corruptibilidad de la política. Fue y sigue siendo
un fragoso grito, una demanda de recuperación del destino que estaba en manos
de las castas políticas, mediáticas, industriales y financieras. No se
podía seguir teniendo confianza en esas oligarquías. El destino debía volver al
tejido del pueblo. Ahora, Chile acaba
de dar la envión final con una masiva revuelta ciudadana y el entierro de una
Constitución ilegitima diseñada por un dictador. Los últimos gemidos de
los años 70 de América del Sur fueron sepultados por la valiente y
admirable revuelta de los chilenos. El coletazo
de Bolivia es un tirón hacia
atrás ejecutado por una casta que desecha aceptar que su mundo ya no
resuena más en este y que se ha respaldado en el separatismo y el
soberanismo blanco trumpista para dar un golpe de Estado. Su destino será
breve. El Siglo XXI se los llevará por delante.
Ya no
será más lo mismo, casi en ningún lado. En un arco temporal coincidente
(2018-2019), el montaje tramposo confeccionado por el tecno
liberalismo se desarmó bajo la coacción de una sublevación que abarca hoy buena
parte de la geografía del planeta. Argentina, Francia, Ecuador, Argelia, Hong
Kong, Chile, el Líbano, Irak, Irán, Republica Checa, Colombia y Haití. En
las calles o en las urnas, estos países esgrimieron la dignidad de los pueblos
para restaurar la legitimidad de un sujeto social renacido y sin miedo. Cuando
la primera potencia mundial elige como presidente a un analfabeto, agresor de
mujeres, evasor de impuestos, racista y tramposo hasta en la forma en
que llegó al poder no caben más ni la confianza ni el miedo. En los cuatro
puntos cardinales, en diferentes idiomas, los grafitis y las banderolas retoman
ese término que tantas veces se escuchó en la Plaza Tahrir durante la
revuelta egipcia: ”Karama”, dignidad, es decir, me apropio
colectivamente de mi destino porque ya no creo más en esa alucinación que,
entre los años 90 y el nuevo milenio, el liberalismo confeccionó como una de
las mentiras más planetarias de la historia humana: la tecnología, las
finanzas y las desregulaciones como objeto de progreso y garantía de libertad.
En los primeros 20 años del Siglo XXI se llevó a cabo la instalación de esta
representación con el concepto de “globalización” como llave maestra. El
llamado capitalismo de innovación engendró un monstruo de tres cabezas: el
capitalismo de vigilancia, el capitalismo de predicción, el capitalismo de
captación. Los tres se volvieron la catedral del consumo, del espionaje y
de la explotación digital. Vendieron estas trilogías como un nuevo estado
del progreso de la condición humana cuando no fue, en realidad, más que
un grosero capítulo de la explotación ampliada por las políticas neoliberales
que jamás condujeron a un rápido crecimiento económico, y menos aún al reparto
equitativo de la riqueza acumulada. Al engaño le sigue el despertar. El mapa mundial es,
en este momento, el territorio de la reinserción de un sujeto social unido no
ya por la ideología sino por la insurgencia ante lo absurdo de la desigualdad,
la acumulación de riquezas y prerrogativas y la incapacidad de la clase
política. De Buenos Aires a Teherán, pasando por Argel, Beirut, Hong Kong,
Quito, Santiago de Chile, Puerto Príncipe, Praga, Bagdad o Bogotá, estas revueltas
están atravesadas por un factor común: no son los “olvidados
de la globalización” sino la acción
de grupos humanos socialmente lúcidos y fusionados que rehúsan participar en su
propia depredación.
En
1989, la caída del muro de Berlín no fue “el fin de la historia” sino una
oportunidad histórica para introducir una democracia renovada. En
su lugar se instaló una tiranía soft regulada por los deslumbramientos de las
nuevas tecnologías. Comunicación, consumo tecnológico y prosperidad para
todos. Las usaron para vendernos basura, para controlar y manipular
nuestras conciencias. Los tiranos desaparecen, la tiranía renueva sus
perfiles y protocolos. Facebook, entre otros, es el rostro del tirano
con sonrisa de sommelier. Pero es un veneno que ha contaminado el
comportamiento electoral de grandes países y llevado al poder a los herederos
del fascismo blanco. La socialdemocracia liberal estaba tan saturada por
su victoria que ni siquiera vio que su otro enemigo mortal, el fascismo,
trepaba por su columna vertebral.
En
esta serpentina global de sublevaciones la Argentina ha sido quizá el último
territorio del chantaje donde se buscó sofocar la independencia colectiva. Se
trató de modificar las preferencias electorales de la sociedad mediante la
alternativa escatológica: si no nos votan a nosotros Wall Street nos
sacará definitivamente del mundo: seremos los paganos del sistema. No funcionó. La
Argentina se liberó de su tirano financiero al decidir que su destino sería
otro. El perfil de las rebeliones globales difiere, pero dibuja un mismo
repudio a lo político: aumentos de los combustibles, Francia e Irán,
democracia y soberanía, Argelia y Hong Kong, medidas de austeridad, Ecuador y
Colombia, impuesto al uso de WhatsApps y corrupción, Líbano, corrupción,
Republica Checa, corrupción y desigualdad,
Irak, pobreza, Haití, tarifas de los transportes y desigualdad, Chile. Ha habido cientos de muertos y miles de
heridos que llevan en su carne los estigmas de la nueva represión: el
sujeto social de hoy es un ser humano mutilado, con los miembros atrofiados por
los proyectiles de la policía, que ha perdido ojos, manos, dedos.
Podemos retratar cada época con las huellas que deja la represión. La nuestra
es la era de la mutilación policial. El teatro global prosigue, pero hemos
cambiado de acto. En este, los pueblos retoman su destino y demuestran
la sabiduría intrínseca de los combates: no hay pelea ultima ni derrota
definitiva, sino que “todas las luchas continúan” (Mario Wainfeld) en
una danza de intensidad y adormecimiento. El 14 de julio de 1789, cuando
la Revolución francesa estaba en la raíz del reino, el duque de La Rochefoucauld-Liancourt
despertó al Rey Luis XVI para avisarle que los insurrectos parisinos habían tomado La Bastilla. El Rey pregunto: “¿Pero
es una revuelta?”. La Rochefoucauld le dijo:” No
Sir, es una revolución”. En este Siglo XXI no le diría lo mismo, sino, tal vez,
algo peor: No Sir: es una resurrección globalizada.
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