“Ahora mismo la agricultura no está dirigida a
recoger comida, está dirigida a recoger dinero. El
sistema está enfocado a ello”, comenta Laura
Villadiego, que, de una forma incisiva, carga contra un modelo en el que lo
“fundamental no es sobrevivir, sino que un puñado de empresas tengan
beneficios”. Este sistema de negocio tiene un impacto directo en el
estilo de alimentación mundial, en tanto que el crecimiento de las plantaciones
de monocultivos ha ido en detrimento de la biodiversidad de especies
vegetales –también animales– derrumbando la pluralidad de especies que
se puede consumir. Tanto es así, que el 90% de las calorías que se
consumen actualmente en el mundo proceden de tan solo una treintena de variedades,
según detalla la publicación”.
“La visión más clara para entender la pérdida de biodiversidad es en
una zona llena de vegetación, de selva, en la que se ve
multitud de tipos de vegetación, aves y otros animales. Pues, justo al
lado de ello, se encuentra un terreno grande en el que sólo se siembra
un tipo de planta, perfectamente alineada y a siete metros una de otra. Esto
visualmente se aprecia más, pero también se percibe con la subida de
temperatura, ya que hay menos sombras”, narra Moreno. Estas plantaciones
son, quizá, como un cáncer en los bosques que acaban con la vida en
todas sus formas. Tanto, que las especies de animales y plantas no son las
únicas damnificadas. La agroindustria que se extiende por el cono sur
asiático, americano y africano supone también una amenaza para las tradiciones
de los pueblos campesinos que a menudo se ven desposeídos de sus
territorios y de sus modos de supervivencia. A fin de cuentas, es un proceso de
proletarización del campesinado, que deja
de tener autonomía y se ve obligado a trabajar en condiciones análogas a la esclavitud
en estas plantaciones”.
“El uso de fertilizantes
termina infectando las fuentes de agua, lo que deriva en multitud de
enfermedades dermatológicas y estomacales La contaminación del agua es
otro problema derivado del agribusiness. El uso de
fertilizantes termina infectando las fuentes de agua más cercanas de las poblaciones
agrícolas, lo que deriva en multitud de enfermedades dermatológicas y
estomacales. “Además hay un impacto sobre las mujeres, ya que
estas, debido a la división sexual del trabajo, son las encargadas de proveer
agua a los hogares. Al contaminarse los ríos más
cercanos, deben trasladarse a otras zonas lejanas para el suministro”, matiza
Castro.
/////
Una extensa plantación de soja en
Borneo Meridional, Indonesia (Willy Kurniawan/REUTERS)
***
SOJA,
PALMA, AZÚCAR... MONOCULTIVOS PARA QUE CREZCA EL DINERO, NO PARA ALIMENTAR.
*****
Alejandro Tena.
Público sábado 26 de octubre del 2019.
Estos tipos
de monocultivos son un ejemplo de cómo el agro-capitalismo especula con las
tierras de los pueblos del globo sur.
Los campos ya no
siembran alimentos. Las grandes extensiones de tierra del planeta se vuelven
uniformes. El huertito de
aquel pequeño campesino autónomo se extingue ante el despliegue de un imperio
agrario que se extiende por todo el globo sur. Las plantaciones hace tiempo que
dejaron de dar comida para los pueblos. Ahora, las semillas, homogéneas, se
cultivan como monedas. Esta realidad es fruto de un modelo de negocio
ligado a grandes rasgos a los monocultivos, cuyos impactos están generando
problemas sociales y medioambientales en los territorios del globo sur.
El
aceite de palma, la soja –el oro rojo–, la caña
de azúcar o el maíz son algunos ejemplos de estos productos
recogidos en el libro Los monocultivos que conquistaron el mundo
(Akal) de las periodistas Nazaret Castro, Aurora Moreno y Laura
Villadiego. Se trata, en cualquier caso, de materias primas que han cambiado
de manera radical la vida de las sociedades campesinas y han derivado en
multitud de problemas medioambientales, fruto de la deforestación que se
requiere para su siembra intensiva.
En
cierta medida, todo se remonta al momento en el que el colonialismo llegó
a América, cambiando las estructuras socioeconómicas de las poblaciones
que había en el continente.
“Aunque
ya existía un comercio internacional, ese fue el primer momento en el
que se destinaron enormes cantidades de terreno a una producción que iba a ser
consumida en otro lugar, en este caso en Europa”, explica
Nazaret Castro.
Pero este sistema de
plantaciones al que Eduardo Galeano calificó
de “monarcas agrícolas” se fue transformando hasta culminar en el siglo
XX, tras la denominada Revolución Verde, en un modelo agroindustrial donde
los cultivos, más que para alimentar, sirven para especular.
En
una coyuntura en la que la agricultura está altamente financiarizada, la
palma, la soja – la cual está detrás de los
incendios de este verano en la Amazonia – o la caña de
azúcar son lo que las autoras del libro denominan como “materias
primas fléxibles” , es decir, las flex crops , cuyas
utilidades en diversos sectores, más allá del alimentario, se prestan como un
elemento atractivo para los inversores. Es decir, la alta demanda de los
productos en los dispares mercados propicia que sean productos capaces de
superar los riesgos y la volatilidad de los precios.
“El
aceite de palma es el caso paradigmático.
Está en la mitad de los productos que encontramos en el supermercado, no es
sólo en los ultraprocesados comestibles, sino también en cosméticos,
pinturas, shampoo y inciensos y otros productos. Por supuesto,
también los conocidos agrocombustibles”,
enfatiza Castro. Todo ello en un mercado que, según añade Aurora Moreno,
está “muy concentrado en pocas empresas” que poseen prácticamente todo
el control de la producción, “desde la plantación hasta el
supermercado”.
El
90% de las calorías que se consumen en el mundo proceden de tan
solo una treintena de variedades de especies de alimentos.
Ahora
mismo la agricultura no está dirigida a recoger comida, está dirigida a recoger
dinero. El sistema está enfocado a ello”, comenta Laura
Villadiego, que, de una forma incisiva, carga contra un modelo en el que lo
“fundamental no es sobrevivir, sino que un puñado de empresas tengan
beneficios”. Este sistema de negocio tiene un impacto directo en el
estilo de alimentación mundial, en tanto que el crecimiento de las plantaciones
de monocultivos ha ido en detrimento de la biodiversidad de especies
vegetales –también animales– derrumbando la pluralidad de especies que
se puede consumir. Tanto es así, que el 90% de las calorías que se
consumen actualmente en el mundo proceden de tan solo una treintena de variedades,
según detalla la publicación.
“La
visión más clara para entender la pérdida de biodiversidad
es en una zona llena de vegetación, de selva, en la que se ve multitud
de tipos de vegetación, aves y otros animales. Pues, justo al lado de
ello, se encuentra un terreno grande en el que sólo se siembra un tipo
de planta, perfectamente alineada y a siete metros una de otra. Esto
visualmente se aprecia más, pero también se percibe con la subida de
temperatura, ya que hay menos sombras”, narra Moreno.
Estas
plantaciones son, quizá, como un cáncer en los bosques
que acaban con la vida en todas sus formas. Tanto, que las especies de animales
y plantas no son las únicas damnificadas. La agroindustria que se
extiende por el cono sur asiático, americano y africano supone también
una amenaza para las tradiciones de los pueblos campesinos que a menudo
se ven desposeídos de sus territorios y de sus modos de supervivencia. A fin de
cuentas, es un proceso de proletarización del
campesinado, que deja de tener autonomía y se ve obligado a trabajar
en condiciones análogas a la esclavitud en estas plantaciones”.
El
uso de fertilizantes termina infectando las fuentes de agua, lo que deriva en
multitud de enfermedades dermatológicas y estomacales
La
contaminación del agua es otro problema derivado del agribusiness.
El uso de fertilizantes termina infectando las fuentes de agua más cercanas de
las poblaciones agrícolas, lo que deriva en multitud de enfermedades
dermatológicas y estomacales.
“Además
hay un impacto sobre las mujeres, ya que estas, debido a la
división sexual del trabajo, son las encargadas de proveer agua a los hogares.
Al contaminarse los ríos más cercanos, deben trasladarse a otras zonas lejanas
para el suministro”, matiza Castro.
Soberanía
alimentaria
Las
soluciones fáciles no son soluciones. El camino hacia la soberanía alimentaria no es sencillo y la lucha
contra este sistema que de manera indirecta está presente en las vidas
cotidianas de las sociedades industriales se presta tan complicado como
utópico. Sin embargo, las acciones individuales pueden marcar un camino a
seguir antes de conseguir una legislación fuerte que consiga apretar el
cinturón a los monarcas del agroliberalismo.
La
elección de un consumo de cercanía puede ser un grano de arena que
ayude a liberar a los pequeños agricultores de las cárceles de monocultivos.
Sin embargo, las acciones potentes que cambien todo deben manar de las
instituciones. “Si solamente dependemos de las nuestras decisiones de compra
es imposible que estos cambios sean realmente profundos”, recalca Villadiego, que pone el foco en los gobiernos y sus
contradicciones legislativas.
*****
No hay comentarios:
Publicar un comentario