“El
cine y la televisión representan
estas fantasías para nosotros. Las pelis de
zombis pintan un escenario postapocalíptico en el que las personas no son mejores
que los muertos vivientes, y parecen saberlo. Lo peor es que estas ficciones
invitan al espectador a imaginar el
futuro como una batalla entre los
humanos que quedan, en la que unos pierden y otros ganan, en la que la
supervivencia de un grupo depende de la desaparición de otro. Incluso la serie de TV Westworld
–basada en una novela
de ciencia ficción en la que se pierde el control de los robots– terminaba su segunda temporada
con la gran revelación: los seres humanos somos más simples y
predecibles que la inteligencia artificial que creamos. Los robots
se dan cuenta de que cada uno de nosotros puede reducirse a unas pocas líneas
de código, y de que somos incapaces de tomar decisiones deliberadas. ¡Demonios!
¡Hasta los robots de esa serie quieren escapar de los confines de su cuerpo y
pasar el resto de sus días en una simulación virtual!
“La
gimnasia mental que
requiere tan profundo cambio de papeles entre los humanos y las máquinas se basa en
presuponer que los humanos son una porquería. Hace falta cambiarlos o
distanciarse de ellos, para siempre. Y
así llegamos hasta esos multimillonarios de la tecnología lanzando vehículos
eléctricos al espacio, como si eso simbolizara algo más que su poder para
promocionar su negocio. Y si un puñado
de personas logra alcanzar la velocidad de escape y, de alguna manera,
consigue sobrevivir dentro de una
burbuja en Marte –a pesar de nuestra incapacidad de mantener una burbuja
así ni siquiera en la Tierra, en
cualquiera de los dos multimillonarios experimentos Biosphere–, el resultado no será tanto una continuación de la diáspora
humana como un bote salvavidas para la élite”.
/////
8 de los millonarios más ricos del mundo, tienen más riqueza que el 60% de la población mundial, es decir más riqueza que 4,500 millones de seres humanos. Es parte de la Mundialización de la Desigualdad Económico-Social que nos deja, como el "mejor producto" enfermo y envenenado, la globalización neoliberal o globalización de las élites mundiales, hoy en "su crisis final". Entre los 8, están aquí los "opulentos", super millonarios" de la Tecnología, la Cuarta Revolución Industrial, la era digital.
***
LOS OPULENTOS SE CONFABULAN PARA DEJARNOS
ATRÁS.
LA SUPERVIVENCIA DE LOS MÁS RICOS.
*****
Douglas
Rushkoff.
Future Human.
Rebelión
miércoles 1 de agosto del 2018.
Traducido para
Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo.
El año pasado me invitaron a un complejo privado de
superlujo para pronunciar una conferencia magistral ante lo que yo suponía que
sería en torno a una centena de gerentes de bancos de inversión. La cantidad
que me ofrecieron en pago era, con diferencia, la mayor suma que jamás me
habían pagado por una charla (más o menos la mitad de mi salario anual como
profesor universitario). Querían saber mi opinión sobre “el futuro de la
tecnología”.
Nunca me ha gustado disertar sobre el futuro. El turno
de preguntas y respuestas suele acabar como un juego de salón en el que se me
pide la opinión sobre las últimas tendencias tecnológicas como si se trataran
de indicadores de cotizaciones bursátiles para potenciales inversores: blockchain,
impresiones en 3D, CRISPR (1), etc.
El público pocas veces está interesado en aprender sobre estas nuevas
tecnologías o su impacto potencial; lo único que desean es saber si deben
invertir en ellas o no. Pero el dinero es poderoso caballero, así que acepté
dar la charla.
A mi llegada me condujeron a una sala donde supuse que
debía esperar. Pero en lugar de colocarme un micrófono o llevarme hasta el
escenario, me sentaron en una simple mesa circular mientras iba llegando mi
público: cinco tipos superricos –todos
hombres– pertenecientes al nivel más elevado del mundo de las finanzas
especulativas. Tras una pequeña conversación intrascendente, me di cuenta de
que no tenían el menor interés en la información que había preparado sobre el
futuro de la tecnología. Estaban ahí con sus propias preguntas.
Comenzaron de una manera bastante inofensiva.
¿Ethereum o bitcoin? ¿Es la informática cuántica algo real? Poco a poco, pero
con firmeza, se fueron aproximando a los temas que en verdad les interesaban.
¿Qué región se verá menos afectada por la crisis
climática que se avecina, Nueva Zelanda o Alaska? ¿Es cierto que Google está
habilitando un lugar para alojar el cerebro de Ray Kurzweil (2)? En caso afirmativo, ¿su conciencia seguirá activa
durante la transición, o morirá para luego renacer como alguien completamente
nuevo? Para acabar, el director general de una correduría de bolsa explicó que
estaba terminando de construir su propio búnker subterráneo y preguntó: “¿Cómo puedo mantener la autoridad sobre mi
personal de seguridad después del suceso?”
El “Suceso”. Ese fue el
eufemismo que utilizaron para referirse al colapso medioambiental, los
disturbios sociales, la explosión nuclear, el virus incontrolable o el hacker
de [la serie] Mr. Robot que hace
caer todo el sistema.
Esta fue la única pregunta a la que dedicamos en resto
de la hora. Sabían que necesitarían guardias armados para proteger sus recintos
de la muchedumbre enfurecida. ¿Pero de
qué modo remunerarían a sus guardianes cuando el dinero no valiera nada? ¿Que
impediría que los guardianes escogieran a su propio líder? Los
multimillonarios pensaban en el uso de cerraduras de combinación cuyo código
solo conocieran ellos para proteger sus reservas de comida. U obligar a los
guardias a llevar algún tipo de collares disciplinarios a cambio de su
supervivencia. O quizás diseñar robots que ejercieran las funciones de
guardianes y trabajadores, si dicha tecnología podía desarrollarse a tiempo.
Eso es lo que me chocó: para esos caballeros, esto era
una conversación sobre el futuro de la tecnología. Siguiendo el ejemplo de Elon Musk (3), que pretende colonizar
Marte, Peter Thiel (4) y su proyecto
parar revertir el proceso de envejecimiento, o Sam Altman y Ray Kurzweil que pretenden subir sus cerebros a
superordenadores, estos tipos se estaban preparando para un futuro digital que
tenía mucho menos que ver con la construcción de un mundo mejor que con
trascender por completo la condición humana y aislarse del peligro actual y muy
real de cambio climático, aumento del nivel del mar, migraciones masivas,
pandemias globales, pánico nativista y agotamiento de los recursos. Para ellos,
el futuro de la tecnología solo tiene importancia si les ayuda a una cosa: huir.
* * *
Las valoraciones exageradamente optimistas sobre el
papel de la tecnología en la mejora de la sociedad humana no tienen nada de
malo. Pero la corriente actual que contempla una utopía poshumana es otra cosa.
Tiene menos que ver con la transformación de la humanidad en una nueva forma de
ser que con la búsqueda de trascender todo lo que es humano: el cuerpo, la
interdependencia, la compasión, la vulnerabilidad y la complejidad. Los
filósofos de la tecnología llevan años señalándolo: en la actualidad, la visión
transhumanista reduce de un modo
demasiado simplista toda la realidad a los datos, hasta llegar a la conclusión
de que “los humanos no son más que objetos procesadores de información”.
Supone la reducción de la evolución humana a un
videojuego en el que alguien gana cuando encuentra la puerta de salida y luego
permite que algunos de sus mejores amigos le acompañen en el viaje. ¿Serán Musk, Bezos, Thiel... Zuckerberg?
Estos multimillonarios son los presuntos ganadores de la economía digital, el
mismo panorama de “supervivencia de los
más fuertes” que alimenta la mayor parte de sus movimientos especulativos.
Es evidente que no siempre fue así. Hubo un momento, a
comienzos de los años noventa, en el que el futuro digital parecía estar
abierto a nuestra innovación. La
tecnología se estaba convirtiendo en un área de juegos para la
contracultura, que veía en ella la oportunidad de crear un futuro más
inclusivo, distribuido y favorable al ser humano. Pero los intereses
empresariales establecidos solo consideraban su nuevo potencial extractivo, y
demasiados tecnólogos se vieron seducidos por el unicornio de la oferta pública
de venta de los nuevos activos financieros. Los valores de futuro digitales se
veían como el mercado de futuros del algodón: algo sobre lo que hacer
previsiones y apuestas. Así que prácticamente cada discurso, cada artículo,
cada estudio o cada documentación técnica se consideraba relevante solo sí
señalaba a un indicador bursátil. El futuro dejó de ser algo que creamos
mediante nuestras elecciones cotidianas o nuestra esperanza en la humanidad
para convertirse un escenario predestinado sobre el que apostamos con nuestro
capital de riesgo, pero al que llegamos de forma pasiva.
Esto liberaba a todo el mundo de las implicaciones
morales de las actividades en las que estuviera envuelto. El objetivo del
desarrollo tecnológico dejó de ser
la prosperidad colectiva y se convirtió en la supervivencia personal. Y lo que
es peor: llamar la atención sobre esto suponía, tal y como experimenté yo
mismo, declararse involuntariamente enemigo del mercado o un cascarrabias
contrario a la tecnología.
Así que en lugar de considerar la ética implícita en
empobrecer y explotar a la mayoría en nombre de una minoría, la mayor parte de
los académicos, periodistas y escritores de ciencia ficción se dedicaron a
descifrar enigmas mucho más abstractos y rocambolescos: ¿Es correcto que un agente de
bolsa utilice drogas inteligentes?
¿Deberíamos colocar implantes a los niños para que aprendan idiomas
extranjeros? ¿Queremos que los vehículos inteligentes prioricen la vida de los
peatones sobre la de sus pasajeros? ¿Debería
la democracia ser la forma de gobierno de las primeras colonias marcianas? ¿Los cambios en el ADN socaban la identidad
personal? ¿Deberían tener derechos
los robots?
Aunque plantearse ese tipo de cuestiones pueda
resultar un entretenimiento filosófico, supone un pobre sustituto de los
auténticos dilemas morales relacionados con el desarrollo tecnológico desenfrenado
en nombre del capitalismo corporativo. Las
plataformas digitales han convertido lo que ya era un mercado explotador y
extractivo (pensemos en Walmart) en
algo aun más deshumanizador (pensemos en
Amazon). La mayoría de nosotros nos dimos cuenta de estos inconvenientes al
presenciar la automatización y precarización del empleo y el declive del
comercio local.
Pero las consecuencias más devastadoras del
capitalismo digital desenfrenado se las llevan el medio ambiente y los pobres
globales. Algunos de nuestros ordenadores
y smartphones se fabrican utilizando redes de mano de obra esclava.
Estas prácticas están tan profundamente arraigadas que una compañía llamada Fairphone, creada desde abajo
para fabricar y comercializar teléfonos móviles éticos, llegó a la conclusión
de que su objetivo era imposible. Su fundador ahora califica con tristeza su
producto como “un teléfono más
ético”.
Mientras tanto, la minería de metales raros y la
eliminación de nuestros dispositivos ultra-digitales
fuera de uso destruyen hábitats humanos, reemplazándolos por vertederos
tóxicos, en los que familias de campesinos rebuscan para vender a los
fabricantes los materiales que pueden reutilizarse.
Esta externalización de la pobreza que queda “fuera de la vista y fuera de la mente” no
desaparece simplemente por habernos cubierto los ojos con gafas de realidad
virtual y estar inmersos en una realidad alternativa. Cuanto más ignoremos las
repercusiones sociales, económicas y medioambientales, mayor será el problema.
Esto, a su vez, motiva más aislamiento y retraimiento y una fantasía
apocalíptica aún mayor, además de tecnologías y planes de negocio cada vez más
descabellados. El ciclo se retroalimenta.
Cuanto más nos identificamos con esta visión del
mundo, más consideramos a los seres humanos como el problema y a la tecnología
como la solución. La esencia del ser humano se considera no tanto un rasgo como
un virus. Por muy sesgadas que sean, las tecnologías se consideran neutrales.
Cualquier mala conducta que induzcan en nosotros no es sino un reflejo de
nuestra esencia corrupta. Es como si la culpa de todos nuestros problemas
estuviera en algún tipo de salvajismo humano. Igual que la ineficacia del mercado local del taxi puede “resolverse” con
una aplicación que lleve a la ruina a
los taxistas, las molestas inconsistencias de la psique humana pueden
corregirse con una actualización digital o genética.
Según la más reciente ortodoxia tecnosolucionista, el futuro de la humanidad
alcanzará su clímax cuando colguemos nuestra conciencia en un ordenador o, aún
mejor, cuando aceptemos que la propia tecnología es nuestro sucesor
evolutivo. Como si fuéramos miembros de una secta gnóstica, estamos
deseosos de entrar en la próxima fase trascendente de nuestra evolución
abandonando nuestros cuerpos y dejándolos atrás junto con nuestros pecados y
problemas.
Tom Cruise, considerado entre los 10 Actores de Cine, más millonarios del mundo. Es protagonista de Películas de primer nivel. Como "Entrevista con el Vampiro". "El último Samurái", "La Era del Rock".
***
El cine y la
televisión representan estas fantasías para nosotros. Las pelis
de zombis pintan un escenario postapocalíptico en el que
las personas no son mejores que los muertos vivientes, y parecen saberlo. Lo
peor es que estas ficciones invitan al espectador a imaginar el futuro como una
batalla entre los humanos que quedan, en la que unos pierden y otros ganan, en
la que la supervivencia de un grupo depende de la desaparición de otro. Incluso la serie de TV Westworld
–basada en una novela de ciencia ficción en la que se pierde el control de los robots– terminaba su segunda temporada
con la gran revelación: los seres humanos somos más simples y predecibles que
la inteligencia artificial que creamos. Los
robots se dan cuenta de que cada uno de nosotros puede reducirse a unas
pocas líneas de código, y de que somos incapaces de tomar decisiones
deliberadas. ¡Demonios! ¡Hasta los robots de esa serie quieren escapar de los
confines de su cuerpo y pasar el resto de sus días en una simulación virtual!
La gimnasia
mental que requiere tan profundo cambio de papeles entre los humanos y las
máquinas se basa en presuponer que los humanos son una porquería. Hace falta
cambiarlos o distanciarse de ellos, para siempre.
Y así llegamos hasta esos multimillonarios de la
tecnología lanzando vehículos eléctricos al espacio, como si eso simbolizara
algo más que su poder para promocionar su negocio. Y si un puñado de personas
logra alcanzar la velocidad de escape y, de alguna manera, consigue sobrevivir
dentro de una burbuja en Marte –a
pesar de nuestra incapacidad de mantener una burbuja así ni siquiera en la Tierra, en cualquiera de los dos
multimillonarios experimentos Biosphere–,
el resultado no será tanto una continuación de la diáspora humana como un bote
salvavidas para la élite.
* * *
Cuando los inversores de riesgo me preguntaron cuál
era la mejor manera de mantener su autoridad sobre los servicios de seguridad tras “el suceso”, les sugerí
que lo mejor que podían hacer era tratar bien a esas personas desde ya.
Deberían relacionarse con el personal de seguridad como si fueran miembros de
su propia familia. Y cuanto más puedan generalizar esta ética inclusiva al
resto de sus prácticas empresariales, la gestión de la cadena de suministro,
las iniciativas de sostenibilidad, y la distribución de la riqueza, menos
probabilidades habrá de que llegue a producirse un “suceso”. Toda esta brujería tecnológica podría orientarse desde
el momento presente hacia otros intereses menos románticos pero más colectivos.
Mi optimismo les hizo mucha gracia, pero no terminaron
de creérselo. No les interesaba saber cómo evitar la calamidad; estaban
convencidos de que ya habíamos llegado demasiado lejos. A pesar de todo su poder y
riqueza, no creían poder influir en el futuro. Se limitaban a aceptar
el escenario futuro más sombrío y a poner todo el dinero y la tecnología
posible para aislarse, sobre todo si no pueden conseguir una plaza en el cohete
a Marte.
Afortunadamente, todos aquellos que carecemos de los
fondos necesarios para renegar de nuestra humanidad contamos con opciones mucho
mejores a nuestro alcance. No necesitamos utilizar la tecnología de manera tan antisocial y atomizadora. Podemos
convertirnos en los consumidores con el perfil que nuestros dispositivos
móviles y nuestras plataformas quieren que seamos, o podemos recordar que los
humanos verdaderamente evolucionados no avanzan solos.
La
esencia del ser humano no está en la huida o la supervivencia individual. Es un
trabajo de equipo. El futuro de la humanidad, cualquiera que sea, nos afectará
a todos.
*****
Notas del traductor (tomadas de Wikipedia):
(1): Los CRISPR (en inglés:
clustered regularly interspaced short palindromic repeats, en español
repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas) son
familias de secuencias de ADN en bacterias. Tienen aplicaciones en ingeniería
genética y biotecnología.
(2): Experto tecnólogo de sistemas y de Inteligencia
Artificial y eminente futurista . Presidente de la empresa informática
Kurzweil Technologies, que se dedica a elaborar dispositivos electrónicos de
conversación máquina-humano y aplicaciones para personas con discapacidad .
(3): Físico , inversor y magnate cofundador de PayPal , Tesla, SpaceX , Hyperloop , SolarCity , The Boring Company y
OpenAI . Su fortuna se estima en 17.400
millones de dólares. En diciembre de 2016, fue nombrado como la 21ª persona más
poderosa del mundo por la revista Forbes .
(4):
Empresario, administrador de fondos de
inversión libre y capitalista de riesgo . Thiel cofundó PayPal y fue su director ejecutivo .
Actualmente preside Clarium Capital, un fondo de inversión libre macroglobal que administra más de 2.000
millones de dólares, y es socio administrador de The
Founders Fund , un fondo de capital de riesgo de 275 millones de
dólares. Fue uno de los primeros inversores de Facebook y está en su Consejo de
Administración
Douglas Rushkoff es autor del libro Team Human,
de próxima publicación, y del podcast TeamHuman.fm
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