“Según la Organización Internacional del
Trabajo (OIT), teniendo en cuenta la edad laboral, para el 2018 la participación de la fuerza de
trabajo masculina en la región era del 75%, mientras que en las mujeres
rondaba apenas el 50%. Esto no quiere decir que las mujeres trabajen
menos que los hombres. Por el contrario, una de cada dos mujeres
latinoamericanas está expuesta al desempleo o la informalidad. De hecho, «la desocupación de las mujeres subió 1,6 puntos
porcentuales, por encima de la variación de los hombres que aumentó en 1,3
puntos porcentuales», según José Manuel Salazar, director regional de la OIT.
“Valga anotar que estas estadísticas adolecen de una perspectiva sobre
la carga socioeconómica del trabajo doméstico.
Sumemos al panorama el hecho de que siete de cada diez mujeres se
desempañan en el sector servicios o comercio. Dos rubros cruzados por la
informalidad parcial o total. teniendo en cuenta este horizonte, en medio de la
crisis social, económica y política que atraviesa la región
desde el año 2017 -para poner un estimativo de corto plazo-, las medidas
para frenar la pandemia COVID-19 dejan sinsabores y preguntas que cuesta resolver con
la misma urgencia”.
“Esta semana se decretaron cuarentenas en casi todos los países latinoamericanos y
caribeños. Sin embargo, 140 millones de personas
en la región dependen del sector informal. Teniendo
en cuenta las cifras abordadas, debemos asumir que la mayoría de las mujeres
se ven imposibilitadas de llevar a cabo tales medidas. Dado que en nuestro continente
la mitad de las mujeres dependen de las economías de subsistencia,
un día sin trabajar implica un día en que sus familias
no pueden comer”.
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LAS MUJERES LATINOAMERICANAS, EL COVID-19
Y EL NEOLIBERALISMO.
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Diana Carolina Alfonso |24/03/2020| Feminismos.
Rebelión martes 24 de marzo del 2020.
En las últimas semanas, la emergencia del
coronavirus (COVID19) puso sobre la mesa una institucionalidad desgarrada y
visibilizó un entramado de desigualdades geopolíticas y sexogenéricas, todo
esto, en el marco de un nuevo ciclo de la crisis del capitalismo contemporáneo.
Desde fines de la década del ochenta, nuestro
continente dio paso a una serie de reformas económicas ideadas en los
laboratorios del floreciente pensamiento neoliberal, principalmente en Estados
Unidos y Gran Bretaña. A la cabeza de los Chicago Boys de
Chile, Latinoamérica abrió sus economías realizando una serie de reformas
constitucionales que a la postre posibilitarían la reducción de derechos
sociales a través del desmantelamiento de cierta institucionalidad estatal,
cuyo rango de acción habría sido definido en el (ahora pisoteado) contexto de
las economías de bienestar. Una bala en la cabeza de Salvador Allende precedió el
largo camino de los Chicago Boys. Desde entonces, se han tornado
cotidianas las reformas previsionales, y es creciente el proceso de
privatización de la educación y la salud.
En la década del noventa las
reformas económicas estuvieron abocadas a modificar la relación entre los Estados,
los mercados y la sociedad. En la actualidad, el correlato de esta
situación ha sido la dependencia casi total al mercado global de servicios,
una tendencia progresiva a la concentración de la riqueza
y la pauperización de las condiciones mínimas de
vida. La flexibilidad laboral y la tercerización, profundizan desigualdades de géneros, clase y raza. La
masa laboral activa en los años de los Chicago Boys se
pensiona si puede. Es decir, poco a poco hemos asumido que la tercera edad dependa
de sus hijxs, trabaje hasta el fin de sus días o viva en
mendicidad, aun cuando cuenten con un mínimo pensional del que las
siguientes generaciones ya no habrán de disfrutar. Este es el gran contexto del
que partimos para vislumbrar las contradicciones de la mayor parte de la
población latinoamericana después de que la Organización Mundial de la Salud
declarara al COVID-19 como una pandemia mundial.
Como es de conocimiento corriente para el
feminismo, la CEPAL cifra en alrededor del 30%
la brecha salarial entre hombres y mujeres. Según el mismo
organismo, las mujeres latinoamericanas perciben un 34% menos de
ingresos (salariales o pensionales), dada la división familiar de la
renta y el trabajo de cuidados de menores, enfermxs, y ancianxs.
Perú. Mujeres, que hoy trabajan en el sector informal, representan una mayoría de todo el 75% que representa el trabajo informal en Perú.
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Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), teniendo en cuenta la edad laboral, para el 2018 la participación de la fuerza de
trabajo masculina en la región era del 75%, mientras que en las mujeres
rondaba apenas el 50%. Esto no quiere decir que las mujeres trabajen
menos que los hombres. Por el contrario, una de cada dos mujeres
latinoamericanas está expuesta al desempleo o la informalidad.
De hecho, «la desocupación de las mujeres subió 1,6 puntos porcentuales,
por encima de la variación de los hombres que aumentó en 1,3 puntos
porcentuales», según José Manuel Salazar, director regional de la OIT.
Valga anotar que estas estadísticas adolecen de
una perspectiva sobre la carga socioeconómica del trabajo
doméstico. Sumemos al panorama el hecho de que siete de cada diez
mujeres se desempañan en el sector servicios o comercio. Dos rubros
cruzados por la informalidad parcial o total.
Teniendo en cuenta este horizonte, en medio de la crisis
social, económica y política que atraviesa la región desde el año
2017 -para poner un estimativo de corto plazo-, las medidas para frenar la pandemia COVID-19 dejan
sinsabores y preguntas que cuesta resolver con la misma urgencia.
Esta semana se decretaron cuarentenas en
casi todos los países latinoamericanos y caribeños. Sin embargo, 140 millones de personas en la región dependen del sector
informal. Teniendo en cuenta las
cifras abordadas, debemos asumir que la mayoría de las mujeres se ven
imposibilitadas de llevar a cabo tales medidas. Dado que en nuestro continente
la mitad de las mujeres dependen de las economías de subsistencia,
un día sin trabajar implica un día en que sus familias
no pueden comer.
UN PANORAMA LATINOAMERICANO
Perú es uno de los países que tiene la tasa de informalidad
más alta, aunque esta es incluso superior en países como Guatemala y
Honduras, donde ronda el 80% según la OIT; o en Bolivia,
donde asciende al 83%. Martín Vizcarra,
presidente del país andino, anunció este lunes una bonificación de US$108
para que los sectores más desposeídos no tuvieran que verse expuestos al
virus en el quehacer de sus trabajos precarios. Sin embargo, el
monto está muy por debajo del salario mínimo mensual, estimado en US$263.
Según el portal del Foro Económico Mundial, el bono no habría estimado
el gasto en alquileres.
En un artículo titulado Las mujeres y la
tierra, la propiedad y la vivienda, ONU Mujeres apela a la implementación de medidas urgentes en materia
inmobiliaria. Mujeres, ancianxs, y enfermxs son los sectores más golpeados por la especulación de
la tierra y la vivienda. Si se tiene en cuenta que las mujeres
son propietarias de menos del 1% de la tierra, y un número apenas mayor
de viviendas urbanas, debemos concluir que el gasto en alquileres
tiene un peso abrumador sobre sus economías dado que, como se dijo
anteriormente, trabajan y cargan sobre sus hombros la dependencia económica de
la tercera edad, enfermxs e infantes.
En síntesis, medidas como las tomadas por el
gobierno peruano (entre otros
gobiernos) –como militarizar las calles para obligar a las personas a no
moverse de casa-, no prevén el impacto de la inmovilidad sobre las economías
familiares, cuya participación mayoritaria depende de los aportes de mujeres. Éstas, para evitar el riesgo de contagio,
deben recluirse dos semanas en sus casas, no pudiendo hacer frente a las tareas
de cuidados, el costo inmobiliario y la recesión laboral.
Sobre el impacto del COVID-19 en
el sector de la salud en Uruguay, la
médica y feminista uruguaya Virginia Cardozo explica que las medidas
drásticas afectarán especialmente a las mujeres, que ya son el grueso
de profesionales sanitarios que se enfrentan al sufrimiento y a las
muertes:
«Del total del personal asistencial en Uruguay, 76% son mujeres y 24% varones. En aquellas disciplinas que mantienen contacto
más directo con la población –medicina general, medicina familiar y
comunitaria, pediatría y profesiones no médicas– el índice de feminización
es aún mayor. En los cargos de mayor responsabilidad jerárquica, por
supuesto que el porcentaje de varones aumenta, desempeñándose en tareas
que implican menor contacto directo con usuarios y usuarias de los servicios
de salud».
Chile es hoy un ejemplo de la Mujer que luchan en las calles y en la Plaza de la Dignidad por los Derechos Ciudadanos, contra el neoliberalismo que mata, al igual que el gobierno neoliberal del sr. Piñera. La historia lo juzgará.
***
Según La Diaria –diario feminista uruguayo-, el impacto de la infección por Covid-19 tiene
mayor riesgo de repercusiones graves en la salud de los adultos mayores y en
pacientes con múltiples patologías. Estas personas requerirán un aumento
de los cuidados, elemento a tener en cuenta en un país con un envejecimiento
activo de la población. Los cuidados en estos casos se encuentran
mayoritariamente en las órbitas de las familias, por medio de cuidadoras
informales que cumplen con tareas de alimentación, higiene, administración
de medicamentos, vestimenta o acompañamiento a servicios de
salud; 64% de
las personas que se dedican al cuidado de adultos mayores son mujeres, y una buena parte de ellas inmigrantes.
En el caso de Venezuela,
el bloqueo impuesto por Estados Unidos
(y la corporación farmacéutica Bayer-Monsanto) ha golpeado fuertemente la
salud. En palabras de Nicolás Maduro, el 75% de los ingresos
de la Nación Bolivariana son destinados a la inversión social en vivienda,
educación, salud, cultura y alimento. Lo cierto es que, al día, por
ejemplo, muchas personas gestantes tienen que buscar alternativas en sus
partos para poder dar a luz, siendo imposible garantizar insumos de urgencia
como la penicilina en casos de cesáreas u otras intervenciones. En este
contexto de crisis económica y sanitaria,
«El FMI dejó 1 billones de dólares para ayudar a
los países golpeados por la pandemia COVID-19
Venezuela acudió al FMI para pedir $ 5 mil millones,
destinados a importar suministros para abordar la pandemia. El FMI se negó»,
comenta el analista internacional Vijay Prashad.
No es la primera vez que la llamada ayuda
internacional demuestra intenciones meramente utilitarias e irresponsables
en momentos de extrema crisis. Países intervenidos como Haití guardan en la memoria la repercusión de
los efectos intervencionistas de los países centrales. Huelga recordar en
estos días que el país caribeño sufrió la peor crisis sanitaria inmediatamente
después del terremoto, dado que en el mismo 2010 un destacamento
militar de la ONU proveniente de Nepal difundió el brote epidémico del cólera
en la región de Artibonito, a tan solo cien kilómetros de la capital
Puerto Príncipe. El saldo de la tragedia fue de 9000 muertos. El
silencio cómplice de los encargados de la ayuda humanitaria no
hizo más que condenar a la muerte a miles de seres humanos. Hoy, en
la Perla del Caribe se registran dos muertes de
un ciudadano belga y otro francés, respectivamente. Dos muertes llaman
la atención de las autoridades internacionales por el hecho de provenir del
arco de países intervencionistas, sin que se lea ni asuma la responsabilidad
correspondiente, sin embargo, de la fragilidad de las instituciones
sanitarias producidas por la intervención imperial en dicha nación hermana.
Como en tantos otros países, son las brigadas de
salud de Cuba en Haití las que siguen haciendo frente a
la desgracia de la muerte por la inanición sembrada bajo el yugo neoliberal.
En Chile, hasta
la semana pasada la agenda mediática no había podido instalar el tema del
Coronavirus. Incluso el
gabinete del presidente Piñera fue abucheado por insinuar la
proscripción del Plebiscito Constituyente en caso de una posible
expansión del virus.
Desde el 18 de octubre del 2019 la sociedad chilena ha decidido poner fin al sueño
precipitado de los Chicago Boys. No es raro encontrar en las plazas, al calor de las barricadas,
gentes en sillas de ruedas tirando piedras, o enardecidas ancianas vociferando
contra las AFP (sistema previsional privado, impulsado por el equipo
económico del gobierno chileno en tiempos de Pinochet). Contrario a lo que pasó
en España, donde mermó la convocatoria
del 8M ante la posible expansión del virus, Chile vivió la mayor concentración feminista en toda
su historia.
Una militante de la Coordinadora Feminista 8M
comentaba a la Cátedra Feminista Martina Chapanay que «con corona o sin corona la gente en Chile muere esperando una cama en un hospital; o
peor, se mueren endeudados por tratarse una pulmonía. Los únicos exentos de
morirse en la miseria son los carabineros (…) Pinochet pidió que se les
dejara afuera de las AFP cuando el neoliberalismo reestructuró la
salud y las pensiones».
En las últimas horas las fuerzas políticas consensuaron una nueva fecha para llevar el urgente
plebiscito adelante, el cual se
desarrollaría el 25 de octubre. Casi un año después de empezadas las
revueltas en la cuna del neoliberalismo en Nuestra América.
Un símbolo y líder de Nuestra América, la Patria Grande , Mon Laferte, Mujer luchadora en defensa de los Derechos del pueblo de Chile y América Latina.
***
En Argentina,
mientras el gobierno nacional buscaba coordinar una estrategia con los
gobiernos locales, e impelía a los
y las trabajadoras a quedarse en casa, Beatriz Machado fue atropellada y
asesinada por la policía de la Ciudad de Buenos
Aires, por decisión política del Jefe de Gobierno de la ciudad, Horacio
Rodríguez Larreta. El caso de Beatriz
es un ejemplo claro de la avanzada punitivista en medio del desconcierto
generado por las medidas sanitarias del legislativo. Mientras las instituciones,
empresas y locales comerciales llamaban a la cuarentena a sus
trabajadores, Beatriz Machado, pensionada de 73 años, se veía
forzada a defender su puesto de trabajo en la Plaza de Once. La mujer
que vendía medias fue reprimida con saña por la policía federal. Beatriz sintetiza la cruda realidad de buena
parte de las mujeres de nuestro continente.
Beatriz son las siete de cada diez mujeres que trabajan en
condiciones de marginalidad; Beatriz
es la pensionada que tiene que trabajar en la calle, ante el desguace
inhumano del sistema previsional; Beatriz es la abuela de alguien que no puede pagar para cuidarla; Beatriz
es la vida de la mayoría de las mujeres quienes pandemia o no, tienen
que salir a defender su trabajo, con el único
objetivo de defender su vida de la muerte, aun cuando esta termine ganando la
partida.
Fuentes: Escrito para el Instituto Tricontinental
de Investigación Social
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