“El rol del FMI es
por demás claro. Aparece
como prestamista de última instancia cuando las cuentas externas de los países entran
en rojo furioso y el crédito “voluntario” se corta. Aporta, como se
dijo, los dólares para que los capitales especulativos a los que representa
abandonen la plaza, dejando como contrapartida el instrumento de sujeción de la
deuda, e impone, “a pedido de los países”, un plan de estabilización
estándar que sólo consiste en ajustar por la vía de la caída del nivel de
actividad. De nuevo, la estabilización de las cuentas externas se obtiene
por la vía de la caída de la actividad interna lo que supone caída de las importaciones. El objetivo no es otro que el de las clases dominantes locales
y globales, que trabajan en conjunto: destruir las funciones del
Estado con la excusa de que se debe reducir el déficit fiscal sólo por la vía
de ajustar el gasto y no los ingresos. Nótese que reducir los Estados es
funcional al doble propósito de bajar los impuestos y reducir su poder de
interferencia en la libre circulación de capitales y mercancías. De lo
que se trata es de mantener un determinado orden económico y el lugar en la
división internacional del trabajo y las políticas que el capitalismo
occidental quiere para países como, para el caso,
Argentina. El broche es que los excedentes de divisas no se destinen al
desarrollo, sino al pago de intereses”.
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QUÉ ES EL FMI: LAS “VERDADES OCULTAS”
El imperialismo no es un invento
izquierdista
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El macrismo logró en sólo dos años una crisis
externa y en menos de cuatro que el centro del debate económico vuelva a ser el
endeudamiento y sus condicionalidades.
Claudio Scaletta.
Página/12 domingo 6 de octubre del 2019.
En materia económica nada reemplaza al vivo y en directo de la historia para desarmar la ideología prolijamente construida. La referencia de
la hora es sobre el rol que juega el FMI. El macrismo llevó
adelante la delicada tarea del ajuste infantil propuesto por el organismo, pero el
Fondo siguió actuando con criterios estrictamente políticos y nada técnicos. Desde la noche
del 11 de agosto cualquier observador, incluso distraído, sabía que los
5400 millones de dólares restantes del acuerdo stand by no llegarían para la
administración cambiemita y que serían, en cambio, la primera prenda de
negociación con el futuro gobierno.
La apuesta
principal, conseguir la continuidad de Mauricio Macri, se había esfumado
y sólo restaba intentar la continuidad de la política económica bajo el
nuevo gobierno. Agréguese el detalle de que para el todavía oficialismo recibir
o no estos dólares no cambia ya nada, mientras que para la administración que
asuma en diciembre, cuando las reservas netas del Banco Central bordeen el cero
absoluto, ese mismo dinero tendrá una significación muy distinta. Será la
bandera de largada para el transitado camino de las condicionalidades, para la
toma y daca básico de la acción política del Fondo, cuya tarea histórica,
además de surtir los dólares para la salida de los capitales especulativos,
es la imposición de políticas “coloniales”.
Las
comillas para “coloniales” se justifican. Hablar de colonia
supone hablar de “imperio”, una palabra que la corrección política
dominante siempre intenta enviar al arcón de los “sectarismos
izquierdistas”, pero que sin embargo posee una luminosa claridad para
explicar las relaciones económicas internacionales realmente existentes.
“Las
disputas comerciales” entre Estados Unidos y China, por
ejemplo, son en realidad una disputa por la hegemonía tecnológica, a su vez la
base para el dominio sobre la evolución de las productividades futuras de las
economías. Es una lucha por la hegemonía imperial en la que, como en el
siglo XIX, las potencias se repartirán el mundo. Que las potencias sean dos
aportan la externalidad positiva de un grado de libertad adicional para
los países periféricos, a los que siempre les quedará el margen de pivotear
entre las distintas adscripciones, es decir conservarán la opción para elegir
socio en su inserción en la división internacional del trabajo, no mucho más.
La guía de
las relaciones internacionales es siempre económica. No hay
imperialismos buenos e imperialismos malos, hay intereses. Sin embargo,
también hay matices. Por lo observado hasta ahora, incluso analizando la historia
de los últimos siglos, China siempre ejerció un imperialismo
mucho menos invasivo (véase, por ejemplo, la paradigmática obra de Jonathan
Spence “En busca de la China moderna”). Establece relaciones
económicas e invierte en los países poseedores de los recursos que le
interesan, pero ello no va acompañado por la imposición de una dominación y de
una ideología, es decir, por imponer a los países con los que se relaciona la
política económica que deben seguir. No es el caso estadounidense,
huelga aclarar.
Luego, lo
que define una relación imperial es la extracción del excedente colonial. Las
formas de extracción de este excedente fueron cambiando. Hubo un tiempo en que
directamente se plantaba bandera o se establecía el monopolio del comercio,
como por ejemplo en épocas del virreinato. Más tarde fueron las
diferencias en “los términos del intercambio”. En la contemporánea era del
capital financiero el mecanismo es más simple: el endeudamiento. El
neoliberalismo extremista, con su completa desregulación a la circulación de
capitales y mercancías, es el régimen preferido por este capital, por eso
siempre termina en megadeuda. El aumento de las obligaciones en divisas es
inversamente proporcional a los grados de libertad de la política económica.
Una de las acciones clave del macrismo, su herencia más nefasta ahorrando
calificativos, fue la acelerada reconstrucción de la dependencia colonial
a través del endeudamiento desaforado en moneda extranjera, tal su “regreso al
mundo”.
No hace
falta hilar muy fino para advertir que el centro del discurso político
pasa nuevamente por la renegociación de los pasivos externos y las
condicionalidades que ello supone. No se trata de exagerar, pero en diciembre
de 2015 ni el más pesimista de los pesimistas imaginaba que en menos de cuatro
años todo el debate político estaría nuevamente subsumido por las
condicionalidades tácitas y explícitas del endeudamiento. Mucho menos luego del
gran salto adelante que el país había dado al deshacerse de la tutela del Fondo
a un costo altísimo apenas una década antes. En sólo poco más de dos años
el macrismo saltó de una economía desendeudada a una crisis externa y la vuelta
a la sujeción al FMI. Los juicios morales no corren en economía, son
incluso improcedentes, pero en términos políticos es imperdonable y no hay
futuro posible si los responsables de este verdadero latrocinio quedan
nuevamente impunes. El problema es que el núcleo responsable es mucho más
amplio que el de los funcionarios directos. Además del oficialismo, hubo una
extendida porción de la clase política pasivamente cómplice.
El rol del
FMI es por demás claro. Aparece como prestamista de última instancia
cuando las cuentas externas de los países entran en rojo furioso y el crédito “voluntario”
se corta. Aporta, como se dijo, los dólares para que los capitales
especulativos a los que representa abandonen la plaza, dejando como
contrapartida el instrumento de sujeción de la deuda, e impone, “a pedido de
los países”, un plan de estabilización estándar que sólo consiste en
ajustar por la vía de la caída del nivel de actividad. De nuevo, la
estabilización de las cuentas externas se obtiene por la vía de la caída de la
actividad interna lo que supone caída de las importaciones. El objetivo no
es otro que el de las clases dominantes locales y globales, que trabajan en
conjunto: destruir las funciones del Estado con la excusa de que se
debe reducir el déficit fiscal sólo por la vía de ajustar el gasto y no los
ingresos. Nótese que reducir los Estados es funcional al doble propósito de
bajar los impuestos y reducir su poder de interferencia en la libre circulación
de capitales y mercancías. De lo que se trata es de mantener un
determinado orden económico y el lugar en la división internacional del trabajo y
las políticas que el capitalismo occidental quiere para países como, para el
caso, Argentina. El broche es que los excedentes de divisas no se destinen
al desarrollo, sino al pago de intereses.
Hoy el
debate es pasar del crédito puente para la estabilización, al acuerdo de
facilidades extendidas, que es el de las condicionalidades de largo plazo para
transformar definitivamente el sector público y retrotraer los derechos de los
trabajadores. Se trata de hacer las reformas clásicas que siempre pide el
organismo: la previsional y la laboral y de continuar con el círculo vicioso de
la reducción de las funciones del Estado.
Seguir los
planes de los acuerdos con el FMI significa entonces consolidar y profundizar las
transformaciones estructurales logradas por el macrismo en tiempo récord. ¿Será
este el deseo que expresará la voluntad popular el próximo 27 de octubre?
¿El único camino que tiene el país es mantener la subordinación al Fondo y por
extensión al capital financiero? El futuro depende
de muy pocas respuestas que algunos actores dan por sentadas, quizá
equivocadamente.
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