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"Más allá de mencionar los Objetivos de
Desarrollo Sostenible (ODS, 2015) —donde el primero de ellos es el «fin de la pobreza» [4]—
y las investigaciones que se han realizado en torno a las dificultades y falta
de oportunidades que se plasman en «las pobrezas» que habitan en la
sociedad, una tramitación acorde y ajustada a las necesidades de dichos
colectivos vivientes debe estructurarse, en los niveles educativos y
escolares, desde una razonada y compartida proposición pedagógica.
Nuestra propuesta aquí referenciada se articula sobre la noción normativa y práctica
de una educación inclusiva (Rogero et al., 2016) que extienda sus
teorías y consolide sus prácticas; esta propuesta la haremos sobre el eje de
entender la pobreza desde una doble perspectiva (ambas
indispensables de ser comprendidas conjuntamente): la
política (la «actividad social en
el mundo») y la existencial (la «estancia
en el mundo»).
La perspectiva política nos define la
obligatoriedad de atender los contextos y condiciones que se establecen en la
pobreza y cómo afectan sobre el
alumnado en sus diversas etapas educativas. Así, «la pobreza y la exclusión no solo se refieren a la
carencia de ingresos económicos,
sino que, […] presenta una multidimensionalidad de rasgos que hemos de tener en
cuenta: la posición en el mercado laboral, la dificultad de acceso a los
servicios y el descarte en el ámbito de las relaciones sociales» (Rogero
et al., 2016: 76). Cuestiones, todas ellas, de necesaria estipulación política.
Por ello, es eminentemente vigoroso recordar —constante e implacablemente— la urgencia de
atender, desde las esferas políticas y politizadas, la realidad
marginalizada vivida (y viviente) de la pobreza. De hecho, se «exige también una respuesta sistémica y articulada
por parte de las diversas políticas (educativas, de salud y sociales) para romper
el círculo vicioso de la reproducción intergeneracional de la pobreza» (Rogero et al., 2016: 78)".
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LA FERTILIDAD DE LA POBREZA: DE LA
INDIFERENCIA A LA PRESENCIA DEL AULA (II)
Repensar el aula como un
espacio de dignificación
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Por Cristo I. Mahugo | 29/02/2020 | Otro mundo es posible
Por Cristo I. Mahugo | 29/02/2020 | Otro mundo es posible
Fuentes: Rebelión
(Continuación del artículo «La fertilidad de la pobreza: de la indiferencia a la
presencia del aula [I]»)
1.- Un argumentario
En términos teóricos, todo reflejo es un retroceso
(reflejo = del latín reflexus, «volver hacia atrás [1]»).
Aceptando la concepción de que en los centros educativos se reflejan las
complejidades de la vida social, estaremos indirectamente consintiendo las
ideas que subyacen a dicha concepción. A saber:
Que el retroceso es algo que se vivencia a
posteriori. Es decir, que la escuela [2] se encuentra situada (¿sitiada también?) justo detrás de «lo social», dándose
a entender dos cosas (entre otras): la primera, que «lo social» y «lo escolar» se
presentan como esferas autónomas pero que, a su vez, se comunican
condicionadamente; como si lo escolar no fuese profundamente social; lo
segundo, el aspecto de dependencia que se enraíza en esta premisa
nos complace a pensar que todo aquello que se vive (se sucede) en la
sociedad —aparentemente— determina todo aquello que se vive en los centros
educativos. Esto implica acarrear con la aceptabilidad de que la escuela no
posee capacidad de decisión, no puede «autonomizar» sus alegatos socioeducativos
(o no se contempla el irremediable peso que tiene «el filtro profesoral»)
porque quien los determina es —supuestamente— esa abstracción llamada «sociedad». Acceder
a la llamada de esta determinación puede tener una traducción implícita: la
negación de toda posibilidad de transformación (lo que significa la anulación
de la misma posibilidad, del mismo cambio). Sería interesante discutir —en
futuros textos— la integración de esta premisa dialéctica de «no
posibilidad de transformación social» en la discursiva normalizada de una parte
del personal profesional de la educación y la docencia.
Que la escuela pasaría a ser una estéril extensión instrumental del
aparato político. Si abogamos por esta premisa («la escuela como reflejo de
la sociedad política»), significaría que el aparato político o
sociopolítico de una sociedad estaría gestionando, a modo de fría
elongación instrumental, lo que denominamos «sistema
educativo». Así, consideramos que
«no existen modelos educativos al margen de la sociedad que los produce»
(Beluche, 2019), pero no olvidemos que lo productivo no tiene que ser inequívocamente
lo reproductivo. Es necesario defender una teoría de la escuela que «produzca»
formas de procesar y abordar la realidad; engendrar producciones materiales (textos,
revistas, cuadernos, blogs) y no materiales (pensamiento crítico, hábitos
de convivencia, dinámicas comunitarias) que no solamente plasmen lo que se viva
fuera de sus paredes, sino —sobre todo— que acuda de forma responsable y
comprometida a defender una respuesta reflexiva sobre las injusticias que
habitan y «se toleran» fuera de las citadas paredes. La intención del
presente punto es recordar el valor de trabajar en una escuela politizada (en
sentido de «inculcar conciencia política» y ciudadana; esto incluye
producir nuevas formas de politizar las realidades).
¿Bajo qué preceptos tiene sentido abordar los
puntos arriba mencionados con respecto a la dignificación de la pobreza? Nuestra interpretación lo justifica en un doble
sentido: por un lado, la formación de ciudadanía (función indispensable de las
escuelas) no puede distanciarse de «lo político», y lo político es aquello que menciona a la poli (πολις
= ciudad = el conjunto de la ciudadanía).
Es decir, al conjunto de personas —ciudadanas, ciudadanos— que la habitan o,
dicho de otro modo, a la atención prestada que se hace sobre las vidas urbanas
y no urbanas (entendamos —entre otras— rurales, por ejemplo; formas de vivir
en sociedad) que habitan en dicha ciudad (lo que implica atender igualmente
a lo que mora tanto en su centralidad como fuera de ella, su periferia). Por
otro lado, si la escuela engloba una formación cívica y humanista (Cerini
de Reffino, 2006) debe ser porque «atiende» (con las limitaciones que
ello comporta, pero procurando no restar ni equidad ni igualdad) a todas y cada
una de estas formas de vivir o «estar» en sociedad («no soportando»
la invisibilidad de ninguna de ellas); esto significa, irrevocablemente,
que su atención debe ser más sensible sobre aquello que está fuera de la
centralidad. Así, las personas pobres y la pobreza deben estar presentes en los
espacios dignifica torios de las escuelas (sus aulas principalmente).
Como guion pedagógico, cabe señalar que,
desde dichas instituciones educativas, se debe evitar el anclaje de la visión
asistencialista [3] de la pobreza; ésta debe enmarcarse, para acercarnos a textos
propios de la teoría crítica y emancipatoria, a una vinculación entre la
cotidianidad familiar y los contextos de pobreza (Eguía & Ortale,
2007: 205-218), la justicia social (Connell, 1997) y la igualdad de oportunidades (Aguado Odina, 2010).
2.- Una propuesta
Más allá de mencionar los Objetivos de
Desarrollo Sostenible (ODS, 2015) —donde el primero de ellos es el «fin de la pobreza» [4]—
y las investigaciones que se han realizado en torno a las dificultades y falta
de oportunidades que se plasman en «las pobrezas» que habitan en la
sociedad, una tramitación acorde y ajustada a las necesidades de dichos
colectivos vivientes debe estructurarse, en los niveles educativos y
escolares, desde una razonada y compartida proposición pedagógica.
Nuestra propuesta aquí referenciada se articula sobre la noción normativa y práctica
de una educación inclusiva (Rogero et al., 2016) que extienda sus
teorías y consolide sus prácticas; esta propuesta la haremos sobre el eje de
entender la pobreza desde una doble perspectiva (ambas
indispensables de ser comprendidas conjuntamente): la
política (la «actividad social en
el mundo») y la existencial (la «estancia
en el mundo»).
La perspectiva política nos define la
obligatoriedad de atender los contextos y condiciones que se establecen en la
pobreza y cómo afectan sobre el
alumnado en sus diversas etapas educativas. Así,
«la pobreza y la exclusión no solo se refieren a la
carencia de ingresos económicos,
sino que, […] presenta una multidimensionalidad de rasgos que hemos de tener en
cuenta: la posición en el mercado laboral, la dificultad de acceso a los
servicios y el descarte en el ámbito de las relaciones sociales» (Rogero
et al., 2016: 76). Cuestiones, todas ellas, de necesaria estipulación política.
Por ello, es eminentemente vigoroso recordar —constante e implacablemente— la urgencia de
atender, desde las esferas políticas y politizadas, la realidad
marginalizada vivida (y viviente) de la pobreza. De hecho, se
«exige también una respuesta sistémica y articulada
por parte de las diversas políticas (educativas, de salud y sociales) para romper
el círculo vicioso de la reproducción intergeneracional de la pobreza» (Rogero et al., 2016: 78).
Destacamos la importancia de atender y sensibilizar
sobre estas realidades basándonos en los siguientes puntos: la participación
de la comunidad y el trabajo comunitario (Fernández,
1996); mayor inversión en políticas educativas, sociales y
laborales, garantizar el derecho a la educación en todos los niveles
educativos y reforzar las políticas de educación compensatoria y las
medidas de discriminación positiva destinadas al alumnado más vulnerable (Rogero
et al. 2016); y la defensa de un «paradigma biocéntrico» y del
desarrollo centrado en la ética (Hernández Acevedo, 2014).
La perspectiva existencial nos define los planteamientos relacionales que vertebran
las «formas de estar» entre nos(otros); las maneras en que se presenta la estancia
en el mundo [5]. Así, es atributo sociohistórico, político y cultural
«estar» integrado/a en un grupo o colectivo (con sus concepciones
valorativas, sus ideas y sus comportamientos). La pobreza,
como conjunto de personas, no debe contemplarse pasivamente bajo la tutela
de pensarse que
«hay una parte de los pobres que no hacen nada para
salir de ahí» (interpretación
de la falsa meritocracia [Stiglitz, 2012] y olvido de las injusticias estructurales)
o «el pobre debe ser asistido como ‘sujeto necesitado’»
(interpretación asistencialista que —por sí sola— robustece la perpetuidad
misma de las desigualdades). Ambas
posturas interpretativas son insoportables (aborrecibles ambas) desde una lectura
humanística y democratizante.
Por ello, nos gustaría cerrar este apartado
haciendo referencia a dos observaciones —característicamente instructivas—
a valorar por las personas implicadas, directa o indirectamente, en el mundo
educativo: la persona pobre negada como «sujeto de intercambio (de
comercio)» y la persona pobre negada como «deseo no deseado».
La primera observación se
relaciona con la idea de que la pers. pobre, como sujeto improductivo
e infértil, no posee algo valorativo (recursos materiales y no materiales)
con el cual se pueda entablar una relación con ella; al poseer nada, no puede
darme algo (sin embargo, me solicita algo. Es decir, «no entra»
en el juego comercial de las relaciones [Cortina, 2017]).
La segunda observación se relaciona con la visión explícita de
que la pers. pobre «nos despierta» la imagen de un deseo que no
deseamos; representa aquella figura en la cual no nos gustaría convertirnos,
vernos en reflejo. Así, ambas observaciones, de no ser visibilizadas y,
por tanto, comprendidas desde el amparo educativo, podrían trasladarse
cómodamente a las vidas ajetreadas, organizadas y relacionales de las escuelas. Lo que se traduce —fácilmente— en la falta
de tacto ético para censurarlas por deshumanizantes («te doy porque me
das») y en la falta de tacto pedagógico para intervenirlas
educativamente («trabajar sobre el reconocimiento de
los deseos que no deseamos» en las relaciones).
*****
Notas [n.]
[1] Véase Enlace 2 (reflejo,
refleja).
[2] No entraremos a debatir la adecuación terminológica de si corresponde llamar
«escuela» a los centros educativos escolares o colegios; esta cuestión nos
parece necesaria que sea abierta y debatida, pero consideramos —mismamente— que
éste no es el espacio más propicio para ello. Nos acogeremos a la concepción
socialmente aceptada de interpretar «la escuela», el colegio o el centro
educativo como sinónimos (véase Enlace 3 y Enlace 4).
[3] Dice Gastón Vigo (2019) al respecto: «El asistencialismo perpetuo
es un engranaje del atraso. No sólo no combate la miseria, sino que la
estimula. […] A la luz de los datos, nos dimos cuenta de que el
asistencialismo no saca a la gente de la pobreza.» (ver Enlace 5).
[4] Ver Enlace 7: Nueva Agenda de
Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (25 de septiembre de 2015).
[5] Nos parece importante distinguir entre «tierra» («planeta que
habitamos») y «mundo» («conjunto de todo lo existente», «conjunto de
todos los seres humanos») [Ver Enlace 2: https://dle.rae.es].
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