"La crisis sanitaria actual demuestra
que es solo a través de la medicina pública que pueden priorizarse y
volcarse los máximos recursos a los que pueda tener alcance la sociedad. Ante
un objetivo tan elemental inmediato como es el garantizar
la salud, el fin y las prioridades no
pueden ser el lucro privado (vendo y compro lo que me conviene) sino
la atención de los enfermos y la superación de la epidemia. No se trata
de un negocio, se trata de la vida".
"¿Acaso el virus nació en China? Según
la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha
determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales en
Estados Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus
chino», sobre todo porque solo en
países con buenos sistemas de salud pública (EEUU no es uno de ellos) es posible hacer pruebas
gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado
en los últimos meses".
"La
forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los
medios de comunicación hegemónicos occidentales hizo evidente la intención
de demonizar a China, insinuando su primitivismo (malas
condiciones higiénicas en los mercados, extraños hábitos alimenticios, usados
como muletilla por la prensa occidental). Subliminalmente, la ciudadanía mundial fue alertada sobre el peligro de
que China domine al mundo".
"Lo
que sabemos con certeza es que, mucho más allá del coronavirus, hay una guerra
comercial entre China y Estados Unidos. Desde el punto de vista de este
país, es urgente neutralizar el liderazgo de China
en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones
de quinta generación (inteligencia artificial), los automóviles
eléctricos y las energías renovables".
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COVID-19, EL NEOLIBERALISMO Y LA
DESTRUCCIÓN DE LA SALUD PÚBLICA.
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Aram Aharonian | 20/03/2020 | Opinión.
Rebelión viernes 20 de marzo del 2020.
El
coronavirus ha dejado a la intemperie el drama social producto de años de
neoliberalismo. La profunda crisis del sistema ha
desempeñado su papel en la salud pública socavada por la política de austeridad que
simplemente no puede con la enfermedad siquiera en los países europeos más
“civilizados”.
Transitó
el mundo occidental años de haber dejado de financiar la salud pública, de
aceptar la coexistencia del sector privado -con la consecuente
cofinanciación o subvención a las empresas privadas nacionales o
trasnacionales- y haber transformado a los hospitales en empresas médicas, y la
pandemia muestra los resultados inevitables.
El mundo globalizado de hoy está afectado no solo
por el coronavirus sino por numerosas
enfermedades de naturaleza económica y social,
como las desproporciones desordenadas del “mercado libre”, la pobreza
en gran escala, la creciente desigualdad social, el atraso crónico en el desarrollo, las
enormes lagunas en la educación e,
incluso, los rudimentos del fundamentalismo religioso junto a una
corrupción constante.
La
Organización Internacional del Trabajo prevé aumento en los índices de pobreza,
desempleo y subempleo, como impacto de la pandemia y señala que 25 millones de personas podrían perder sus trabajos,
superando las cifras de la crisis financiera del 2008-2009, que
significó un incremento de 22% de desempleados. El impacto será
devastador para los trabajadores que ya se encuentran o están cerca del
umbral de pobreza.
Entre sanitaristas
y privatistas
La
crisis sanitaria actual paradójicamente ha dado punto final al entrevero histórico
entre sanitaristas y privatistas. La evidencia es la propia
realidad: ante una crisis sanitaria de magnitud como la actual no se
puede responder con mecanismos de transacciones de oferta y demanda, sino solo
con una enérgica intervención pública.
Desde
la década de 1980 el mundo ha vivido en un estado permanente de crisis.
“Por
ejemplo, la crisis financiera permanente se utiliza para explicar los recortes
en las políticas sociales (salud, educación,
bienestar social) o el deterioro de las condiciones salariales. Se impide, así,
preguntar por las verdaderas causas de la crisis. El objetivo de la crisis
permanente es que esta no se resuelva, señala Boaventura de Souza Santos.
Los
objetivos – en favor del club de los más poderosos- son
los de legitimar la escandalosa concentración de riqueza e impedir que
se tomen medidas eficaces para evitar la inminente catástrofe ecológica.
“Así
hemos vivido durante los últimos 40 años. Por esta razón, la pandemia solo está
empeorando una situación de crisis a la que la población mundial ha estado
sometida”, añade.
El
neoliberalismo desde la década del 1970, centró su penetración
ideológica en un discurso simple pero atractivo: la “libertad de elegir”,
es decir una economía de mercado sin restricciones guarda todos los secretos de
eficiencia y justicia distributiva.
En
forma complementaria el discurso neoliberal refirió otra
simplificación explicativa: todos los crecientes problemas de las economías (desocupación,
marginación, diferencias, polución, abismales de ingresos, injusticias,
inmovilidad social, sobre endeudamiento, etc.) serían debido a la presencia
activa del Estado en actividades.
Todas
las actividades “podrían ser hechas mejor y con mejores resultados” por
el sector privado, sin pensar la existencia de contradicción alguna entre su
afán de mayor lucro y los resultados sociales injustos o desbalanceados. Una de
las áreas en las cuales puso la mira vehemente pie la inversión privada en los
últimos años fue el de la salud.
El
derecho básico universal a la salud pública fue bandera de los europeos y en
América Latina, pero no así en EEUU,
que no lo tiene siquiera reconocido. Hoy, el coronavirus expone las
falencias del sistema de salud estadounidense, donde 30 millones de personas
no poseen seguro médico y otros 40 millones sólo acceden a planes
deficientes, con copagos y seguros de costos tan elevados que sólo pueden ser
utilizados en situaciones extremas.
Dispararon contra
la salud pública
La
pandemia se expande, así como el miedo a no poder pagar las costosas consultas
y tratamientos. La última década dejó los sistemas
sanitarios de Europa, otrora orgullosas joyas de la corona del Estado de bienestar en
un estado muy precario: se perdieron y cerraron plazas, hospitales
camas, médicos, se limitaron recursos, se dejaron pasar
oportunidades, disminuyó la investigación y la inversión, aumentó
la ganancia de las aseguradoras y los laboratorios trasnacionales.
Según
la Organización Mundial de la Salud, las camas para casos agudos y
cuidados intensivos en Italia se redujo a
la mitad: en los últimos 25 años de políticas neoliberales, de 575
lugares cada 100.000 habitantes a 275 en la actualidad.
Hoy
EEUU no puede soportar una crisis no prevista. Bastante tienen con la gripe
de cada año con la gente que satura los hospitales cada temporada de
invierno. La UE naufraga ante una crisis
no esperada y la impotencia de llevar a cabo una política social común, que arruinará
el poco crédito que le quedaba. Millones de trabajadores autónomos y
pequeñas empresas se van a quedar sin nada.
La
campaña sistemática contra el derecho a acceder a la atención médica
garantizada tuvo otra arista siniestra y perversa no casual: la caída
constante de los presupuestos de salud y de los ingresos y condiciones de
trabajo de los profesionales y auxiliares de la salud,
con la intencionalidad también de demostrar que la salud privada era mejor,
al menos en apariencia (edificios más similares a hoteles que a hospitales,
campañas de publicidad dirigida, oferta de servicios diferenciados, etc.)
La crisis sanitaria actual demuestra
que es solo a través de la medicina pública que pueden priorizarse y
volcarse los máximos recursos a los que pueda tener alcance la sociedad. Ante
un objetivo tan elemental inmediato como es el garantizar
la salud, el fin y las prioridades no
pueden ser el lucro privado (vendo y compro lo que me conviene) sino
la atención de los enfermos y la superación de la epidemia. No se trata
de un negocio, se trata de la vida.
¿Acaso el virus nació en China? Según
la Organización Mundial de la Salud, el origen del virus aún no se ha
determinado. Por lo tanto, es irresponsable que los medios oficiales en
Estados Unidos hablen del «virus extranjero» o incluso del «coronavirus
chino», sobre todo porque solo en
países con buenos sistemas de salud pública (EEUU no es uno de ellos) es posible hacer pruebas
gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado
en los últimos meses.
La
forma en la que se construyó inicialmente la narrativa de la pandemia en los
medios de comunicación hegemónicos occidentales hizo evidente la intención
de demonizar a China, insinuando su primitivismo (malas
condiciones higiénicas en los mercados, extraños hábitos alimenticios, usados
como muletilla por la prensa occidental). Subliminalmente, la ciudadanía mundial fue alertada sobre el peligro de
que China domine al mundo.
Lo
que sabemos con certeza es que, mucho más allá del coronavirus, hay una guerra
comercial entre China y Estados Unidos. Desde el punto de vista de este
país, es urgente neutralizar el liderazgo de China
en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones
de quinta generación (inteligencia artificial), los automóviles
eléctricos y las energías renovables.
Cambio drástico de
vida
Pero
la pandemia ha exigido cambios drásticos, imposibles que como por
arte de magia se convierten en realidad: vuelve a ser posible quedarse
en casa, tener tiempo para leer un libro o ver una película,
pasar más tiempo con la familia, consumir menos y, sobre todo, huir
de los centros comerciales en las grandes ciudades.
Se
desmorona el imaginario colectivo impuesto por el hípercapitalismo
y obliga a discutir alternativas, lo que crea mucha inseguridad en ese 1% de
los dueños del mundo. La pandemia, al igual que la crisis
ambiental demuestra meridianamente que el neoliberalismo mata.
Estado de
necesidad y deuda
En
muchos otros países de la región, esta enorme emergencia mundial es coincidente
con ahogo financiero. ¿Cómo volcar mayores recursos públicos
cuando existe la presión de un endeudamiento público altamente cuestionado? La
consigna automática podría ser el no pago de la deuda externa. Pero
no surge automáticamente en la población la capacidad de vincular
la deuda con la crisis sanitaria.
El
planteo para alcanzar mayor comprensión y adhesión social
debe ser al revés: a partir de esta emergencia la prioridad absoluta del
gasto público debe destinarse a atender la urgencia sanitaria y de garantizar
las condiciones de vida de la población y todo otro gasto – incluido por
supuesto las vinculados intereses o amortización de la deuda pública
– pasa a estar condicionado al cumplimiento de lo primero.
Como
ha ocurrido y ocurre en cualquier sociedad que afronta catástrofes, una
propuesta concreta urgente debe hacer referencia específica a los
gastos e inversiones que deben realizarse sin demora: insumos y
equipamientos médicos, mayor cantidad de plazas de terapia intensiva en los
hospitales, pago de salarios caídos a quienes no puedan trabajar, contratación
de personal sanitario, garantizar el acceso a todos los medicamentos,
etc., señala el economista y catedrático Jorge Marchini.
A
contramano del manual de austeridad con que el organismo históricamente
busca resolver todos los problemas mundiales, la directora gerente
del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, admitió que “será necesario un estímulo fiscal
adicional para evitar daños económicos duraderos”. Pero pareciera que Georgieva
solo hablaba de financiar la crisis sanitaria de los países europeos.
Inundados
de notas, análisis y recomendaciones de expertos en algo, videos,
memes; falsedades y verdades; estamos en estado
de emergencia, en periodo quincenal de cuarentena
obligatorio. Se cerraron las fronteras y están suspendidos algunos derechos
civiles como a la libre circulación y reuniones sociales. Ha sido
y es difícil asimilarlo. Con el Covid-19 llegó la hora de revivir
los lazos de solidaridad y compromiso social.
Sólo
se necesitó una pandemia mundial, como la del coronavirus, para
revalidar el rol del Estado como reasignador de recursos. Un dilema clave
en relación a los recursos financieros y en divisas que nuestros
países precisan urgentemente para afrontar esta crisis sanitaria,
sorprendente por lo rápida y virulenta, son los ajustes exigidos por
el FMI y los fondos
financieros que los han esquilmado… o la salud pública, señala Jorge Marchini.
Hay que elegir.
ARAM AHARONIAN. Periodista y comunicólogo
uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación
para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
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