“En distintos países
se sostiene que se arrastra la desigualdad y la
pobreza porque no se creció lo suficiente. Pero es justamente el caso chileno
el que demuestra las limitaciones de esa presunción, ya que ese país es uno
de los pocos que ha mantenido por largo tiempo tasas positivas de crecimiento
económico, pero nunca se alcanzó el paraíso prometido. Por el contrario,
tuvo lugar un estallido social que dejó en
evidencia unas tensiones y contradicciones sociales y políticas que se
arrastraban por años. Chile, que era exhibido
como modelo de crecimiento económico, se convirtió de un día al otro en lo
opuesto, el ejemplo de la insuficiencia del crecimiento económico.
“Sin embargo, aún en
plena crisis, el presidente Piñera vuelve a
apostar al crecimiento económico como medicina. Es como si
no pudiera asimilar o comprender lo que está sucediendo. Es que la crisis
deja al desnudo que el crecimiento económico como posible, continuado e
indispensable para el bienestar, es apenas un mito. Esta creencia tiene una
larga historia, que se remonta incluso a Adam Smith, pero que en sus
formulaciones más conocidas ya tiene por lo menos un siglo por detrás. Los
manuales clásicos de economía están repletos de esos dichos; un claro ejemplo
es el texto de W.A. Lewis de 1955 que en inglés era la “teoría del
crecimiento económico” y en castellano fue presentado como “teoría del
desarrollo económico”. La meta de los gobiernos era crecer, y el crecimiento
se mide sobre todo por el PBI. La obsesión era
tal que había gobernantes que pedían “sacrificios” para retomar el sendero del
crecimiento”.
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ESE PEGAJOSO MITO DEL CRECIMIENTO
ECONÓMICO.
*****
Eduardo
Gudynas.
ALAI.
Miércoles 11 de marzo del 2020.
Hace unas semanas atrás, en Chile, el presidente Piñera afirmó: “Yo sé que algunos creen que el crecimiento económico no es un elemento central, yo quiero discrepar”. A su juicio es indispensable para financiar un aumento del gasto social, y sólo consiguiéndolo se podrá responder al estallido ciudadano. Casi al mismo tiempo, del otro lado de los Andes, el presidente de Argentina, Alberto Fernández afirmaba que el país primero debe crecer económicamente para poder enfrentar sus dos mayores problemas, la deuda externa y la pobreza. En cambio, en Brasil, el presidente Bolsonaro estaba decepcionado en saber que el país creció muy poco (apenas 1,1 % en 2019, o sea por debajo del gobierno anterior; Bolsonaro exige crecer más en este año.
Hace unas semanas atrás, en Chile, el presidente Piñera afirmó: “Yo sé que algunos creen que el crecimiento económico no es un elemento central, yo quiero discrepar”. A su juicio es indispensable para financiar un aumento del gasto social, y sólo consiguiéndolo se podrá responder al estallido ciudadano. Casi al mismo tiempo, del otro lado de los Andes, el presidente de Argentina, Alberto Fernández afirmaba que el país primero debe crecer económicamente para poder enfrentar sus dos mayores problemas, la deuda externa y la pobreza. En cambio, en Brasil, el presidente Bolsonaro estaba decepcionado en saber que el país creció muy poco (apenas 1,1 % en 2019, o sea por debajo del gobierno anterior; Bolsonaro exige crecer más en este año.
La
racionalidad detrás de ello es que el crecimiento económico es
la esencia, o al menos es el motor del desarrollo, y que una vez que una
economía crece se derraman otros beneficios, tales como asegurar el empleo,
acceso a la salud y la educación, o el consumo.
Esa idea es muy clara cuando Piñera advierte que
“como
muchas veces lo hemos dicho, y a veces se olvida, el crecimiento económico es
algo fundamental para la calidad de vida de los chilenos”.
Dicho de otro modo, el bienestar sólo es posible allí donde crece la economía.
Esta
es una concepción muy repetida en América Latina desde inicios del siglo
XX. Casi nadie la pone en duda, y los debates están en cómo crecer, y en cómo
distribuir los posibles beneficios. Esa fidelidad al crecimiento de Piñera
se repite en todos los regímenes políticos, incluidos aquellos que están en un
extremo opuesto, como el socialismo del siglo XXI. La adhesión al crecimiento
es pegajosa.
En distintos países se sostiene que se arrastra la desigualdad y la pobreza porque no se creció lo suficiente. Pero es justamente el caso chileno el que demuestra las limitaciones de esa presunción, ya que ese país es uno de los pocos que ha mantenido por largo tiempo tasas positivas de crecimiento económico, pero nunca se alcanzó el paraíso prometido. Por el contrario, tuvo lugar un estallido social que dejó en evidencia unas tensiones y contradicciones sociales y políticas que se arrastraban por años. Chile, que era exhibido como modelo de crecimiento económico, se convirtió de un día al otro en lo opuesto, el ejemplo de la insuficiencia del crecimiento económico.
Sin embargo, aún en plena crisis, el presidente Piñera vuelve a apostar al crecimiento económico como medicina. Es como si no pudiera asimilar o comprender lo que está sucediendo. Es que la crisis deja al desnudo que el crecimiento económico como posible, continuado e indispensable para el bienestar, es apenas un mito.
Esta creencia tiene una larga historia, que se remonta incluso a Adam Smith, pero que en sus formulaciones más conocidas ya tiene por lo menos un siglo por detrás. Los manuales clásicos de economía están repletos de esos dichos; un claro ejemplo es el texto de W.A. Lewis de 1955 que en inglés era la “teoría del crecimiento económico” y en castellano fue presentado como “teoría del desarrollo económico”. La meta de los gobiernos era crecer, y el crecimiento se mide sobre todo por el PBI. La obsesión era tal que había gobernantes que pedían “sacrificios” para retomar el sendero del crecimiento.
En distintos países se sostiene que se arrastra la desigualdad y la pobreza porque no se creció lo suficiente. Pero es justamente el caso chileno el que demuestra las limitaciones de esa presunción, ya que ese país es uno de los pocos que ha mantenido por largo tiempo tasas positivas de crecimiento económico, pero nunca se alcanzó el paraíso prometido. Por el contrario, tuvo lugar un estallido social que dejó en evidencia unas tensiones y contradicciones sociales y políticas que se arrastraban por años. Chile, que era exhibido como modelo de crecimiento económico, se convirtió de un día al otro en lo opuesto, el ejemplo de la insuficiencia del crecimiento económico.
Sin embargo, aún en plena crisis, el presidente Piñera vuelve a apostar al crecimiento económico como medicina. Es como si no pudiera asimilar o comprender lo que está sucediendo. Es que la crisis deja al desnudo que el crecimiento económico como posible, continuado e indispensable para el bienestar, es apenas un mito.
Esta creencia tiene una larga historia, que se remonta incluso a Adam Smith, pero que en sus formulaciones más conocidas ya tiene por lo menos un siglo por detrás. Los manuales clásicos de economía están repletos de esos dichos; un claro ejemplo es el texto de W.A. Lewis de 1955 que en inglés era la “teoría del crecimiento económico” y en castellano fue presentado como “teoría del desarrollo económico”. La meta de los gobiernos era crecer, y el crecimiento se mide sobre todo por el PBI. La obsesión era tal que había gobernantes que pedían “sacrificios” para retomar el sendero del crecimiento.
A
pesar de toda la evidencia que muestra la fragilidad de ese razonamiento
mecanicista, se ha mantenido la fe en el crecimiento de la economía. Eso es
lo que transmite en los recientes discursos y planes de muchos gobiernos
latinoamericanos. Lo que no se entiende es que ese crecimiento bajo la
actual organización de la economía, siempre será desigual. Unos pocos cosecharán
más beneficios, unos cuantos se mantendrán más o menos igual, y amplios grupos
pueden incluso empeorar. Tampoco entiende que ese crecimiento requiere
una continuada extracción de recursos naturales y una sumatoria de
impactos ambientales y sociales, que sin duda tienen costos económicos pero que
nadie contabiliza ni resta en las cuentas nacionales. Esa distorsión en la
contabilidad es la que explica que para la economía convencional muchas de
las actividades que alimentan el crecimiento, como los extractivismos, tengan
saldos positivos.
El apego al crecimiento es tan pegajoso que se repite más allá de gobiernos y políticos. En ese sentido, es revelador repasar la muy reciente respuesta crítica de CEPAL a un texto en el que comentaba sobre la confesión de ese organismo del fracaso de todas las estrategias de desarrollo. En su reacción, donde se regresa a defender el desarrollo, la CEPAL destaca con toda sinceridad que su “visión estratégica” reúne al“tres premisas básicas, a saber: crecer para igualar, igualar para crecer, y crecer e igualar con.” sostenibilidad ambiental”. El crecimiento todo lo domina.
En efecto, esas y otras posiciones son cristalinas: el crecimiento económico es un ingrediente esencial en los modos de concebir el desarrollo. Parece ser que es impensable, e incluso inimaginable, una estrategia que no dependa del crecimiento de la economía. Incluso aquellos estudios que advertían sobre el llamado vínculo intermitente entre el progreso político y el crecimiento, quedaron en el olvido. Del mismo modo se desconoce la enorme cantidad de evidencias que muestran que el crecimiento perpetuo no sólo es imposible, sino que genera impactos sociales y ambientales tan severos que ya ponen en riesgo la vida en todo el planeta. No habría un futuro viable si persiste la obsesión con el crecimiento económico.
De ese modo, la discusión se centra en cuánto crecimiento es necesario, cómo lograrlo, cómo distribuir sus beneficios, y así sucesivamente. Los problemas no están en las condiciones sociales o en la arena política sino en que el país no creció lo suficiente o ese crecimiento fue desbalanceado, como se está discutiendo ahora en Chile o Brasil. Otras voces, que cuestionan los modos de hacer política, de todos modos, razonan apegadas al mismo mito, pero postulan un camino distinto suponiendo que puede lograrse ese crecimiento reduciendo la pobreza, como anuncia el nuevo gobierno de Argentina.
El apego al crecimiento es tan pegajoso que se repite más allá de gobiernos y políticos. En ese sentido, es revelador repasar la muy reciente respuesta crítica de CEPAL a un texto en el que comentaba sobre la confesión de ese organismo del fracaso de todas las estrategias de desarrollo. En su reacción, donde se regresa a defender el desarrollo, la CEPAL destaca con toda sinceridad que su “visión estratégica” reúne al“tres premisas básicas, a saber: crecer para igualar, igualar para crecer, y crecer e igualar con.” sostenibilidad ambiental”. El crecimiento todo lo domina.
En efecto, esas y otras posiciones son cristalinas: el crecimiento económico es un ingrediente esencial en los modos de concebir el desarrollo. Parece ser que es impensable, e incluso inimaginable, una estrategia que no dependa del crecimiento de la economía. Incluso aquellos estudios que advertían sobre el llamado vínculo intermitente entre el progreso político y el crecimiento, quedaron en el olvido. Del mismo modo se desconoce la enorme cantidad de evidencias que muestran que el crecimiento perpetuo no sólo es imposible, sino que genera impactos sociales y ambientales tan severos que ya ponen en riesgo la vida en todo el planeta. No habría un futuro viable si persiste la obsesión con el crecimiento económico.
De ese modo, la discusión se centra en cuánto crecimiento es necesario, cómo lograrlo, cómo distribuir sus beneficios, y así sucesivamente. Los problemas no están en las condiciones sociales o en la arena política sino en que el país no creció lo suficiente o ese crecimiento fue desbalanceado, como se está discutiendo ahora en Chile o Brasil. Otras voces, que cuestionan los modos de hacer política, de todos modos, razonan apegadas al mismo mito, pero postulan un camino distinto suponiendo que puede lograrse ese crecimiento reduciendo la pobreza, como anuncia el nuevo gobierno de Argentina.
Pero
casi nadie aborda la cuestión de fondo: ¿las alternativas necesarias deben
depender necesariamente del crecimiento económico? ¿Es iluso pensar opciones de
cambio más allá del crecimiento? Es más, tampoco se debate si esa obsesión
con el crecimiento no sería una de las causas del estallido social.
Si estas interrogantes son válidas, sería más que útil comenzar a pensar el papel que ha jugado el mito del crecimiento en generar la crisis chilena. Ha sido una exigencia que ha estado detrás de decisiones económicas, pero también en el comportamiento político. Es un tema esencial, ya que cualquier alternativa de cambio, que realmente asegure el bienestar, requiere comenzar a imaginar lo impensable: despegarse de la obsesión con el crecimiento.
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Si estas interrogantes son válidas, sería más que útil comenzar a pensar el papel que ha jugado el mito del crecimiento en generar la crisis chilena. Ha sido una exigencia que ha estado detrás de decisiones económicas, pero también en el comportamiento político. Es un tema esencial, ya que cualquier alternativa de cambio, que realmente asegure el bienestar, requiere comenzar a imaginar lo impensable: despegarse de la obsesión con el crecimiento.
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