“Populismo. Washington
ha combatido como “amenazas” lo que representan movimientos nacionalistas,
siempre bajo la excusa, primero, de la Guerra Fría, después, para garantizar la Seguridad
Nacional, y, ahora en el siglo XXl, para preservar "valores
democráticos". Durante la década del ‘80, Estados Unidos cambió su
enfoque de política exterior e inició una política explícita de “promoción de
la democracia” en todo el mundo. En lugar de apoyar directamente a líderes
de derecha autoritarios (militares), impulsó a dirigentes que abrazaran
los intereses de seguridad nacional de Estados Unidos e impulsaran políticas
económicas neoliberales”.
“La línea argumental de numerosas
investigaciones en el mundo académico y de publicaciones circulando en medios
de comunicación acerca de la importancia de Estados Unidos en la región señala que sus objetivos
van desde promover la democracia y los derechos
humanos, fomentar el desarrollo y la
justicia social, hasta combatir las influencias de actores extranjeros (China,
Rusia, Irán) en América latina. Para ello alientan la consolidación de
instituciones sólidas y advierten que las débiles son vulnerables a la
injerencia de compañías extranjeras (no estadounidenses) y a la irrupción de
líderes populistas. Con ese marco conceptual y político, Estados Unidos
definió explícitamente al “populismo
radical” como una nueva amenaza a sus intereses, que, con la participación
activa de intelectuales y actores sociales domésticos influyentes, la
extendieron a cualquier tipo de populismo. Este es
asociado al autoritarismo y, por lo tanto, es antidemocrático,
lo que habilita a combatirlo”.
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Fracaso total del "llamado Teórico.sin doctrina" del neoliberalismo, como también fracasaron sus ejecutores y fieles servidores en España, Chile y Argentina. solo como ejemplo, en la coyuntura actual
***
EN ARGENTINA, EL ESTALLIDO FUE EN LAS
URNAS.
El hastío popular por el ajuste
económico, Ecuador y Chile, la injerencia de Estados Unidos, el populismo y
otro fracaso del neoliberalismo
*****
Hace pocos años, el mundo conservador festejaba el nuevo ciclo político de
líderes de derecha en la región, con una agenda subordinada a los intereses
geopolíticos de Estados Unidos. La rebelión popular en Chile y en Ecuador y la
contundente derrota electoral del macrismo, son señales del agotamiento de otra
experiencia neoliberal en América latina.
Alfredo
Zaiat.
Página/12 domingo 27 de octubre del 2019.
"The
end of populism". Así saludó la revista conservadora británica The
Economist el triunfo electoral de Mauricio Macri. La crónica
del 26 de noviembre de 2015 comienza con los festejos. Describe que las bocinas
de los autos aullaron, los petardos iluminaron el cielo y los gritos de ¡“Vamos!”
resonaron entre los edificios de departamentos de estilo parisino de Buenos
Aires. Hasta el propio periodista festejaba la victoria de Macri como el
comienzo de "una nueva era para el país, y tal vez para América del Sur en
su conjunto". Casi cuatro años después, el 3 de octubre pasado, con el
gobierno de Cambiemos agonizando, la economía macrista naufragando y fuerzas
políticas de derecha en el poder acorraladas en Ecuador y en Chile, The
Economist publicó "Argentina's difficult road to redemption". Por
obvias restricciones de su línea editorial no tituló "The end of neoliberalism", pero sería el encabezado más adecuado para
describir el actual panorama.
La crónica
de The Economist ya no comparte alegrías con los lectores, sino que
describe que por sexta vez desde la década del '80 el país sufre una crisis
económica. No precisa, también por razones de ideología editorial, que esos
derrumbes sucedieron durante proyectos políticos neoliberales: en cinco de esas
seis crisis que menciona. Incluye en esa enumeración la del último mandato de
CFK sólo por razones políticas, repitiendo el discurso conservador que suma ese
período como parte de la debacle macrista. No fue así. En 2015 había tensiones
en diferentes frentes en la economía, que requerían estrategias renovadas para
atenderlas, pero no había una crisis. Sin embargo, la ortodoxia busca
confundir acerca de que el fracaso no es de su exclusiva responsabilidad.
Límites.
Luego de las elecciones de
diciembre de 2015, Macri era uno de los principales eslabones de la
reversión del proceso político de experiencias progresistas en América latina,
que el análisis dominante denominó despectivamente como gobiernos populistas, y
los más extremistas lo calificaron de regímenes socialistas. Macri es hoy la esperanza
que no fue de la derecha regional. Su derrota electoral junto a la
crisis de Sebastián Piñera, en Chile, y de Lenín Moreno, en Ecuador,
son señales fuertes que indican que el ciclo político conservador en la
región está herido.
Estallidos populares en
Ecuador, por el aumento del 120 por ciento en los combustibles, y en Chile, por
el alza de la tarifa del transporte en subte, y la rebelión en las urnas en
Argentina, con una paliza electoral de la fórmula Fernández-Fernández a la
alianza macrismo-radicalismo, expresan el hastío de esas sociedades, cada
una con sus particularidades, tradiciones e historias, a programas
socioeconómicos de exclusión.
El economista Paul Segal,
de la King's College London, presentó en su cuenta de Twitter una provocadora
hipótesis acerca de las diferentes características de esos estallidos sociales.
Escribió que
"Argentina no ha explotado como Chile, a pesar de una caída mayor en el estándar de vida, porque el peronismo provee una salida constitucional para la ira. El peronismo representa, por lo tanto, la ira contra la derecha del gobierno que se traduce en política, no en violencia".
"Argentina no ha explotado como Chile, a pesar de una caída mayor en el estándar de vida, porque el peronismo provee una salida constitucional para la ira. El peronismo representa, por lo tanto, la ira contra la derecha del gobierno que se traduce en política, no en violencia".
Es un sendero analítico que
agita la modorra en la reflexión que impone el discurso convencional. Propone
evaluar en clave política los cuatro años de ajuste macrista, con tarifazos de
cuatro cifras, impactante caída del salario real, aumento del desempleo y
asalto sobre el ingreso de los jubilados con la modificación de la movilidad.
La presencia de una fuerza
política, pero fundamentalmente la de una líder política que, pese a la campaña
para demonizarla, siguió reuniendo la adhesión de un tercio de la población,
que fue la más castigada por las medidas del macrismo, actuó como contención
social. La figura de CFK fue la depositaria de la esperanza de grupos
sociales azotados por el ajuste de que la situación podía revertirse.
La intervención de
organizaciones sociales y el trabajo territorial de fuerzas políticas,
comunitarias y religiosas también constituyeron una red de refugio para
los excluidos de la economía macrista.
En 2001 no había un/a
político/a que reuniese las cualidades de ser una figura que despertara
entusiasmo popular ni expectativas de cambio. Por ese motivo la consigna
era "Que se vayan todos". Tampoco había un dispositivo de protección
efectiva ni de organizaciones sociales ni de políticas del Estado (el Plan
Jefes y Jefas de Hogar apareció después de la debacle, y la ampliación de la
cobertura previsional y de derechos con la AUH fue desplegada durante el
kirchnerismo).
El estallido social contra
el macrismo no adquirió las características dramáticas de las calles
chilenas o ecuatorianas, sino que fue por la vía del voto popular llenando
las urnas con la boleta de la principal fuerza política de la oposición, y con
CFK como actor clave en la construcción de esa alianza.
Agenda.
Desde junio de 2009, con el
golpe contra el presidente democrático Manuel Zelaya en Honduras, el
movimiento del péndulo político hacia el cuadrante de la derecha en la región
fue empujado por Estados Unidos. Fue a partir de recuperar el objetivo
estratégico de atender con más dedicación cuestiones latinoamericanas, después
de un tiempo en el que la Casa Blanca había concentrado la atención en Medio
Oriente, motivado por el 11-S.
Estados Unidos no se había
olvidado de América latina, sino que la había relegado en términos relativos de
su agenda, para luego retomarla con la misma intensidad anterior. No lo hizo
solamente por el despliegue en términos económicos y sociales del
populismo, sino que, fundamentalmente, porque esos gobiernos abrieron las
puertas de la región a China y Rusia, dos potencias que le disputan el
liderazgo mundial.
Uno de los tantos mensajes
explícitos, sin necesidad de bucear en conspiraciones, fue trasmitido por la
entonces secretaria de Estado estadounidense, Condolezza Rice, en el
gobierno de Bush, cuando alertó sobre la necesidad de “crear nuevos
mecanismos para reprender a aquellos países que se apartan del camino
democrático”. Le preguntaron a Rice si gobiernos elegidos por el voto popular
con políticas de redistribución progresiva del ingreso se “apartan del camino
democrático". Ella respondió que "para Estados Unidos y los poderes
locales, la respuesta es sí". Las características de ese "camino
democrático" fueron definidas de acuerdo a los intereses estadounidenses. No
son democráticos, entonces para Estados Unidos, los gobiernos populistas; en el
caso argentino, el kirchnerista.
La definición del carácter
democrático de los gobiernos es la forma de deslegitimar al otro, que
despliegan con impunidad sectores conservadores. El macrismo ha desarrollado
esa estrategia a lo largo de estos años, y desde la paliza que recibió en las
elecciones PASO la ha profundizado. Es un adelanto también de la posición que
tendrá Macri junto a sus aliados fundamentalistas, como Elisa Carrió, a partir
de mañana mismo y que acentuará desde el próximo 10 de diciembre.
Alineados con esa agenda
estadounidense en la región, postulan "ellos o nosotros" o "está
en juego la democracia". La gobernadora de la Provincia de Buenos Aires, María
Eugenia Vidal, lo dijo sin inhibiciones, en una recorrida de campaña en Tigre: "El
domingo se elige si vamos a tener democracia plena o no".
Populismo.
Washington ha combatido
como “amenazas” lo que representan movimientos nacionalistas, siempre bajo la
excusa, primero, de la Guerra Fría, después, para garantizar la Seguridad
Nacional, y, ahora en el siglo XXl, para preservar "valores
democráticos".
Durante la década del ‘80,
Estados Unidos cambió su enfoque de política exterior e inició una política
explícita de “promoción de la democracia” en todo el mundo. En lugar de apoyar
directamente a líderes de derecha autoritarios (militares), impulsó a
dirigentes que abrazaran los intereses de seguridad nacional de Estados
Unidos e impulsaran políticas económicas neoliberales.
La línea argumental de
numerosas investigaciones en el mundo académico y de publicaciones circulando
en medios de comunicación acerca de la importancia de Estados Unidos en la
región señala que sus objetivo van desde promover la democracia y los derechos
humanos, fomentar el desarrollo y la justicia social, hasta combatir las
influencias de actores extranjeros (China, Rusia, Irán) en América latina.
Para ello alientan la
consolidación de instituciones sólidas y advierten que las débiles son
vulnerables a la injerencia de compañías extranjeras (no estadounidenses) y a
la irrupción de líderes populistas. Con ese marco conceptual y político,
Estados Unidos definió explícitamente al “populismo radical” como una
nueva amenaza a sus intereses, que, con la participación activa de
intelectuales y actores sociales domésticos influyentes, la extendieron a
cualquier tipo de populismo. Este es asociado al autoritarismo y, por
lo tanto, es antidemocrático, lo que habilita a combatirlo.
El camino es el mismo. El neoliberalismo y sus políticas hambreadoras, salvajes e inhumanas, plenas de desigualdad absoluta, hoy los conduce hacia el mismo abismo de la traición a sus pueblos.
***
Agencias.
La National Endowment for Democracy (NED) es una organización estadounidense
fundada en 1983, cuyos objetivos explícitos son ayudar a los grupos que están a
favor de la democracia en Latinoamérica. Es una organización privada pero gran
parte de los fondos es aportada por el Congreso de Estados Unidos. Tiene
como objetivo no explícito el debilitamiento de los gobiernos, sean o no
democráticos, que se oponen a los intereses de Estados Unidos.
La Agencia de los Estados
Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), creada en 1961 inicialmente
para brindar ayuda económica, ahora también proporciona respaldo político en
varias regiones del mundo. Es la institución encargada de distribuir la
mayoría de la ayuda exterior de carácter no militar. Es un organismo
independiente, aunque responde a los objetivos estratégicos del Departamento de
Estado. Declara explícitamente que se dedica a ayudar a “los países en
transición a la democracia y a fortalecer las instituciones democráticas,
aprovechando los momentos críticos para expandir la libertad y la oportunidad”.
Aunque oficialmente no lo reconocen trabaja estrechamente con la CIA, y apoya
a fuerzas políticas opositoras de gobiernos latinoamericanos que no se alinean
con los intereses estadounidenses.
El gobierno de Estados Unidos también
ha establecido un grupo que promueve la democracia en zonas del mundo
devastadas por la guerra y altamente inestables: la Office for Transition
Initiatives (OTI). El propósito de esa agencia es ayudar a los países a “hacer
la transición del autoritarismo a la democracia, de la violencia a la paz, o
después de una paz frágil”, al proporcionar “asistencia rápida, flexible y de
corto plazo dirigida a las necesidades clave de la transición política y
estabilización”. Otra agencia con la cual el Departamento de Estado influye en
la región es el Bureau for Democracy, Human Rights, and Labor (DRL).
Misión.
Este dispositivo de
intervención encubre la misión de Estados Unidos de ordenar el mapa político
latinoamericano de acuerdo a sus propios intereses. Lo hace bajo el supuesto de
que los espacios vacíos de la democracia son ocupados por el crimen organizado,
el caos social o el narcotráfico, fantasmas, además del “populismo radical”,
que vinieron a reemplazar el peligro del comunismo de la Guerra Fría.
La NED y la Usaid son dos
agencias claves de ese equipo de intervención e influencia de la potencia
mundial en América latina. Fueron un soporte importante de los actores de
la oposición para desplazar a los líderes de centro izquierda, reunidos bajo la
categoría “populistas”, que fueron elegidos democráticamente.
Timothy M. Gill es
profesor de sociología de la University of North Carolina-Wilmington y se
dedica a la investigación de la política exterior de Estados Unidos. En
“From promoting political polyarchy to defeating participatory democracy: U.S.
foreign policy towards the far left in Latin America”, publicado en el Journal
of World-Systems Research (Vol. 24 Issue 1), explica que la NED y la Usaid
trabajaron activamente para desestabilizar a gobiernos de “izquierda”. En base
a entrevistas que realizó a personas que trabajaron en NED y Usaid, a ex
embajadores en países latinoamericanos y a miembros del Departamento de Estado,
Gill afirma que, para cumplir con esa misión desestabilizadora,
financiaron y proporcionaron asistencia técnica a ONG y partidos de la
oposición.
A diferencia de la década
del ’80, Estados Unidos no trabajó para fortalecer a las instituciones
democráticas existentes, sino que ayudó a partidos y fuerzas políticas para
desplazar a gobiernos populistas, ya sea por golpes blandos (Honduras)
y parlamentarios (Paraguay y Brasil) o por las urnas (Argentina
y Ecuador).
El gobierno de
Fernández-Fernández se topará con ese dispositivo de injerencia estadounidense,
con sus ramificaciones locales, en la vida política doméstica.
Rebelión.
Después del triunfo de
Occidente en la Guerra Fría, en la década del ’90 predominó en América latina
líderes políticos alineados con los intereses de Estados Unidos y orientados
hacia políticas neoliberales siguiendo el decálogo del denominado “Consenso
de Washington”. El resultado de esas políticas profundizó los problemas
estructurales de América latina de subdesarrollo y desigualdad social. Las
crisis económicas y sociales fueron el terreno abonado para la irrupción de
liderazgos regionales que desafiaron los postulados neoliberales e
implementaron políticas de redistribución progresiva del ingreso.
Estados Unidos fomentó
entonces una nueva generación de líderes latinoamericanos de derecha, que
desplegaron políticas ortodoxas, de libre comercio y predominio de las
finanzas. Otra vez no pudieron exhibir resultados satisfactorios teniendo en cuenta
los casos de Argentina y Ecuador.
El populismo se fortalece
por las frustraciones de la población abrumada por la precariedad económica y
por la amenazante inseguridad de lo que deparará el futuro. La apuesta
estadounidense y del poder local fue que sus renovadas iniciativas, que en
esencia fueron las mismas del conocido recetario neoliberal, produjeran
resultados positivos de manera que otros líderes en la región prosperaran
políticamente en sus propios países. Fue un desafío a uno de las frases más conocidas
de Albert Einstein: si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo.
Macri con su coalición
política y económica fue una pieza clave de esa estrategia regional, nuevamente
fallida. El objetivo de Estados Unidos fue ayudar a garantizar resultados
favorables de aquellos que siguieran caminos alineados con su filosofía
económica y política. En ese marco se comprende con mayor densidad el
apoyo financiero extraordinario del FMI a la Argentina de Macri, que ha
comprometido la mitad de su cartera crediticia en un único deudor, que además
ahora es insolvente.
Macri se abrazó a Estados
Unidos, pero los resultados políticos de esa subordinación fueron negativos. La
política económica regresiva, maquillada con una extraordinaria red de
cobertura mediática pública y privada, donde los funcionarios dicen cualquier
cosa sin ruborizarse, la alianza con Estados Unidos y con un amplio entramado
del poder local en el campo judicial, mediático y económico, tuvo como saldo una
derrota aplastante en la elección para presidente. El estallido popular en Argentina
no fue en las calles como en Chile y en Ecuador. Fue en las urnas.
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