LO LLAMAN “DEMOCRACIA” Y NO LO ES. EL CASO ESPAÑA, LA CONSTITUCIÓN Y LOS
LARGOS AÑOS DE LA TRANSICIÓN hacia la DEMOCRACIA. Democracia. Estamos hartos de
escuchar que vivimos en democracia, que la transición a la dictadura nos trajo
el periodo “democrático” más largo en la historia de España, que los
políticos de la transición son “los padres de la democracia”, etc.
A mi entender
es todo mentira.
¿En que nos basamos para decir que vivimos en Democracia?
En que tenemos un periodo de elecciones cada cuatro años.
En que vivimos en un estado de derecho en libertad.
En la pluralidad de partidos.
En la libertad de prensa.
Ninguna de
estas afirmaciones son características de un régimen democrático.
Democracia, etimológicamente significa el poder del pueblo, y el pueblo decididamente no tiene el poder, cuando hay partidos que incumplen sus programas políticos sistemáticamente y no hay ningún medio para evitarlo, por lo tanto lo que los ciudadanos hacen es elegir a un dictador para que nos gobierne durante cuatro años, dándole carta blanca si obtiene mayoría absoluta o lo que consigan negociar entre los partidos con representación de espaldas al pueblo al que representan. ¿O acaso la reforma del artículo 135 de la constitución que reformaron el PSOE y el PP iba en algún programa electoral? ¿a quién beneficiaba realmente aquella modificación? ¿Por qué no se consultó a los ciudadanos? ¿Sabían que en países como china o corea del norte también hay elecciones?
Democracia, etimológicamente significa el poder del pueblo, y el pueblo decididamente no tiene el poder, cuando hay partidos que incumplen sus programas políticos sistemáticamente y no hay ningún medio para evitarlo, por lo tanto lo que los ciudadanos hacen es elegir a un dictador para que nos gobierne durante cuatro años, dándole carta blanca si obtiene mayoría absoluta o lo que consigan negociar entre los partidos con representación de espaldas al pueblo al que representan. ¿O acaso la reforma del artículo 135 de la constitución que reformaron el PSOE y el PP iba en algún programa electoral? ¿a quién beneficiaba realmente aquella modificación? ¿Por qué no se consultó a los ciudadanos? ¿Sabían que en países como china o corea del norte también hay elecciones?
No podemos afirmar que vivimos en libertad ya que a diario aparecen noticias de personas que o bien por
criticar al sistema o bien por reivindicar sus derechos son; multados,
detenidos, juzgados… imponiendo una política del miedo en el resto de la
población, con el aviso de “si protestas contra el sistema, te
ajustaremos las cuentas”, como si de un sistema mafioso se tratase, lo
que provoca inevitablemente la desmovilización de la población.
Es cierto
que existe pluralidad de partidos, pero ¿a quién representan esos partidos? Estamos viendo continuamente como exministros que han
legislado en una determinada materia terminan trabajando como asesores en
empresas de las que, se supone, tenían que representar los intereses de los
ciudadanos. Y los partidos que no están a favor de
estas prácticas están coartados por leyes electorales que les impiden alcanzar
alguna cota de poder.
La libertad de prensa directamente, no existe, los medios de
comunicación o bien dependen de sus fuentes de ingresos, dominados por el gran capital, o bien dependen del gobierno
que la sustente, dominado por el poder político, y podemos ver como la
información ha dado paso a la opinión, tergiversando la realidad objetiva, y cuando
no se puede manipular pues se “secuestran” las ediciones para que no vean la
luz, ¿recuerdan lo que pasó con la revista satírica “El Jueves” y su
“polémica” portada? ¿Dónde está la libertad de prensa? No existe más o menos democracia, o hay democracia o no la hay y
definitivamente, en mi opinión, no la hay.
Creo firmemente que
la democracia es el sistema político “menos malo” de los conocidos, pero una
democracia real, y habiéndose demostrado que el sistema actual, no
legisla a favor del ciudadano, el ciudadano debe hacerse oír.
Únicamente
existirá un sistema democrático, si es el ciudadano de a pie el que toma las
decisiones, puesto que es el que
conoce realmente los problemas del país, un país lo componen sus ciudadanos, no
sus bancos. Ningún sistema
democrático permitiría que se rescatara a los bancos dejando desamparadas a las
personas. ¿Quién tiene realmente el poder? El poder no está en el
gobierno, el poder está en los grandes capitales, los grandes capitales dominan
los gobiernos, las empresas, la banca, la prensa, etc. Para poder vivir
en un régimen verdaderamente democrático es imprescindible arrebatar el poder
al capital y devolverle la soberanía al pueblo.
La
dictadura perfecta es aquella que hace creer a sus ciudadanos que viven en
libertad. Como han dicho en alguna ocasión: ¡¡
LO LLAMAN DEMOCRACIA Y NO LO ES!!
/////
LOS
RIESGOS DE LA DEMOCRACIA.
*****
Javier Álvarez Dorronsero.
Espacio Público.
Martes 12 de noviembre del 2019.
A comienzos del presente siglo el eminente
sociólogo Anthony Giddens en su libro Un mundo desbocado expresaba
la paradoja de que mientras en el mundo la marea a favor de la democracia era
incontenible, en la mayor parte de los países democráticos los
niveles de confianza en los políticos habían caído en los últimos años.
Señalaba cómo especialmente las generaciones más jóvenes estaban perdiendo
interés en la política parlamentaria. Rechazaban el monopolio de la
información, se incrementaba su sensibilidad ante la corrupción, percibían
que la política parlamentaria se alejaba de los cambios que demandaba la gente
y desconfiaban cada vez más de los políticos que se mostraban incapaces de
controlar las fuerzas económicas que mueven el mundo. Giddens concluía
que para mantener activos la democracia y los gobiernos lo que se necesitaba
era una profundización de la democracia, una democratización de la
democracia.
Los movimientos populares que
tuvieron lugar en esa década parecían confirmar este pronóstico, pero tras la
crisis económica y sus secuelas, entre ellas las políticas de austeridad, han
aumentado los problemas para la democracia tanto en el ámbito de la política
como de la economía.
La pérdida de confianza en las élites económicas y
políticas se ha incrementado. Se está produciendo una identificación del establishment con
los organismos multinacionales, empresas transnacionales y flujos financieros,
incapaces hasta el momento de embridar la economía y responder a las
necesidades sociales más urgentes. Este panorama se interpreta no pocas veces
como una amenaza para la autonomía del Estado-nación. Pero el rechazo al establishment y
la reclamación de mayor soberanía para las naciones no va necesariamente unido
a demandas de democracia política y económica. De hecho, en algunas
naciones europeas, la reclamación de una mayor soberanía va acompañada por el
aumento de actitudes antipluralistas y xenófobas y, al mismo tiempo, tolerantes
con gobiernos cada vez más autoritarios y con políticas neoliberales.
En otras versiones, se produce un repliegue
nacional político y económico al tiempo que se socavan algunos pilares de la
democracia liberal. Es el caso del Reino Unido. A raíz de los desacuerdos en
torno al Brexit ha ido surgiendo una idea de democracia que había estado
ausente de la tradición política británica: se rebaja el papel del Parlamento e
incluso se extiende en algunos sectores la hostilidad hacia el mismo. El
recurso a referéndums no tiene por qué ser sinónimo de una profundización de la
democracia, más aún cuando estos van acompañados de escandalosas operaciones de
desinformación y de un rechazo del parlamentarismo.
Fuera del escenario europeo se vislumbran
tendencias hacia la derechización política pero se producen también rebeliones
contra políticas económicas injustas. Quizá hayamos entrado en un nuevo ciclo de
movilizaciones como las que se produjeron a finales de la primera década de
este siglo. Es el caso de los últimos acontecimientos de Chile. Sin embargo,
algunos atinados analistas ponen de relieve cómo junto al movimiento de
protesta, a raíz de una situación de flagrante injusticia social, se observa
una crisis de legitimidad de las instituciones. Probablemente el gobierno
chileno dé respuestas económicas inmediatas para apaciguar el conflicto,
pero, sostienen estos observadores, uno de los problemas de fondo en este
escenario, es la ausencia de mediaciones, de voces legitimadas ante la
sociedad, porque cada vez se cree menos en las promesas de los políticos.
Podemos estar ante un caso de democracia sin representación política. Las
rebeliones per se no garantizan avances democráticos, en
general abren puertas a muchas alternativas.
El panorama inquieto sin duda a las élites
políticas y económicas y a la población en general. La
complacencia de la coexistencia constructiva entre capitalismo y democracia que
se prolongó durante décadas y se reforzó con el hundimiento de la Unión
Soviética, se ha quebrado. Hoy se plantea la necesidad de reformar el
capitalismo. Unos lo llaman capitalismo progresista, otro socialismo
participativo, y unos terceros, democracia económica. Se sabe lo que no funciona,
pero no está tan claro lo que se demanda. La urgencia no proviene sólo de
dar solución a los problemas de desigualdad, pobreza y crisis medio
ambiental que está generando el sistema actual, sino también de resolver el
problema de la recuperación de la confianza en las instituciones democráticas. Ante
esta situación de incertidumbre se vislumbran algunos riesgos. Voy a limitarme
a citar tres de ellos:
1 ) Que la voluntad democrática no vaya acompañada
de un fortalecimiento de las Instituciones en las que se encarna. Una de
ellas es el Estado de derecho, que recoge la existencia de principios y
garantías, que tienen como principal referencia unos derechos fundamentales,
que actúan a la vez como límite del poder y como restricción de la voluntad de
la mayoría. Mantener la coexistencia entre la voluntad democrática y el Estado
de derecho reviste la mayor importancia. Algo parecido sucede con el
Parlamento. Es difícil concebir hoy un régimen democrático sin una institución
parlamentaria creíble y representativa. Como ejercicio de arqueología política
cabe recordar que uno de los factores que pusieron punto final a la República
de Weimar fue la quiebra del parlamentarismo. El movimiento nazi no tomó como
blanco la crítica a la Constitución -ésta sobrevivió a la toma de poder de
Hitler- sino que centró sus críticas en la “inutilidad de la actividad
parlamentaria”, incapaz de dar solución a las disputas políticas y a las
acuciantes necesidades sociales. Los juristas nazis identificaban la dimensión
plebiscitaria de los procesos electivos como la “verdadera democracia”, al
tiempo que renegaban de las instituciones que daban cuerpo a la democracia
republicana.
2) Que las medidas económicas se sustraigan a la
voluntad democrática del país. La derecha neoliberal pone el acento en la
desregulación de la economía, en supeditarla al poder financiero global, en
definitiva, a las necesidades del mercado. En la medida en que esta perspectiva
triunfe la pobreza de la gobernanza democrática está servida. Es el camino de
la erosión de la política y la certificación de su impotencia. Frente a la
omnipotencia de los mercados, se hace necesario -como propone Mariana
Mazzucato- abandonar la falsa dicotomía de los gobiernos frente al mercado y
pensar más claramente acerca del mercado que queremos y del papel que las
inversiones públicas pueden jugar en este cometido.
3) Que la pérdida de confianza en las mediaciones
políticas para incidir en las políticas económicas mueva a la gente al desánimo y a
concentrarse como único recurso en pequeños ámbitos del tejido social donde es
posible ejercitar la voluntad democrática y aplicar la democracia a la
economía. Sería imposible afirmar la democracia económica sin la combinación de
una mirada de gran angular que contemple los cambios de la relación entre la
política y la economía a nivel nacional e internacional y el compromiso de ir
habilitando parcelas de democracia política y económica a nivel local.
Como apunte final cabe señalar que el sistema
democrático no es una conquista irreversible. Puede ganar calidad, pero
también puede perderla e incluso puede derivar en la pérdida de la propia
democracia. Algunas veces cunde la idea de que la democracia sigue un curso de
perfeccionamiento ininterrumpido como si el paso de los años le comunicara de
manera natural mayor madurez y corrección. No es esa su historia. Crowford
Brough Macpherson examinaba en su obra La democracia liberal y su época,
la secuencia de tipos de democracia que han tenido lugar en el mundo moderno:
la democracia como protección frente a la opresión del
gobierno; la democracia como desarrollo de los individuos, que
aportaba una dimensión moral; la democracia como equilibrio, que
abandonaba la dimensión moral y reconocía la competencia entre las élites; y el
propio autor, reivindicaba por último la democracia participativa,
que a su entender no acababa de abrirse paso. En otras palabras, Macpherson revelaba
con esta tipología el hecho de que la democracia experimenta avances y
retrocesos, que no obedece a una evolución lineal, y
que será en definitiva el resultado de lo que los ciudadanos y ciudadanas
quieran y puedan hacer.
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