Visión Política de la Izquierda Liberal Latinoamericana
y el llamado ciclo Progresista. El Autor
no entra en su análisis e interpretación desde la perspectiva del Pensamiento
Crítico Latinoamericano lo que fue el ciclo de los “gobiernos progresistas” o de “Izquierda
Democrática”. Visión muy epidérmica en base a Políticas Sociales, Triunfos, derrotas, encuentros, desencuentros
políticos, comparaciones de Planes o Programas de Gobierno, es decir, la
situación de la realidad al interior del proceso político de los Gobiernos de “Izquierda”
en América latina. Porque ningún o
muy pocos analistas se atreven a formular una Crítica Marxista a la propia estructura
del Sistema Político que les correspondió administrar social y políticamente a
cada uno de los Gobiernos o en Venezuela, Brasil, Argentina,. Ecuador, Nicaragua,
Chile, Uruguay, Bolivia, etc. Porque el “poderoso ciclo” del crecimiento
macro-económico, la década de los buenos precios de los Commodities en el Mercado Mundial, no fue aprovechado POLÍTICAMENTE por los Gobiernos, sus “partidos o Movimientos Políticos, la
ejecución de verdaderos Programas de Gobierno que vayan al cambio social y político
del modelo que les correspondió administrar.
Que
pasó realmente con la Dirección, Conducción y Responsabilidad Política de los Gobiernos
de Izquierda en América latina. Se marearon, se envanecieron como gobierno, con el
triunfo de las POLÍTICAS SOCIALES,
en especial en la lucha contra la pobreza. Señores que pasó, con la gran
responsabilidad POLÍTICA en la
conducción y dirección de los Programas de Gobierno, con el PARTIDO POLÍTICO,
UNICO, CENTRALIZADO que asuma
plenamente todo el proceso político. Es
decir, en el escenario de las clases y la lucha
de clases – el propio proceso interno de los programas de gobierno,
la propia realidad vista en su conjunto y en su dimensión dialéctica. No hay
crítica y autocrítica sobre el proceso dinámico del gobierno. Más allá
encontramos tres problemas centrales, que
hirieron “de muerte” a los gobiernos democráticos de izquierda. Solo los
enumero hoy-
PRIMERO la continuidad – incluso con mayor intensidad y
amplitud hacia otros sectores de la economía, del viejo Modelo Extractivo-Exportador de materias primas, de nuestros recursos
naturales, la Biodiversidad y nuestros Conocimientos Ancestrales.
SEGUNDO, muy pocos
analistas latinoamericanos, tienen la calidad política de entrar al proceso de
la crítica y auto-crítica y señalar en profundidad y transparencia pública,
como entró a la organización, a la Dirección,
a los Dirigentes y Líderes (a la propia “clase política”) la CORRUPCIÓN que logró envenenar
Organizaciones, destruir Liderazgos y “asesinar de muerte” todo el proceso político.
Y
TERCERO, durante el “largo”
ciclo progresista, distinguidos Ciudadanos de América latina, los Gobiernos NO tuvieron la capacidad de tocar al ESTADO – a él “ni con el pétalo de una flor” – tuvieron miedo, no tenían los programas
políticos para sustituirlo o simplemente NO
les interesó, solo querían, deseaban, afirmarse el campo economicista, en
el mundo de las Políticas Sociales y
en los escenarios de los reconocimientos, pero también de olvido, postergación
y traición de los “Nuevos Derechos”
y Necesidades de la “Nueva Clase Media”
ascendente o los “millones de jóvenes”,
en especial, producto del ciclo de crecimiento macro económico o de los
millones de familias que salieron de la Pobreza. El ESTADO – centralista, neoliberal,
corrupto, con Instituciones en crisis, concentra el Poder de Poderes tradicionales,
anacrónicos, conservadores de la viejas clases oligárquicas y burguesas dependientes.
Este modelo de Estado se conserva hasta hoy e incluso en unos casos reforzado –
como Chile – o envenenado como Brasil, Argentina. Próximamente analizaremos los casos de los procesos políticos de
BOLIVIA Y URUGUAY. Veremos cuál es la responsabilidad Política
del FRENTE AMPLIO en URUGUAY y el MOVIMIENTO AL SOCIALISMO –MAS- en BOLIVIA.
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LAS IZQUIERDAS LATINOAMERICANAS TRAS EL
CICLO PROGRESISTA.
*****
Enzo Machado.
Rebelión martes 28 de agosto del 2018.
El sociólogo
portugués Buenaventura de Sousa advierte que nos encontramos en tiempos de preguntas
fuertes y respuestas débiles. Las preguntas
fuertes son las que van dirigidas —más que a nuestras opciones de vida
individual y colectiva— a nuestras
raíces, a los fundamentos que crean la batería de posibilidades entre las
cuales es posible elegir. Por ello,
son preguntas que generan una perplejidad
particular.
Las respuestas
débiles son las que no consiguen reducir
esa complejidad sino que, por el contrario, la pueden aumentar y reproducir. Una de las preguntas fuertes puede formularse así: ¿por qué el pensamiento crítico,
emancipatorio, de larga tradición en la cultura occidental, en los hechos no ha
emancipado la sociedad?
Emergen dos
respuestas. Por un lado, se sostiene que, de hecho, la
transformación social y política
posible ha sido realizada. Por otro lado, se argumenta que el potencial emancipatorio de este
pensamiento está intacto y solo hay que seguir luchando de acuerdo con las
orientaciones que derivan de él.
En esta misma dirección podríamos decir que el pensamiento crítico
de izquierda se fracturó en los últimos
30 años, tras el derrumbe del llamado socialismo
real, en torno al antagonismo que genera la idea de que es tan difícil
imaginar el fin del capitalismo,
como que el capitalismo no tenga fin.
Esto tiene directa relación con un debate que se
desarrolla en diversos círculos intelectuales y militantes, que trata la
encrucijada. Por un lado, una izquierda, integrada por un bloque que no se
resigna a vivir bajo el capitalismo a
ultranza y trabaja para debilitarlo, adoptando posiciones contra el libre mercado,
los TLC, el fortalecimiento de las empresas públicas y la apuesta a un mercado
interno fuerte. Es decir, anclada sobre todo en la resistencia y la denuncia.
Y por otra parte el neo-desarrollismo (progresismo,
hay quienes sostienen que es un híbrido entre neoliberalismo y desarrollismo
clásico), que convence y se convence de que es posible trazar las bases de un
capitalismo humanizado, al que se le pueden eliminar los excesos y con el que
se puede convivir.
Esto mantiene a los movimientos emancipatorios en un quietismo peligroso, que termina
siendo funcional a las lógicas de poder instaladas, porque no disputa ni cambia
las correlaciones de fuerza.
Aterrizando este análisis en Latinoamérica, es impostergable para el campo popular fortalecer
sus debates estratégicos y retomar la cercanía con el bloque social de los
cambios, dos puntas de una problemática que vienen padeciendo las izquierdas latinoamericanas en estos
últimos años, en un contexto en el que avanza la derecha más conservadora y se debate la caducidad o la vigencia del
ciclo progresista.
¿Cambios estructurales?
Ese ciclo
progresista, iniciado con la victoria electoral de Hugo Chávez
en las elecciones presidenciales de Venezuela
en 1998 y fortalecido con el triunfo de Lula en Brasil en 2002, se alimentó
de esas tres fuentes: la crisis de hegemonía del neoliberalismo;
el ascenso de las luchas sociales y políticas antineoliberales; pero
sin un programa de cambios estructurales.
Esto queda claro si comparamos la plataforma que llevó
a la victoria electoral de Salvador Allende en Chile en 1970 con los
programas de gobierno de cualquiera de las fuerzas políticas que ganaron
elecciones en el actual ciclo progresista.
¿Cuáles son los vehículos programáticos centrales del ciclo progresista? Sin obviar que se
trata de un fenómeno donde cierta sincronía en el tiempo se combina con una
gran diversidad de experiencias nacionales, hay algunos rasgos que se pueden
generalizar.
Lo que ha definido ese ciclo es la búsqueda por superar el paradigma económico anterior,
que sostenía la pertinencia de ampliar los negocios de las corporaciones
privadas transnacionales para que “derrame”
algo hacia los pobres. A éste, la izquierda
contrapesó otro definido como “distribuir
para crecer”.
En todos los casos ha significado una “vuelta” del Estado a la economía, ampliando las regulaciones
públicas al mercado, fortaleciendo empresas estatales o incluso reestatizando empresas
y servicios que habían sido privatizadas; un
“activismo estatal” que había sido condenado por el Consenso de Washington.
Plantearse el agotamiento o la mutación de este ciclo
progresista puede ser el lanzador de un profundo intercambio sobre que significa
ser de izquierda
hoy y como se avanza hacia la conquista de viejos objetivos incorporando
perspectivas y alianzas que en la actualidad son indispensables. Para pensar un
bloque histórico de la transformación en
el siglo XXI, hay que contemplar e incorporar a un conjunto de corrientes
de pensamiento que son claves en la agenda del movimiento emancipatorio.
Sin perder de vista la construcción de una sociedad nueva, la justicia social y la
eliminación de la explotación, contradicciones fundamentales y motores de
la historia, es impostergable que la izquierda teja y concrete (teniendo en
cuenta la realidad concreta de cada lugar) con los feminismos, los movimientos
campesinos, ecologistas, los colectivos de Derechos Humanos y las juventudes,
una síntesis que ponga en perspectiva la revolución y los horizontes
poscapitalistas.
En la medida en que la crisis del capitalismo se
profundiza y la derecha avanza en su
ofensiva (sin un programa alternativo hegemónico), los procesos corren el
riesgo de cerrarse hacia adentro y mantener una posición defensiva. Ningún
proceso va a poder profundizar -y mucho menos radicalizar- los cambios
por sí solo si no es inserto dentro de un proceso de integración
latinoamericana y caribeña más amplio.
Es necesario por tanto fortalecer y ampliar la integración
política, profundizándola mediante la integración económica,
científica, tecnológica y cultural, integración que permita, frente al
proceso de reprimarización continental, crear cadenas de valor regionales.
La imaginación como
factor político, es un eslabón clave en este derrotero que aquellos
que luchamos por la justicia social y creemos que existen otras formas
más humanas e igualitarias de organizar la vida en sociedad, debemos transitar.
Resumiendo, el ciclo progresista ha hecho, parafraseando al poeta, “programa (de gobierno) al andar”. Y
éste ha encontrado sus límites, impases y dilemas.
¿En qué coyuntura no encontramos?
Hay señales de un cierto agotamiento del ciclo progresista si consideramos las
bases con las cuales fue lanzado a comienzos de este siglo. No hay dudas de que ciclos “cortos” (o de gobiernos) han hecho crisis y se han sucedido
importantes derrotas, como en la elección presidencial en la Argentina y para diputados en Venezuela en 2015 o en el referéndum en
Bolivia en 2016; o con los golpes de estado
(Honduras, 2009; Paraguay, 2012; Brasil, 2016). Otra sería la conclusión si hablamos de un ciclo “largo”, de disputa de proyectos,
donde el progresismo en el siglo XXI ha sido una respuesta al fracaso
neoliberal y del capitalismo financiarizado y globalizado.
A diferencia de los tiempos neoliberales de los años 1980-90, las fuerzas
conservadoras, a pesar de que avanzar y acechar, no tienen hoy un programa económico-social con capacidad de movilización y/o de construir
hegemonía. Tampoco las fuerzas populares están desmoralizadas y
desmovilizadas como ocurrió en torno y después de la doble crisis de las
izquierdas, socialdemócrata y estalinista, de los años 1980.
La izquierda
latinoamericana en general, con algunas excepciones particulares,
quedó entrampada en estos últimos años en ese no-debate sobre gobernar para qué, para quiénes y con
quiénes, sintetizado esto en un programa de cambios y transformaciones
profundas.
La izquierda gobernante
Particularmente en Uruguay, con un Estado que tiene la característica de ser una de
las pocas entidades capaces de construir hegemonía a lo largo de la historia
del país, la izquierda gobernante no
logró escapar a este problema y uno de los síntomas que lo ponen de manifiesto
es el hiato con la fuerza política,
sus órganos internos de decisión y la base social que la compone.
La desconexión con la academia, los artistas y los
intelectuales, es otro de los factores que incide en el hecho de
que la izquierda
pierda pie en la construcción de horizontes colectivos comunes, que
funcionen como amalgama y vehiculicen la disputa contra la racionalidad
neoliberal. Estas usinas productoras de ideas construyeron durante los años 50-60-70 un relato y una estética
que unificó a la izquierda, que le
permitió superar la dictadura (1973-1985)
y posteriormente enfrentar al neoliberalismo, hasta llegar, con la
incorporación del progresismo, a ser gobierno.
La
izquierda (no solamente la que se encuentra en el Frente Amplio) ha perdido rumbo, se
ha visto envuelta en los problemas que acarrea el gobierno y controlar el estado (o ser oposición por izquierda de un gobierno que dice
ser de izquierda). Sus aparatos políticos se transformaron en ingenierías para
juntar votos, topeando los debates
estratégicos, quitando peso a las bases y tomando como un fin en si mismo
el triunfo electoral. La juventud debe debatir su agotamiento o su
vigencia.
Se perdió de
vista el hecho de que las órbitas de gobierno, las instituciones liberales, debían
ser un medio para alcanzar objetivos de fondo, radicalizando
la democracia. Por eso, atendemos con preocupación que algunos sectores frentistas, simpatizantes de un
capitalismo maquillado y aggiornados con el lenguaje técnico de la gestión
y la eficiencia, hayan olvidando la
necesidad de construir alternativas que modifiquen la estructura del
sistema.
Desterrar ese presupuesto, volver a las banderas, a las
calles, a los barrios y a las plazas, son, sino las únicas,
herramientas medulares para seguir creyendo que el Frente Amplio como síntesis de las
luchas populares y como instrumento para la disputa de sentidos no está
agotado. De lo contrario habrá que barajar y dar de nuevo.
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ENZO MACHADO, Docente de Historia, egresado del
Cerp-Centro Florida. Militante del Frente Amplio e integrante de Periferia.
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