"Bolivia, ¿maniobra distractoria o nueva guerra híbrida?
Durante años,
la firmeza del modelo político y económico de Bolivia la ha eximido de mayores
tentativas de desestabilización por parte de la oposición doméstica e
internacional, al menos si comparamos su caso con el de Venezuela y Cuba. El
modelo win win podría ser descripto, pero no reducido, a algunas
de sus variables económicas: control estatal de recursos estratégicos y
empresas públicas, redistribución de ingresos originados en la renta hidrocarburífera
y minera, una bajísima tasa de desocupación del orden del 5%, incremento
constante del salario real, baja inflación, nacionalización parcial del sistema
financiero, crecimiento promedio anual del 4.9%, aumento sostenido de la
inversión pública y la expansión de diferentes programas de transferencia
condicionada de ingresos".
"Estas
políticas, que han redundado en la notable reducción global de la pobreza, la
indigencia y la desigualdad de ingresos, deben ser complementadas por otras
variables que una mirada economicista quizás no tendría en cuenta, pero que
Isabel Rauber sintetizó maravillosamente: "Parece fácil ver una ministra
indígena, pero hace quince años atrás no podían caminar por la misma vereda que
los blancos". La reivindicación histórica del carácter indígena y
plurinacional del que fuera el país más violentamente racista de nuestro
continente, la construcción de una nación allí donde, al decir del marxista
René Zabaleta Mercado, "cada valle era una patria", las innovaciones del
nuevo constitucionalismo boliviano, y las promesas e inconclusiones del proceso
descolonizador, son factores que no podemos dejar de lado si hemos de
comprender la vigencia del proceso de cambio. Más allá del debe y el haber del
socialismo comunitario, de los cantos de sirena del "capitalismo
andino-amazónico" y de las pingües ganancias obtenidas por capitales
trasnacionales, ahora ciertamente más constreñidos por una política soberanista
pero aún extrovertida, el gobierno de Evo Morales nunca dejó de sustentar una
política integradora que colisiona con los intereses de los Estados Unidos en
la región. Además, el acercamiento a China mediante diferentes acuerdos de
inversión y el desarrollo de empresas mixtas, en particular en la estratégica
industria del carbonato de litio, resulta odiosa para los yanquis, en tanto
abre las puertas del país y la región a su competidor global".
/////
AMÉRICA LATINA. EL
NEOLIBERALISMO, UN FASCISMO EN SUSPENSO.
*****
Lautaro Rivara.
ALAI. América latina en
Movimiento.
Viernes 25 de octubre del
2019.
Un asunto resulta tan común como
sorprendente en la actual coyuntura de América Latina y el Caribe. Se trata de
la rapidez y violencia con que las diversas fuerzas neoliberales del continente
han respondido a lo que intuyen como amenazas a su propia supervivencia,
incluso las más incipientes o pequeñas. Represiones desproporcionadas,
despliegue de fuerzas militares, estados de excepción, toques de queda,
persecución política, encarcelamientos, montajes, torturas, violaciones,
asesinatos selectivos, tentativas de golpe, pedidos de ocupación internacional
constituyen su largo repertorio de acciones de fuerza. El neoliberalismo, en
crisis en todo el mundo, se reedita en sus versiones más monstruosas, y no duda
en destruir su propia institucionalidad para socavar las resistencias que lo
ponen en entredicho. El neoliberalismo es un fascismo en suspenso, agazapado, y
ahora anda sin bozal.
Para
analizarlo nos adentraremos en algunas hipótesis y análisis nacionales,
subrayando los fenómenos en cierta forma novedosos en países como Ecuador,
Chile, Venezuela, Haití, Uruguay, Brasil, Argentina y Bolivia. Dejaremos de
lado por ahora sus modalidades más "clásicas", en relación al
análisis de otros fenómenos como el crimen organizado, el narcotráfico, la
guerra interna y el paramilitarismo como métodos de represión y control
territorial de uso habitual en Colombia, México o el istmo centroamericano, por
citar solo algunos ejemplos. Cabe aclarar que hablamos de fascismo sin ningún
intento de reducción de nuestra actualidad continental a un fenómeno específico
del siglo XX europeo, sino en tanto esta palabra sintetiza sencilla y
pedagógicamente una serie de características propias de las derivas
autoritarias que atraviesan hoy a las derechas continentales.
Ecuador y Chile: la represión y los estados de
excepción como políticas preventivas
El decreto de
estado de excepción, estado de sitio, toques de queda y el despliegue de
fuerzas militares en el centro de ciudades como Santiago, Concepción, Guayaquil
o Quito, deben entenderse como políticas preventivas. Las burguesías latinoamericanas
han sacado sus lecciones del pasado, e intuyen que una segunda oleada de
insurrecciones populares anti-neoliberales podrían borrarlas del mapa como
sucedió entre finales de los noventa y comienzos de los años dos mil, y más
ahora que el modelo neoliberal da sobradas muestras de agotamiento. Por eso el
despliegue de fuerzas parece tan rápido como desproporcionado: ni la
"evasión" en las estaciones de subterráneos de la capital chilena, ni
las primeras reacciones al "paquetazo" de Lenin Moreno fueron en un
comienzo ni tan masivas ni tan radicales. Al contrario, fue la propia magnitud
de la respuesta represiva y el deterioro general de las condiciones de vida de
las grandes mayorías las que permitieron la escalada de los acontecimientos y
la convergencia de las reivindicaciones en puntos focales: el hartazgo con
décadas de políticas neoliberales en Chile, y la anulación del paquetazo y el
pedido de renuncia del presidente Lenin Moreno en Ecuador.
Se ha tratado
de mucho más que de una reacción paranoica. Además de la represión generalizada
no debemos dejar de lado la represión selectiva y la persecución política a
diferentes fuerzas y sectores opositores: las últimas detenciones en Chile a
líderes estudiantiles en su domicilio a la usanza pinochetista, los ataques
cibernéticos y las persecuciones denunciadas por la CONAIE y el encarcelamiento
de altas dirigentas de la Revolución Ciudadana en Ecuador, dan cuenta de que
los gobiernos neoliberales aprovechan la confusión reinante para ir tras objetivos
políticos previamente seleccionados, intentando la desacumulación preventiva de
las clases populares. Resultaría fatal que las propias rencillas domésticas
entre las mismas organizaciones impidieran una reacción de condena unánime:
como decía un poema de Bertold Brecht, terminado el trabajo con los otros, los
enemigos vendrán también por nosotros.
Como es
sabido, el caso chileno tiene una significación especial, en tanto se trata del
primer laboratorio del neoliberalismo en Nuestra América, y el lugar en dónde
sus políticas económicas y su marco institucional presentan una continuidad más
evidente con el ciclo histórico de las dictaduras cívico-militares. Basta echar
una ojeada a la bibliografía neoliberal canónica para entender lo que Chile
representa para las burguesías latinoamericanas: exactamente lo mismo que Cuba
para las fuerzas populares o de izquierda. Allí, por otro lado, las políticas
neoliberales han sido llevadas hasta la exasperación: podemos mencionar a modo
de ejemplo el régimen de desamparo pensional de las AFP, la completa
privatización y parcial municipalización de los servicios sanitarios y
educativos, o el caso, único en el mundo, de la privatización de un bien común
vital como lo es el agua: en el 2013 pude ver en la región del Biobío como
agricultores tenían que pagar por el uso de los cursos de agua que pasaban a
través de sus propios cultivos, dados que estos eran propiedad de terceros. Las
protestas demuestran que tras los índices macro-económicos abstractos que
publicita el "milagro neoliberal", lo que hay son millones de
perdedores de carne y hueso. Sólo eso explica el rápido pasaje del
"oasis", como lo definió Sebastián Piñera, a la hecatombe social.
Venezuela y Haití: la ocupación internacional y
la soberanía transable.
En septiembre
de este año, alcanzó notoriedad un hecho de suma gravedad. La recuperación del
anquilosado y extemporáneo Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca
(TIAR), un instrumento jurídico de la Guerra Fría que pretende enmarcar y
legitimar el nuevo ciclo de agresiones contra la República Bolivariana de
Venezuela bajo la excusa de la "defensa mutua". Esta estrategia
conecta y es posibilitada por una inmediatamente anterior: la ridícula
autoproclamación del anodino diputado Juan Guaidó como "presidente
encargado" de Venezuela. Su figura, un mero fusible sin valor alguno, no
tuvo otra motivación que presentar como una demanda interna, de sectores
venezolanos, a la agresión externa planificada por la oligarquía colombiana y
el Departamento de Estado norteamericano. Agresión que intentó concretarse por
vía de la frontera colombo-venezolano con el falso ingreso de "ayuda
humanitaria" el día 23 de febrero. Sin embargo, pese al concurso de los
presidentes Iván Duque de Colombia, Mario Abdó de Paraguay y Sebastián Piñera
de Chile, el intento fracasó por la unidad cívico-militar que defendió la
frontera bolivariana. Pese al notorio desprestigio de Guaidó tras la filtración
de fotos suyas con representantes del grupo paramilitar "Los
Rastrojos", el recurso al pedido de ocupación internacional, o peor aún,
la tercerización de una eventual guerra por parte de los gobiernos
ultraconservadores de los vecinos Brasil o Colombia, sigue sobre la mesa.
Hace pocos
días, un hecho de similar gravedad pasó sin embargo desapercibido para propios
y extraños. Apenas algún periódico en francés e inglés, y ninguno en español y
portugués hasta donde sabemos, se hizo eco de la noticia. El presidente
haitiano, Jovenel Moïse, dirigió a través de su canciller Bocchit Edmond una
misiva a Mike Pompeo, Secretario de Estado de los Estados Unidos. En ella
solicitó a los norteamericanos asistencia alimentaria para enfrentar la
hambruna en ciernes propiciada por las propias políticas ultraneoliberales y
coloniales aplicada por el gobierno nacional, en pleno acuerdo con el tridente
imperial (EE.UU., Francia y Canadá) y organismos financieros coactivos como el
FMI y el Banco Mundial, los que de conjunto han destruido completamente la
producción agrícola y la soberanía alimentaria del país. Pero la carta también
solicita la contraparte logística para garantizar la distribución de dichos
alimentos en un país periódicamente bloqueado por masivas protestas
antigubernamentales, y con otras regiones que están bajo dominio de grupos
criminales organizados, directamente vinculados al poder político. Dicha
contraparte logística, por si no queda claro, estaría a cargo de militares
norteamericanos. De esta forma se confirman los rumores que circulaban hace
meses en la nación caribeña: el llamado de la oligarquía haitiana a una
ocupación militar norteamericana que será enmascarada bajo la caratula de
"ayuda humanitaria", en el preciso momento en que la séptima semana
de protestas rebasa las exiguas capacidades de la Policía Nacional, y cuando
acaba de retirarse la última misión cívico-militar de la ONU, dejando al país
sin policías ni militares extranjeros para la represión selectiva y el control
poblacional.
Analizando el
caso venezolano o el haitiano, podemos concluir que las burguesías y las
oligarquías locales, utilizan la soberanía como un bien transable. Y que no
dudan ni dudarán en realizar llamamientos a la ocupación territorial por parte
de potencias extranjeras, como antes lo hicieron con la proliferación de bases
militares. Ante la imposibilidad de romper con sus propias fuerzas las
diferentes situaciones de "empate", y ante los elevados costos
políticos y económicos de realizar invasiones militares clásicas en un mundo
tendencialmente multipolar, se impondrán los conflictos subsidiarios o la
instrumentalización de "actores nacionales" para justificar la
violación de la soberanía.
Brasil, Uruguay y Argentina: fascismo social o
relegitimación de las fuerzas militares.
Cumplido su
trabajo sucio, las fuerzas militares latinoamericanas y caribeñas emergieron
más o menos deslegitimadas de las ráfagas de dictaduras cívico-militares de los
años 60, 70 y 80, conforme la debilidad o fortaleza de los sectores que
forzaron las transiciones democráticas, a si estas fueron pactadas con fuerzas
insurgentes (Guatemala), controladas por militares que se mantuvieron en el
poder bajo otras modalidades (Chile) o si estas se descompusieron cediendo paso
al control de fuerzas civiles (Argentina). Y también en relación a cuanto se
avanzó, a nivel popular e institucional, en procesos de memoria, justicia y
reparación histórica. Pero no solo Ecuador o Chile evidencian el creciente
protagonismo de las fuerzas militares en el continente, desplegadas en la vía
pública y cebadas por el discurso de guerra interna, incurriendo en montajes,
detenciones ilegales, torturas, violaciones y asesinatos. Es también el caso,
ejemplar en muchos sentidos, de Brasil. Y en los países donde esta
militarización directa no encuentra cauce por el momento, sobrevienen otros
fenómenos asociados a la creación de "bolsones de fascismo", o a los
discursos punitivistas en torno a la pobreza y la inseguridad.
En el caso
brasileño se produjo el acceso al poder de un militar retirado, neopentecostal
fundamentalista, caracterizado por sus apelaciones al odio racial,
sexo-genérico y de clase, el estímulo a la portación de armas y a la justicia
por mano propia, así como por sus políticas de militarización como sucede en
las favelas de Río de Janeiro. Se abrió así un nuevo capítulo en la historia
del gigante continental que, por las peculiaridades de su historia colonial,
nunca dejó de ser una nación dividida entre "casas grandes" y
"senzalas". Paradójicamente o no, el agravamiento de la crisis
económica y política brasilera y el creciente desprestigio de Bolsonaro, lejos
de inducir a una salida por izquierda, está alimentando más y más la
radicalización conservadora de algunos sectores de la sociedad. A los crímenes
de odio a homosexuales, jóvenes negros, campesinos, favelados y militantes de
izquierda que no cesan de multiplicarse, debe sumarse el fortalecimiento del
ala militar del gobierno, encarnado en el llamado "grupo de Haití",
conformado por los militares que pasaron por la comandancia de la MINUSTAH
entre los años 2004 y 2017. La cuestionada "misión de paz" en Haití,
comandada por Brasil, fue su más grande operación internacional, desplegada
bajo la confusa retórica del "principio de no indiferencia" y en busca
del codiciado asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas. En Brasil, en Bolivia, en los países de la reciente diáspora
venezolana, o en cualquiera de nuestras naciones, no podemos desestimar los
fundamentos clasistas, raciales y coloniales de los procesos de
"fascistización social" que son las bases de sustentación de outsiders y tiranuelos, antes marginales, pero ahora
devenidos candidatos competitivos e incluso presidentes.
Uruguay, por
su parte, convencional y algo estereotipadamente considerado como un país
democrático en toda la línea, republicano sin mácula, afronta con importantes
movilizaciones el intento de aprobar una reforma constitucioinal sumamente
regresiva en materia de seguridad y derechos humanos. Bajo el nombre de
"Vivir sin miedo" e impulsada por el senador Jorge Larrañaga del
Partido Nacional, dicha reforma impulsa una política de militarización para
combatir la delincuencia, y habilitaría, entre otras cuestiones, allanamientos
nocturnos en domicilios particulares y la aplicación de la condena de pena
perpetua por la comisión de meros actos delictivos. En Argentina, por su parte,
ante la inminente derrota electoral de la coalición Cambiemos, el gobierno de
Mauricio Macri se ha dedicado a dos estrategias complementarias que podrían
incluso agravarse en los días por venir. Por un lado encontramos la política económica
de tierra arrasada, tendiente a cerrar un ciclo de acumulación especulativa y
depredatoria y a condicionar al próximo gobierno de Alberto Fernández. Ésta
opera mediante el peso asfixiante de la deuda contraída con el FMI, la fuga de
capitales, el shock inflacionario y los golpes tendientes a devaluar aún más la
moneda nacional, como el que vimos luego de las elecciones primarias el pasado
agosto. Por otro lado, ante la imposibilidad de alcanzar una mayoría electoral,
el gobierno se ha dedicado a consolidar y templar una minoría intensa,
reaccionaria, con asiento privilegiado en los sectores medios y medio-altos. El
protagonismo inusitado adquirido por la Ministra de Seguridad Patricia Bullrich
y su propia doctrina de seguridad interna, los dichos recientes del candidato a
vicepresidente por Cambiemos, quién propuso dinamitar las villas, o incluso lo
sucedido en la transmisión del último debate presidencial, cuando el candidato
José Luis Espert amenazó en vivo al dirigente social Juan Grabois, no deben tomarse
como exabruptos aislados. Se trata de una política transversal a varias fuerzas
políticas que pretende construir bases sociales hiperconservadoras, proactivas
y movilizables, activando las peores fibras sensibles del racismo y el clasismo
argentinos, en sintonía con lo acontecido en otros países.
Lo reseñado
obliga a dar de forma franca y urgente al menos dos debates: ¿cuál será el rol
asignado por los próximos gobiernos progresistas a las fuerzas militares, que
salvo en el caso venezolano, que supo reorientarlas política e ideológicamente,
parecen volverse de nuevo quintacolumnas de los procesos de cambio? Y por otro
lado, ¿cuál será la estrategia para sustraer del influjo de fuerzas
reaccionarias, punitivistas o fundamentalistas a los perdedores de las
políticas neoliberales? Vale la pena señalar que en muchas ocasiones estos han
sido también perdedores o al menos espectadores indiferentes de las políticas
neodesarrollistas, que en general han sostenido aún minorías intensas de pobres
y excluidos.
Durante años,
la firmeza del modelo político y económico de Bolivia la ha eximido de mayores
tentativas de desestabilización por parte de la oposición doméstica e
internacional, al menos si comparamos su caso con el de Venezuela y Cuba. El
modelo win win podría ser descripto, pero no reducido, a algunas
de sus variables económicas: control estatal de recursos estratégicos y
empresas públicas, redistribución de ingresos originados en la renta hidrocarburífera
y minera, una bajísima tasa de desocupación del orden del 5%, incremento
constante del salario real, baja inflación, nacionalización parcial del sistema
financiero, crecimiento promedio anual del 4.9%, aumento sostenido de la
inversión pública y la expansión de diferentes programas de transferencia
condicionada de ingresos.
Estas
políticas, que han redundado en la notable reducción global de la pobreza, la
indigencia y la desigualdad de ingresos, deben ser complementadas por otras
variables que una mirada economicista quizás no tendría en cuenta, pero que
Isabel Rauber sintetizó maravillosamente: "Parece fácil ver una ministra
indígena, pero hace quince años atrás no podían caminar por la misma vereda que
los blancos". La reivindicación histórica del carácter indígena y
plurinacional del que fuera el país más violentamente racista de nuestro
continente, la construcción de una nación allí donde, al decir del marxista
René Zabaleta Mercado, "cada valle era una patria", las innovaciones del
nuevo constitucionalismo boliviano, y las promesas e inconclusiones del proceso
descolonizador, son factores que no podemos dejar de lado si hemos de
comprender la vigencia del proceso de cambio. Más allá del debe y el haber del
socialismo comunitario, de los cantos de sirena del "capitalismo
andino-amazónico" y de las pingües ganancias obtenidas por capitales
trasnacionales, ahora ciertamente más constreñidos por una política soberanista
pero aún extrovertida, el gobierno de Evo Morales nunca dejó de sustentar una
política integradora que colisiona con los intereses de los Estados Unidos en
la región. Además, el acercamiento a China mediante diferentes acuerdos de
inversión y el desarrollo de empresas mixtas, en particular en la estratégica
industria del carbonato de litio, resulta odiosa para los yanquis, en tanto
abre las puertas del país y la región a su competidor global.
A nivel
interno, debemos mencionar la fragmentación y desorientación de las oligarquías
blancas regionalistas tras el éxito de la Asamblea Constituyente en el año 2006
y tras su infructuoso intento separatista en el año 2008, fragmentación que
recién comienza a recomponerse. Sumada a la expulsión de la USAID y otras ONGs
coloniales que infiltraban Bolivia, la debilidad de la oposición local dejó a
los Estados Unidos sin una base de sustentación real desde la que golpear al
gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linera.
Sin embargo,
el aún inacabado proceso electoral, otorga al momento de escribir estas líneas
una victoria justa (en el sentido de justicia y de justeza) al MAS-IPSP en
primera vuelta. Sin embargo, antes de terminar los cómputos, y queriendo dejar
de lado los votos rurales históricamente favorables al partido de gobierno, el
opositor Carlos Mesa y la entente internacional bajo el comando de la OEA y los
Estados Unidos comenzaron a agitar el fantasma del fraude, queriendo forzar una
segunda vuelta electoral que los volvería algo más competitivos. Además, la
convocatoria a actos de violencia callejera, como los ataques a sedes partidarias
del MAS y de la autoridad electoral, generan un clima de agitación que, según
lo anunciado, será respondido por el sindicalismo obrero y campesino con
concentraciones multitudinarias, defensivas y pacíficas. Por su parte, Evo
Morales denunció la puesta en marcha de un golpe de estado, hipótesis por demás
verosímil si atendemos los antecedentes inmediatos en Venezuela, Nicaragua y
otros países. Esto podría tratarse del comienzo de un nuevo exponente de
"guerra híbrida" que buscará tumbar al gobierno mediante la acción
combinada de ataques económicos, acciones diplomáticas, terrorismo mediático, y
el financiamiento y movilización de grupos irregulares presentados como
exponentes descontentos de la "sociedad civil".
También podría
tratarse de una maniobra para retomar la iniciativa regional y pasar a la
ofensiva en un momento en que numerosos países neoliberales son hostigados por
movilizaciones populares, tal y como sucede en Chile, Ecuador, Honduras, Haití
o Colombia. Por último, esto podría ser no más que un intento de establecer
nuevas correlaciones de fuerzas para desgastar al gobierno desde el comienzo de
su nuevo quinquenio en el poder, dado que es poco probable que la oligarquía
nacional esté dispuesta a esperar otros cinco largos años hasta la próxima
contienda presidencial. Como en Venezuela, la incompetencia electoral va de la
mano con la radicalización violenta y antidemocrática de las clases dominantes
locales. Muy probablemente, la operación en curso combine algunos elementos de
todas las posibilidades reseñadas, y sus alcances y
límites dependerán de la contundencia de la respuesta del gobierno, de los
movimientos sociales, y de la solidaridad internacional de los gobiernos y
fuerzas progresistas de la región.
Lautaro
Rivara, sociólogo y periodista
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