"Pero nosotros sí lo
sabemos. Y una cosa que queda muy clara cuando se mira hacia atrás, en los
finales ochenta, es que desde ofrecer "condiciones
para el éxito que no podrían haber sido más favorables", 1988-89 fue
el peor momento posible para que la humanidad decidiera que iba a tomarse en
serie el hecho de poner la salud
planetaria por delante de los beneficios".
"Recuerden qué otras cosas
estaban pasando. En 1988, Canadá y
Estados Unidos firmaron su acuerdo de libre comercio, un prototipo del NAFTA
(siglas en inglés del Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y de los
innumerables acuerdos que lo seguirían. El
muro de Berlín estaba a punto de caer, un acontecimiento que los ideólogos
de la derecha aprovecharían con éxito en EE.
UU. como prueba del "fin de la
historia", tomándolo como licencia para exportar la receta Reagan-Thatcher de privatización,
desregulación y austeridad a todos los rincones del mundo".
"Fue esta convergencia de
tendencias históricas -la aparición de
una arquitectura global que se suponía iba a abordar el cambio climático y
el afianzamiento de una arquitectura global mucho más poderosa que iba a
liberar el capital de cualquier restricción- lo que hizo descarrilar el impulso
que Rich identifica correctamente.
Porque, como señala repetidamente, enfrentar el desafío del cambio climático hubiera requerido
imponer rígidas regulaciones a los contaminadores, a la vez que invertir en la
esfera pública para transformar la forma en que impulsamos nuestras vidas,
vivimos en las ciudades y nos movemos".
/////
EL CAPITALISMO, NO “LA NATURALEZA HUMANA”,
FUE LO QUE ACABÓ CON NUESTRO IMPULSO PARA ENFRENTAR EL CAMBIO CLIMÁTICO.
*****
Naomi Klein.
The Intercept.
Rebelión lunes
13 de agosto del 2018.
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo
Fernández.
Perfil de Manhattan
al atardecer, 23 mayo 2018. (Foto Saul Loeb/AFP/Getty Images)
Este domingo, la revista del New York Times entera estará dedicada a un solo
artículo sobre un único tema: el fracaso a la hora de enfrentar la crisis
climática global en la década de 1980, una época en que la ciencia y la
política parecían alinearse. Escrito por
Nathaniel Rich, esta obra de la historia está llena de revelaciones
internas sobre caminos no tomados que, en varias ocasiones, me hicieron
maldecir en voz alta. Y para que no quede ninguna duda de que las implicaciones
de esas decisiones quedarán grabadas en el tiempo geológico, las palabras de Rich aparecen reforzadas por las
fotografías aéreas a toda plana de George
Steinmetz, que documentan de forma dolorosa la veloz desintegración de los
sistemas planetarios, desde el agua torrencial donde solía haber hielo en Groenlandia, a las floraciones masivas
de algas en el tercer lago más grande de China.
El artículo, con una
extensión de novela corta, representa el tipo de
compromiso de los medios que la crisis climática se ha merecido siempre aunque
casi nunca se le ha dedicado. Todos hemos escuchado las diversas excusas de por
qué ese pequeño asunto de expoliar nuestro único hogar no se consideraba una
noticia urgente:
Perfil de Manhattan al atardecer, 23 mayo 2018. (Foto Saul Loeb/AFP/Getty Images)
"El
cambio climático es cosa de un futuro lejano"; "es inapropiado hablar
de política cuando la gente está perdiendo la vida por los huracanes y los incendios";
"los periodistas siguen las noticias, no las crean, y los políticos no
hablan del cambio climático"; y, por supuesto: "Cada vez que
intentamos hablar del tema, los índices de audiencia se desploman".
Ninguna de estas excusas
puede enmascarar el abandono del deber. Los
principales medios de comunicación siempre han podido decidir, por sí
mismos, que la desestabilización planetaria es una gran noticia, muy
probablemente la más relevante de nuestro tiempo. Siempre tuvieron la capacidad
de aprovechar las habilidades de sus reporteros y fotógrafos para conectar la
ciencia abstracta con los fenómenos climáticos extremos experimentados. Y si lo
hicieran de forma consistente, disminuiría la necesidad que de los periodistas se adelanten a los
políticos porque cuanto mejor informada esté la gente sobre la amenaza y las
soluciones tangibles, más presionarán a sus representantes electos para que se
decidan por acciones audaces.
Por eso es tan excitante
ver que el Times pone toda la fuerza
de su maquinaria
editorial al servicio de la obra de Rich, acompañándola de un video promocional, lanzándola con un
evento en vivo en el Times Center y acompañándola de material
educativo .
Por todo ello es por lo
que resulta tan indignante que el artículo se equivoque de forma espectacular
en su tesis central.
Según Rich, entre los años
de 1979 y 1989, se entendió y aceptó la ciencia básica
relativa al cambio climático; la división
partidista sobre la cuestión aún no se había producido, las empresas de
combustibles fósiles aún no habían iniciado seriamente su campaña de
desinformación y había un enorme impulso global para conseguir un
acuerdo internacional vinculante y audaz de reducción de emisiones. Al escribir
sobre el período clave de finales de los ochenta, Rich dice: "Las condiciones
para el éxito no podrían haber sido más favorables".
Y, sin embargo, "nosotros", los seres humanos,
lo echamos todo a perder porque al parecer somos demasiado miopes para
salvaguardar nuestro futuro. En caso de que no entendamos a quién y a qué hay
que culpar por el hecho de que estemos ahora "perdiendo el planeta", la respuesta de Rich se presenta en un recuadro a toda
página: "Conocíamos todos los hechos y nada se interponía en nuestro
camino. Nada, excepto nosotros mismos".
Sí,
Vds. y yo. Según Rich, no eran responsables las compañías de
combustibles fósiles que acudían a cada reunión política importante descrita en
el artículo. (Imagínense a los ejecutivos
del tabaco siendo repetidamente invitados por el gobierno estadounidense
para proyectar políticas que prohibieran fumar. Cuando todas esas reuniones no
consiguieron resultado sustancial alguno, ¿no
deberíamos llegar a la conclusión de que la razón de ello es que los seres
humanos sólo queremos morirnos? En cambio, ¿no podríamos llegar a la
conclusión de que el sistema político es corrupto y está en quiebra?
Varios científicos e
historiadores del clima han señalado esta lectura
equivocada desde que la versión online del artículo apareció el miércoles.
Otros han comentado sobre las enloquecedoras invocaciones de la "naturaleza humana" y el uso
del regio "nosotros" para
describir a un grupo muy homogéneo de poderosos actores estadounidenses. A lo
largo del relato de Rich, no oímos
nada de todos aquellos líderes políticos del Sur Global que exigían una acción
vinculante en este período clave y después se preocupaban de algún modo por las
generaciones futuras a pesar de ser humanos. Al mismo tiempo, las voces de las
mujeres son casi tan raras en el texto de Rich
como los avistamientos del pájaro carpintero real en peligro de extinción, y
cuando las señoras aparecen, es principalmente como esposas sufridoras de
hombres trágicamente heroicos.
Todos estos fallos han
sido ya abordados, por eso no voy a discutirlos de nuevo aquí. Me centraré en
la principal premisa del artículo: que a finales de la década de 1980 las condiciones no "podían haber sido más
favorables" para una acción climática audaz. Bien al contrario, una
apenas podría imaginar un momento más inoportuno en la evolución humana para
que nuestra especie se encontrara cara a cara con la dura verdad de que las
ventajas del moderno capitalismo consumista estaban erosionando rápidamente la
habitabilidad del planeta. ¿Por qué?
Porque los últimos años ochenta estábamos en el cenit absoluto de la cruzada
neoliberal, un momento de suprema ascendencia ideológica para el proyecto
económico y social que se propuso vilipendiar deliberadamente la acción
colectiva en aras a la liberación del "libre
mercado" en los aspectos de la vida. Sin embargo, Rich no menciona esta turbulencia paralela en el pensamiento
económico y político.
En
esta foto de archivo del 9 de mayo de 1989, James Hansen, director del
Instituto Goddard para Estudios Espaciales de la NASA, testifica ante el
subcomité de transportes del Senado en el Capitolio, Washington D.C., un año
después de su histórico testimonio diciéndole al mundo que el calentamiento
global estaba ya aquí e iba a empeorar (Foto: Dennis Cook/AP).
Cuando ahondé en esta
misma historia del cambio climático hace unos años, llegué a la conclusión, al
igual que Rich, que el momento clave
en que el impulso mundial se estaba forjando en aras a un acuerdo global firme
basado en la ciencia se produjo en 1988. Fue cuando James Hansen, entonces
director del Instituto Goddard para
Estudios Espaciales de la NASA, testificó ante el Congreso alegando que
tenía un "99% de seguridad"
en que había una "tendencia real hacia el calentamiento" vinculada con
la actividad humana. Más tarde, ese
mismo mes, cientos de científicos y políticos celebraron la histórica Conferencia Mundial sobre Cambios
en la Atmósfera en Toronto, cuando se discutió sobre los primeros objetivos
para la reducción de emisiones. A finales de ese mismo año, en noviembre de 1988, el Panel Intergubernamental sobre el
Cambio Climático de la ONU, la principal entidad científica para asesorar a
los gobiernos sobre la amenaza climática, celebraba su primera sesión.
Pero el cambio climático no sólo preocupaba a políticos y expertos, había pasado a
formar parte de las conversaciones cotidianas y charlas de café, a tal nivel
que cuando los editores de la revista
Time anunciaron en 1988 su "Hombre del Año", optaron por
cambiarlo por el "Planeta del Año:
La Tierra en Peligro". La portada mostraba una imagen del mundo
sostenido con un cordel, con el sol poniéndose al fondo de forma inquietante. "Ningún
individuo en particular, ningún acontecimiento, ningún movimiento logró
capturar la imaginación ni dominó más los titulares", explicaba el
periodista Thomas Sancton, "que
el grupo de rocas y suelo y agua y aire que es nuestro hogar común".
(Curiosamente, a
diferencia de Rich, Sancton no
culpaba a la "naturaleza
humana" del pillaje planetario.
Siguió
profundizando en el uso indebido del concepto judeocristiano de
"dominio" sobre la naturaleza y en el hecho de que suplantó la idea
precristiana de que "la Tierra era considerada como madre, como donante
fértil de vida. La naturaleza -el suelo, el bosque, el mar- estaba investida de
divinidad y los mortales estaban subordinados a ella.)
Cuando examiné las noticias
climáticas de este período, parecía que podría lograrse realmente un cambio
profundo. Pero después, de forma trágica, todo se desvaneció, con Estados
Unidos largándose de las negociaciones internacionales y el resto del mundo
conformándose con acuerdos no vinculantes que dependían de "mecanismos de mercado" sospechosos, como la
comercialización y compensaciones de bonos del carbono. Por tanto, merece
realmente la pena preguntar, como lo hace Rich:
¿Qué demonios sucedió? ¿Qué fue lo que interrumpió la urgencia y la
determinación que emanaban de todos estos establishment elitistas de forma
simultánea al final de los años ochenta?
Rich
concluye, aunque sin ofrecer ninguna prueba social o científica,
que algo llamado "naturaleza
humana" se puso a dar patadas y lo estropeó todo.
"Los
seres humanos", escribe,
"ya sea en organizaciones globales, democracias, industrias, partidos
políticos o como individuos, son incapaces de sacrificar las ventajas presentes
para evitar el desastre impuesto a las generaciones futuras". Parece que
estamos programados para "obsesionarnos con el presente, preocuparnos por
el medio plazo y eliminar de nuestra mente el término a largo plazo, aunque
acabemos envenenados por ello".
Al examinar el mismo
período, llegué a una conclusión muy diferente: que lo que al principio parecía
ser nuestro mejor intento para salvar la vida de la acción climática había
sufrido, en retrospectiva, un caso épico
de mal momento histórico. Porque lo que queda claro cuando se mira hacia
atrás en esta coyuntura es que justo cuando los gobiernos se estaban uniendo
para actuar seriamente a fin de controlar el sector de los combustibles
fósiles, la revolución neoliberal global se convirtió en supernova y ese
proyecto de reingeniería económica y social chocó a cada paso con los
imperativos tanto de la ciencia del clima como de la regulación corporativa.
El hecho de no hacer
siquiera una referencia pasajera a esta otra tendencia global que estaba
desarrollándose en los últimos años ochenta representa un gran punto ciego
incomprensible en el artículo de Rich.
Después de todo, el principal beneficio de volver como periodista a un período
en un pasado no muy lejano es que puedes ver tendencias y pautas que aún no
resultaban visibles para las personas que vivieron esos tumultuosos
acontecimientos en tiempo real. Por
ejemplo, en 1988, la comunidad del clima no tenía manera de saber que
estaban en la cúspide de la convulsa revolución neoliberal que transformaría
todas las economías principales del planeta.
Pero nosotros sí lo
sabemos. Y una cosa que queda muy clara cuando se mira hacia atrás, en los
finales ochenta, es que desde ofrecer "condiciones
para el éxito que no podrían haber sido más favorables", 1988-89 fue
el peor momento posible para que la humanidad decidiera que iba a tomarse en
serie el hecho de poner la salud
planetaria por delante de los beneficios.
Recuerden qué otras cosas
estaban pasando. En 1988, Canadá y
Estados Unidos firmaron su acuerdo de libre comercio, un prototipo del NAFTA
(siglas en inglés del Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y de los
innumerables acuerdos que lo seguirían. El
muro de Berlín estaba a punto de caer, un acontecimiento que los ideólogos
de la derecha aprovecharían con éxito en EE.
UU. como prueba del "fin de la
historia", tomándolo como licencia para exportar la receta Reagan-Thatcher de privatización,
desregulación y austeridad a todos los rincones del mundo.
Fue esta convergencia de
tendencias históricas -la aparición de
una arquitectura global que se suponía iba a abordar el cambio climático y
el afianzamiento de una arquitectura global mucho más poderosa que iba a
liberar el capital de cualquier restricción- lo que hizo descarrilar el impulso
que Rich identifica correctamente.
Porque, como señala repetidamente, enfrentar el desafío del cambio climático hubiera requerido
imponer rígidas regulaciones a los contaminadores, a la vez que invertir en la
esfera pública para transformar la forma en que impulsamos nuestras vidas,
vivimos en las ciudades y nos movemos.
Todo esto fue posible en
los años 80 y 90 (todavía lo es
hoy), pero habría exigido una batalla frontal contra el proyecto del
neoliberalismo, que en ese momento estaba librando una guerra contra la idea
misma de la esfera pública ("La
sociedad no existe", nos dijo Thatcher). Mientras tanto, los acuerdos
de libre comercio que se firmaron en este período estaban desarrollando muchas
iniciativas climáticas sensatas, como subvencionar y ofrecer un trato
preferencial a la industria verde local y rechazar muchos proyectos
contaminantes como la fractura hidráulica y los oleoductos, que son ilegales en
virtud del derecho comercial internacional.
Sobre esta colisión entre
el capitalismo y el planeta escribí un libro de 500 páginas,
y no quiero entrar de nuevo en los detalles aquí. Sin embargo, este extracto se
introduce en el tema con cierta profundidad, por lo que citaré aquí un breve
fragmento:
No hemos hecho lo
necesario para reducir las emisiones porque eso entra fundamentalmente en
conflicto con el capitalismo desregulado, la ideología reinante durante todo el
período en el que hemos estado luchando para encontrar una salida a esta
crisis. Estamos atrapados porque las
acciones que nos darían la mejor oportunidad para evitar una catástrofe
-que beneficiarían a la gran mayoría- son extremadamente amenazadoras para una
élite minoritaria que tiene un dominio absoluto sobre nuestra economía, nuestro
proceso político y la mayoría de nuestros principales medios de comunicación.
Ese problema podría no haber sido insuperable si se hubiera presentado en otro
momento de nuestra historia. Pero es nuestra gran desgracia colectiva que la
comunidad científica hiciera su decisivo diagnóstico sobre la amenaza climática
en el preciso momento en que esas élites disfrutaban de un poder político,
cultural e intelectual más ilimitado que en cualquier momento desde la década de 1920. De hecho, los gobiernos
y los científicos habían
empezado a hablar seriamente sobre los recortes radicales a las emisiones de gases
de efecto invernadero en 1988, el
año exacto que marcó el comienzo de lo que se llamó "globalización".
¿Por qué es importante que Rich no mencione este choque y, en
cambio, afirme que nuestro destino ha sido sellado por la "naturaleza humana"? Es importante porque si la fuerza
que interrumpió el impulso hacia la acción somos "nosotros mismos",
entonces el titular fatalista en la portada de la revista New York Times Magazine "Perdiendo la Tierra" es
realmente merecido. Si la incapacidad de sacrificarnos a corto plazo por una
dosis de salud y seguridad en el futuro se cuece en nuestro ADN colectivo, entonces no tenemos
ninguna esperanza de cambiar las cosas a tiempo para evitar un calentamiento
verdaderamente catastrófico.
Por otra parte, si
nosotros, los seres humanos, estuvimos realmente a punto de salvarnos en los
años 80, pero nos vimos inundados
por una oleada de fanatismos por parte de la élite del libre mercado, a la que
se oponían millones de personas en todo el mundo, entonces ahí hay algo
bastante concreto que podemos hacer al respecto. Podemos enfrentar ese orden
económico y tratar de reemplazarlo con algo que esté enraizado en la seguridad humana y planetaria, esa que
no coloca la búsqueda del crecimiento y el beneficio a toda costa en su centro.
Y
la buena noticia -y sí, hay alguna- es que hoy, a diferencia
de 1989, un movimiento joven y en crecimiento
de socialistas democráticos verdes
está avanzando precisamente con esa visión en EE. UU. Y eso representa algo más que sólo una alternativa
electoral: es nuestra única línea de vida planetaria.
Sin embargo, tenemos que
tener claro que la línea de vida que necesitamos no es algo que haya sido
probado antes, al menos no en la escala requerida. Cuando el Times tuiteó su tráiler del artículo de Rich
sobre "la incapacidad de la humanidad para enfrentar la catástrofe del
cambio climático", la excelente ala de
ecojusticia de los Socialistas Democráticos de América ofreció velozmente
esta corrección :
"*CAPITALISMO*
Si fueran serios a
la hora de investigar qué ha ido tan mal, deberían centrarse en la ‘incapacidad
del capitalismo para abordar la catástrofe del cambio climático’. Por encima
del capitalismo, *la humanidad* es
totalmente capaz de organizar sociedades que prosperen dentro de límites
ecológicos".
Su punto de vista es
bueno, pero está incompleto. No hay nada esencial sobre los seres humanos que viven bajo el capitalismo; los humanos somos capaces de organizarnos en
todo tipo de órdenes sociales diferentes, incluidas las sociedades con
horizontes de tiempo mucho más largos y con mucho más respeto por los sistemas
de apoyo a la vida natural. De hecho, los humanos han vivido de esa manera
durante la gran mayoría de nuestra historia y muchas culturas indígenas
mantienen vivas hasta el día de hoy las cosmologías centradas en la tierra. El capitalismo es un breve incidente en la
historia colectiva de nuestra especie.
Pero culpar simplemente al
capitalismo no es suficiente. Es absolutamente cierto que el impulso hacia el
crecimiento y las ganancias sin fin se oponen rotundamente al imperativo de una
transición rápida en el abandono de los combustibles fósiles. Es absolutamente
cierto que el desencadenante global de la forma desatada de capitalismo
conocida como neoliberalismo en los
años 80 y 90, ha sido el mayor
contribuyente al desastroso pico de las emisiones globales en las últimas
décadas, así como el mayor obstáculo para la acción climática basada en la ciencia desde que los gobiernos
comenzaron a reunirse para hablar (y hablar y hablar) sobre la reducción de
emisiones. Y sigue siendo el mayor obstáculo hoy en día, incluso en países que
se promocionan como líderes climáticos, como
Canadá y Francia.
Pero tenemos que ser
honestos y reconocer que el socialismo industrial autocrático ha sido también
un desastre para el medioambiente, como lo demuestra radicalmente el hecho de
que las emisiones de carbono
descendieron brevemente cuando las economías de la antigua Unión Soviética se colapsaron a
principios de los años noventa. Y como escribí en "Esto lo cambia todo", el petropopulismo venezolano ha
continuado con esta tradición tóxica hasta nuestros días, con resultados
desastrosos.
Reconozcamos este hecho al
tiempo que señalamos que los países con una fuerte tradición socialista democrática, como Dinamarca, Suecia y Uruguay,
tienen algunas de las políticas ambientales más visionarias del mundo. De esto
podemos concluir que el socialismo no es necesariamente ecológico, pero que una
nueva forma de ecosocialismo
democrático, con la humildad de aprender de las enseñanzas indígenas
sobre los deberes para con las generaciones futuras y la interconexión de toda
la vida, parece ser la mejor oportunidad
que tiene la humanidad para la supervivencia colectiva.
Estas son las apuestas del
aluvión de candidatos políticos que están promoviendo una visión democrático ecosocialista, conectando
los puntos entre los expolios económicos causados por décadas de ascendencia
neoliberal y el devastado estado de nuestro mundo natural. Inspirados en parte
por la carrera presidencial de Bernie Sanders, candidatos de
diversos tipos, como Alexandria Ocasio-Cortez en Nueva York, Kaniela Ing en Hawai y muchos más, se presentan en
plataformas que piden un "Nuevo
acuerdo ecológico" que satisfaga las necesidades materiales básicas de
todos, ofrezca soluciones reales a las desigualdades raciales y de género, al
tiempo que catalice una transición rápida al cien por cien de energía
renovable. Muchos, como la candidata a gobernadora de Nueva York, Cynthia Nixon, y el candidato a fiscal general de Nueva York, Zephyr Teachout, se han comprometido a
no aceptar dinero de las compañías de combustibles fósiles y, en cambio, están prometiendo procesarlas.
Estos candidatos, se
identifiquen o no como socialistas demócratas, rechazan el centrismo neoliberal
del establishment del Partido Demócrata,
con sus tibias "soluciones basadas en el mercado" para la crisis
ecológica, así como la guerra total de Donald
Trump contra la naturaleza. También están presentando una alternativa
concreta ante los socialistas extractivistas
antidemocráticos del pasado y del presente. Y quizá lo más importante, esta
nueva generación de líderes no está interesada en convertir a la "humanidad" en chivo
expiatorio de la avaricia y corrupción de una élite minúscula. Busca en cambio
ayudar a la humanidad, en particular a sus innumerables miembros
sistemáticamente desconocidos, a encontrar su voz y poder colectivos para poder
enfrentarse a esa élite.
No estamos perdiendo la
Tierra, pero esta se está calentando de forma tan veloz que está inmersa en una
trayectoria en la que muchos de nosotros vamos a perdernos. Justo a tiempo, está apareciendo un nuevo
camino político hacia la seguridad. No es el momento de
lamentar nuestras décadas perdidas. Es hora ya de salir del infierno por ese
camino.
NAOMI KLEIN es una
periodista e investigadora canadiense de gran influencia en el movimiento
antiglobalización y el socialismo democrático. Entre sus libros publicados
figuran: No Logo, Vallas y Ventanas, Esto lo cambia
todo: el capitalismo contra el clima.
Su nuevo libro es: Decir no, no basta: Contra
las nuevas políticas del shock, por el mundo que queremos.
*****
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