QUE ES UNASUR.- Creada en 2008, la Unión de Naciones Suramericanas, UNASUR, es
una organización
internacional que dice impulsar la integración regional en materia de energía, educación, salud, ambiente,
infraestructura, seguridad y democracia.
La Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador,
Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela son sus Estados miembros.
Según
afirman, todas las
acciones de la UNASUR se dirigen a la construcción de
una identidad
regional, “apoyada en una historia
compartida y bajo los principios del multilateralismo, vigencia
del derecho en las relaciones internacionales y el absoluto respeto de
los derechos humanos y los procesos
democráticos”
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UNASUR. El Imperialismo la "asesinó políticamente" para ello contó con la colaboración directa y efectiva de todos sus "Edecanes políticos" en América Latina. A todos ellos les agrada seguir siendo súbditos de la OEA, el llamado Ministerio de las Colonias en América latina.
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CHAU UNASUR, ADIÓS A LA PAZ,
¿SURAMÉRICA SERÁ ZONA DE GUERRA?.
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Aram
Aharonian.
ALAI América
Latina en Movimiento.
Viernes 17
de agosto del 2018.
En Colombia se respira una atmósfera de zozobra e
inestabilidad social, tras el asesinato de 330 líderes sociales, la amenaza
permanente a periodistas y el temor a que Iván Duque, el nuevo mandatario, se
aventure en dos guerras: una interna y otra contra su vecino, Venezuela.
“La única
forma de tratar de unir a la nación es inventando un enemigo externo, para
apelar al nacionalismo, una guerra contra los “castrocomunistas” venezolanos,
desviando la atención de la continuidad del genocidio interno y la crisis
social, económica y financiera”, señala
el analista Camilo Rengifo.
Durante cuatro períodos presidenciales, Álvaro
Uribe y Juan Manuel Santos, quien además fue ministro de Defensa del primero en
épocas de los “falsos positivos” –campesinos asesinados y vestidos con ropa de
guerrilleros para mostrar a la prensa victorias militares-, la hipótesis del
conflicto siempre estuvo en al aire, en guerras de micrófonos o con injerencia
directa en asuntos internos del vecino del noroeste.
Y, los mentideros políticos señalan que Santos
quiso despedirse del gobierno apoyando el intento (frustrado) de magnicidio del
presidente venezolano Nicolás Maduro, el 4 de agosto último. Pero esta última
jugada del benemérito Nobel de la Paz, no le salió bien.
James Mattis, secretario de Defensa de los Estados
Unidos visitó a mediados de agosto Brasil, Chile, Colombia y Argentina, con una
agenda que insistía en el tema de la inestabilidad política y la supuesta
crisis humanitaria de Venezuela, que podría afectar el escenario regional,
junto al temor por un conflicto armado entre Colombia Y Venezuela tras el
atentado fallido -con drones cargados de explosivos- contra Nicolás Maduro.
La gira busca resaltar los vínculos de Washington
con lo que considera su patio trasero, según destaca un comunicado del
Pentágono, pese a que EEUU no ofreció todavía ninguna agenda positiva de
cooperación. Las alianzas panamericanas han sido punto focal de las
visitas, este mismo año, del exsecretario de Estado Rex Tillerson, su sucesor
Mike Pompeo y del vicepresidente Mike Pence a la región.
El ministro brasileño de Defensa, Joaquim Silva e
Luna, dijo que entendió bien lo que quiso decir Mattis, “pero eso es una
disputa comercial en todo el mundo; hay una gran reorganización en todo el
mundo, en Asia, en la Unión Europea, es una disputa de mercado” y señaló que es
posible que Brasil se beneficie de una guerra comercial entre EEUU y China.
Según Mattis, su país apoya “decisiones
soberanas de estados soberanos”, pero advirtió de “invasiones de otros
países”. El libreto pareciera convertir a Latinoamérica en un campo del juego
geopolítico estadounidense.
Otra preocupación del mandamás del Pentágono es la
reunión en Argentina del G-20, donde el anfitrión tiene responsabilidades en
defensa y seguridad de los líderes del mundo “desarrollado”, que permitan
la asistencia de Donald Trump: cómo participar de manera discreta sin resentir
las pasiones nacionales. La propuesta de Mattis fue la posible cesión de
equipos para un área específica; la prevención de ciberataques, con
“inhibidores” de circulación de drones.
En los países visitados, Mattis auscultó la
influencia y presencia en Sudamérica de dos rivales, China y Rusia. Y al
respecto señaló que “hay más de una forma de perder la soberanía en este mundo.
No es sólo por las bayonetas. Puede ser con países que llegan ofreciendo
regalos, préstamos amplios que acumulan deudas masivas en otros países a
sabiendas de que no podrán repagarlas, es lo que parecen ser los préstamos chinos
a naciones como Venezuela y Filipinas”.
La visita de Mattis a la región se produjo tras el
encuentro del titular de la Armada estadounidense con sus pares de Argentina,
Brasil y Chile en Cartagena, Colombia, en el marco de la 28 Conferencia Naval
Interamericana que congregó a los jerarcas navales de Argentina, Brasil,
Canadá, Chile, Colombia, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y
Uruguay.
La fachada para imponer un bloqueo marítimo a
Venezuela podría ser el eufemísticamente llamado ejercicio naval multinacional
Unitas Lix-2018, del que Colombia será anfitriona en septiembre próximo, señala
el analista mexicano-uruguayo Carlos Fazio.
El atentado buscaba que el poder fuera transferido
sin demora a las “autoridades civiles legítimas, miembros de la Asamblea
Nacional” presidida por Julio Borges, tras “liberar” una zona del país e
instalar allí un “gobierno paralelo” que ejerciera funciones de hecho, con el
respaldo de Washington, sus socios de la OTAN y el Grupo de Lima.
Hoy la producción de coca alcanza en Colombia
niveles record, grupos armados ilegales luchan por territorios en los que el
Estado tiene escasa o nula presencia y una oleada de 330 asesinatos de
activistas sociales en los últimos meses, mostró que la paz sigue siendo un término
relativo.
Si Iván Duque, el nuevo presidente -que quiere
reformular el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC que su antecesor Juan
Manuel Santos se abstuvo de implementar- no logra llevar el Estado a las zonas
rurales, hoy en manos de narcotraficantes y paramilitares (o no está interesado
en ello), poco cambiará en Colombia, que registró al menos 260 mil muertos, 60
mil desaparecidos y más de siete millones de desplazados.
¿Fin
de la zona de paz?
La coordinación conservadora de varios presidentes
suramericanos lograron desmontar los más importantes avances de la integración
de los países de América del Sur que conformaron la Unión de Naciones
Sudamericanas (UNASUR) como bloque referente de las relaciones mundiales
marcadas por la multipolaridad de potencias y de proyectos integracionistas
regionales y declararon a la región como zona de paz.
La potencia económica y política de los gobiernos
de Argentina y Brasil, respaldados por los presidentes de Perú, Chile, Colombia
y Paraguay (el denominado Grupo de Lima), comenzó su tarea destructiva en abril
pasado, cuando determinaron “suspender su participación” en el organismo
Y el momento “adecuado” (la asunción de la
presidencia pro-tempore de Bolivia) finalizó dos años de sigilosos movimientos
de debilitamiento y parálisis de todos los proyectos integracionistas
construidos al margen de la influencia y predomino de Estados Unidos: Mercosur,
ALBA, CELAC y UNASUR.
Desmantelados los organismos de integración
horizontal, vuelve el poder del panamericanismo monroista -América para los
(norte)americanos-, dejando en pie a la Organización de Estados Americanos
(OEA), bajo la tutela de Washington. Pero no logran consenso, porque Nicaragua,
Venezuela y Bolivia, al menos, se oponen a la injerencia en asuntos internos de
otros países. Y por eso, EEUU trata de desestabilizar sus gobiernos con todos
los medios posibles,
La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), creada
en 2008, auspició el Consejo de Defensa Sudamericano, integrado por 12 países,
que entre sus propósitos principales tuvo consolidar a la región como zona de
paz y servir de contrapeso a los afanes intervencionistas del Pentágono en los
ejércitos locales, con fines de alineamiento y adoctrinamiento.
Pero la contraofensiva conservadora y del Comando
Sur del Pentágono siguió adelante. En mayo último, Juan Manuel Santos anunció
que Colombia – con siete bases estadounidenses en su territorio- se sumaba
como “socio global” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, máximo
exponente de las intervenciones militares, abiertas y encubiertas, después de
la guerra fría. Ahora Chile quiere seguir el mismo camino.
Y ahora, de la mano del embajador de EEUU en
Bogotá, Kevin Whitaker el nuevo presidente colombiano, Iván Duque, apadrinado
por Álvaro Uribe, sindicado como genocida y unido al narcotráfico y el
paramilitarismo, quiere ser protagonista del “Golpe Maestro”.
Este plan, fue diseñado por el almirante Kurt
Tidd, jefe del Comando Sur, quien aspira a que el gobierno bolivariano sea
derrocado a través de una “operación militar bajo bandera internacional,
patrocinada por la Conferencia de los Ejércitos Latinoamericanos, bajo la
protección de la OEA y la supervisión, en el contexto legal y mediático del
secretario general, Luis Almagro”.
Según se supo en el Congreso estadounidense, Duque
tiene una estrategia para negociar con EEUU una dispensa para Colombia con los
aranceles de importación del acero y el aluminio: manejar la guerra encubierta
del Pentágono contra Venezuela, desde la frontera colombiana.
A inicios de julio y antes de asumir la
presidencia, negoció en Washington con el vicepresidente Mike Pence, el
secretario de Estado, Mike Pompeo, la directora de la Agencia Central de
Inteligencia, Gina Haspel, el zar antidrogas James Carrol, y el asesor de
Seguridad Nacional, el superhalcón John Bolton.
A Pence, “preocupado” por la supuesta amenaza a
Colombia de la “dictadura” de Maduro –como ya se lo había manifestado a Santos
en su visita a Bogotá y en la reunión cuando la Cumbre de la OEA en Lima- le
solicitó apoyo en materia militar, de inteligencia y seguridad.
El 10 de agosto, tres días después de asumir la
Presidencia, anunció el retiro “irreversible” de Colombia de Unasur y abogó por
la aplicación de la Carta Democrática de la OEA contra Venezuela, tras prometer
que llevaría a Maduro ante la Corte Penal Internacional, la misma “justicia”
internacional, donde Uribe, está acusado por crímenes de lesa humanidad, y
donde hacen cola los mexicanos Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Un día antes, en la sede de la cancillería
colombiana en Bogotá, el nuevo ministro del exterior, Carlos Holmes Trujillo,
se reunió con Julio Borges, sindicado como uno de los coautores intelectuales
del frustrado magnicidio del presidente venezolano Nicolás Maduro, para
expresarle el “apoyo incondicional” del gobierno de Duque para “rescatar la
democracia y la legalidad en Venezuela”.
Gustavo Álvarez Gardeazábal, al criticar las
declaraciones de Duque en Washington, cuando afirmó que iba a liderar un bloque
latinoamericano contra Maduro, en una nota titulada “¿A la guerra?’,
advertía que así un presidente no esté de acuerdo con la ideología de una
nación, no puede comenzar a hacer declaraciones que vayan en contra del
principio del respeto soberano. Y advertía que si la guerra llegase a suceder
con el país hermano, Colombia perdería “pues Venezuela está mejor armada que
nosotros”.
La periodista María Jimena Duzán, en su última
columna antes de que la amenazaran, recordaba las declaraciones del general
retirado Leonardo Barrero (“Prepárense porque vuelve la guerra”) y se
preguntaba cuál será el blanco principal de esta nueva guerra anunciada: ¿los
líderes sociales que están cayendo como moscas, los ocho millones de ciudadanos
que votaron por Petro, los diez millones de personas que votaron por Duque y
que aún creen en ‘pajaritos en el aire’?
Paralelamente, desde junio está en Cúcuta y Maicao,
poblaciones fronterizas con Venezuela, un contingente de “cascos Blancos” de la
cancillería argentina. Gabriel Fucks, extitular de estos “contingentes de paz”,
señaló que la misión en la frontera colombiano-venezolana, más que una acción
de asistencia sanitaria, forma parte de una política de presión contra
Venezuela.
No es de extrañar que el gobierno de Mauricio Macri
se haya sumado a los planes estadounidense-colombianos, dada su posición
subordinada en la OEA. Macri, además, aceptó desplegar en el territorio
argentino una nueva red de bases militares estadounidenses: una en Neuquén, en
el estratégico sur patagónico, cerca de la reserva gasífera de Vaca Muerta,
financiada por el Comando Sur con “ayuda humanitaria” y dos en Tierra de Fuego,
la de Tolhuin y la de Ushuaia.
Una
vasta frontera caliente.
La mayor parte de los problemas que se suscitaron
históricamente y se siguen suscitando en la extensa frontera común de más de
2.200 kilómetros, los genera la actitud del establishment colombiano, generando
tensiones que en algunos casos han estado a punto de desencadenar conflictos de
carácter bélico, a veces alegando presuntas reivindicaciones territoriales.
Generar tensiones con Venezuela sirve para desviar
la atención de la violencia de seis décadas en Colombia, parte de la normalidad
en ese país y que contrasta en las últimas dos décadas por la existencia de
sistemas sociales, económicos y políticos contrapuestos. El mensaje de la
conducción política colombiana y los medios de comunicación hegemónicos, no ha
cambiado: su lenguaje es agresivo, belicoso, xenófobo y permanentemente
amenazante.
El periodista José Vicente Rangel, exvicepresidente
y excanciller venezolano, señala que la provocación en política siempre ha
estado en la base de cualquier aventura. Dos períodos constitucionales de
Álvaro Uribe, dos de Juan Manuel Santos y el próximo de Iván Duque, cuyo
lenguaje provocador antes de tomar posesión del cargo, es el mismo de sus
predecesores.
La oligarquía y la derecha colombianas tienen
planes políticos y militares contra Venezuela, no de ahora, con motivo del
desarrollo del proceso bolivariano contra el cual aducen razones de
carácter ideológico, sino de muy atrás en el tiempo, durante otros gobiernos
venezolanos. Desde el intento de usurpación de los derechos venezolanos sobre
Los Monjes, la provocación de la fragata Caldas en el Golfo de Venezuela
El poder fáctico colombiano ha estado involucrado
en múltiples operaciones contra Venezuela: comerciales financieras en la
frontera, con el contrabando de extracción, con la actuación de grupos
paramilitares, infiltrando unidades a través de la frontera a fin de generar
actos terroristas en territorio venezolano.
Uribe instrumentó una alianza con la oposición
venezolana golpista, a la que orientó y financió abiertamente, e incluso se
lamentó, en una insólita declaración, no haber tenido tiempo –siendo
presidente– para atacar militarmente a Venezuela (a lo cual, por cierto, Chávez
le contestó que lo que le faltó fueron cojones).
Santos, sibilino y de la aristocracia bogotana,
intrigó en organismo internacionales y en gobiernos de la región para adelantar
una campaña consistente en afirmar que con motivo de la elección de la Asamblea
Nacional Constituyente, Maduro había acabado con la democracia venezolana, y se
negó a reconocer su reelección.
El
atentado que quiso acelerarlo todo.
El 4 de agosto, durante la parada militar por el
aniversario de la Guardia Nacional un grupo terrorista atentó con drones DJI
M600 -de última generación, con un rendimiento de vuelo mejorando y una mayor
capacidad de carga, utilizados con fines industriales y profesionales de
diversos rubros, incluidos los militares- cargados de explosivos contra el
presidente Maduro, para intentar conseguir por la vía del magnicidio lo que la
oposición de ultraderecha no ha podido conseguir en una veintena de elecciones.
Tampoco lo logró con el golpe de Estado de 2002
contra el presidente Hugo Chávez, ni con el sabotaje petrolero de 2002-2003, ni
con la desestabilización y las guarimbas de 2014 y 2017 desarrolladas éstas por
sectores radicales pro-estadounidenses de la oposición venezolana, con el apoyo
y financiamiento de Washington, Madrid y Bogotá, el aliento de la jerarquía
conservadora de la Iglesia católica y los medios hegemónicos cartelizados,
nacional y trasnacionales.
Ni siquiera con las sanciones y la guerra económica,
y la guerra de Cuarta generación, con campañas de intoxicación mediática,
sabotajes y actos violentos, con apoyo de la Organización de Estados Americanos
y los gobiernos del llamado Grupo de Lima.
Según los expertos, uno de los drones usó como explosivo
pólvora y pentrita y el otro pólvora y C-4 (explosivo plástico de uso militar
utilizado en las operaciones de bandera falsa de la Red Gladio de la OTAN y
también por agentes de la CIA para derribar la aeronave de Cubana de Aviación
sobre Barbados, en 1976, en el que murieron 73 personas), y en el asesinato del
excanciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, en Washington, ese mismo
año.
Obviamente el Comando Sur estadounidense no detuvo
sus planes por el fracaso del atentado con drones, que debía provocar –de
acuerdo al plan- un asesinato en masa de líderes civiles y militares en
Venezuela, el caos social y una guerra civil, sino que sigue tratando de
generar divisiones en las Fuerzas Armadas bolivarianas, para impulsar algún
levantamiento en guarniciones castrenses, como lo intentaran en el Fuerte
Paramacay.
Los frustrados magnicidas confesaron que recibieron
entrenamiento en la finca Atalanta en el departamento colombiano Norte de
Santander, donde aprendieron a manejar drones, a cambio de 50 millones de
dólares y residencia en Estados Unidos (no en Guantánamo).
Tras el atentado terrorista, la mayoría de los
presidentes (¿conocían el plan?), mantuvieron silencio, minimizaron el
incidente con drones, relativizaron el atentado o silenciaron la tentativa de
magnicidio y el acto de terrorismo, y cuándo no, recuperando las nociones
oscurantistas de siempre, lo calificaron como un “montaje”, “autoatentado” o
“maniobra”. En los hechos estaban validando el (su) fracaso.
Colofón.
Quedan muchas interrogantes: ¿Qué pasaría con los
pueblos: aceptarían una guerra? ¿Es este todo el escenario deseado por todo el
gran capital? ¿Qué actitud tomarían China y Rusia, por ejemplo? ¿Qué pasará en
EEUU con las elecciones parlamentarias? ¿El gran capital seguirá apoyando a
Trump o preferirá su reemplazo por Pence?
Sin
duda hay que llamar a una actitud activa por la paz, crear conciencia de los
peligros que corre Latinoamérica toda. Es la paz o la destrucción. Es el futuro
de la región.
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Aram Aharonian
Periodista
y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside
la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro
Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la).
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