“Ahora, volviendo al factor concreto de la Generación
2001, la realidad muestra que, sin llegar
a “niveles
latinoamericanos” de desigualdad y violencia, la bomba de
tiempo ha explotado en los dos países del
extremo Sur. Uno, el Uruguay, con una prosperidad
económica (a muchos les disgusta esta palabra cuando se habla de un
país que en el exterior se convirtió en símbolo de una alternativa de perfil
bajo), un país que lleva quince años sin
recesión y con una notable
disminución de la pobreza. El otro, Argentina, con una nueva crisis
fabricada cuidadosamente en dos años por las mismas políticas que produjeron la
gran crisis del 2001”.
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LA GENERACIÓN 2001 Y LA
VIOLENCIA.
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Jorge Majfud.
ALAI. América latina en Movimiento.
Miércoles 8 del agosto del 2018.
En medio
de la crisis del Cono Sur que se inició en el año 2001 y se profundizó en el
2002, todos se horrorizaban, con cierta dosis de inevitable acostumbramiento,
por los niños que comían basura o se drogaban con pegamento debajo de los
puentes. No eran casos aislados. Fue una epidemia súbita que arrojó a casi un
veinte por ciento de los hijos de la clase media a la miseria y el abandono,
debido al descalabro de la economía, al desempleo masivo y de los ya
debilitados planes sociales de los gobiernos anteriores que, tanto en Uruguay
como, sobre todo, en Argentina, se habían alineado a las recetas privatizadoras
del FMI.
¿Dónde están hoy esos niños? ¿Desaparecieron? No.
Todo
presente tiene un pasado, y aunque la gran mayoría de ellos hayan salido a
flote, hacia una vida digna de lucha y trabajo, basta con un pequeño porcentaje
para crear un fuerte estado de inseguridad debido delitos crecientes en número
y crueldad. Como solución, no pocos miran los tiempos de la dictadura militar
con nostalgia, por el simple hecho que, por entonces, crímenes y violaciones de
todo tipo, física, moral y económica, simplemente no salían en las noticias y
quienes las denunciaban, desaparecían o perdían sus trabajos, en el mejor caso.
Por
entonces, en medio de nuestras propias urgencias y necesidades, advertimos
varias veces, con el pudor de estar terriblemente equivocados, que aquella
crisis se podía superar en cinco años con un nuevo orden económico, que la
economía de cualquier país se podía recuperar en un breve período, pero los
efectos sociales siempre tienen consecuencias que persisten de diversas formas
y son, por lejos, muy difíciles de resolver. El sermón dirigido a un
delincuente, producto de una infancia deshumanizada por todas sus condiciones
de inicio, sean familiares o sociales, no funciona. La inevitable cárcel,
cuando no posee los onerosos recursos que realmente necesitaría, suele ser una
universidad donde los delincuentes hacen posgrados.
Lo que
por entonces repetíamos, literalmente (y estoy seguro que muchos pensaban
igual), era que la situación de aquellos numerosos niños de la calle y de las
precarias periferias eran “una bomba de tiempo programada para reventar en
quince años”. Ahora, los políticos, tanto en la oposición como en el gobierno,
repiten que “los delincuentes ya no tienen códigos”. La afirmación parece
inocente, considerando que la definición de delincuencia es la de romper reglas
y códigos, pero desde al menos un punto de vista está expresando una verdad:
existe una degradación profunda de valores humanos (y no sólo entre los
delincuentes). ¿No es lógico, entonces? ¿Qué se puede esperar de niños que
fueron previamente deshumanizados por las más horrendas condiciones de
educación social, desarrollo biológico y crecimiento personal?
Muchos se
acordarán de esta metáfora de la bomba de tiempo, sobre todo en algunas
reuniones familiares antes de irnos del país. Claro que este no es el único
factor de la violencia social (tal vez hablar de “violencia social” es una
redundancia). Es necesario considerar,
al menos, otros factores como:
1) La cultura consumista y sus
efectos violentos en muchos otros países, alguno de los cuales distan mucho de
ser pobres, como en Estados Unidos. El efecto ampliamente estudiado de las
crecientes desigualdades sociales que en el individuo, en una cultura
consumista, importan más que los ingresos absolutos.
2) Los efectos de la creciente soledad del
individuo, facilitada y generada por la adicción infantil y
adolescente a ciertas tecnologías como los “teléfonos inteligentes”. La amistad
y la muerte han sido banalizadas por los juegos interactivos y por las redes
sociales. El otro ha sido deshumanizado, se lo puede bloquear, silenciar, desaparecer
con un solo clic. En este sentido, el mouse es un arma implacable. Así, igual,
es la fragilidad de una amistad virtual, con pocas excepciones.
3) Los efectos de las redes sociales que
(esta ha sido una especulación personal, sin datos científicos) han amplificado
las frustraciones y el odio de eso que a veces es un individuo y a veces ni
siquiera lo es, o es un individuo con múltiples identidades, es decir,
neurótico. De hecho, este mismo artículo será compartido y no en pocas
ocasiones recibiré la clásica lista de insultos y acusaciones que antes no
ocurría por el simple hecho de que los lectores estaban obligados a digerir lo
leído, sin la ansiedad de la respuesta inmediata, y solían discutirlo cara a
cara con algún conocido, lo cual aumentaba el sentido de respeto y
responsabilidad; no de forma anónima, como si fuesen múltiples vómitos y
compulsiones. Nada de esto puede ser neutral a la hora de explicar la
violencia, sea la criminalidad callejera o las conductas políticas de los
votantes que cada día adoptan más y más una conducta tribal, en el sentido
negativo de la palabra, como lo son la xenofobia, el racismo y el sexismo.
4) También existen las razones históricas (como
pasadas guerras civiles, dictaduras recientes) y sus efectos culturales
(impunidad, deshumanización).
5) O el más comprensible factor económico. Para eso
bastaría con considerar países como Venezuela (desde las profundas crisis de
los 80s y 90s hasta la fecha, aunque con diferente color ideológico), Honduras,
Guatemala y El Salvador (con estados fallidos desde principios del siglo
pasado, con una ausencia crónica de los servicios sociales más elementales,
pero con ejércitos omnipresentes, siempre listos para reprimir en nombre de los
intereses de las clases exportadoras y de las compañías transnacionales, hoy
“inversores”), países con guarismos de violencia muy alejados de la realidad
del Cono Sur.
Ahora,
volviendo al factor concreto de la Generación 2001, la realidad muestra que,
sin llegar a “niveles latinoamericanos” de desigualdad y violencia, la bomba de
tiempo ha explotado en los dos países del extremo Sur. Uno, el Uruguay, con una
prosperidad económica (a muchos les disgusta esta palabra cuando se habla de un
país que en el exterior se convirtió en símbolo de una alternativa de perfil
bajo), un país que lleva quince años sin recesión y con una notable disminución
de la pobreza. El otro, Argentina, con una nueva crisis fabricada
cuidadosamente en dos años por las mismas políticas que produjeron la gran
crisis del 2001.
Cuando
menciono que, pese a este serio problema los niveles de violencia y desigualdad
en Uruguay están muy lejos de casi cualquier otro país latinoamericano, me
responden, con obviedad: “Nosotros no debemos compararnos con ningún otro país.
Debemos compararnos con nosotros mismos, con el Uruguay que fue”. Precisamente,
“el Uruguay que fue” no puede ser, porque el pasado es un país extranjero.
Comparar los Estados Unidos de hoy y los de Lincoln o los de F. D. Roosevelt es
comparar un país donde los únicos con derechos de ciudadanía eran los blancos y
los demás esclavos desechables. Si alguna comparación es válida, es aquella que
nos pone en el contexto real, el contexto presente en la región y en el mundo.
En el pasado están nuestros orígenes, pero nosotros no estamos allí, ni podemos
ser lo que fuimos, ni como individuos ni como sociedad.
El actual
gobierno, sea el uruguayo o el argentino, tienen la principal responsabilidad
en la búsqueda de soluciones a un problema específico (el de la G2001) que ya no
depende de ninguna prosperidad económica. Pero no se debe olvidar que el origen
del problema nació junto con sus actuales protagonistas, en su mayoría adolescentes y jóvenes, muy
jóvenes aun, como el siglo.
JM, agosto 2018
- Jorge Majfud es escritor
uruguayo estadounidense, autor de Crisis y otras novelas.
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